1969. Año de la celebración del mítico concierto que congrega a medio millón de jóvenes en Woodstock. El que cierra la década que supuso la revolución musical juvenil liderada por los Beatles y los Rolling Stones, dentro de los grupos, y por Bob Dylan, entre los cantantes. Solo leer el plantel de grupos y cantantes que actuaron en ese concierto –Neil Young, Joe Cocker, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Johnny Winter, Joan Baez, The Who, The Band, Grateful Dead, Jefferson Starship, Santana, Creedence Clearwater Revival, Crosby, Stills, Nash & Young…– nos hace ver que no es para nada exagerada la expresión de "revolución musical" aplicada a un campo que unifica a toda una generación: la música rock.
Tiempo de enorme creatividad: el espectro de los estilos musicales se amplía considerablemente y las innovaciones en este ámbito dan lugar a nuevos estilos que enriquecen un panorama en el que la imaginación y la innovación son dos de los pilares básicos de los mismos.
Por otro lado, la industria musical se hace consciente de que el diseño de las portadas de los discos y de los carteles que anuncian los conciertos forman parte ineludible de un mundo que se extiende entre los jóvenes de cualquier rincón del planeta.
En nuestro país, los aficionados ya empiezan a coleccionar vinilos, en formato single, EP (con cuatro temas) o elepés. Estos últimos, lógicamente, son los más deseados. Se da grandes saltos en el diseño de las carátulas, que, en algunos casos, se abren, lo que es indicio de que el diseño comienza a ser un valor que cotiza al alza.
Siguiendo el planteamiento de esta sección, en esta tercera entrega he querido seleccionar tres magníficas portadas que vieron la luz precisamente en el año 1969: dos de ellas muy conocidas por todos los aficionados a la música rock y la tercera, creo, que será identificada un número más reducido, aunque la traigo porque entronca con una línea de diseño próxima a la estética de la psicodelia, corriente que por entonces hace furor en las tierras de California.
De nuevo vuelvo a los Beatles acudiendo a un magnífico disco que apareció en 1969, es decir a finales de la gran década del pop y del rock. Me estoy refiriendo, cómo no, a Abbey Road. Mirando hacia atrás, hacía siete años, en 1962, que el grupo de Liverpool había sacado el sencillo Love Me Do, como prolegómeno de un fenómeno que nadie podía sospechar el impacto que alcanzaría y que se extendería como un reguero de pólvora por todos los rincones del planeta. Al año siguiente, en 1963, saldría el primer álbum del grupo: Please Please me, al que seguirían maravillas como Help!, Rubber Soul, Revolver o el ya comentado en el artículo que dio inicio a esta serie: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.
Y llegaría el que para mí es el mejor de todos ellos: Abbey Road, aunque entiendo que esto es una inclinación personal, puesto que la trayectoria que marcaron John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr ha quedado grabada como la cumbre de la música popular. En el disco se encuentran temas inolvidables como Come together, Something, I want you (she’s so heavy) o Here comes the sun.
No voy a extenderme en comentar uno de los grandes discos de los Beatles, puesto que cualquier aficionado lo ha escuchado y ha leído multitud de comentarios acerca del mismo. Sin embargo, quisiera explicar el proceso de creación de una portada que se convirtió en un verdadero icono del grupo de Liverpool.
Para la misma se acudió a la fotografía, técnica muy habitual en esa década. En ella aparecen los cuatro componentes caminando sobre un paso de peatones que se encuentra en el cruce de la calle Grove con la de Abbey Road, lugar donde se ubicaban los estudios en los que grabaron desde 1962.
El autor que planificó la fotografía, Ian McMillan, los presenta en un pequeño ángulo picado, de modo que la marcha la inicia John Lennon, vestido de blanco impoluto y con las manos metidas en los bolsillos; le seguía Ringo Starr, con traje negro, contrastando con la imagen de John; el tercero es Paul McCartney, que curiosamente camina descalzo y con un traje gris; cierra la marcha George Harrison, que porta pantalones y camisa vaquera.
Esta especie de marcha dio lugar a distintas leyendas urbanas. La que más se extendió es que los cuatro representaban un cortejo fúnebre. Así se decía que Paul había fallecido, por lo que caminaba con los ojos cerrados y descalzo, precedido por el predicador (Jonhn, de blanco) y por el enterrador (Ringo, de negro), cerrando George que asistía como un amigo al cortejo. Ciertamente, Paul no había fallecido, pero la prensa ya tuvo tema para llenar páginas durante días.
Otro hecho anecdótico es que el dueño del Wolkswagen ‘escarabajo’ de color blanco que aparecía en la foto solía aparcar en el mismo lugar diariamente, por lo que, tras la salida del disco fue objeto de varios robos por parte de los fans del grupo.
En el célebre concierto de 1969 que ofrecieron gratuitamente los Rolling Stones en Hyde Park ante unos 650.000 seguidores, les anteceden como teloneros un nuevo grupo que se había formado este mismo año, por lo que solo un puñado de aficionados los conocían. Su nombre: King Crimson.
Esta nueva banda liderada por un genio de la música, Robert Fripp, y con un magnífico letrista, Pete Sinfield, se caracteriza por tocar temas de larga duración, donde se mezclaban distintos estilos: jazz, rock, sonidos clásicos y en algunos momentos folk. Son los iniciadores de lo que pronto se llamaría como rock progresivo.
Graban su primer disco en octubre de ese año. Su título, In the Court of the Crimson King, hace referencia al nombre del grupo. A los cuatro meses de su salida llega al número cinco de las listas británicas, lo que supone responder a las expectativas que se habían creado alrededor del grupo. Inmediatamente son reclamados para realizar una gira de 18 conciertos en Estados Unidos.
El elepé se abría con 21st century schizoid man, que traducido al castellano (‘Hombre esquizoide del siglo 21’) hace referencia a la esquizofrenia cotidiana de los que vivimos en este siglo cargado de crisis continuas. Parece ser que Pete Sinfield no se equivocaba cuando en sus letras predijo este tipo de mundo. Y sobre esta concepción del hombre del futuro, Barry Godber diseño una genial portada que se convertiría en la carta de presentación de King Crimson.
Barry Godber era un joven programador informático muy hábil en el ámbito del dibujo. Sabedor de que el grupo King Crimson tenía previsto lanzar su primer disco al mercado, tuvo el coraje de presentarse con la lámina pintada en la que aparece el rostro de un personaje, con la boca totalmente abierta y transido de un dolor paranoide. Sería algo así como una nueva versión de El Grito de Munch y que respondía al espíritu doliente que se reflejaba a partir de los sonidos y las letras del nuevo disco.
Robert Fripp y los demás componentes se entusiasmaron con el dibujo, pres creían que verdaderamente quedaba reflejado el espíritu de los que deseaban transmitir con su música. Lamentablemente, Barry Godber no pudo conocer el alcance de una de las portadas que se hicieron más populares en el siglo pasado, dado que, a los pocos meses, y con solo 24 años, falleció de un ataque de corazón.
Desde entonces, la obra pertenece a Robert Fripp, que no se desprende de ella por ser la imagen que mejor representó al grupo encuadrado, unas veces, en el rock progresivo y, otras, en el rock sinfónico.
Quisiera cerrar esta vez con un disco por el que siento una especial veneración. Se trata de It’s a Beautiful Day, título que responde al nombre del grupo californiano que aparecería en los cuatro vinilos que publicaron en su corta existencia.
Lo cierto es que el líder de la banda, David LaFlamme, tras pasar antes por otras formaciones, decidió en 1967 montar una propia con su mujer Linda y otros cuatro amigos, con un sonido que seguiría la estela de aquellos que se les identificaba con la psicodelia, caso de Grateful Dead o de Jefferson Airplane.
En los inicios, su mánager, Matthew Katz, no les dejó que tocaran por San Francisco, debido a que consideraba que todavía no estaban suficientemente preparados, por lo que les buscó conciertos en la brumosa ciudad norteña de Seattle. El grupo se marchó a vivir a la ciudad, ocupando el ático de una vivienda del propio mánager, lugar en el que componían y ensayaban esperando una mejor oportunidad.
Puesto que Seattle es una de las ciudades más grises y lluviosas de Estados Unidos, el grupo se sintió influido por un clima tan opuesto al de California. Sin embargo, de este clima surge el nombre del grupo, cuando al salir de casa, y tras varios días sin ver la luz del sol, Linda de pronto le dice a David LaFlamme “It´s a beautil day” (Es un hermoso día). Se miraron y llegaron al acuerdo que ese sería el nombre definitivo del grupo.
De vuelta a California graban su primer disco, en el que se mezclaban rock, jazz, folk, clásica y otras músicas que evocaban diversos países. En él se podían escuchar bellas canciones como White bird, Bombay calling, Bulgaria, Time is… Un sorprendente elepé en el que el lirismo se mezclaba con la multitud de sonidos que de fondo expresaban un claro optimismo juvenil.
Pero era necesario traducir ese vitalismo en la carátula del disco. Para ello contaron con la colaboración de George Hunter, responsable de la agencia de diseño Globe, que fue quien planificó la idea de una chica de pie en lo alto de una montaña rocosa y, con los brazos hacia atrás, contemplando el horizonte con mirada serena.
Para el acabado de la portada, Hunter le pidió ayuda al pintor Kent Hollister. Lo cierto es que esta imagen se basa en los trabajos de Maxfield Parrish, uno de los artistas más apreciados de la denominada Edad de Oro de la ilustración estadounidense, ya que sus cuadros y dibujos aparecían en libros, calendarios, revistas y anuncios publicitarios. Así, en una encuesta realizada en 1925, la respuesta dada por el público al que se le pedía su opinión afirmaba que los tres artistas más grandes de todos los tiempos eran Van Gogh, Cézanne y Parrish.
Por mi parte tengo que reconocer que toda la creatividad de It´s a Beautiful Day se concentró en su primer disco, pues el siguiente, tanto la música como el diseño ya no respondieron a las expectativas que nos habíamos creado quienes nos entusiasmamos con esa bella estampa de una chica en un día soleado y luminoso.
Tiempo de enorme creatividad: el espectro de los estilos musicales se amplía considerablemente y las innovaciones en este ámbito dan lugar a nuevos estilos que enriquecen un panorama en el que la imaginación y la innovación son dos de los pilares básicos de los mismos.
Por otro lado, la industria musical se hace consciente de que el diseño de las portadas de los discos y de los carteles que anuncian los conciertos forman parte ineludible de un mundo que se extiende entre los jóvenes de cualquier rincón del planeta.
En nuestro país, los aficionados ya empiezan a coleccionar vinilos, en formato single, EP (con cuatro temas) o elepés. Estos últimos, lógicamente, son los más deseados. Se da grandes saltos en el diseño de las carátulas, que, en algunos casos, se abren, lo que es indicio de que el diseño comienza a ser un valor que cotiza al alza.
Siguiendo el planteamiento de esta sección, en esta tercera entrega he querido seleccionar tres magníficas portadas que vieron la luz precisamente en el año 1969: dos de ellas muy conocidas por todos los aficionados a la música rock y la tercera, creo, que será identificada un número más reducido, aunque la traigo porque entronca con una línea de diseño próxima a la estética de la psicodelia, corriente que por entonces hace furor en las tierras de California.
De nuevo vuelvo a los Beatles acudiendo a un magnífico disco que apareció en 1969, es decir a finales de la gran década del pop y del rock. Me estoy refiriendo, cómo no, a Abbey Road. Mirando hacia atrás, hacía siete años, en 1962, que el grupo de Liverpool había sacado el sencillo Love Me Do, como prolegómeno de un fenómeno que nadie podía sospechar el impacto que alcanzaría y que se extendería como un reguero de pólvora por todos los rincones del planeta. Al año siguiente, en 1963, saldría el primer álbum del grupo: Please Please me, al que seguirían maravillas como Help!, Rubber Soul, Revolver o el ya comentado en el artículo que dio inicio a esta serie: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.
Y llegaría el que para mí es el mejor de todos ellos: Abbey Road, aunque entiendo que esto es una inclinación personal, puesto que la trayectoria que marcaron John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr ha quedado grabada como la cumbre de la música popular. En el disco se encuentran temas inolvidables como Come together, Something, I want you (she’s so heavy) o Here comes the sun.
No voy a extenderme en comentar uno de los grandes discos de los Beatles, puesto que cualquier aficionado lo ha escuchado y ha leído multitud de comentarios acerca del mismo. Sin embargo, quisiera explicar el proceso de creación de una portada que se convirtió en un verdadero icono del grupo de Liverpool.
Para la misma se acudió a la fotografía, técnica muy habitual en esa década. En ella aparecen los cuatro componentes caminando sobre un paso de peatones que se encuentra en el cruce de la calle Grove con la de Abbey Road, lugar donde se ubicaban los estudios en los que grabaron desde 1962.
El autor que planificó la fotografía, Ian McMillan, los presenta en un pequeño ángulo picado, de modo que la marcha la inicia John Lennon, vestido de blanco impoluto y con las manos metidas en los bolsillos; le seguía Ringo Starr, con traje negro, contrastando con la imagen de John; el tercero es Paul McCartney, que curiosamente camina descalzo y con un traje gris; cierra la marcha George Harrison, que porta pantalones y camisa vaquera.
Esta especie de marcha dio lugar a distintas leyendas urbanas. La que más se extendió es que los cuatro representaban un cortejo fúnebre. Así se decía que Paul había fallecido, por lo que caminaba con los ojos cerrados y descalzo, precedido por el predicador (Jonhn, de blanco) y por el enterrador (Ringo, de negro), cerrando George que asistía como un amigo al cortejo. Ciertamente, Paul no había fallecido, pero la prensa ya tuvo tema para llenar páginas durante días.
Otro hecho anecdótico es que el dueño del Wolkswagen ‘escarabajo’ de color blanco que aparecía en la foto solía aparcar en el mismo lugar diariamente, por lo que, tras la salida del disco fue objeto de varios robos por parte de los fans del grupo.
En el célebre concierto de 1969 que ofrecieron gratuitamente los Rolling Stones en Hyde Park ante unos 650.000 seguidores, les anteceden como teloneros un nuevo grupo que se había formado este mismo año, por lo que solo un puñado de aficionados los conocían. Su nombre: King Crimson.
Esta nueva banda liderada por un genio de la música, Robert Fripp, y con un magnífico letrista, Pete Sinfield, se caracteriza por tocar temas de larga duración, donde se mezclaban distintos estilos: jazz, rock, sonidos clásicos y en algunos momentos folk. Son los iniciadores de lo que pronto se llamaría como rock progresivo.
Graban su primer disco en octubre de ese año. Su título, In the Court of the Crimson King, hace referencia al nombre del grupo. A los cuatro meses de su salida llega al número cinco de las listas británicas, lo que supone responder a las expectativas que se habían creado alrededor del grupo. Inmediatamente son reclamados para realizar una gira de 18 conciertos en Estados Unidos.
El elepé se abría con 21st century schizoid man, que traducido al castellano (‘Hombre esquizoide del siglo 21’) hace referencia a la esquizofrenia cotidiana de los que vivimos en este siglo cargado de crisis continuas. Parece ser que Pete Sinfield no se equivocaba cuando en sus letras predijo este tipo de mundo. Y sobre esta concepción del hombre del futuro, Barry Godber diseño una genial portada que se convertiría en la carta de presentación de King Crimson.
Barry Godber era un joven programador informático muy hábil en el ámbito del dibujo. Sabedor de que el grupo King Crimson tenía previsto lanzar su primer disco al mercado, tuvo el coraje de presentarse con la lámina pintada en la que aparece el rostro de un personaje, con la boca totalmente abierta y transido de un dolor paranoide. Sería algo así como una nueva versión de El Grito de Munch y que respondía al espíritu doliente que se reflejaba a partir de los sonidos y las letras del nuevo disco.
Robert Fripp y los demás componentes se entusiasmaron con el dibujo, pres creían que verdaderamente quedaba reflejado el espíritu de los que deseaban transmitir con su música. Lamentablemente, Barry Godber no pudo conocer el alcance de una de las portadas que se hicieron más populares en el siglo pasado, dado que, a los pocos meses, y con solo 24 años, falleció de un ataque de corazón.
Desde entonces, la obra pertenece a Robert Fripp, que no se desprende de ella por ser la imagen que mejor representó al grupo encuadrado, unas veces, en el rock progresivo y, otras, en el rock sinfónico.
Quisiera cerrar esta vez con un disco por el que siento una especial veneración. Se trata de It’s a Beautiful Day, título que responde al nombre del grupo californiano que aparecería en los cuatro vinilos que publicaron en su corta existencia.
Lo cierto es que el líder de la banda, David LaFlamme, tras pasar antes por otras formaciones, decidió en 1967 montar una propia con su mujer Linda y otros cuatro amigos, con un sonido que seguiría la estela de aquellos que se les identificaba con la psicodelia, caso de Grateful Dead o de Jefferson Airplane.
En los inicios, su mánager, Matthew Katz, no les dejó que tocaran por San Francisco, debido a que consideraba que todavía no estaban suficientemente preparados, por lo que les buscó conciertos en la brumosa ciudad norteña de Seattle. El grupo se marchó a vivir a la ciudad, ocupando el ático de una vivienda del propio mánager, lugar en el que componían y ensayaban esperando una mejor oportunidad.
Puesto que Seattle es una de las ciudades más grises y lluviosas de Estados Unidos, el grupo se sintió influido por un clima tan opuesto al de California. Sin embargo, de este clima surge el nombre del grupo, cuando al salir de casa, y tras varios días sin ver la luz del sol, Linda de pronto le dice a David LaFlamme “It´s a beautil day” (Es un hermoso día). Se miraron y llegaron al acuerdo que ese sería el nombre definitivo del grupo.
De vuelta a California graban su primer disco, en el que se mezclaban rock, jazz, folk, clásica y otras músicas que evocaban diversos países. En él se podían escuchar bellas canciones como White bird, Bombay calling, Bulgaria, Time is… Un sorprendente elepé en el que el lirismo se mezclaba con la multitud de sonidos que de fondo expresaban un claro optimismo juvenil.
Pero era necesario traducir ese vitalismo en la carátula del disco. Para ello contaron con la colaboración de George Hunter, responsable de la agencia de diseño Globe, que fue quien planificó la idea de una chica de pie en lo alto de una montaña rocosa y, con los brazos hacia atrás, contemplando el horizonte con mirada serena.
Para el acabado de la portada, Hunter le pidió ayuda al pintor Kent Hollister. Lo cierto es que esta imagen se basa en los trabajos de Maxfield Parrish, uno de los artistas más apreciados de la denominada Edad de Oro de la ilustración estadounidense, ya que sus cuadros y dibujos aparecían en libros, calendarios, revistas y anuncios publicitarios. Así, en una encuesta realizada en 1925, la respuesta dada por el público al que se le pedía su opinión afirmaba que los tres artistas más grandes de todos los tiempos eran Van Gogh, Cézanne y Parrish.
Por mi parte tengo que reconocer que toda la creatividad de It´s a Beautiful Day se concentró en su primer disco, pues el siguiente, tanto la música como el diseño ya no respondieron a las expectativas que nos habíamos creado quienes nos entusiasmamos con esa bella estampa de una chica en un día soleado y luminoso.
AURELIANO SÁINZ