De la violencia en el fútbol ya hice referencia hace un tiempo. Aquella situación tenía visos de horrenda catástrofe. Bien es cierto que alrededor de este deporte siempre ha existido un ambiente enrarecido entre hinchas, clubes, contra árbitros y contra algún jugador, sobre todo cuando perdía “mi equipo”.
Los casos de derramamiento de sangre eran más contados. El tema de los insultos, por desgracia, siempre ha estado en el candelero, digamos que como cuestión rutinaria. Con ello no justifico ninguna de estas variables. Solo intento hacer un somero recuento de los dislates que concurren en el llamado “deporte rey”. La violencia en las gradas de los campos de fútbol y aledaños se ha extendido como una mala plaga. Siendo algo pesimista, pregunto: ¿y dónde no?
Es una enfermedad grave que hace tiempo invadió nuestro entorno social, quizás porque si no montamos bronca, no hay diversión; tal vez porque hemos perdido el respeto más elemental a las otras personas o, quizás, porque ejercer violencia, incluso hasta el punto de matar, no sale caro. Quizás porque nos divierte jugar al límite y vivir peligrosamente. Vivir puede ser una aventura pero ¿tan poco valor tiene una vida?
Violencia gratuita, violencia como deporte, como divertimento. No son cuatro novatos sin oficio ni beneficio; no son grupos tildados de “antisistema”; no son desarraigados camorristas. Son, la mayoría de ellos, brutos crecidos que están por montar la trifulca a costa de todo lo que se ponga por delante. Si no descargo (desahogo), no me divierto.
Esta violencia es un comportamiento deliberado que provoca, o puede provocar, daños a otros seres y va asociada, aunque no solo, con la agresión física, psicológica, emocional o política, a través de amenazas, ofensas o acciones. ¿Cosa de ultras? No solamente.
Vivimos en un tipo de sociedad que alimenta el enfrentamiento, la rivalidad y promueve a toda costa la competitividad. Aquí se equivocó la LOGSE, aquella ley educativa que establecía que lo importante no era ganar, sino participar. Suena muy bonito pero no es cierto.
La violencia es el comportamiento más antidemocrático de todos, porque supone abuso, dominio, desprecio, anulación e incluso, en ocasiones desafortunadas, la muerte del otro. Ello no es razón suficiente para que sea compañera de viaje en la calle, en la política, en el deporte y no digamos en el cine o en la tele y, sobre todo, en las redes “suciales”.
Lamentable, pero cierto. Hasta no hace mucho se creía que la revoltosa hinchada estaba formada por gente joven. El último caso sangriento, el del Deportivo en el 2014, dio una media de edad de los “broncosos” algo más alta, pues oscilaban entre 25 y 35 años y no había menores entre ellos.
También quedó medio claro, en aquellos incidentes, que los grupos de radicales, tanto de derechas como de izquierdas, pasan de ideología y solo les mueve la violencia y el montar bronca. Solo les une su pasión por la brutalidad. Y el fútbol es la coartada perfecta para cometer todo tipo de delitos.
No soy futbolero y, por tanto, no tengo intereses partidistas en este tema. Si hablo de este deporte solo me guía el deseo de transmitir algo de cordura al personal. Muchas veces he clamado en mis páginas por una educación en valores elementales como el respeto a los demás. Valores que, insisto, compete transmitirlos también a los padres. Poco o nulo ejemplo están dando los susodichos padres si ellos pasan olímpicamente de dicho respeto delante de sus retoños. Flaco favor el que hacen.
En estos momentos parece ser que los insultos, peleas y enfrentamientos de las hinchadas han descendido a los encuentros de juveniles y aficionados donde padres, de uno y otro bando, se ensalzan a mamporro limpio unos con otros, amén de ofender y ofenderse descaradamente. El campo está que arde a la mínima ocasión. La grosería que se esparce en dichos momentos es brutal y el ejemplo que se da es lamentable.
Quiero pensar que cuando se grita “maricona”, por ejemplo, no solo se denuncia porque tal insulto sea homófobo sino porque es una ofensa a la dignidad y autoridad del árbitro dentro del terreno de juego. Quiero pensar que cuando arbitra una mujer y le gritan que se marche “a fregar” no será porque jamás una fémina debió pisar el terreno de juego como árbitra y, desde luego, quiero pensar que no se está gritando contra la igualdad hombre-mujer. Aunque en este ejemplo temo que sí.
Vuelvo al tema de la violencia en los escalones inferiores de este deporte: en categorías juveniles y en partidos amistosos de barriada. Lo de "amistosos" suena a puro cachondeo pues suelen llegar a las manos al menor contratiempo. Curiosa y desgraciadamente, los camorristas son los padres que presencian el partido y están a la que cae. Dichos padres no pueden tolerar una mala entrada a su hijo, o una falta pitada contra su retoño. El árbitro se expone a un chaparrón de jugosos improperios. Y no digamos nada si arbitra una mujer…
Como botón de muestra cito textualmente: “Te tengo que rajar, maricona”. “Árbitro, eres un hijo de puta”. “Sois unos perros, os teníais que morir todos”. Estas fueron algunas de las expresiones que se oyeron en las categorías inferiores. Como broche final, dos jugadores ayudados por unos aficionados, le dan una brutal paliza a un joven del equipo contrario. Las referencias son de Castellón (con fecha 5 de febrero de 2017) y de Bujalance (18 de febrero de este mismo año).
Otro ejemplo: “Brutal pelea entre un grupo de padres en un partido de fútbol infantil en Mallorca. Ocurrió precisamente en el Día del Padre. Varios padres de los jugadores, de entre 12 y 13 años, saltaron al campo entre insultos, patadas y puñetazos”. ¿Alguien da más? Las imágenes son escalofriantes.
Vuelvo a la carga ante el titular siguiente: “Te tengo que rajar, maricona“. El fútbol deja impune otro episodio de insultos homófobos. Dicho titular me confunde un poco. Si el insulto es homófobo, hay que castigarlo. Eso es lo que deduzco del titular. Plenamente de acuerdo.
En caso de que sea uno de los tantos y corrientes insultos que utilizamos, ¿qué hay que castigar? ¿El hecho de que sea homófobo o se debe castigar todo tipo de insultos, sean del color que sean? Lo políticamente correcto pide una cara; la realidad exige otra mucho más amplia y contundente. Juro que estoy algo confundido.
Como remate a esta sarta de dislates, apunto a cotas más altas en este asunto, que no es nada despreciable. La parte más importante e influyente en la educación de unos jovencitos corresponde a la familia. En esta cuestión, al padre, que supongo –aunque puedo estar equivocado– que es quien suele ir al futbol con su hijo. Y lo digo porque lo frecuente no es ver a la madre.
¿Qué tipo de educación transmite el padre? Agresividad, insultos, desprecio al contrario, desprecio a la autoridad –en este caso, el árbitro–, actitud antideportiva, ofensas verbales y a veces físicas. Puedo seguir pero “para muestra, con un botón basta”. En este caso y en este campo, los padres podemos hacerlo bien y transmitir una educación de convivencia elemental. O podemos meter la pata dejando marcas para siempre.
La portada contraria de este libro pide respeto, tolerancia, deportividad, camaradería, buenos modales, participación… La lista de valores más elementales, nada difíciles ni imposibles, sería más larga pero no se trata de sermonear y, menos, de dar lecciones de con-vivencia. Solo una advertencia: la violencia es un bumerán que retorna al lugar de donde salió. ¡Cuidado con el golpe!
El golpe del bumerán nos hará recordar que nuestro vivir personal y social se cimenta sobre una serie de valores asumidos en nuestro día a día. Un valor primordial para ese convivir es la responsabilidad y de ella depende la estabilidad de nuestras relaciones, ya sean familiares o sociales para abocar al respeto mutuo.
Los casos de derramamiento de sangre eran más contados. El tema de los insultos, por desgracia, siempre ha estado en el candelero, digamos que como cuestión rutinaria. Con ello no justifico ninguna de estas variables. Solo intento hacer un somero recuento de los dislates que concurren en el llamado “deporte rey”. La violencia en las gradas de los campos de fútbol y aledaños se ha extendido como una mala plaga. Siendo algo pesimista, pregunto: ¿y dónde no?
Es una enfermedad grave que hace tiempo invadió nuestro entorno social, quizás porque si no montamos bronca, no hay diversión; tal vez porque hemos perdido el respeto más elemental a las otras personas o, quizás, porque ejercer violencia, incluso hasta el punto de matar, no sale caro. Quizás porque nos divierte jugar al límite y vivir peligrosamente. Vivir puede ser una aventura pero ¿tan poco valor tiene una vida?
Violencia gratuita, violencia como deporte, como divertimento. No son cuatro novatos sin oficio ni beneficio; no son grupos tildados de “antisistema”; no son desarraigados camorristas. Son, la mayoría de ellos, brutos crecidos que están por montar la trifulca a costa de todo lo que se ponga por delante. Si no descargo (desahogo), no me divierto.
Esta violencia es un comportamiento deliberado que provoca, o puede provocar, daños a otros seres y va asociada, aunque no solo, con la agresión física, psicológica, emocional o política, a través de amenazas, ofensas o acciones. ¿Cosa de ultras? No solamente.
Vivimos en un tipo de sociedad que alimenta el enfrentamiento, la rivalidad y promueve a toda costa la competitividad. Aquí se equivocó la LOGSE, aquella ley educativa que establecía que lo importante no era ganar, sino participar. Suena muy bonito pero no es cierto.
La violencia es el comportamiento más antidemocrático de todos, porque supone abuso, dominio, desprecio, anulación e incluso, en ocasiones desafortunadas, la muerte del otro. Ello no es razón suficiente para que sea compañera de viaje en la calle, en la política, en el deporte y no digamos en el cine o en la tele y, sobre todo, en las redes “suciales”.
Lamentable, pero cierto. Hasta no hace mucho se creía que la revoltosa hinchada estaba formada por gente joven. El último caso sangriento, el del Deportivo en el 2014, dio una media de edad de los “broncosos” algo más alta, pues oscilaban entre 25 y 35 años y no había menores entre ellos.
También quedó medio claro, en aquellos incidentes, que los grupos de radicales, tanto de derechas como de izquierdas, pasan de ideología y solo les mueve la violencia y el montar bronca. Solo les une su pasión por la brutalidad. Y el fútbol es la coartada perfecta para cometer todo tipo de delitos.
No soy futbolero y, por tanto, no tengo intereses partidistas en este tema. Si hablo de este deporte solo me guía el deseo de transmitir algo de cordura al personal. Muchas veces he clamado en mis páginas por una educación en valores elementales como el respeto a los demás. Valores que, insisto, compete transmitirlos también a los padres. Poco o nulo ejemplo están dando los susodichos padres si ellos pasan olímpicamente de dicho respeto delante de sus retoños. Flaco favor el que hacen.
En estos momentos parece ser que los insultos, peleas y enfrentamientos de las hinchadas han descendido a los encuentros de juveniles y aficionados donde padres, de uno y otro bando, se ensalzan a mamporro limpio unos con otros, amén de ofender y ofenderse descaradamente. El campo está que arde a la mínima ocasión. La grosería que se esparce en dichos momentos es brutal y el ejemplo que se da es lamentable.
Quiero pensar que cuando se grita “maricona”, por ejemplo, no solo se denuncia porque tal insulto sea homófobo sino porque es una ofensa a la dignidad y autoridad del árbitro dentro del terreno de juego. Quiero pensar que cuando arbitra una mujer y le gritan que se marche “a fregar” no será porque jamás una fémina debió pisar el terreno de juego como árbitra y, desde luego, quiero pensar que no se está gritando contra la igualdad hombre-mujer. Aunque en este ejemplo temo que sí.
Vuelvo al tema de la violencia en los escalones inferiores de este deporte: en categorías juveniles y en partidos amistosos de barriada. Lo de "amistosos" suena a puro cachondeo pues suelen llegar a las manos al menor contratiempo. Curiosa y desgraciadamente, los camorristas son los padres que presencian el partido y están a la que cae. Dichos padres no pueden tolerar una mala entrada a su hijo, o una falta pitada contra su retoño. El árbitro se expone a un chaparrón de jugosos improperios. Y no digamos nada si arbitra una mujer…
Como botón de muestra cito textualmente: “Te tengo que rajar, maricona”. “Árbitro, eres un hijo de puta”. “Sois unos perros, os teníais que morir todos”. Estas fueron algunas de las expresiones que se oyeron en las categorías inferiores. Como broche final, dos jugadores ayudados por unos aficionados, le dan una brutal paliza a un joven del equipo contrario. Las referencias son de Castellón (con fecha 5 de febrero de 2017) y de Bujalance (18 de febrero de este mismo año).
Otro ejemplo: “Brutal pelea entre un grupo de padres en un partido de fútbol infantil en Mallorca. Ocurrió precisamente en el Día del Padre. Varios padres de los jugadores, de entre 12 y 13 años, saltaron al campo entre insultos, patadas y puñetazos”. ¿Alguien da más? Las imágenes son escalofriantes.
Vuelvo a la carga ante el titular siguiente: “Te tengo que rajar, maricona“. El fútbol deja impune otro episodio de insultos homófobos. Dicho titular me confunde un poco. Si el insulto es homófobo, hay que castigarlo. Eso es lo que deduzco del titular. Plenamente de acuerdo.
En caso de que sea uno de los tantos y corrientes insultos que utilizamos, ¿qué hay que castigar? ¿El hecho de que sea homófobo o se debe castigar todo tipo de insultos, sean del color que sean? Lo políticamente correcto pide una cara; la realidad exige otra mucho más amplia y contundente. Juro que estoy algo confundido.
Como remate a esta sarta de dislates, apunto a cotas más altas en este asunto, que no es nada despreciable. La parte más importante e influyente en la educación de unos jovencitos corresponde a la familia. En esta cuestión, al padre, que supongo –aunque puedo estar equivocado– que es quien suele ir al futbol con su hijo. Y lo digo porque lo frecuente no es ver a la madre.
¿Qué tipo de educación transmite el padre? Agresividad, insultos, desprecio al contrario, desprecio a la autoridad –en este caso, el árbitro–, actitud antideportiva, ofensas verbales y a veces físicas. Puedo seguir pero “para muestra, con un botón basta”. En este caso y en este campo, los padres podemos hacerlo bien y transmitir una educación de convivencia elemental. O podemos meter la pata dejando marcas para siempre.
La portada contraria de este libro pide respeto, tolerancia, deportividad, camaradería, buenos modales, participación… La lista de valores más elementales, nada difíciles ni imposibles, sería más larga pero no se trata de sermonear y, menos, de dar lecciones de con-vivencia. Solo una advertencia: la violencia es un bumerán que retorna al lugar de donde salió. ¡Cuidado con el golpe!
El golpe del bumerán nos hará recordar que nuestro vivir personal y social se cimenta sobre una serie de valores asumidos en nuestro día a día. Un valor primordial para ese convivir es la responsabilidad y de ella depende la estabilidad de nuestras relaciones, ya sean familiares o sociales para abocar al respeto mutuo.
PEPE CANTILLO