Lo escucha uno por la calle: “Claro, como ahora toman mucho yogur, por eso están así de fuertes y decididos…”. Suelo guardar silencio al respecto, porque para eso tengo la enorme suerte de disponer de un teclado, y después de una ventana digital para airear lo que uno opina o piensa.
La generación de aquella tremenda, triste y oscura posguerra civil en la que, desconocedor de todo eso, el duende de la vida me eligió para nacer –seguramente entre una larga cola de candidatos a la vida– corriendo el año del cuarenta y dos con el mil novecientos por delante, recién iniciado el solsticio de invierno, como la única prisa urgente de aquellos y muchos más posteriores años fue el comer, el gastar tinta y papel para las inscripciones de los nacimientos, en la realidad más pura, ante una mortalidad infantil de las de las de país “protegido y apostolado”, suele dar como resultado que a más de uno nos ha pasado, o que el cura estaba haciendo la digestión y no estaba para gaitas, o te ponía el día de nacimiento que estimaba mejor en concordancia con tu onomástica.
Y todo este largo preámbulo, tan solo es para indicar que en las pasadas elecciones a que seamos el hazmerreír de los partidos políticos españoles que nos están tratando seguramente como nos merecemos, mozos del cuarenta y dos, en la mesa electoral en la que fui demandado a votar, estábamos cuatro bailaos; todo lo demás, y eso que dicen que uno vive en una barrio de viejos, era gente con nacimientos muy por encima del año que más arriba cito.
Según unas fuentes históricas u otras, pero todas concordantes en que con mucho más de sesenta años de aquellos, el cordobés o granadino –vaya usted a saber– Gonzalo Jiménez de Quesada, se sentó a la silla de su caballo y, cordillera arriba, aquella dura cordillera colombiana, se puso a buscar El Dorado que, por centurias, fue obsesión de conquistadores de a caballo y, después, modernamente, en avioneta, porque el tesoro, el oro, es un elemento de motivación tremendo.
Saltando la océana mar hacia este levante y dejando de lado consideraciones históricas y guerreras en las que nunca encaja con credibilidad en ningún contexto histórico el oriental Musa, Musa Ibn Mosair, del por qué disponía y mandaba sobre todo un cuerpo de ejército del que nada se sabe la razón de su encumbramiento en tan elevado mando, si damos por hecho que el sobado Musa, que nadie acierta con su persona, como pasa cuando vas a una ventanilla pública española, excepto a la de Hacienda, con tus datos, parece ser que fue para el año del setecientos once de nuestra era y cuenta del tiempo, cuando los rifeños marroquíes cruzaron unos miles de ellos estrecho de Gibraltar hacia el norte, el citado militar o enviado religioso Musa, como al parecer había nacido en la Meca corriendo el año del seiscientos cuarenta, tenía, por tanto, setenta y un años cuando, sin papeles godos, cruzó el citado Estrecho hacia el norte, después, probablemente en un largo proceso de tiempo de haberse tirado al cuerpo los cinco mil kilómetros que muy bien los puede haber desde la Meca a la zona gibraltareña.
Entonces –podíamos poner muchos ejemplos más– podemos ver que el yogur tendrá sus milagros, pero se suele echar en el olvido que los españoles, durante el proceso involutivo que para todo efecto tuvo el franquismo, conllevó que pasados los cincuenta años de aquellos de destino en lo universal, se sacaba a los abuelos en un capazo al sol.
Pero, leyendo la crónica anterior a este periodo, insisto, involutivo en todo, se encuentra uno con longevidades a los que no nos ha tenido acostumbrados un periodo oscuro de una España que difícilmente sabe lo que realmente quiere, si realmente quiere algo que no sea el vivir del cuento y que el dinero le entre por la chimenea de la especulación o el abuso.
Y ya puestos, cada vez pierde más, se queda con menos fuerza, el dicho ese popular que circula de que España está muy mal informada, y no sabe bien qué votar, porque desconoce los asuntos. Yo creo que no hay un hombre en toda España que no haya oído escuchar y no sepa quién es Messi; o qué mujer no sabe quién es La Pantoja. Y si se han preocupado de conocer ambas personas, es porque tienen capacidad de curiosidad suficiente como para ver qué es lo que necesitamos los necesitados de España.
Porque los políticos lo que necesitan se lo llevan, o por arriba o por debajo de la mesa, y aquí no ha pasado nada.
Salud y Felicidad.
La generación de aquella tremenda, triste y oscura posguerra civil en la que, desconocedor de todo eso, el duende de la vida me eligió para nacer –seguramente entre una larga cola de candidatos a la vida– corriendo el año del cuarenta y dos con el mil novecientos por delante, recién iniciado el solsticio de invierno, como la única prisa urgente de aquellos y muchos más posteriores años fue el comer, el gastar tinta y papel para las inscripciones de los nacimientos, en la realidad más pura, ante una mortalidad infantil de las de las de país “protegido y apostolado”, suele dar como resultado que a más de uno nos ha pasado, o que el cura estaba haciendo la digestión y no estaba para gaitas, o te ponía el día de nacimiento que estimaba mejor en concordancia con tu onomástica.
Y todo este largo preámbulo, tan solo es para indicar que en las pasadas elecciones a que seamos el hazmerreír de los partidos políticos españoles que nos están tratando seguramente como nos merecemos, mozos del cuarenta y dos, en la mesa electoral en la que fui demandado a votar, estábamos cuatro bailaos; todo lo demás, y eso que dicen que uno vive en una barrio de viejos, era gente con nacimientos muy por encima del año que más arriba cito.
Según unas fuentes históricas u otras, pero todas concordantes en que con mucho más de sesenta años de aquellos, el cordobés o granadino –vaya usted a saber– Gonzalo Jiménez de Quesada, se sentó a la silla de su caballo y, cordillera arriba, aquella dura cordillera colombiana, se puso a buscar El Dorado que, por centurias, fue obsesión de conquistadores de a caballo y, después, modernamente, en avioneta, porque el tesoro, el oro, es un elemento de motivación tremendo.
Saltando la océana mar hacia este levante y dejando de lado consideraciones históricas y guerreras en las que nunca encaja con credibilidad en ningún contexto histórico el oriental Musa, Musa Ibn Mosair, del por qué disponía y mandaba sobre todo un cuerpo de ejército del que nada se sabe la razón de su encumbramiento en tan elevado mando, si damos por hecho que el sobado Musa, que nadie acierta con su persona, como pasa cuando vas a una ventanilla pública española, excepto a la de Hacienda, con tus datos, parece ser que fue para el año del setecientos once de nuestra era y cuenta del tiempo, cuando los rifeños marroquíes cruzaron unos miles de ellos estrecho de Gibraltar hacia el norte, el citado militar o enviado religioso Musa, como al parecer había nacido en la Meca corriendo el año del seiscientos cuarenta, tenía, por tanto, setenta y un años cuando, sin papeles godos, cruzó el citado Estrecho hacia el norte, después, probablemente en un largo proceso de tiempo de haberse tirado al cuerpo los cinco mil kilómetros que muy bien los puede haber desde la Meca a la zona gibraltareña.
Entonces –podíamos poner muchos ejemplos más– podemos ver que el yogur tendrá sus milagros, pero se suele echar en el olvido que los españoles, durante el proceso involutivo que para todo efecto tuvo el franquismo, conllevó que pasados los cincuenta años de aquellos de destino en lo universal, se sacaba a los abuelos en un capazo al sol.
Pero, leyendo la crónica anterior a este periodo, insisto, involutivo en todo, se encuentra uno con longevidades a los que no nos ha tenido acostumbrados un periodo oscuro de una España que difícilmente sabe lo que realmente quiere, si realmente quiere algo que no sea el vivir del cuento y que el dinero le entre por la chimenea de la especulación o el abuso.
Y ya puestos, cada vez pierde más, se queda con menos fuerza, el dicho ese popular que circula de que España está muy mal informada, y no sabe bien qué votar, porque desconoce los asuntos. Yo creo que no hay un hombre en toda España que no haya oído escuchar y no sepa quién es Messi; o qué mujer no sabe quién es La Pantoja. Y si se han preocupado de conocer ambas personas, es porque tienen capacidad de curiosidad suficiente como para ver qué es lo que necesitamos los necesitados de España.
Porque los políticos lo que necesitan se lo llevan, o por arriba o por debajo de la mesa, y aquí no ha pasado nada.
Salud y Felicidad.
JUAN ELADIO PALMIS