La homosexualidad es una orientación sexual que caracteriza a un número importante de personas. La aceptación pública de la misma, como opción legal, ha sido asumida en nuestro país sólo recientemente, puesto que hasta hace muy poco era considerada una desviación patológica de la conducta, castigada por ley como algo punitivo.
Aún hoy existen muchos países en el mundo que no toleran más comportamiento que el heterosexual, por lo que persiguen y reprimen con dureza cualquier tendencia que se aparte del mismo. En un país cercano, se ha llegado al extremo de no permitir la entrada de un artista extranjero por su declarada opción sexual.
No resulta extraño, por tanto, que la plena aceptación social de modelos no heterosexuales de relación entre las parejas no esté suficientemente arraigada y dé lugar todavía a brotes de intolerancia homófoba en un sector de la población.
La identidad sexual del hombre, como cualquier otra manifestación humana, es sumamente compleja. Reducirla a una funcionalidad convenida, por muy extendida que esté socialmente, es no acertar en la comprensión del asunto. No viene determinada exclusivamente por lo fisiológico u orgánico, sino que la orientación sexual incluye también aspectos psicológicos, sociales y culturales que contribuyen a que el sujeto se sienta perteneciente a un género determinado. Tampoco es algo privativo de los seres humanos, sino que se pone de manifiesto en multitud de especies del reino animal y en otras culturas distintas a la nuestra.
Una sociedad madura es la que posibilita el ejercicio de la libertad entre los ciudadanos, basado en el respeto mutuo, y la que se adecua permanentemente a los valores que en cada momento histórico prevalecen.
Lejos de la hipocresía de antaño, las leyes en la actualidad amparan cualquier relación de pareja, independientemente de su inclinación sexual. Es posible que ello se aparte de la finalidad reproductora que para muchos sería lo “natural”, pero no cabe duda de que, hoy en día, las uniones “matrimoniales” respetan mejor la pluralidad de sentimientos con que se expresa el amor.
Aún hoy existen muchos países en el mundo que no toleran más comportamiento que el heterosexual, por lo que persiguen y reprimen con dureza cualquier tendencia que se aparte del mismo. En un país cercano, se ha llegado al extremo de no permitir la entrada de un artista extranjero por su declarada opción sexual.
No resulta extraño, por tanto, que la plena aceptación social de modelos no heterosexuales de relación entre las parejas no esté suficientemente arraigada y dé lugar todavía a brotes de intolerancia homófoba en un sector de la población.
La identidad sexual del hombre, como cualquier otra manifestación humana, es sumamente compleja. Reducirla a una funcionalidad convenida, por muy extendida que esté socialmente, es no acertar en la comprensión del asunto. No viene determinada exclusivamente por lo fisiológico u orgánico, sino que la orientación sexual incluye también aspectos psicológicos, sociales y culturales que contribuyen a que el sujeto se sienta perteneciente a un género determinado. Tampoco es algo privativo de los seres humanos, sino que se pone de manifiesto en multitud de especies del reino animal y en otras culturas distintas a la nuestra.
Una sociedad madura es la que posibilita el ejercicio de la libertad entre los ciudadanos, basado en el respeto mutuo, y la que se adecua permanentemente a los valores que en cada momento histórico prevalecen.
Lejos de la hipocresía de antaño, las leyes en la actualidad amparan cualquier relación de pareja, independientemente de su inclinación sexual. Es posible que ello se aparte de la finalidad reproductora que para muchos sería lo “natural”, pero no cabe duda de que, hoy en día, las uniones “matrimoniales” respetan mejor la pluralidad de sentimientos con que se expresa el amor.
DANIEL GUERRERO