Uno de los personajes de mi cabeza es un emoticono que tiene los ojos en forma de corazón de manera perenne. A ella, porque es mujer, le encantan las películas románticas, soñar con el amor y ver posibilidades reales o imaginarias.
El viernes pasado me crucé con un americano deportista e inteligente y ella se puso muy contenta y empezó a fantasear sobre paseos por la orilla izquierda. Tal era su fuerza que los personajes oscuros que también viven en mi azotea se desdibujaron y yo era como una burbuja de alegría.
Como un macho de pavo real desplegué mis más bonitas plumas. No puedo decir que fuese un flechazo o que la química existente me nublara. Para que ocurra eso el cruce de miradas tiene que ser intenso, perforarme el cráneo y activar una zona de mi cerebro que funciona de manera misteriosa.
Aquí lo que hubo es un deseo de descubrir algo nuevo, de atesorar un momento fugaz. La de los ojos de corazones quería un trozo de pastel romántico... Pero se quedó con las ganas. Estábamos en un grupo de diversos países. Hablábamos, nos acercábamos, nos alejábamos... ¿Le intereso? Mirada neutra.
También estaba el muro del idioma: entiendo mejor el inglés británico que el americano. Existía en mí un interés por saber más o descubrir algo. Entendí que estaba de vacaciones y que disponía de varias semanas... La carita se puso muy contenta.
Podría ser un idilio de primavera antes de mi regreso a España. Pero yo veía que las cosas no fluían y yo ya no estoy para forzar nada. Así que seguí a mi aire y hablé con todo el mundo. A la romántica le quité protagonismo y se lo di a la que le encanta conocer gente, sobre todo de otras culturas.
La noche tocaba a su fin y noté cierta proximidad, pero era una cercanía sin interés. Nos despedimos con un abrazo muy americano; yo le deseé que se lo pasara muy bien y entonces me dijo, mirándome a los ojos, que su avión de vuelta a Estados Unidos salía en tres horas... En otra ocasión me hubiera quedado atrapada en la incógnita de lo que él sintió. Pero ahora sé que solo ocurre lo que tiene que ocurrir...
El viernes pasado me crucé con un americano deportista e inteligente y ella se puso muy contenta y empezó a fantasear sobre paseos por la orilla izquierda. Tal era su fuerza que los personajes oscuros que también viven en mi azotea se desdibujaron y yo era como una burbuja de alegría.
Como un macho de pavo real desplegué mis más bonitas plumas. No puedo decir que fuese un flechazo o que la química existente me nublara. Para que ocurra eso el cruce de miradas tiene que ser intenso, perforarme el cráneo y activar una zona de mi cerebro que funciona de manera misteriosa.
Aquí lo que hubo es un deseo de descubrir algo nuevo, de atesorar un momento fugaz. La de los ojos de corazones quería un trozo de pastel romántico... Pero se quedó con las ganas. Estábamos en un grupo de diversos países. Hablábamos, nos acercábamos, nos alejábamos... ¿Le intereso? Mirada neutra.
También estaba el muro del idioma: entiendo mejor el inglés británico que el americano. Existía en mí un interés por saber más o descubrir algo. Entendí que estaba de vacaciones y que disponía de varias semanas... La carita se puso muy contenta.
Podría ser un idilio de primavera antes de mi regreso a España. Pero yo veía que las cosas no fluían y yo ya no estoy para forzar nada. Así que seguí a mi aire y hablé con todo el mundo. A la romántica le quité protagonismo y se lo di a la que le encanta conocer gente, sobre todo de otras culturas.
La noche tocaba a su fin y noté cierta proximidad, pero era una cercanía sin interés. Nos despedimos con un abrazo muy americano; yo le deseé que se lo pasara muy bien y entonces me dijo, mirándome a los ojos, que su avión de vuelta a Estados Unidos salía en tres horas... En otra ocasión me hubiera quedado atrapada en la incógnita de lo que él sintió. Pero ahora sé que solo ocurre lo que tiene que ocurrir...
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ