Como no sé cómo parar ese latido sordo que siento en medio del pecho, he decidido ir a acupuntura. Ayer estuve y me pasó una cosa curiosa. Le conté mi situación actual: un trabajo por debajo de mis posibilidades –cuido niños con 30 años y una carrera universitaria–, todo el día corriendo; saco tiempo para estudiar las oposiciones de mis horas de sueño y una jefa insufrible. Él me escuchaba asintiendo y me explicó que esta vida que llevamos no es para la que nuestro cuerpo está preparado.
Nosotros estamos programados para vivir en la naturaleza –cazar, pescar...–, no para vivir n ciudades llenas de humo, de tiendas que incitan al consumismo, trabajos agotadores y pérdida total de contacto con nuestro entorno. Estamos tan embebidos por el estrés que somos como burros con orejeras. No vemos más allá, no vemos los árboles, no vemos nada más que pre-ocupaciones.
Algo dentro de mí gritó y dijo: "es verdad". Y de nuevo contacté con esa emoción expansiva que siento cuando paseo por un bosque y siento la vida de los árboles, y siento mi propio corazón latiendo para cuidar de cada parte de mi cuerpo. El aire entra dentro de mí y desdibuja mis contornos. Y siento que yo pertenezco a ese lugar, que yo he vivido en otra vida allí.
Sus palabras me conectaron con una existencia terrenal previa a la de ahora, en la que yo habitaba una casa de madera escondida entre árboles grandes que me protegían; un lugar donde yo era consciente del cambio de las estaciones, de la dirección del viento. Allí me alimentaba de lo que yo cultivaba y conocía las plantas que curan el cuerpo, la mente y el espíritu. La entrada de mi hogar era un jardín de helechos que todos los días me recordaban la belleza de este mundo.
Sin prisas, sin sitios a donde ir, sin listas que cumplir, sin expectativas propias o ajenas, sin rencor. Apertura total de mente a lo que venga, a la lluvia y al viento que rugen y golpean los cristales; a los días largos y a los cortos.
Sentir que formas parte de algo mayor, que eres un todo a la vez que una parte, dejarte sorprender y ser flexible como un junco que nace y vive junto a un lago y se mantiene erguido mientras vive, que prefiere ser mecido que derribado por el huracán.
Y es que una palabra –bosque– puede ser como un pequeño frasco donde se guarda concentrada la esencia de recuerdos lejanos, algunos tan distantes que sobrepasan el espacio y el tiempo. Me puso unas agujitas en las orejas, salí de la consulta y toda la magia desapareció. La lista de tareas marcó sus espuelas en mi espalda y en mi cuello y, aunque yo relinchaba, no había tiempo para la tregua. Tiempo, tiempo... ¿Qué es el tiempo?
Nosotros estamos programados para vivir en la naturaleza –cazar, pescar...–, no para vivir n ciudades llenas de humo, de tiendas que incitan al consumismo, trabajos agotadores y pérdida total de contacto con nuestro entorno. Estamos tan embebidos por el estrés que somos como burros con orejeras. No vemos más allá, no vemos los árboles, no vemos nada más que pre-ocupaciones.
Algo dentro de mí gritó y dijo: "es verdad". Y de nuevo contacté con esa emoción expansiva que siento cuando paseo por un bosque y siento la vida de los árboles, y siento mi propio corazón latiendo para cuidar de cada parte de mi cuerpo. El aire entra dentro de mí y desdibuja mis contornos. Y siento que yo pertenezco a ese lugar, que yo he vivido en otra vida allí.
Sus palabras me conectaron con una existencia terrenal previa a la de ahora, en la que yo habitaba una casa de madera escondida entre árboles grandes que me protegían; un lugar donde yo era consciente del cambio de las estaciones, de la dirección del viento. Allí me alimentaba de lo que yo cultivaba y conocía las plantas que curan el cuerpo, la mente y el espíritu. La entrada de mi hogar era un jardín de helechos que todos los días me recordaban la belleza de este mundo.
Sin prisas, sin sitios a donde ir, sin listas que cumplir, sin expectativas propias o ajenas, sin rencor. Apertura total de mente a lo que venga, a la lluvia y al viento que rugen y golpean los cristales; a los días largos y a los cortos.
Sentir que formas parte de algo mayor, que eres un todo a la vez que una parte, dejarte sorprender y ser flexible como un junco que nace y vive junto a un lago y se mantiene erguido mientras vive, que prefiere ser mecido que derribado por el huracán.
Y es que una palabra –bosque– puede ser como un pequeño frasco donde se guarda concentrada la esencia de recuerdos lejanos, algunos tan distantes que sobrepasan el espacio y el tiempo. Me puso unas agujitas en las orejas, salí de la consulta y toda la magia desapareció. La lista de tareas marcó sus espuelas en mi espalda y en mi cuello y, aunque yo relinchaba, no había tiempo para la tregua. Tiempo, tiempo... ¿Qué es el tiempo?
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ