Mi amigo Manolo me lo comentaba el otro día. "Paco, ya no podemos con nada: los achaques nos tienen bien condicionados; muchas cosas de la vida cotidiana las hemos perdido para siempre. Sólo nos quedan cosas sencillas y simples a las que ahora les damos mucha importancia". Y así es. Yo, por ejemplo, y con mi enfermedad, lo referente al sexo está olvidado. Eso sí, me alegra la vista ver una buena mujer con un tipo exuberante. Eso me pone contento. Pero, lo que más me gusta es el día que mi esposa se encuentra bien y no padece. La pobre lleva lo suyo.
Pues a mí, Manolo, me encantaba escuchar música. Cuando trabajaba disponía de poco tiempo, sin embargo, ahora, por las tardes me pongo música de orquesta del extraordinario –y ya por desgracia desaparecido– James Last. Y, de paso, me pongo a leer un libro, cosa que antes tampoco podía. Así paso una tarde bien agradable.
¿Tú recuerdas, Manolo, en nuestra juventud, cuando aún no se habían inventado las discotecas y acudíamos a las verbenas y estábamos bailando hasta las cuatro y pico de la mañana? Y, a las seis, al trabajo; llegar a casa, coger el bocadillo que nos preparaba nuestra madre y a trabajar sin dormir. Pasábamos un día un poco fastidiado de sueño pero lo dábamos por bueno por el disfrute de la noche anterior.
Eso sí que no es como ahora, que la gran mayoría de la juventud, no digo toda, después de la discoteca viene el revolcón, y bien que hacen. La vida hay que vivirla en su momento y disfrutarla a tope, que el tiempo perdido ya no vuelve.
Me hacen gracia los jóvenes que te dicen que este fin de semana se marchan con su novia a la playa a un hotel y allí que se marchan bien contentos. Por aquel entonces, nosotros, con la dictadura eclesiástica que marcaba que todo era pecado, había que ir con recato. Y era un tabú absurdo, pues todo era pecado y no decíamos nada.
Nos aguantábamos y pasábamos los calentones como mejor se podía pues, en casa de la novia, lo primero que te advertían es que no fueras a hacerle una barriga a la chica. Aunque había quien la hacía. Ahora me doy cuenta de que, a pesar de que nos lo pasábamos bien, la juventud de hoy en día se lo pasa mejor en este aspecto. Eso sí, en el tema de las drogas ni pensar, eso hay que dejarlo de lado.
—Paco, lo que yo no encuentro bien es el hecho de cómo aguantan algunas jóvenes estos novios tan celosos que hacen correr la mano con alguna que otra bofetada. Estas criaturas no se dan cuenta que, de seguir por ese camino, el día que se casen su vida será una ruina, de bofetada en bofetada y de malos tratos. Tendrían que abrir los ojos y dejar a estos tipos de lado, pues son cobardes y ruines, y denunciar que no pasa nada, que al tipo ese maltratador lo pongan a raya. A la mujer hay que respetarla porque, con el tiempo, será la madre de sus hijos y es el ser más maravilloso que creó Dios nuestro Señor.
—Y tanto, Manolo. Y tanto.
—¿Qué haríamos sin las mujeres?
—Nada Manolo, nada. Seríamos ceros a la izquierda.
Pues a mí, Manolo, me encantaba escuchar música. Cuando trabajaba disponía de poco tiempo, sin embargo, ahora, por las tardes me pongo música de orquesta del extraordinario –y ya por desgracia desaparecido– James Last. Y, de paso, me pongo a leer un libro, cosa que antes tampoco podía. Así paso una tarde bien agradable.
¿Tú recuerdas, Manolo, en nuestra juventud, cuando aún no se habían inventado las discotecas y acudíamos a las verbenas y estábamos bailando hasta las cuatro y pico de la mañana? Y, a las seis, al trabajo; llegar a casa, coger el bocadillo que nos preparaba nuestra madre y a trabajar sin dormir. Pasábamos un día un poco fastidiado de sueño pero lo dábamos por bueno por el disfrute de la noche anterior.
Eso sí que no es como ahora, que la gran mayoría de la juventud, no digo toda, después de la discoteca viene el revolcón, y bien que hacen. La vida hay que vivirla en su momento y disfrutarla a tope, que el tiempo perdido ya no vuelve.
Me hacen gracia los jóvenes que te dicen que este fin de semana se marchan con su novia a la playa a un hotel y allí que se marchan bien contentos. Por aquel entonces, nosotros, con la dictadura eclesiástica que marcaba que todo era pecado, había que ir con recato. Y era un tabú absurdo, pues todo era pecado y no decíamos nada.
Nos aguantábamos y pasábamos los calentones como mejor se podía pues, en casa de la novia, lo primero que te advertían es que no fueras a hacerle una barriga a la chica. Aunque había quien la hacía. Ahora me doy cuenta de que, a pesar de que nos lo pasábamos bien, la juventud de hoy en día se lo pasa mejor en este aspecto. Eso sí, en el tema de las drogas ni pensar, eso hay que dejarlo de lado.
—Paco, lo que yo no encuentro bien es el hecho de cómo aguantan algunas jóvenes estos novios tan celosos que hacen correr la mano con alguna que otra bofetada. Estas criaturas no se dan cuenta que, de seguir por ese camino, el día que se casen su vida será una ruina, de bofetada en bofetada y de malos tratos. Tendrían que abrir los ojos y dejar a estos tipos de lado, pues son cobardes y ruines, y denunciar que no pasa nada, que al tipo ese maltratador lo pongan a raya. A la mujer hay que respetarla porque, con el tiempo, será la madre de sus hijos y es el ser más maravilloso que creó Dios nuestro Señor.
—Y tanto, Manolo. Y tanto.
—¿Qué haríamos sin las mujeres?
—Nada Manolo, nada. Seríamos ceros a la izquierda.
JUAN NAVARRO COMINO