Ellos lo tienen sonoramente más apropiado y agradable: Hispanistas. Y se dedican a hurgar en nuestras cosas; en aquellos trajines nuestros de antaño, mientras que nosotros, quizás porque suena como a tortilla y a patata cortada en redondo lo de ser Francesista, o Inglesista, y, por un principio de respeto hacia sus historiadores, primero le damos crédito a lo que dicen los de allá, antes de meternos nosotros en harina de opinar de asuntos concernientes a Francia o a Inglaterra.
Dicen hispanistas franceses que la herradura, la de calzar los caballos y demás a la hora de proteger las pezuñas, es un invento chino, que nuestros caballos y burros españoles (con perdón) caminaron descalzos hasta que llegó el siglo IX, y que los árabes galoparon a pezuña envuelta en cuero desde aquellos lugares arábigos orientales, hasta que llegaron a postrarse maravillados ante la Mezquita de Córdoba.
Tiempos están corriendo en los que ahora resulta que la cremallera la inventaron los gringos; el turrón, los catalanes franceses; el chocolate, los suizos; el perservativo, los romanos; el arco de herradura de los edificios y ventanales, dicen los hispanistas que nada de todo lo enumerado es peninsular; nada es ibérico. Y, a no tardar, cualquier erudito dirá que el botijo, la máquina más perfecta jamás inventada por el hombre para beber agua fresca bebible bajo un olivo o una higuera mientras se hace un alto en la tarea, seguramente dirán que la inventó un peluquero de Brooklyn.
Por el mero hecho de ser natural de un lugar, de vivir en él, no se tiene por qué tener una sapiencia especial respecto a los trajines acaecidos en otros tiempos. Pero del mismo modo que ningún grupo humano puede atribuirse a tener la patente de la invención del remo o de la vela, o de esquilar los animales de pelo o lana en la canícula, no es permisible aceptar de hispanista alguno, que algo tan de cajón como es la protección de las pezuñas de los caballos y burros, que se sabe que están acompañando al hombre por miles y miles de años, y que, con toda seguridad por muchos siglos que vengan por delante, siempre le deberemos más al burro que a la energía nuclear, neutrinos incluidos por miles de millones, siendo Andalucía de las primeras adelantadas en el conocimiento del hierro y otros metales, tuvieron que esperar nuestros antepasados a que llegaran los chinos a herrar aquellas caballerías, no las muchas empleadas para la guerra y la conquista, sino las que por milenios han estado junto al hombre aportándole más que cualquier artilugio mecánico moderno.
El día que por los ribazos del río Salado o del Guadalete aparezca una herradura entera o un cachito y la datemos con la ciencia que disponemos, ese día, ese momento, me volveré más intransigente hacia muchos hispanistas que se meten en nuestros asuntos con una superioridad que jode. ¡Ea, salud y felicidad!
Dicen hispanistas franceses que la herradura, la de calzar los caballos y demás a la hora de proteger las pezuñas, es un invento chino, que nuestros caballos y burros españoles (con perdón) caminaron descalzos hasta que llegó el siglo IX, y que los árabes galoparon a pezuña envuelta en cuero desde aquellos lugares arábigos orientales, hasta que llegaron a postrarse maravillados ante la Mezquita de Córdoba.
Tiempos están corriendo en los que ahora resulta que la cremallera la inventaron los gringos; el turrón, los catalanes franceses; el chocolate, los suizos; el perservativo, los romanos; el arco de herradura de los edificios y ventanales, dicen los hispanistas que nada de todo lo enumerado es peninsular; nada es ibérico. Y, a no tardar, cualquier erudito dirá que el botijo, la máquina más perfecta jamás inventada por el hombre para beber agua fresca bebible bajo un olivo o una higuera mientras se hace un alto en la tarea, seguramente dirán que la inventó un peluquero de Brooklyn.
Por el mero hecho de ser natural de un lugar, de vivir en él, no se tiene por qué tener una sapiencia especial respecto a los trajines acaecidos en otros tiempos. Pero del mismo modo que ningún grupo humano puede atribuirse a tener la patente de la invención del remo o de la vela, o de esquilar los animales de pelo o lana en la canícula, no es permisible aceptar de hispanista alguno, que algo tan de cajón como es la protección de las pezuñas de los caballos y burros, que se sabe que están acompañando al hombre por miles y miles de años, y que, con toda seguridad por muchos siglos que vengan por delante, siempre le deberemos más al burro que a la energía nuclear, neutrinos incluidos por miles de millones, siendo Andalucía de las primeras adelantadas en el conocimiento del hierro y otros metales, tuvieron que esperar nuestros antepasados a que llegaran los chinos a herrar aquellas caballerías, no las muchas empleadas para la guerra y la conquista, sino las que por milenios han estado junto al hombre aportándole más que cualquier artilugio mecánico moderno.
El día que por los ribazos del río Salado o del Guadalete aparezca una herradura entera o un cachito y la datemos con la ciencia que disponemos, ese día, ese momento, me volveré más intransigente hacia muchos hispanistas que se meten en nuestros asuntos con una superioridad que jode. ¡Ea, salud y felicidad!
JUAN ELADIO PALMIS