“El PSOE habla como la derecha, ¿no lo ves?”. Esta frase me la acaba de decir mi padre, un hombre de campo extremeño que ha votado toda su vida al PSOE, que tenía a Felipe González y a Rodríguez Ibarra en su particular altar laico, y que me ha confesado que, por primera vez, cambiará su voto y votará por la coalición Unidos Podemos, la suma de Podemos, Izquierda Unida, Compromís, Equo y otros partidos progresistas.
“El PSOE habla como la derecha, ¿no lo ves por la tele?” es una frase sencilla que encierra una realidad palpable que nace de la epidermis de las bolsas de votantes tradicionales socialistas y que viene a explicar que el PSOE responde a la nueva realidad con una lógica conservadora, porque piensa que la gente no tiene derecho a cambiar su voto y, en lugar de ir contra las políticas de derechas y el PP, ha decidido hacer campaña contra la coalición de Podemos, IU, Compromís y otras fuerzas de la izquierda territorial con el mismo idioma que lo hace la derecha.
Mi padre, de 73 años, tiene un análisis de la realidad más progresista y elaborado –a pesar de su sencillez y de su poca formación académica– que el de Susana Díaz, Pedro Sánchez y Antonio Hernando, cuando deciden violar la memoria democrática de este país y atacar a la coalición Unidos Podemos con anticomunismo y discursos de miedo, en clave de derechas y no progresista.
Mi madre ya dejó de votar al PSOE, después de más de tres décadas siendo fiel al puño y la rosa, en las últimas elecciones del 20D. Lo hizo por “los comunistas” de Izquierda Unida, sin miedo y sin complejos, porque para ella ser comunista significa ser antifranquista, luchar por los derechos laborales a pie de fábrica y defender la libertad aunque esté prohibida.
De la misma manera, mis cuatro hermanos, también tradicionales votantes socialistas, han ido progresivamente dejando de votar al PSOE porque sus circunstancias vitales se han ido endureciendo y empobreciendo a la vez que el PSOE ha ido bunkerizándose y negándose a tomar medidas de raíz –sí, radicales– para combatir una extrema desigualdad y pobreza que hace que tres de mis hermanos hayan vuelto a casa de mis padres.
Parafraseando el título de un pequeño libro llamado No pienses en un elefante, escrito por el neurolingüista norteamericano George Lakoff, el PSOE debería dejar de pensar en Podemos y en la coalición del “reencuentro de los jóvenes comunistas”, como la ha definido Susana Díaz, para pensar en las nuevas bolsas de pobres y en gente tan sencilla como mi padre.
Mi familia responde a la realidad de un país en el que miles de familias trabajadoras y sencillas consiguieron progresar, comprarse un pisito, ir de vacaciones, comer pescado más de una vez por semana, enviar a algunos de sus hijos a la universidad y hasta comprarse algún caprichito. Y ahora, con la gestión de la crisis, han vuelto a la casilla de salida.
Lo peor no es el retroceso, sino la vulnerabilidad y la certeza de que la situación de empobrecimiento ha venido para quedarse, salvo que se remedie. Y ese cambio de voto de mi padre es la única forma que un hombre sencillo tiene de ponerle remedio a un horizonte que pinta gris para sus hijos y para su nieta, quien el año que viene marchará a estudiar fuera y que, para pagar las tasas y hacer selectividad, tendrá que pedirle a su abuela –mi madre– que se las pague porque a sus padres no les llega con los 900 euros al mes que entran en casa a dividir entre cuatro cabezas.
No es Podemos, no es IU, no es Compromís. No son los comunistas, no son las televisiones, no son las tácticas; no es Pablo Iglesias, no es Alberto Garzón, no es Mónica Oltra. No son los extremistas, no son los soviéticos, no es la gente enfadada. No es antipolítca, no es populismo, no es extremismo, no es odio al PSOE.
Es la pobreza, la desigualdad y la ruptura del pacto social de 1978 que tiene a mi padre compartiendo su raquítica pensión con tres de sus hijos como ocho de cada diez abuelos y abuelas de este país y a un tercio de la población española haciendo cola en los comedores sociales de Cáritas. No es extremismo: es la necesidad urgente de ponerle remedio a un horizonte tan negro.
“El PSOE habla como la derecha, ¿no lo ves por la tele?” es una frase sencilla que encierra una realidad palpable que nace de la epidermis de las bolsas de votantes tradicionales socialistas y que viene a explicar que el PSOE responde a la nueva realidad con una lógica conservadora, porque piensa que la gente no tiene derecho a cambiar su voto y, en lugar de ir contra las políticas de derechas y el PP, ha decidido hacer campaña contra la coalición de Podemos, IU, Compromís y otras fuerzas de la izquierda territorial con el mismo idioma que lo hace la derecha.
Mi padre, de 73 años, tiene un análisis de la realidad más progresista y elaborado –a pesar de su sencillez y de su poca formación académica– que el de Susana Díaz, Pedro Sánchez y Antonio Hernando, cuando deciden violar la memoria democrática de este país y atacar a la coalición Unidos Podemos con anticomunismo y discursos de miedo, en clave de derechas y no progresista.
Mi madre ya dejó de votar al PSOE, después de más de tres décadas siendo fiel al puño y la rosa, en las últimas elecciones del 20D. Lo hizo por “los comunistas” de Izquierda Unida, sin miedo y sin complejos, porque para ella ser comunista significa ser antifranquista, luchar por los derechos laborales a pie de fábrica y defender la libertad aunque esté prohibida.
De la misma manera, mis cuatro hermanos, también tradicionales votantes socialistas, han ido progresivamente dejando de votar al PSOE porque sus circunstancias vitales se han ido endureciendo y empobreciendo a la vez que el PSOE ha ido bunkerizándose y negándose a tomar medidas de raíz –sí, radicales– para combatir una extrema desigualdad y pobreza que hace que tres de mis hermanos hayan vuelto a casa de mis padres.
Parafraseando el título de un pequeño libro llamado No pienses en un elefante, escrito por el neurolingüista norteamericano George Lakoff, el PSOE debería dejar de pensar en Podemos y en la coalición del “reencuentro de los jóvenes comunistas”, como la ha definido Susana Díaz, para pensar en las nuevas bolsas de pobres y en gente tan sencilla como mi padre.
Mi familia responde a la realidad de un país en el que miles de familias trabajadoras y sencillas consiguieron progresar, comprarse un pisito, ir de vacaciones, comer pescado más de una vez por semana, enviar a algunos de sus hijos a la universidad y hasta comprarse algún caprichito. Y ahora, con la gestión de la crisis, han vuelto a la casilla de salida.
Lo peor no es el retroceso, sino la vulnerabilidad y la certeza de que la situación de empobrecimiento ha venido para quedarse, salvo que se remedie. Y ese cambio de voto de mi padre es la única forma que un hombre sencillo tiene de ponerle remedio a un horizonte que pinta gris para sus hijos y para su nieta, quien el año que viene marchará a estudiar fuera y que, para pagar las tasas y hacer selectividad, tendrá que pedirle a su abuela –mi madre– que se las pague porque a sus padres no les llega con los 900 euros al mes que entran en casa a dividir entre cuatro cabezas.
No es Podemos, no es IU, no es Compromís. No son los comunistas, no son las televisiones, no son las tácticas; no es Pablo Iglesias, no es Alberto Garzón, no es Mónica Oltra. No son los extremistas, no son los soviéticos, no es la gente enfadada. No es antipolítca, no es populismo, no es extremismo, no es odio al PSOE.
Es la pobreza, la desigualdad y la ruptura del pacto social de 1978 que tiene a mi padre compartiendo su raquítica pensión con tres de sus hijos como ocho de cada diez abuelos y abuelas de este país y a un tercio de la población española haciendo cola en los comedores sociales de Cáritas. No es extremismo: es la necesidad urgente de ponerle remedio a un horizonte tan negro.
RAÚL SOLÍS