El instinto no siempre acierta. Aunque sería mejor decir que no es el problema, pues lo que me crea espejismos es mi imaginación. Sus pequitas y su cadencia suave al hablar me despistaron. Aunque si soy honesta, y ahora que lo puedo analizar con perspectiva, veo que ya desde el principio había señales que hacían presagiar algo su comportamiento. Pero no todo.
Fue una de esas noches en la que una sale en plan tranquilo pero, sin saber cómo, te vas enredando y terminas en un sitio de ambiente, bailando música de los ochenta. Era mi primer fin de semana en Madrid, después de mi vuelta, y mi amiga estaba loca por contarme sus cuitas y yo por recorrer Malasaña.
Nada más entrar en el antro le dije: "hoy hay aquí mucho hetero". Eran como una pandilla de 20 hombres y mujeres bailando. No sé cómo ocurrió, pero nos vimos envueltas por este grupo, cantando a grito pelado todas las canciones que ponían.
Mi prima y mi tío me han educado bien en esta década de liberación y de modernidad. Vamos, que me sé todas las canciones. La mecha fue la Escuela de calor de Radio Futura. Mientras yo bailaba sobre el suelo, movida por la música y los miles de recuerdos que me producía, él iba y venía gritando “penalti”.
Quise que me resultara gracioso: era pelirrojo oscuro y yo estaba viendo Outlander. Mi prima dice que tengo que dejar de ver películas románticas. Pero, ¿qué sería la vida sin ellas? El día a día es demasiado prosaico.
Me miraba desde lejos, se acercaba y se iba. Le gustaba vagabundear por la pista. Él regateaba entre la gente y uno de su grupo me miraba como si yo fuese una tarta de chocolate y él un niño goloso tras un escaparate. Ante tantas idas y venidas, mi interés decaía y mi cuerpo acusaba el peso de la mudanza. Me despedí desde lejos con la mano y dicho gesto provocó una carrera hacia mí. Yo aún no sabía que era la portería.
Se ofreció a acompañarme fuera y yo lo tildé de caballero. Ante su mutismo en la puerta, le propuse vernos otro día y me pidió el teléfono. Mientras nos alejamos por las calles y nuestras endorfinas iban bajando, colegimos en que era un tipo gracioso.
Eran las 3.00 de la mañana y yo me iba dormir con una ilusión. Aunque Cupido no había aparecido, estaba la posibilidad de conocer o descubrir alguien nuevo. Todo podría pasar. Pero la ilusión se hizo añicos cuando, a los cinco minutos de despedirnos, me mandó un mensaje para venir a mi casa, sin ningún tipo de regateo. Solo te digo que esa noche, el pelirrojo no metió ningún gol… Por lo menos en mi portería.
Fue una de esas noches en la que una sale en plan tranquilo pero, sin saber cómo, te vas enredando y terminas en un sitio de ambiente, bailando música de los ochenta. Era mi primer fin de semana en Madrid, después de mi vuelta, y mi amiga estaba loca por contarme sus cuitas y yo por recorrer Malasaña.
Nada más entrar en el antro le dije: "hoy hay aquí mucho hetero". Eran como una pandilla de 20 hombres y mujeres bailando. No sé cómo ocurrió, pero nos vimos envueltas por este grupo, cantando a grito pelado todas las canciones que ponían.
Mi prima y mi tío me han educado bien en esta década de liberación y de modernidad. Vamos, que me sé todas las canciones. La mecha fue la Escuela de calor de Radio Futura. Mientras yo bailaba sobre el suelo, movida por la música y los miles de recuerdos que me producía, él iba y venía gritando “penalti”.
Quise que me resultara gracioso: era pelirrojo oscuro y yo estaba viendo Outlander. Mi prima dice que tengo que dejar de ver películas románticas. Pero, ¿qué sería la vida sin ellas? El día a día es demasiado prosaico.
Me miraba desde lejos, se acercaba y se iba. Le gustaba vagabundear por la pista. Él regateaba entre la gente y uno de su grupo me miraba como si yo fuese una tarta de chocolate y él un niño goloso tras un escaparate. Ante tantas idas y venidas, mi interés decaía y mi cuerpo acusaba el peso de la mudanza. Me despedí desde lejos con la mano y dicho gesto provocó una carrera hacia mí. Yo aún no sabía que era la portería.
Se ofreció a acompañarme fuera y yo lo tildé de caballero. Ante su mutismo en la puerta, le propuse vernos otro día y me pidió el teléfono. Mientras nos alejamos por las calles y nuestras endorfinas iban bajando, colegimos en que era un tipo gracioso.
Eran las 3.00 de la mañana y yo me iba dormir con una ilusión. Aunque Cupido no había aparecido, estaba la posibilidad de conocer o descubrir alguien nuevo. Todo podría pasar. Pero la ilusión se hizo añicos cuando, a los cinco minutos de despedirnos, me mandó un mensaje para venir a mi casa, sin ningún tipo de regateo. Solo te digo que esa noche, el pelirrojo no metió ningún gol… Por lo menos en mi portería.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ