Quienes visitan Bilbao por primera vez, casi de modo automático acudirán a conocer el Museo Guggenheim que el arquitecto estadounidense, aunque nacido en Canadá, Frank Gehry proyectara para la ciudad vasca y que definitivamente cambió la fisionomía de la ciudad, transformando su imagen industrial, que, lógicamente, no era atractiva, por el de una ciudad moderna que merece la pena ir a conocerla.
Este sorprendente museo, cuya forma recuerda, más que a un edificio, a una enorme escultura abstracta y expresionista de paredes y cubiertas externas de placas titanio que se curvan y entrecruzan, fue inaugurado para el público en octubre de 1998, es decir, hace casi dos décadas.
Sin embargo, antes de que Frank Gehry proyectara el emblemático museo, la ciudad vasca ya conoció la obra de uno de los grandes genios de la arquitectura contemporánea como es Norman Foster. No obstante, el proyecto que Foster había firmado no era precisamente uno de sus imponentes edificios que se despliegan por los cinco continentes, dado que su singularidad no residía precisamente la altura, puesto que se trataba del metro de la ciudad.
Sobre este proyecto, quisiera traer a colación las palabras de Viviana Ortiz que aparecen en una extensa publicación destinada a hacer un recorrido por la larga trayectoria de Foster: “Majestuoso, es el calificativo más adecuado para iniciar la reseña del Metro de Bilbao, que ha sido galardonado con las más altas distinciones a nivel mundial, pues esta obra no es el resultado de una sola edificación monumental… ya que el en mismo se fundieron arquitectura e ingeniería con el objetivo común de construir el metro más funcional y eficiente del mundo”.
Lo que más llama la atención de esta gran obra de arquitectura e ingeniería son las estructuras curvas de cristal que las configuraron como un icono urbano de Bilbao, tal como sucedió a comienzos del siglo pasado en las entradas a las estaciones del metro de París, diseñadas con la estética art nouveau, un tipo de arte que predominaba en distintas manifestaciones plásticas, fueran arquitectura, mobiliario, cartelismo, etc.
Siguiendo los planteamientos de los proyectos de Norman Foster, el Metro de Bilbao funciona con bajos niveles de consumo energético, muy inferiores a los de cualquier otro metro del mundo, habiéndose convertido en un modelo, no solo por sus criterios estéticos, sino también por apuntar hacia una arquitectura sostenible, planteamiento que debería estar vigente en todas las nuevas construcciones.
De la ciudad de Valencia, se ha hablado mucho de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias, conjunto de estética futurista que tuvo como gran protagonista al siempre polémico Santiago Calatrava. Sin embargo, del Palacio de Congresos de esta ciudad, edificio que firmó Norman Foster, y que se construyó entre 1993 y 1998, hay escasas referencias, a pesar de que el reconocimiento en rigor y coherencia del segundo de los arquitectos sobrepasa claramente al primero.
Desde una perspectiva aérea, la cubierta del edificio recuerda a la forma ovalada y puntiaguda de un ojo, forma que se amplía al entorno que rodea y que, en plano de planta, se asemeja al complejo de oficinas que Foster proyectara en la ciudad alemana de Duisburg. La diferencia entre ambos proyectos es que, en el caso del Palacio de Congresos de Valencia, solo consta de una planta, en la que se desarrollan tres auditorios con distintas capacidades, de modo que el mayor cuenta con 1.463 plazas.
El 2 de marzo de 2011, el diario El País acogía una referencia al nuevo destino del edificio que Foster & Partners habían proyectado en la prolongación del Paseo de la Castellana de Madrid. En la misma podíamos leer:
“El banco, fruto de la fusión de Caja Madrid, Bancaja y otras cinco cajas, se llama desde hoy Bankia […] El presidente de la entidad, Rodrigo Rato, y el vicepresidente, José Luis Olivas, han presentado hoy en Valencia la nueva imagen corporativa de la tercera entidad financiera española por activos y la mayor procedente del ámbito de las cajas […] La nueva marca ya está registrada en 64 países”.
No sé que pensaría Norman Foster del historial recorrido por Caja Madrid desde que se acabó de construir la Torre Caja Madrid en 2009 (inicialmente destinada a ser la sede central de la compañía Repsol), y cuyas obras comenzaron en el 2002.
Entiendo que él no tiene por qué sentirse implicado en la historia truculenta-especulativa de la banca española o del final de proyectos megalómenos de ciertos políticos de este país. Esto último lo digo porque la antigua presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, fue la que le encargó la Ciudad de la Justicia, ese proyecto que fue todo un derroche económico... para nada.
En la actualidad, la Torre Caja Madrid es el primero de los cuatro grandes edificios que, tal como he apuntado, en la prolongación del Paseo de la Castellana forma parte de la nueva imagen de la ciudad. Desde el punto de vista constructivo, se puede entender como un enorme marco rectangular, en cuyos laterales se encuentran los núcleos de servicios y circulación, mientras que las 55 plantas que parecen ancladas en los laterales de ese gran rectángulo están destinadas a oficinas.
Resulta curioso que algunas de las grandes empresas bodegueras de este país hayan acudido a grandes nombres de la arquitectura contemporánea, caso de la familia López Heredia que encargó a la gran arquitecta Zaha Hadid, recientemente fallecida, el proyecto en la localidad riojana de Haro de las oficinas de la marca Viña Tondonia; o cuando los herederos del Marqués Riscal lo hicieron a Frank Gehry, el autor del Museo Guggenheim de Bilbao, para que lo fuera de la nueva bodega que poseen en el pueblo alavés de Elciego.
Este planteamiento suponía una ruptura con los criterios tan conservadores que prevalecen dentro del mundo de los viñedos. Pero los tiempos cambian, y las firmas de los grandes nombres de la arquitectura desde hace algún tiempo empezaron a ser un reclamo. Esta línea fue la que utilizó el Grupo Faustino cuando acudió a Norman Foster para que proyectara la bodega que este consorcio posee en la localidad Gumiel de Izán, en la comarca de la Ribera del Duero.
La forma de este edificio tiene cierta analogía con la estructura geométrica de un trébol. Así, desde un núcleo central, destinado a los servicios y administración del conjunto, salen tres crujías con la finalidad de que sirvan de bodegas de los vinos de esta marca. Quizá, lo más atractivo del conjunto sea su visión aérea, en la que puede percibirse el uso de los tonos rojizos que tanto recuerdan al color de los vinos tintos.
En la actual sociedad de cultura de masas, los estadios de fútbol han venido a sustituir simbólicamente a las antiguas catedrales, que eran los lugares que concentraban a los fieles y en los que ellos depositaban sus esperanzas e ilusiones. Hoy, en gran medida, la vida se ha secularizado y la fe se deposita en que tu equipo gane alguna de las múltiples competiciones que anualmente se desarrollan en los países e, incluso, en los distintos continentes.
Trasladarse a un nuevo estadio es una especie de mezcla de sacrificio y epifanía por la que tienen que atravesar los incondicionales de los equipos cuando tienen que dejar el estadio que tanto ha significado para ellos al nuevo, que, pasado un cierto tiempo, acogerán con auténtico júbilo.
Este tránsito no aconteció con el Barcelona, cuando renunciaron a la propuesta de Norman Foster, que había sido la seleccionada como ganadora del concurso convocado, para que sirviera como nuevo estadio y que sustituyera al que, en 1952, proyectaran Francesc Mitjans-Miró, García Barbón y Soteras Mauri. El alto costo proyecto del estadio, basado en los colores del club, supuso la renuncia al mismo. De todos modos, he traído la imagen del “nuevo templo azulgrana” que se quedó en el camino.
Este sorprendente museo, cuya forma recuerda, más que a un edificio, a una enorme escultura abstracta y expresionista de paredes y cubiertas externas de placas titanio que se curvan y entrecruzan, fue inaugurado para el público en octubre de 1998, es decir, hace casi dos décadas.
Sin embargo, antes de que Frank Gehry proyectara el emblemático museo, la ciudad vasca ya conoció la obra de uno de los grandes genios de la arquitectura contemporánea como es Norman Foster. No obstante, el proyecto que Foster había firmado no era precisamente uno de sus imponentes edificios que se despliegan por los cinco continentes, dado que su singularidad no residía precisamente la altura, puesto que se trataba del metro de la ciudad.
Sobre este proyecto, quisiera traer a colación las palabras de Viviana Ortiz que aparecen en una extensa publicación destinada a hacer un recorrido por la larga trayectoria de Foster: “Majestuoso, es el calificativo más adecuado para iniciar la reseña del Metro de Bilbao, que ha sido galardonado con las más altas distinciones a nivel mundial, pues esta obra no es el resultado de una sola edificación monumental… ya que el en mismo se fundieron arquitectura e ingeniería con el objetivo común de construir el metro más funcional y eficiente del mundo”.
Lo que más llama la atención de esta gran obra de arquitectura e ingeniería son las estructuras curvas de cristal que las configuraron como un icono urbano de Bilbao, tal como sucedió a comienzos del siglo pasado en las entradas a las estaciones del metro de París, diseñadas con la estética art nouveau, un tipo de arte que predominaba en distintas manifestaciones plásticas, fueran arquitectura, mobiliario, cartelismo, etc.
Siguiendo los planteamientos de los proyectos de Norman Foster, el Metro de Bilbao funciona con bajos niveles de consumo energético, muy inferiores a los de cualquier otro metro del mundo, habiéndose convertido en un modelo, no solo por sus criterios estéticos, sino también por apuntar hacia una arquitectura sostenible, planteamiento que debería estar vigente en todas las nuevas construcciones.
De la ciudad de Valencia, se ha hablado mucho de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias, conjunto de estética futurista que tuvo como gran protagonista al siempre polémico Santiago Calatrava. Sin embargo, del Palacio de Congresos de esta ciudad, edificio que firmó Norman Foster, y que se construyó entre 1993 y 1998, hay escasas referencias, a pesar de que el reconocimiento en rigor y coherencia del segundo de los arquitectos sobrepasa claramente al primero.
Desde una perspectiva aérea, la cubierta del edificio recuerda a la forma ovalada y puntiaguda de un ojo, forma que se amplía al entorno que rodea y que, en plano de planta, se asemeja al complejo de oficinas que Foster proyectara en la ciudad alemana de Duisburg. La diferencia entre ambos proyectos es que, en el caso del Palacio de Congresos de Valencia, solo consta de una planta, en la que se desarrollan tres auditorios con distintas capacidades, de modo que el mayor cuenta con 1.463 plazas.
El 2 de marzo de 2011, el diario El País acogía una referencia al nuevo destino del edificio que Foster & Partners habían proyectado en la prolongación del Paseo de la Castellana de Madrid. En la misma podíamos leer:
“El banco, fruto de la fusión de Caja Madrid, Bancaja y otras cinco cajas, se llama desde hoy Bankia […] El presidente de la entidad, Rodrigo Rato, y el vicepresidente, José Luis Olivas, han presentado hoy en Valencia la nueva imagen corporativa de la tercera entidad financiera española por activos y la mayor procedente del ámbito de las cajas […] La nueva marca ya está registrada en 64 países”.
No sé que pensaría Norman Foster del historial recorrido por Caja Madrid desde que se acabó de construir la Torre Caja Madrid en 2009 (inicialmente destinada a ser la sede central de la compañía Repsol), y cuyas obras comenzaron en el 2002.
Entiendo que él no tiene por qué sentirse implicado en la historia truculenta-especulativa de la banca española o del final de proyectos megalómenos de ciertos políticos de este país. Esto último lo digo porque la antigua presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, fue la que le encargó la Ciudad de la Justicia, ese proyecto que fue todo un derroche económico... para nada.
En la actualidad, la Torre Caja Madrid es el primero de los cuatro grandes edificios que, tal como he apuntado, en la prolongación del Paseo de la Castellana forma parte de la nueva imagen de la ciudad. Desde el punto de vista constructivo, se puede entender como un enorme marco rectangular, en cuyos laterales se encuentran los núcleos de servicios y circulación, mientras que las 55 plantas que parecen ancladas en los laterales de ese gran rectángulo están destinadas a oficinas.
Resulta curioso que algunas de las grandes empresas bodegueras de este país hayan acudido a grandes nombres de la arquitectura contemporánea, caso de la familia López Heredia que encargó a la gran arquitecta Zaha Hadid, recientemente fallecida, el proyecto en la localidad riojana de Haro de las oficinas de la marca Viña Tondonia; o cuando los herederos del Marqués Riscal lo hicieron a Frank Gehry, el autor del Museo Guggenheim de Bilbao, para que lo fuera de la nueva bodega que poseen en el pueblo alavés de Elciego.
Este planteamiento suponía una ruptura con los criterios tan conservadores que prevalecen dentro del mundo de los viñedos. Pero los tiempos cambian, y las firmas de los grandes nombres de la arquitectura desde hace algún tiempo empezaron a ser un reclamo. Esta línea fue la que utilizó el Grupo Faustino cuando acudió a Norman Foster para que proyectara la bodega que este consorcio posee en la localidad Gumiel de Izán, en la comarca de la Ribera del Duero.
La forma de este edificio tiene cierta analogía con la estructura geométrica de un trébol. Así, desde un núcleo central, destinado a los servicios y administración del conjunto, salen tres crujías con la finalidad de que sirvan de bodegas de los vinos de esta marca. Quizá, lo más atractivo del conjunto sea su visión aérea, en la que puede percibirse el uso de los tonos rojizos que tanto recuerdan al color de los vinos tintos.
En la actual sociedad de cultura de masas, los estadios de fútbol han venido a sustituir simbólicamente a las antiguas catedrales, que eran los lugares que concentraban a los fieles y en los que ellos depositaban sus esperanzas e ilusiones. Hoy, en gran medida, la vida se ha secularizado y la fe se deposita en que tu equipo gane alguna de las múltiples competiciones que anualmente se desarrollan en los países e, incluso, en los distintos continentes.
Trasladarse a un nuevo estadio es una especie de mezcla de sacrificio y epifanía por la que tienen que atravesar los incondicionales de los equipos cuando tienen que dejar el estadio que tanto ha significado para ellos al nuevo, que, pasado un cierto tiempo, acogerán con auténtico júbilo.
Este tránsito no aconteció con el Barcelona, cuando renunciaron a la propuesta de Norman Foster, que había sido la seleccionada como ganadora del concurso convocado, para que sirviera como nuevo estadio y que sustituyera al que, en 1952, proyectaran Francesc Mitjans-Miró, García Barbón y Soteras Mauri. El alto costo proyecto del estadio, basado en los colores del club, supuso la renuncia al mismo. De todos modos, he traído la imagen del “nuevo templo azulgrana” que se quedó en el camino.
AURELIANO SÁINZ