Viva el Barça. O el Sevilla, con quien jugó una vibrante e inolvidable final de la Copa, y en la que los seguidores sevillistas siguieron defendiendo sin bronca a su equipo a lo largo del partido, a pesar del resultado adverso con el que se estaba encontrando. También por el aplauso unánime que ambas aficiones le concedieron a Andrés Iniesta al ser sustituido al final del encuentro, como reconocimiento a uno de los grandes jugadores de este país.
Extiendo esa felicitación al Real Madrid, o al Atlético, o al Betis… porque de lo quiero hablar es de la importancia que tiene el fútbol, como deporte, juego o espectáculo, no solo en los adultos que siguen de manera apasionada la trayectoria de su equipo favorito, sino también del entusiasmo que suscita en edades inferiores como puede ser entre los niños y adolescentes
Entiendo, no obstante, que haya personas a las que no les guste el fútbol o, incluso, que lo detesten, ya que, quizás, solo vean los aspectos cuestionables que se dan en las grandes competiciones que acaparan titulares de los medios de comunicación. Cierto que en el alto nivel hay muchas sombras; pero el fútbol no solo es un gran entretenimiento mediático que se retransmite por las televisiones a escala nacional o internacional, o el apasionante espectáculo para los aficionados que acuden regularmente a los estadios en los que compite su club favorito.
Hemos de tener en cuenta que para entender el enorme éxito que este “juego-deporte-espectáculo” ha alcanzado a nivel mundial es necesario entender su sencillez básica y los pocos medios que necesitan los niños y adolescentes para comenzar un partido entre ellos. Les basta una pelota y un terreno llano para iniciar la apasionante aventura de formar dos equipos, o dos pequeños grupos con el número de jugadores que en esos momentos dispongan, y estar jugando todo el tiempo posible hasta que acaben extenuados.
Y este sencillo ritual se produce en cualquier parte del mundo; no solo en los países desarrollados y con grandes medios económicos y tecnológicos, sino que en cualquier rincón del planeta todos los días hay niños (ahora también niñas) que se divierten, disfrutan y corren sin parar detrás de un balón de cuero o de una humilde pelota. No se necesitan, como en otros deportes, materiales y canchas especiales (pensemos, por ejemplo, en el baloncesto, balonmano, tenis, etc.). Su éxito, tal como indico, radica en su enorme sencillez.
Bien es cierto que los pequeños que se inician pronto en este juego se hacen seguidores de un determinado equipo consagrado, al que seguirán fieles el resto de sus vidas, pues es impensable que cambien de colores. Además, admirarán a algunos de los más destacados futbolistas de su club, al que tomarán como modelo a imitar.
En mi caso, recuerdo que de pequeño era el juego preferido de la pandilla de amigos. Curiosamente, cada uno tenía su equipo favorito. Así, el Barcelona, al que seguí por los consejos de un hermano mayor que yo, se unían amigos que eran seguidores del Real Madrid, del Bilbao, del Atlético de Madrid o del Betis.
A pesar de que la idea de rivalidad conlleva discusiones o conflictos, lo cierto es que no recuerdo que nunca nos peleáramos entre nosotros. Es más, pasados los años, todavía mantenemos la fidelidad a los colores de nuestra infancia y nos referimos a ellos divirtiéndonos y gastándonos bromas.
Pero claro, el tiempo idóneo para jugar al fútbol tiene un límite, incluso para los jugadores profesionales, que ven que superada la tercera década de su vida la mayor parte de ellos empieza a declinar físicamente. Personalmente, si hay una pérdida que lamenté fue no seguir disfrutando del fútbol con el paso de los años. La sentí como una pérdida injusta que el tiempo nos marcaba inexorablemente. De todos modos, y siempre que ha sido posible, he jugado pequeños partidos con los niños (lógicamente, sin abusar de mi tamaño).
Así, el verano pasado, estando de nuevo en Suiza para pasar un tiempo con la familia, eché unos pequeños partidos en algunas ocasiones que me vi con mis sobrinos Julian y Severin, que residen con sus padres en la bella ciudad de Winterthur. La distribución fue la siguiente: Severin, el más pequeño de los dos hermanos, y yo éramos del Barcelona; Julian y su padre eran del Winterthur.
Aunque la lengua materna de Julian y Severin es el alemán, repetían con toda claridad todas las indicaciones que yo les daba en español. También, cuando marcaban un gol, entusiasmados, acudían a su madre, Maribel, para decirle en un perfecto español el número de goles que habían logrado. Además, repetían el gesto de triunfo que el jugador madridista, Cristiano Ronaldo, ha hecho tan famoso.
Recientemente, y como recuerdo de nuestros pequeños encuentros, Maribel me ha enviado una foto de ellos, cada uno con una camiseta distinta: Severin viste la del Barcelona y Julian la del Winterthur. Es un pequeño regalo que me hacen para decirme que todavía se acuerdan de los partidos que llevábamos a cabo en el mes de agosto cuando iban a visitar a su abuelo en Uettligen, pequeño pueblo cercano a Berna.
Pero el fútbol no solo se vive como una afición personal y colectiva, sino también como ilusión que se transmite de generación en generación. Esto lo podemos comprobar en las imágenes de los estadios cuando vemos que hay padres que van acompañados por sus hijos o hijas pequeños, y que siguen los colores de su equipo favorito con el entusiasmo que les transmiten los mayores.
Es lo que me acontece a mí ahora que recientemente he sido abuelo. Abel, que vino al mundo a finales del mes de marzo, vive con sus padres en Barcelona. Ya sé que es muy pronto, que es un niño muy pequeño; pero cuando cumpla unos años, lo llevaré al Camp Nou vestido con la camiseta de Messi para que conozca a una de las grandes estrellas del fútbol mundial.
El problema lo tendrá cuando su otro abuelo, Norberto, le hable entusiasmado del Real Madrid, y se encuentre con el dilema de qué equipo elegir. Lo que sí es seguro es que no se hará seguidor de ambos clubes, pues la eterna rivalidad del Madrid y del Barcelona hacen totalmente imposible semejante solución.
Por parte de su padre, que tan cariñosamente lo acoge recién nacido, no creo que tenga problemas, pues el fútbol no es un tema que le genere grandes entusiasmos; quizá, quiera encauzarlo hacia el ajedrez, que es un juego mucho más calmado y que se vive sin los sobresaltos que genera el fútbol.
De todos modos, Abel ya tendrá tiempo para elegir sus aficiones favoritas (y saber si el fútbol entra en ellas). Por lo pronto, no le gustan los ruidos de la gran ciudad; prefiere la calma y el sosiego que encuentra dentro de casa. Quizás esto sea una señal de que se decantará por juegos tranquilos, por lo que es posible que el ajedrez le resulte más convincente que el ambiente agitado y bullicioso de los grandes estadios. En este punto, su padre tiene todas las de ganar a sus abuelos.
Extiendo esa felicitación al Real Madrid, o al Atlético, o al Betis… porque de lo quiero hablar es de la importancia que tiene el fútbol, como deporte, juego o espectáculo, no solo en los adultos que siguen de manera apasionada la trayectoria de su equipo favorito, sino también del entusiasmo que suscita en edades inferiores como puede ser entre los niños y adolescentes
Entiendo, no obstante, que haya personas a las que no les guste el fútbol o, incluso, que lo detesten, ya que, quizás, solo vean los aspectos cuestionables que se dan en las grandes competiciones que acaparan titulares de los medios de comunicación. Cierto que en el alto nivel hay muchas sombras; pero el fútbol no solo es un gran entretenimiento mediático que se retransmite por las televisiones a escala nacional o internacional, o el apasionante espectáculo para los aficionados que acuden regularmente a los estadios en los que compite su club favorito.
Hemos de tener en cuenta que para entender el enorme éxito que este “juego-deporte-espectáculo” ha alcanzado a nivel mundial es necesario entender su sencillez básica y los pocos medios que necesitan los niños y adolescentes para comenzar un partido entre ellos. Les basta una pelota y un terreno llano para iniciar la apasionante aventura de formar dos equipos, o dos pequeños grupos con el número de jugadores que en esos momentos dispongan, y estar jugando todo el tiempo posible hasta que acaben extenuados.
Y este sencillo ritual se produce en cualquier parte del mundo; no solo en los países desarrollados y con grandes medios económicos y tecnológicos, sino que en cualquier rincón del planeta todos los días hay niños (ahora también niñas) que se divierten, disfrutan y corren sin parar detrás de un balón de cuero o de una humilde pelota. No se necesitan, como en otros deportes, materiales y canchas especiales (pensemos, por ejemplo, en el baloncesto, balonmano, tenis, etc.). Su éxito, tal como indico, radica en su enorme sencillez.
Bien es cierto que los pequeños que se inician pronto en este juego se hacen seguidores de un determinado equipo consagrado, al que seguirán fieles el resto de sus vidas, pues es impensable que cambien de colores. Además, admirarán a algunos de los más destacados futbolistas de su club, al que tomarán como modelo a imitar.
En mi caso, recuerdo que de pequeño era el juego preferido de la pandilla de amigos. Curiosamente, cada uno tenía su equipo favorito. Así, el Barcelona, al que seguí por los consejos de un hermano mayor que yo, se unían amigos que eran seguidores del Real Madrid, del Bilbao, del Atlético de Madrid o del Betis.
A pesar de que la idea de rivalidad conlleva discusiones o conflictos, lo cierto es que no recuerdo que nunca nos peleáramos entre nosotros. Es más, pasados los años, todavía mantenemos la fidelidad a los colores de nuestra infancia y nos referimos a ellos divirtiéndonos y gastándonos bromas.
Pero claro, el tiempo idóneo para jugar al fútbol tiene un límite, incluso para los jugadores profesionales, que ven que superada la tercera década de su vida la mayor parte de ellos empieza a declinar físicamente. Personalmente, si hay una pérdida que lamenté fue no seguir disfrutando del fútbol con el paso de los años. La sentí como una pérdida injusta que el tiempo nos marcaba inexorablemente. De todos modos, y siempre que ha sido posible, he jugado pequeños partidos con los niños (lógicamente, sin abusar de mi tamaño).
Así, el verano pasado, estando de nuevo en Suiza para pasar un tiempo con la familia, eché unos pequeños partidos en algunas ocasiones que me vi con mis sobrinos Julian y Severin, que residen con sus padres en la bella ciudad de Winterthur. La distribución fue la siguiente: Severin, el más pequeño de los dos hermanos, y yo éramos del Barcelona; Julian y su padre eran del Winterthur.
Aunque la lengua materna de Julian y Severin es el alemán, repetían con toda claridad todas las indicaciones que yo les daba en español. También, cuando marcaban un gol, entusiasmados, acudían a su madre, Maribel, para decirle en un perfecto español el número de goles que habían logrado. Además, repetían el gesto de triunfo que el jugador madridista, Cristiano Ronaldo, ha hecho tan famoso.
Recientemente, y como recuerdo de nuestros pequeños encuentros, Maribel me ha enviado una foto de ellos, cada uno con una camiseta distinta: Severin viste la del Barcelona y Julian la del Winterthur. Es un pequeño regalo que me hacen para decirme que todavía se acuerdan de los partidos que llevábamos a cabo en el mes de agosto cuando iban a visitar a su abuelo en Uettligen, pequeño pueblo cercano a Berna.
Pero el fútbol no solo se vive como una afición personal y colectiva, sino también como ilusión que se transmite de generación en generación. Esto lo podemos comprobar en las imágenes de los estadios cuando vemos que hay padres que van acompañados por sus hijos o hijas pequeños, y que siguen los colores de su equipo favorito con el entusiasmo que les transmiten los mayores.
Es lo que me acontece a mí ahora que recientemente he sido abuelo. Abel, que vino al mundo a finales del mes de marzo, vive con sus padres en Barcelona. Ya sé que es muy pronto, que es un niño muy pequeño; pero cuando cumpla unos años, lo llevaré al Camp Nou vestido con la camiseta de Messi para que conozca a una de las grandes estrellas del fútbol mundial.
El problema lo tendrá cuando su otro abuelo, Norberto, le hable entusiasmado del Real Madrid, y se encuentre con el dilema de qué equipo elegir. Lo que sí es seguro es que no se hará seguidor de ambos clubes, pues la eterna rivalidad del Madrid y del Barcelona hacen totalmente imposible semejante solución.
Por parte de su padre, que tan cariñosamente lo acoge recién nacido, no creo que tenga problemas, pues el fútbol no es un tema que le genere grandes entusiasmos; quizá, quiera encauzarlo hacia el ajedrez, que es un juego mucho más calmado y que se vive sin los sobresaltos que genera el fútbol.
De todos modos, Abel ya tendrá tiempo para elegir sus aficiones favoritas (y saber si el fútbol entra en ellas). Por lo pronto, no le gustan los ruidos de la gran ciudad; prefiere la calma y el sosiego que encuentra dentro de casa. Quizás esto sea una señal de que se decantará por juegos tranquilos, por lo que es posible que el ajedrez le resulte más convincente que el ambiente agitado y bullicioso de los grandes estadios. En este punto, su padre tiene todas las de ganar a sus abuelos.
AURELIANO SÁINZ