Hay gente que va por el mundo volcando su mal humor y dejando su olor de insatisfacción en la cabeza de las personas de buena voluntad. Son mofetas humanas, que quieren que la vida de los demás sea semejante a la suya: una mierda. Gritan, pisotean, agreden verbalmente sin decir ni hola...
Hoy me he dado cuenta, por lo que ha ocurrido en el supermercado al que voy, que hay que estar despiertos para ser capaces de descubrir rápidamente a esas personas –por llamarlas de alguna manera– y poder sacar el escudo protector antinegatividad cuanto antes.
Esta mañana, una mujer le ha gritado a la chica de caja porque el precio de un producto no era el que ponía en la etiqueta de la estantería donde lo había cogido. Se puso a vociferar como si la muchacha tuviera la culpa del error del sistema informático. Volcó en ella toda su mierda existencial, sin importarle la cola, la presión o lo poco que ganara. Gritar para hacerse visible en su mísera vida.
En estos casos hay que replegarse y meterse dentro de una burbuja de oxígeno azul puro para que no se cuele ese pestilente olor por nuestras fosas nasales llegando a nuestra cabeza y provocando una desestabilización. La ira, el miedo y el rencor pasan del cerebro al corazón, y de ahí se escurren hacia el estómago provocando la náusea. Todo se convierte en una mierda donde la realidad no existe.
Con esas personas no sirven las palabras, las expresiones faciales. No te ven. Son como un huracán que se quiere llevar todo lo que está delante sin ver si es justo o injusto que alguien pierda la vida o la paz. Hay días en que puedes guarecerte en la montaña más alta que tu mente pueda dibujar y esperar a que el tsunami pase; pero existen otros en los que las neuronas te cierran el paso que conduce a lo alto.
Ahí estás perdido. Solo, en una playa desierta y con la ola gigante llegando. Si no corres y te pones a salvo, si te enfrentas a ella, te arrastra sin conmiseración. La solución es ser listo, ver los signos y, en cuanto notes el primer tufo, salir del desfiladero y dibujarte una bola flotante que te eleve hacia arriba. Desde lo alto todo tiene otra perspectiva...
Hoy me he dado cuenta, por lo que ha ocurrido en el supermercado al que voy, que hay que estar despiertos para ser capaces de descubrir rápidamente a esas personas –por llamarlas de alguna manera– y poder sacar el escudo protector antinegatividad cuanto antes.
Esta mañana, una mujer le ha gritado a la chica de caja porque el precio de un producto no era el que ponía en la etiqueta de la estantería donde lo había cogido. Se puso a vociferar como si la muchacha tuviera la culpa del error del sistema informático. Volcó en ella toda su mierda existencial, sin importarle la cola, la presión o lo poco que ganara. Gritar para hacerse visible en su mísera vida.
En estos casos hay que replegarse y meterse dentro de una burbuja de oxígeno azul puro para que no se cuele ese pestilente olor por nuestras fosas nasales llegando a nuestra cabeza y provocando una desestabilización. La ira, el miedo y el rencor pasan del cerebro al corazón, y de ahí se escurren hacia el estómago provocando la náusea. Todo se convierte en una mierda donde la realidad no existe.
Con esas personas no sirven las palabras, las expresiones faciales. No te ven. Son como un huracán que se quiere llevar todo lo que está delante sin ver si es justo o injusto que alguien pierda la vida o la paz. Hay días en que puedes guarecerte en la montaña más alta que tu mente pueda dibujar y esperar a que el tsunami pase; pero existen otros en los que las neuronas te cierran el paso que conduce a lo alto.
Ahí estás perdido. Solo, en una playa desierta y con la ola gigante llegando. Si no corres y te pones a salvo, si te enfrentas a ella, te arrastra sin conmiseración. La solución es ser listo, ver los signos y, en cuanto notes el primer tufo, salir del desfiladero y dibujarte una bola flotante que te eleve hacia arriba. Desde lo alto todo tiene otra perspectiva...
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ