He tenido la oportunidad de leer mucho por mi trabajo (obligación) y por devoción. Seguiré leyendo, en papel o en formato electrónico –me es igual–, hasta que las manos me aguanten un libro y los ojos sean capaces de rastrear las letras para reconocer las palabras que se aferran al papel por miedo a caer en el olvido.
La lectura me ha permitido escribir, no sé si bien o mal puesto que no soy quién para juzgar. Simplemente lo que escribo me gusta y, de paso, me mantiene alerta, me obliga a investigar y disfruto con ello. En esta faena, “san Google” es buen aliado, amén de los libros que puedo consultar.
Con la lectura, la imaginación vuela a lugares lejanos o te introduce en la intimidad de los personajes con los que compartes sobresaltos, ilusiones, intrigas. El libro invita a reflexionar sobre temas variados, sobre coyunturas sociales o históricas. La temática que plantea un libro es muy rica. Novela, cuentos, relatos de viajes, ensayos múltiples, ciencia ficción, poesía… Hay para todos los sabores. ¿Problema? Saber descubrir qué queremos leer, si es que queremos. ¡Ánimo! que vale la pena bucear en los libros.
Y con la escritura el cerebro echa humo cuando lo azuzas y, si es necesario, lo pones a tope y resuella todo sofocado cuando se enfrenta a una empinada cuesta. Pero gracias a ello no se amuerma. ¿El cerebro? Este es el talón de Aquiles en esta apuesta, sobre todo cuando la edad va limitando fuerzas físicas y capacidades psíquicas.
En años anteriores, cuando ha llegado el Día del Libro, me he atrevido a escribir sobre la lectura, sobre su importancia, beneficios y bondades pero siempre me he dirigido, con intención o sin ella, al personal más joven, infancia y adolescencia, porque se presupone que son el terreno apropiado donde sembrar el placer de leer. Ciertamente lo son, pero el resto de población adulta también y, sobre todo, los más mayores como terapia.
Sin olvidarme de infancia y juventud, cambio de rumbo y me centro más en el colectivo de mayores. A lo largo de este año he dedicado algunos artículos a esa llamada, en tono deferente, “tercera edad”. Y como nuestro declive cerebral parece que se inicia antes de lo que creíamos, ello me vale para sugerir algunas pistas para paliar, en la medida de lo posible, dicho ocaso.
Ya soy mayor, aunque no abuelo –no tengo nietos–. Frente a la pasividad de la caja tonta apuesto por la actividad de leer y sobre todo, de escribir. Apetencias que permiten sentirse algo más vivo. En otras palabras, se trata de mantener el cerebro ocupado el máximo de tiempo posible para que no cree telarañas. Alimentar la actividad intelectual es de vital importancia.
Diversas investigaciones recomiendan estar siempre dispuesto a aprender, en el sentido más amplio de la palabra. ¿Cómo? Conviene evitar la rutina y la pasividad. La televisión es un declarado enemigo de nuestro cerebro porque goza de esas dos características, entre otras. Nos sentamos delante de la pantalla, oímos sin escuchar y vemos sin pensar. A lo más, daremos una cabezadita…
Hacer tareas mentales que mantengan la mollera ocupada favorecerá que las neuronas no se duerman. Los juegos de estrategias mentales y pasatiempos, como crucigramas, favorecen dicha tarea. “Apaga la tele, enciende tu mente” rezaba un grafiti hace algún tiempo en Atocha. No es mal consejo para niños, jóvenes y, sobre todo, mayores.
Las relaciones diarias con el grupo de amigos y conocidos son vitales, así como cambiar de ruta cuando salimos para no ir con el automático. Mantener una dieta equilibrada y controlar tanto alcohol como tabaco, nos ayudará al bienestar físico y mental. El reto es hacerse viejo con el máximo de calidad intelectual.
Pero vamos al asunto de estas cuartillas que no es otro que la lectura. La lectura es clave para el mantenimiento de las funciones cognitivas. Quien lee, vive. A determinada edad sufrimos los pies fríos, cuestión esta que fastidia bastante, y la cabeza caliente. Hay que tratar de darle la vuelta a la tortilla. Cabeza fría para pensar y decidir, pies calientes para disfrutar de cierto confort corporal.
Traigo a colación un interesante trabajo realizado en dos centros de salud primaria de Valencia y que puede, amén de darnos pistas, despertar cerebros y tocar en conciencias dormidas. La conclusión a la que llegan es contundente. “El hábito de la lectura es un factor protector de deterioro cognitivo y esta protección es más significativa en aquellos lectores frecuentes cuya historia de lectura supera los 5 años”. Para los reacios añado yo que “nunca es tarde si la dicha es buena”, aunque sea por los nietos, quien los tenga.
Bien es cierto que leer no está de moda, nunca lo estuvo y hasta convendré en que a los leedores se les mira de forma rara, en un entorno en el que prima Internet o el móvil que, en lugar de socializarnos, nos aíslan en la solitaria virtualidad. Parece que en España, según datos de los informes Pisa, leer y entender lo que se lee sigue siendo una carencia que arrastramos desde hace tiempo.
La lectura ejercita la inteligencia, la imaginación y la sensibilidad a la par que aumenta el conocimiento, enriquece el vocabulario y amplia el horizonte cultural del lector. Leer es descubrir mundos desconocidos, percibir emociones, soñar, crear ilusiones, potenciar la imaginación… ¡Dejemos rienda suelta a la mente!
Abrir las puertas de la lectura debe hacerse desde muy temprana edad, pero nunca es tarde para empezar. A los pequeños es relativamente fácil engancharlos con los cuentos. Aunque, seamos realistas: no puede transmitirse algo que no gusta o no se siente y la lectura si se impone es un fracaso.
El acto de leer no es innato, hay que cultivarlo. ¿Cómo podemos hacerlo? Debe quedar claro que a leer se aprende leyendo. La afirmación anterior suena a perogrullada pero es así de simple. Conforme vamos leyendo y entendiendo lo que leemos, nuestro horizonte se hace más ancho.
Un error. Siempre nos han vendido que hay que aprender a leer para estudiar y aunque ello sea cierto, estudiar suena a carga, a obligación, a imposición, a tormento. ¿Cómo despertar y estimular el deseo de leer? Un buen ejemplo vale más que mil palabras. En primera instancia, somos padres y profesores los que podemos transmitir entusiasmo o rechazo por la lectura. Los abuelos también pueden hacer más de lo que creen.
Algunos beneficios de la lectura: mejor comunicación oral enriqueciendo vocabulario; fomenta el diálogo con los demás; favorece la imaginación y la creatividad y permitirá expresar ideas por escrito. En definitiva, potenciar una actitud crítica frente a un entorno que nos manipula por todas partes se hace cada día más necesario.
Leer es comunicarse, soñar, imaginar, entretenerse, aprender, conocer, comprender, pensar, poder hablar mejor, adquirir con el tiempo una actitud crítica, auto-educarse. La lectura es una experiencia gratificante si somos capaces de zambullirnos en ella. Nadie dice que el camino sea fácil ni que el éxito esté garantizado por mucho entusiasmo que pongamos en ello. Pero vale la pena intentarlo.
Está claro que leer no consiste en juntar letras cuyo resultado sea amontonar palabras para seguir el hilo de una narración. Para ser un lector mediano hace falta algo más que agrupar palabras. Si no entiendo, no comprendo.
El lenguaje se adquiere en los primeros años de vida y en la adolescencia lo fijaremos. Para manejar dicha herramienta primero lo aprendemos por repetición en interacción con los mayores. En una siguiente etapa lo interiorizamos por aprendizaje del mismo hasta dominar las estructuras organizativas (gramaticales).
En resumen, para sacarle partido a los libros hay que gozar con la lectura que a su vez permitirá una mejor comunicación oral enriqueciendo vocabulario Expresar con soltura ideas por escrito favorece la imaginación y la creatividad. Comprender lo que se lee nos enseña a pensar y a formar una actitud selectiva ante toda la información que desde tele y prensa nos bombardea.
Emilio Lledó, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades deja claro que: “nos metemos en un mundo tecnológico, de utilización de pequeñas informaciones puntuales que nos hacen creer que sabemos porque hemos sido informado de algo, pero lo importante es que los niños lean, que los profesores enseñen a entender las palabras, a reflexionar sobre ellas, a amarlas, para que no resbalen por frases hechas y expresiones conocidas que se usan sin pensar lo que significan”. ¡Chapó!
La lectura me ha permitido escribir, no sé si bien o mal puesto que no soy quién para juzgar. Simplemente lo que escribo me gusta y, de paso, me mantiene alerta, me obliga a investigar y disfruto con ello. En esta faena, “san Google” es buen aliado, amén de los libros que puedo consultar.
Con la lectura, la imaginación vuela a lugares lejanos o te introduce en la intimidad de los personajes con los que compartes sobresaltos, ilusiones, intrigas. El libro invita a reflexionar sobre temas variados, sobre coyunturas sociales o históricas. La temática que plantea un libro es muy rica. Novela, cuentos, relatos de viajes, ensayos múltiples, ciencia ficción, poesía… Hay para todos los sabores. ¿Problema? Saber descubrir qué queremos leer, si es que queremos. ¡Ánimo! que vale la pena bucear en los libros.
Y con la escritura el cerebro echa humo cuando lo azuzas y, si es necesario, lo pones a tope y resuella todo sofocado cuando se enfrenta a una empinada cuesta. Pero gracias a ello no se amuerma. ¿El cerebro? Este es el talón de Aquiles en esta apuesta, sobre todo cuando la edad va limitando fuerzas físicas y capacidades psíquicas.
En años anteriores, cuando ha llegado el Día del Libro, me he atrevido a escribir sobre la lectura, sobre su importancia, beneficios y bondades pero siempre me he dirigido, con intención o sin ella, al personal más joven, infancia y adolescencia, porque se presupone que son el terreno apropiado donde sembrar el placer de leer. Ciertamente lo son, pero el resto de población adulta también y, sobre todo, los más mayores como terapia.
Sin olvidarme de infancia y juventud, cambio de rumbo y me centro más en el colectivo de mayores. A lo largo de este año he dedicado algunos artículos a esa llamada, en tono deferente, “tercera edad”. Y como nuestro declive cerebral parece que se inicia antes de lo que creíamos, ello me vale para sugerir algunas pistas para paliar, en la medida de lo posible, dicho ocaso.
Ya soy mayor, aunque no abuelo –no tengo nietos–. Frente a la pasividad de la caja tonta apuesto por la actividad de leer y sobre todo, de escribir. Apetencias que permiten sentirse algo más vivo. En otras palabras, se trata de mantener el cerebro ocupado el máximo de tiempo posible para que no cree telarañas. Alimentar la actividad intelectual es de vital importancia.
Diversas investigaciones recomiendan estar siempre dispuesto a aprender, en el sentido más amplio de la palabra. ¿Cómo? Conviene evitar la rutina y la pasividad. La televisión es un declarado enemigo de nuestro cerebro porque goza de esas dos características, entre otras. Nos sentamos delante de la pantalla, oímos sin escuchar y vemos sin pensar. A lo más, daremos una cabezadita…
Hacer tareas mentales que mantengan la mollera ocupada favorecerá que las neuronas no se duerman. Los juegos de estrategias mentales y pasatiempos, como crucigramas, favorecen dicha tarea. “Apaga la tele, enciende tu mente” rezaba un grafiti hace algún tiempo en Atocha. No es mal consejo para niños, jóvenes y, sobre todo, mayores.
Las relaciones diarias con el grupo de amigos y conocidos son vitales, así como cambiar de ruta cuando salimos para no ir con el automático. Mantener una dieta equilibrada y controlar tanto alcohol como tabaco, nos ayudará al bienestar físico y mental. El reto es hacerse viejo con el máximo de calidad intelectual.
Pero vamos al asunto de estas cuartillas que no es otro que la lectura. La lectura es clave para el mantenimiento de las funciones cognitivas. Quien lee, vive. A determinada edad sufrimos los pies fríos, cuestión esta que fastidia bastante, y la cabeza caliente. Hay que tratar de darle la vuelta a la tortilla. Cabeza fría para pensar y decidir, pies calientes para disfrutar de cierto confort corporal.
Traigo a colación un interesante trabajo realizado en dos centros de salud primaria de Valencia y que puede, amén de darnos pistas, despertar cerebros y tocar en conciencias dormidas. La conclusión a la que llegan es contundente. “El hábito de la lectura es un factor protector de deterioro cognitivo y esta protección es más significativa en aquellos lectores frecuentes cuya historia de lectura supera los 5 años”. Para los reacios añado yo que “nunca es tarde si la dicha es buena”, aunque sea por los nietos, quien los tenga.
Bien es cierto que leer no está de moda, nunca lo estuvo y hasta convendré en que a los leedores se les mira de forma rara, en un entorno en el que prima Internet o el móvil que, en lugar de socializarnos, nos aíslan en la solitaria virtualidad. Parece que en España, según datos de los informes Pisa, leer y entender lo que se lee sigue siendo una carencia que arrastramos desde hace tiempo.
La lectura ejercita la inteligencia, la imaginación y la sensibilidad a la par que aumenta el conocimiento, enriquece el vocabulario y amplia el horizonte cultural del lector. Leer es descubrir mundos desconocidos, percibir emociones, soñar, crear ilusiones, potenciar la imaginación… ¡Dejemos rienda suelta a la mente!
Abrir las puertas de la lectura debe hacerse desde muy temprana edad, pero nunca es tarde para empezar. A los pequeños es relativamente fácil engancharlos con los cuentos. Aunque, seamos realistas: no puede transmitirse algo que no gusta o no se siente y la lectura si se impone es un fracaso.
El acto de leer no es innato, hay que cultivarlo. ¿Cómo podemos hacerlo? Debe quedar claro que a leer se aprende leyendo. La afirmación anterior suena a perogrullada pero es así de simple. Conforme vamos leyendo y entendiendo lo que leemos, nuestro horizonte se hace más ancho.
Un error. Siempre nos han vendido que hay que aprender a leer para estudiar y aunque ello sea cierto, estudiar suena a carga, a obligación, a imposición, a tormento. ¿Cómo despertar y estimular el deseo de leer? Un buen ejemplo vale más que mil palabras. En primera instancia, somos padres y profesores los que podemos transmitir entusiasmo o rechazo por la lectura. Los abuelos también pueden hacer más de lo que creen.
Algunos beneficios de la lectura: mejor comunicación oral enriqueciendo vocabulario; fomenta el diálogo con los demás; favorece la imaginación y la creatividad y permitirá expresar ideas por escrito. En definitiva, potenciar una actitud crítica frente a un entorno que nos manipula por todas partes se hace cada día más necesario.
Leer es comunicarse, soñar, imaginar, entretenerse, aprender, conocer, comprender, pensar, poder hablar mejor, adquirir con el tiempo una actitud crítica, auto-educarse. La lectura es una experiencia gratificante si somos capaces de zambullirnos en ella. Nadie dice que el camino sea fácil ni que el éxito esté garantizado por mucho entusiasmo que pongamos en ello. Pero vale la pena intentarlo.
Está claro que leer no consiste en juntar letras cuyo resultado sea amontonar palabras para seguir el hilo de una narración. Para ser un lector mediano hace falta algo más que agrupar palabras. Si no entiendo, no comprendo.
El lenguaje se adquiere en los primeros años de vida y en la adolescencia lo fijaremos. Para manejar dicha herramienta primero lo aprendemos por repetición en interacción con los mayores. En una siguiente etapa lo interiorizamos por aprendizaje del mismo hasta dominar las estructuras organizativas (gramaticales).
En resumen, para sacarle partido a los libros hay que gozar con la lectura que a su vez permitirá una mejor comunicación oral enriqueciendo vocabulario Expresar con soltura ideas por escrito favorece la imaginación y la creatividad. Comprender lo que se lee nos enseña a pensar y a formar una actitud selectiva ante toda la información que desde tele y prensa nos bombardea.
Emilio Lledó, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades deja claro que: “nos metemos en un mundo tecnológico, de utilización de pequeñas informaciones puntuales que nos hacen creer que sabemos porque hemos sido informado de algo, pero lo importante es que los niños lean, que los profesores enseñen a entender las palabras, a reflexionar sobre ellas, a amarlas, para que no resbalen por frases hechas y expresiones conocidas que se usan sin pensar lo que significan”. ¡Chapó!
PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO