Recientemente se ha dado a conocer un informe de la Fundación Conocimiento y Desarrollo (CYD) acerca del abandono de las carreras tomando como referencia al número de estudiantes universitarios que se matricularon en el curso 2014-15, en el conjunto de las universidades españolas, y comparándolo el de los que lo hicieron cuatro años antes, es decir, en el curso 2010-11. La diferencia negativa nos indica que hay un alto número de estudiantes que no llega a finalizar los estudios que un día comenzaron.
En el citado informe se indica que la tasa de abandono en nuestro país se sitúa en el 34,5 por ciento, cifra verdaderamente alarmante, puesto que la media en la Unión Europea se sitúa en el 14,2 por ciento. Esto nos lleva a la idea de que en España uno de cada tres estudiantes abandona los estudios universitarios que inicialmente eligieron.
Otro informe, en este caso realizado por el Instituto de Estudios Económicos, baja un poco ese porcentaje, situándolo alrededor del 30 por ciento, lo que implica que alrededor de los 220.000 alumnos que comienzan sus estudios universitarios lo abandonan unos 66.000 antes del tercer curso, lo que implicaría una pérdida de 2.960 millones de euros anuales.
El primer informe citado destaca que el abandono mayor lo sufren los estudios de Ciencias e Informática, puesto que alcanza el porcentaje de 43,7 por ciento; algo inferior es el de las carreras de Arte y Humanidades; y el menor abandono se produce en las carreras que se denominan “vocacionales”, como son Medicina, Enfermería y Formación del Profesorado.
Puesto que en mi caso personal comencé con una carrera técnica como es Arquitectura, lo que me llevó a ejercer como arquitecto durante varios años, haciendo posteriormente el doctorado en Pedagogía una vez que me incorporé como profesor en la Universidad, tengo la perspectiva de dos ámbitos universitarios y profesionales muy diferenciados.
Recuerdo que, cuando comencé los estudios en la Escuela Superior de Arquitectura de Sevilla, en mi generación el abandono de esta carrera en los dos primeros cursos era muy alto (supongo que también ahora). La razón estribaba en que quienes accedían a la carrera de Arquitectura sabían que, como todas las técnicas, era muy dura; pero una cosa es saberlo con antelación y otra sufrirlo en las propias carnes una vez que estás matriculado.
Me imagino que quienes optaban por dejar los estudios se preguntarían si merecía la pena continuar con tantas dificultades para aprobar las asignaturas y sin tener totalmente claro si era la profesión futura más adecuada. Supongo que también hoy este tipo de duda es la que asalta a los estudiantes cuando deciden abandonar los estudios que comenzaron.
Por otro lado, cuando en el informe de CYD se habla de carreras “vocacionales” se refiere a aquellas para las que hay que tener una clara inclinación a ejercerlas en el futuro, puesto que implican relaciones humanas directas, de modo que es necesario ser muy conscientes de que para esos trabajos no sirve todo el mundo.
Además, son profesiones que tempranamente se conocen, pues desde la infancia una parte importante de la vida se desarrolla en un aula, por lo que se sabe en qué consiste la función docente que se ha conocido como receptores de la enseñanza a lo largo de los años. De igual modo, la visita el médico cuando se está enfermo también se realiza desde pequeño, dando lugar a que se tenga una idea bastante aproximada de la relación entre médico y paciente.
Desplazándonos a los estudios de formación del profesorado, he podido comprobar el bajo índice de abandono entre los estudiantes de los Grados de Magisterio de la Facultad de Ciencias de la Educación de Córdoba, en la que llevo muchos años como profesor. Así, cuando se finaliza en cuarto curso y hay que realizar el Trabajo Fin de Grado, prácticamente, la cifra del alumnado que necesita un tutor o tutora para que se les dirija coincide con el número que se matriculó en primer curso de la carrera cuatro años atrás.
En sentido contrario, según un análisis de la Universidad Politécnica de Madrid del año 2014, la carrera que más abandono sufre es la de Informática, siendo superior al de otras ingenierías, ya que las tasas de abandono van desde el 42 al 59 por ciento. Cifra verdaderamente altísima, tanto por los costes emocionales de quienes renuncian a continuar como los económicos, dado que acaba siendo una inversión pública que no ha conllevado ningún fruto.
Las causas de esas renuncias aducidas por los estudiantes son diversas: presiones familiares hacia determinados estudios; decepción con respecto al profesorado universitario; facilidades en el “corte” para el acceso… pero en lo que coincide la mayoría que ha opinado hace referencias a la falta de información que se tiene a la edad de 18 años, ya que consideran que a esa edad es fácil equivocarse en la carrera elegida.
Una vez que se tiene esa información dada por distintos estudios, lo razonable sería que se abordaran las causas del alto índice de abandono y se intentara encontrar solución a este problema, pues, tal como he apuntado anteriormente, junto a la frustración personal de quien decide tomar esta decisión se encuentra el enorme gasto que implica la elevada cifra de deserciones que ser produce en nuestro país.
En el citado informe se indica que la tasa de abandono en nuestro país se sitúa en el 34,5 por ciento, cifra verdaderamente alarmante, puesto que la media en la Unión Europea se sitúa en el 14,2 por ciento. Esto nos lleva a la idea de que en España uno de cada tres estudiantes abandona los estudios universitarios que inicialmente eligieron.
Otro informe, en este caso realizado por el Instituto de Estudios Económicos, baja un poco ese porcentaje, situándolo alrededor del 30 por ciento, lo que implica que alrededor de los 220.000 alumnos que comienzan sus estudios universitarios lo abandonan unos 66.000 antes del tercer curso, lo que implicaría una pérdida de 2.960 millones de euros anuales.
El primer informe citado destaca que el abandono mayor lo sufren los estudios de Ciencias e Informática, puesto que alcanza el porcentaje de 43,7 por ciento; algo inferior es el de las carreras de Arte y Humanidades; y el menor abandono se produce en las carreras que se denominan “vocacionales”, como son Medicina, Enfermería y Formación del Profesorado.
Puesto que en mi caso personal comencé con una carrera técnica como es Arquitectura, lo que me llevó a ejercer como arquitecto durante varios años, haciendo posteriormente el doctorado en Pedagogía una vez que me incorporé como profesor en la Universidad, tengo la perspectiva de dos ámbitos universitarios y profesionales muy diferenciados.
Recuerdo que, cuando comencé los estudios en la Escuela Superior de Arquitectura de Sevilla, en mi generación el abandono de esta carrera en los dos primeros cursos era muy alto (supongo que también ahora). La razón estribaba en que quienes accedían a la carrera de Arquitectura sabían que, como todas las técnicas, era muy dura; pero una cosa es saberlo con antelación y otra sufrirlo en las propias carnes una vez que estás matriculado.
Me imagino que quienes optaban por dejar los estudios se preguntarían si merecía la pena continuar con tantas dificultades para aprobar las asignaturas y sin tener totalmente claro si era la profesión futura más adecuada. Supongo que también hoy este tipo de duda es la que asalta a los estudiantes cuando deciden abandonar los estudios que comenzaron.
Por otro lado, cuando en el informe de CYD se habla de carreras “vocacionales” se refiere a aquellas para las que hay que tener una clara inclinación a ejercerlas en el futuro, puesto que implican relaciones humanas directas, de modo que es necesario ser muy conscientes de que para esos trabajos no sirve todo el mundo.
Además, son profesiones que tempranamente se conocen, pues desde la infancia una parte importante de la vida se desarrolla en un aula, por lo que se sabe en qué consiste la función docente que se ha conocido como receptores de la enseñanza a lo largo de los años. De igual modo, la visita el médico cuando se está enfermo también se realiza desde pequeño, dando lugar a que se tenga una idea bastante aproximada de la relación entre médico y paciente.
Desplazándonos a los estudios de formación del profesorado, he podido comprobar el bajo índice de abandono entre los estudiantes de los Grados de Magisterio de la Facultad de Ciencias de la Educación de Córdoba, en la que llevo muchos años como profesor. Así, cuando se finaliza en cuarto curso y hay que realizar el Trabajo Fin de Grado, prácticamente, la cifra del alumnado que necesita un tutor o tutora para que se les dirija coincide con el número que se matriculó en primer curso de la carrera cuatro años atrás.
En sentido contrario, según un análisis de la Universidad Politécnica de Madrid del año 2014, la carrera que más abandono sufre es la de Informática, siendo superior al de otras ingenierías, ya que las tasas de abandono van desde el 42 al 59 por ciento. Cifra verdaderamente altísima, tanto por los costes emocionales de quienes renuncian a continuar como los económicos, dado que acaba siendo una inversión pública que no ha conllevado ningún fruto.
Las causas de esas renuncias aducidas por los estudiantes son diversas: presiones familiares hacia determinados estudios; decepción con respecto al profesorado universitario; facilidades en el “corte” para el acceso… pero en lo que coincide la mayoría que ha opinado hace referencias a la falta de información que se tiene a la edad de 18 años, ya que consideran que a esa edad es fácil equivocarse en la carrera elegida.
Una vez que se tiene esa información dada por distintos estudios, lo razonable sería que se abordaran las causas del alto índice de abandono y se intentara encontrar solución a este problema, pues, tal como he apuntado anteriormente, junto a la frustración personal de quien decide tomar esta decisión se encuentra el enorme gasto que implica la elevada cifra de deserciones que ser produce en nuestro país.
AURELIANO SÁINZ