Declaraba en una reciente entrevista la mujer del Chapo Guzmán, modelo de 26 años, que no le constaba que su marido traficara con drogas. El que ha sido jefe del cartel más importante y sanguinario del mundo, fugado en varias ocasiones de prisiones federales y de nuevo encarcelado por delitos tanto en su país como en numerosos estados de EEUU, al parecer es un “marido y padre ejemplar, amable y educado”. No lo pondremos nosotros en duda, pero negar que tenga algo que ver con el tráfico de drogas es, o bien una estudiada estrategia de comunicación para defender a su marido, o bien fruto de una preocupante falta de perspicacia.
Recordad a Ana Mato, que no sabía que su marido guardaba un Jaguar en su garaje o que las fiestas de cumpleaños de sus hijas le salían gratis. O más allá de la aparente falta de comunicación de algunos matrimonios, el hecho de que los sucesivos presidentes de la Junta de Andalucía desconociesen que buena parte de la Administración pública que dirigían funcionaba como una organización criminal. En estos momentos, la actualidad se centra en Rita Barberá, que tampoco se percató que todo su equipo de gobierno estaba metido en redes de corrupción cuyo centro neurálgico era el Ayuntamiento de Valencia.
Presupongamos que es cierto, que ni la esposa del Chapo, ni Griñán, ni Chaves, ni Rita Barberá sabían nada; que su candidez natural obnubilaba sus sentidos. Es fácil llegar a la conclusión, por tanto, de que alguien ha jugado muy bien su papel: el hacedor de la mentira, el maestro del despiste. La máxima aquí está clara: que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.
Pero para ello hay que tener cierta habilidad. Todo el mundo no es tan inocente. Pensemos en el panorama político actual tras dos meses de noticias sobre hipotéticos pactos, llamadas telefónicas, líneas rojas y demás idioteces insustanciales para llenar medios igualmente insustanciales.
Pedro Sánchez necesita pactar con su izquierda, es decir, Podemos y subsidiariamente IU, y con su derecha, Ciudadanos, pero para ponerlos de acuerdo, unos no pueden enterarse de lo que promete a los otros, para una vez conformado el Gobierno, pudieran decir eso de “yo no sabía que se iban hacer recortes” o “los del PSOE son unos traidores”, o “esto no es lo que habíamos acordado”. Pues hay que partir de la base de que no se puede contentar a todos por igual.
Lo que ha ocurrido es que unos se han enterado de lo que se negociaba con los otros y, claro, se puede ser ingenuo, pero no rematadamente idiota. Y ya no hay pacto, y consecuentemente, tampoco Gobierno. Pedro Sánchez lo ha intentado, pero ha quedado claro que no es el rey del mambo. Igual debería pedir consejo a los maestros de la mentira, a los que tejen las redes del engaño y hacen que nadie se entere de nada, o que hacen que se enteren tan bien que no les interese decir lo que saben.
Recordad a Ana Mato, que no sabía que su marido guardaba un Jaguar en su garaje o que las fiestas de cumpleaños de sus hijas le salían gratis. O más allá de la aparente falta de comunicación de algunos matrimonios, el hecho de que los sucesivos presidentes de la Junta de Andalucía desconociesen que buena parte de la Administración pública que dirigían funcionaba como una organización criminal. En estos momentos, la actualidad se centra en Rita Barberá, que tampoco se percató que todo su equipo de gobierno estaba metido en redes de corrupción cuyo centro neurálgico era el Ayuntamiento de Valencia.
Presupongamos que es cierto, que ni la esposa del Chapo, ni Griñán, ni Chaves, ni Rita Barberá sabían nada; que su candidez natural obnubilaba sus sentidos. Es fácil llegar a la conclusión, por tanto, de que alguien ha jugado muy bien su papel: el hacedor de la mentira, el maestro del despiste. La máxima aquí está clara: que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.
Pero para ello hay que tener cierta habilidad. Todo el mundo no es tan inocente. Pensemos en el panorama político actual tras dos meses de noticias sobre hipotéticos pactos, llamadas telefónicas, líneas rojas y demás idioteces insustanciales para llenar medios igualmente insustanciales.
Pedro Sánchez necesita pactar con su izquierda, es decir, Podemos y subsidiariamente IU, y con su derecha, Ciudadanos, pero para ponerlos de acuerdo, unos no pueden enterarse de lo que promete a los otros, para una vez conformado el Gobierno, pudieran decir eso de “yo no sabía que se iban hacer recortes” o “los del PSOE son unos traidores”, o “esto no es lo que habíamos acordado”. Pues hay que partir de la base de que no se puede contentar a todos por igual.
Lo que ha ocurrido es que unos se han enterado de lo que se negociaba con los otros y, claro, se puede ser ingenuo, pero no rematadamente idiota. Y ya no hay pacto, y consecuentemente, tampoco Gobierno. Pedro Sánchez lo ha intentado, pero ha quedado claro que no es el rey del mambo. Igual debería pedir consejo a los maestros de la mentira, a los que tejen las redes del engaño y hacen que nadie se entere de nada, o que hacen que se enteren tan bien que no les interese decir lo que saben.
JESÚS C. ÁLVAREZ