Mi vida ha dado un giro radical. Me quedo sin trabajo. La biblioteca en la que trabajo pertenece a una fundación que fue creada por el amigo y socio de mi padre para blanquear dinero. Los dos son muy representativos de esta cultura que ha asolado nuestra economía durante varios años, en la que primaba ganar dinero como fuera, sin ningún tipo de escrúpulos en la manera en que se hiciese y sin importar las vidas de los seres humanos que iban quedando destrozadas por el camino como si fueran simples muescas en la pistola del ladrón más rápido.
Tanto mi padre como su colega vienen de familias muy humildes; vienen de calles sin asfalto llenas de niños que miran escaparates donde solo caben sueños imposibles. Ellos no se conformaron con mirar, ellos estaban dispuestos a entrar en la gran juguetería de los negocios como si fueran hijos de un señorito andaluz, montados a caballo y sin mirar la cara de los que para ellos trabajaban.
En estos años de la mal llamada "bonanza económica" se han dedicado a crear y cerrar empresas como si jugaran con legos. Cada vez que disolvían una sociedad, dejaban impuestos y seguros sociales sin pagar, la declaraban en concurso y echaban a los trabajadores sin un "lo siento" y, por supuesto, sin indemnización de ningún tipo. Ellos ya habían sacado todo el jugo del negocio y lo tenían en cuentas en Gibraltar. Supongo que Suiza les resultaba distante...
También hicieron negocios con alcaldes de distintos colores, para hacer cualquier tipo de obra pública. Daba igual cuál: lo importante era una buena comida con sus "bichos rojos" –así llamaba mi abuela a las gambas; aún recuerdo cuando me decía, la pobre: "pélame otro bicho rojo de esos". Y yo, a pesar de su ácido úrico, se lo pelaba– y, por supuesto, su copita en un bar de esos donde las chicas eslavas llevan muy poca ropa en su cuerpo y mucha tristeza en su alma. Así, el jefe del Consistorio, contento: obra adjudicada y comisión pagada.
Mi padre no le ha cogido cariño ni a Natalia, su secretaria de toda la vida. La ha tenido de seudoesclava durante un año, con jornadas de diez horas diarias a cambio de "estamos pasando un momento coyuntural que pasará pronto y podrás cobrar, confía en mí".
Menos mal que el piso que me compraron lo hicieron con el dinero que mis abuelos maternos dejaron para mí en un depósito gestionado por un albacea. No podría dormir sabiendo que mi hogar es el resultado de un alzamiento de bienes.
Por lo visto, la maraña de sociedades, comisiones y dinero negro tiene muchos cabos y ahí está la Guardia Civil y la Policía tratando de reconstruir el puzzle. Hace unos días me llamaron para que colaborase en la investigación, pero ¿qué podía decir yo, si mi padre no es más que un desconocido para mí? Traté de hacer memoria y creo, honestamente, que no le debo nada; si acaso la vida. El psicólogo siempre me dice que es importante para mi salud mental que no lo pueda odiar porque yo vengo de él. Yo más bien creo que vengo de mi abuela.
Fui a verlo hace dos días a la cárcel por humanidad. Lo que me encontré fue a un preso con gomina que negaba toda la realidad, que estaba seguro de que su abogado pronto lo sacaría de allí, cuanto antes mejor porque no podía perderse el viaje de negocios que tenía planeado a Rusia... Creo que como mi progenitora ha huido de este mundo y vive en el del tío Gilito... Pero ya tiene monedas que contar.
Tanto mi padre como su colega vienen de familias muy humildes; vienen de calles sin asfalto llenas de niños que miran escaparates donde solo caben sueños imposibles. Ellos no se conformaron con mirar, ellos estaban dispuestos a entrar en la gran juguetería de los negocios como si fueran hijos de un señorito andaluz, montados a caballo y sin mirar la cara de los que para ellos trabajaban.
En estos años de la mal llamada "bonanza económica" se han dedicado a crear y cerrar empresas como si jugaran con legos. Cada vez que disolvían una sociedad, dejaban impuestos y seguros sociales sin pagar, la declaraban en concurso y echaban a los trabajadores sin un "lo siento" y, por supuesto, sin indemnización de ningún tipo. Ellos ya habían sacado todo el jugo del negocio y lo tenían en cuentas en Gibraltar. Supongo que Suiza les resultaba distante...
También hicieron negocios con alcaldes de distintos colores, para hacer cualquier tipo de obra pública. Daba igual cuál: lo importante era una buena comida con sus "bichos rojos" –así llamaba mi abuela a las gambas; aún recuerdo cuando me decía, la pobre: "pélame otro bicho rojo de esos". Y yo, a pesar de su ácido úrico, se lo pelaba– y, por supuesto, su copita en un bar de esos donde las chicas eslavas llevan muy poca ropa en su cuerpo y mucha tristeza en su alma. Así, el jefe del Consistorio, contento: obra adjudicada y comisión pagada.
Mi padre no le ha cogido cariño ni a Natalia, su secretaria de toda la vida. La ha tenido de seudoesclava durante un año, con jornadas de diez horas diarias a cambio de "estamos pasando un momento coyuntural que pasará pronto y podrás cobrar, confía en mí".
Menos mal que el piso que me compraron lo hicieron con el dinero que mis abuelos maternos dejaron para mí en un depósito gestionado por un albacea. No podría dormir sabiendo que mi hogar es el resultado de un alzamiento de bienes.
Por lo visto, la maraña de sociedades, comisiones y dinero negro tiene muchos cabos y ahí está la Guardia Civil y la Policía tratando de reconstruir el puzzle. Hace unos días me llamaron para que colaborase en la investigación, pero ¿qué podía decir yo, si mi padre no es más que un desconocido para mí? Traté de hacer memoria y creo, honestamente, que no le debo nada; si acaso la vida. El psicólogo siempre me dice que es importante para mi salud mental que no lo pueda odiar porque yo vengo de él. Yo más bien creo que vengo de mi abuela.
Fui a verlo hace dos días a la cárcel por humanidad. Lo que me encontré fue a un preso con gomina que negaba toda la realidad, que estaba seguro de que su abogado pronto lo sacaría de allí, cuanto antes mejor porque no podía perderse el viaje de negocios que tenía planeado a Rusia... Creo que como mi progenitora ha huido de este mundo y vive en el del tío Gilito... Pero ya tiene monedas que contar.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ