Los hay, ilusos, que defienden la paz armada; que están totalmente convencidos por las multinacionales del armamento, empresas que ocupan el segundo rango mundial en facturación después de las que controlan los alimentos; que así, habiendo una sociedad armada hasta los dientes, nunca más habrá una guerra.
Porque, claro, para nosotros solo es guerra aquello que nos afecta directamente bajo nuestros techos, pero el hecho de que se esté matando a diario a gentes fuera de nuestras fronteras gracias a todas esas armas fabricadas para la paz estable, no es guerra.
Escribir de estos tristes asuntos, es contar de antemano que pocos van a ser los lectores que van a llegar al final de los renglones, y antes van a pensar que ellos no pueden hacer nada; que no podemos hacer absolutamente nada, y debemos seguir como vamos, que vamos muy bien mientras que no nos toque bailar la bárbara música mortal de las bombas, las más de las veces consideradas como el mejor remedio para solucionar males; asunto que no ha acontecido ni con bárbara deflagración atómica en Japón.
Todos sabemos que por la fuerza de las armas o por la fuerza bruta, a lo largo de toda nuestra historia nunca se ha hecho o ha cuajado algo que sea beneficioso para la colectividad; pero eso no quita que nuestros amados políticos actuales sigan empeñados en la perra de querer meternos las dos piernas por un solo calzón, y demostrarnos que ellos son los únicos capacitados para opinar y actuar, y que lo correcto es lo suyo, lejos de cualquier error, despilfarro y robo, y que administran los recursos como nunca, anteriormente a ellos, haya nadie administrado.
Nuestros amados políticos desconocen, en su incultura social, que aunque se aparenta que somos un pueblo vencido políticamente, con todos nuestros recursos y capacidad de resistencia vencida, están del todo equivocados, y por eso les da pavor analizar cualquier página histórica del largo plazo del proceder de los pueblos.
Acabo de regresar de mi admirada Andalucía que siempre y, probablemente desde muchos siempres atrás, en este conjunto social ibérico, es el corazón que protagoniza todos los inicios de los cambios sociales, y ahora, aunque los medios de comunicación, los perversos medios de comunicación que nos ha tocado sufrir, intenten espejear otro posicionamiento, Andalucía se está mirando a sí misma, y no está conforme, ni por asomo, con aquello que otros dicen por su boca.
Sencillamente porque la boca andaluza está pensando en otros menesteres muy diferentes a lo que se llama el pensamiento oficial que emana de una Junta obsoleta, que ha cansado y aburrido a todos y cada uno de los andaluces, por mucho que intenten gritar los del voto cautivo y demás invitados a la fiesta donde solo tocan pelo los de la herencia atada y bien atada, aunque intenten vestir de camuflaje de señoritos sociales.
El olivar, la viña, la riqueza, el poderío, se palpa y se ve en Andalucía por todas partes. La desorganización, el robo, el despilfarro y, hasta como un desprecio hacia el pueblo y las gentes, se palpa y también se ve paseando simplemente los ojos por aquellos hermosos contornos andaluces, y platicando con sus gentes, donde se advierte poderosa que la capacidad de resistencia de su pueblo no está ni indiferente ni agotada.
Y eso es algo que alegra a todos los que seguimos sin darle solución a la tremenda pregunta de cómo se pueden pasar penurias en una tierra donde hasta los montes están poblados de árboles que dan energía vital como es el aceite, que de tenerlos otro país tendríamos que comprarlo en las farmacias como remedio.
La mixtura de las ambas cosas: convencer y regir sin mandar ni imponer a criterio de, generalmente, los menos aptos sociales últimamente, está quedándose con el culo al aire social; y, aunque puedan existir gente estúpida que el paso de unos pocos decenios de años los haya convencido que la cosa de su inoperatividad es para la eternidad, que nunca se va a producir el necesario cambio para que las cosas discurran por otros conceptos y caminos, quizás, con mayor basamento que nunca, porque la cultura política está arraigando con fuerza en la ya culta Andalucía de letras, armando la plática de sus gentes.
Ambas cosas, la cultura del saber y la cultura política de lo que conviene a los pueblos, juntas, que se van vislumbrando con fuerza en la Andalucía rural, son perfectamente capaces para hacerle frente y domesticar a un sistema que se ha quitado todos los antifaces de aparente amabilidad y ha dejado al descubierto su agresiva cara de que le importa un comino que la gente muera bajo las bombas, o que se mueran ahogadas en el Mediterráneo, y encima con la desfachatez de que sus últimos estertores no sean aplaudir al sistema.
Salvando las distancias, la agónica involución que se estaba produciendo en la cultura social andaluza, ahora, a modo y manera de la cultura ateniense, está pacíficamente presente en las localidades andaluzas, y los criterios imperiales a la romana, o a la castellana o la yanqui, por citar algunas, pueden estar presente en virtud de su diaria imposición en las mismas gentes.
Pero el final, aunque parezca casi imposible, está en manos de gentes como los que se están tranquilamente intranquilos, llenándose de cultura social, para no perder la mucha dignidad que como pueblo y gente le queda a esa Andalucía amable. Salud y Felicidad.
Porque, claro, para nosotros solo es guerra aquello que nos afecta directamente bajo nuestros techos, pero el hecho de que se esté matando a diario a gentes fuera de nuestras fronteras gracias a todas esas armas fabricadas para la paz estable, no es guerra.
Escribir de estos tristes asuntos, es contar de antemano que pocos van a ser los lectores que van a llegar al final de los renglones, y antes van a pensar que ellos no pueden hacer nada; que no podemos hacer absolutamente nada, y debemos seguir como vamos, que vamos muy bien mientras que no nos toque bailar la bárbara música mortal de las bombas, las más de las veces consideradas como el mejor remedio para solucionar males; asunto que no ha acontecido ni con bárbara deflagración atómica en Japón.
Todos sabemos que por la fuerza de las armas o por la fuerza bruta, a lo largo de toda nuestra historia nunca se ha hecho o ha cuajado algo que sea beneficioso para la colectividad; pero eso no quita que nuestros amados políticos actuales sigan empeñados en la perra de querer meternos las dos piernas por un solo calzón, y demostrarnos que ellos son los únicos capacitados para opinar y actuar, y que lo correcto es lo suyo, lejos de cualquier error, despilfarro y robo, y que administran los recursos como nunca, anteriormente a ellos, haya nadie administrado.
Nuestros amados políticos desconocen, en su incultura social, que aunque se aparenta que somos un pueblo vencido políticamente, con todos nuestros recursos y capacidad de resistencia vencida, están del todo equivocados, y por eso les da pavor analizar cualquier página histórica del largo plazo del proceder de los pueblos.
Acabo de regresar de mi admirada Andalucía que siempre y, probablemente desde muchos siempres atrás, en este conjunto social ibérico, es el corazón que protagoniza todos los inicios de los cambios sociales, y ahora, aunque los medios de comunicación, los perversos medios de comunicación que nos ha tocado sufrir, intenten espejear otro posicionamiento, Andalucía se está mirando a sí misma, y no está conforme, ni por asomo, con aquello que otros dicen por su boca.
Sencillamente porque la boca andaluza está pensando en otros menesteres muy diferentes a lo que se llama el pensamiento oficial que emana de una Junta obsoleta, que ha cansado y aburrido a todos y cada uno de los andaluces, por mucho que intenten gritar los del voto cautivo y demás invitados a la fiesta donde solo tocan pelo los de la herencia atada y bien atada, aunque intenten vestir de camuflaje de señoritos sociales.
El olivar, la viña, la riqueza, el poderío, se palpa y se ve en Andalucía por todas partes. La desorganización, el robo, el despilfarro y, hasta como un desprecio hacia el pueblo y las gentes, se palpa y también se ve paseando simplemente los ojos por aquellos hermosos contornos andaluces, y platicando con sus gentes, donde se advierte poderosa que la capacidad de resistencia de su pueblo no está ni indiferente ni agotada.
Y eso es algo que alegra a todos los que seguimos sin darle solución a la tremenda pregunta de cómo se pueden pasar penurias en una tierra donde hasta los montes están poblados de árboles que dan energía vital como es el aceite, que de tenerlos otro país tendríamos que comprarlo en las farmacias como remedio.
La mixtura de las ambas cosas: convencer y regir sin mandar ni imponer a criterio de, generalmente, los menos aptos sociales últimamente, está quedándose con el culo al aire social; y, aunque puedan existir gente estúpida que el paso de unos pocos decenios de años los haya convencido que la cosa de su inoperatividad es para la eternidad, que nunca se va a producir el necesario cambio para que las cosas discurran por otros conceptos y caminos, quizás, con mayor basamento que nunca, porque la cultura política está arraigando con fuerza en la ya culta Andalucía de letras, armando la plática de sus gentes.
Ambas cosas, la cultura del saber y la cultura política de lo que conviene a los pueblos, juntas, que se van vislumbrando con fuerza en la Andalucía rural, son perfectamente capaces para hacerle frente y domesticar a un sistema que se ha quitado todos los antifaces de aparente amabilidad y ha dejado al descubierto su agresiva cara de que le importa un comino que la gente muera bajo las bombas, o que se mueran ahogadas en el Mediterráneo, y encima con la desfachatez de que sus últimos estertores no sean aplaudir al sistema.
Salvando las distancias, la agónica involución que se estaba produciendo en la cultura social andaluza, ahora, a modo y manera de la cultura ateniense, está pacíficamente presente en las localidades andaluzas, y los criterios imperiales a la romana, o a la castellana o la yanqui, por citar algunas, pueden estar presente en virtud de su diaria imposición en las mismas gentes.
Pero el final, aunque parezca casi imposible, está en manos de gentes como los que se están tranquilamente intranquilos, llenándose de cultura social, para no perder la mucha dignidad que como pueblo y gente le queda a esa Andalucía amable. Salud y Felicidad.
JUAN ELADIO PALMIS