"Te está llamando 'No llamar cuando estás
borracha'. Perdona por haber mirado". "No pasa nada", me dijo. Me
pareció curiosa su forma de registrar los nombres en su agenda del
móvil. En ese momento no podía hablar: era sábado por la noche y el bar
estaba hasta arriba. Como ya te dije, querido diario, trabajo de vez en
cuando de camarera. Mis ahorros no van a ser eternos y el alquiler de mi
piso va destinado por entero a pagar esta habitación que comparto en
Malasaña.
Era la primera vez que veía a esta chica, Bego. Eran las 5.00 de la mañana cuando se empezó a despejar el local y llegaba el momento de recoger todo, incluidos a los borrachos del suelo. La gente se iba yendo y Bego me preguntó si me apuntaba después de cerrar a un café. "A un café no, pero a una infusión me apunto".
Cada uno hizo su parte y, al echar el cierre, ya empezaba a clarear. Decidimos andar por las calles vacías de Madrid, donde solo algunos madrugadores se atrevían a correr o a pasear a sus mascotas. Entramos en un café que había cerca de la Plaza Mayor, lleno de mesas redondas de madera.
Nos sentamos cerca de las amplias cristaleras que hacían de muros. Esto me ha quedado de París: sentarme cerca de una ventana mientras la bolsita de la infusión suelta su sabor en el agua y observar cómo las personas pasean o corren. Porque, en Madrid, la gente solo corre.
Y entonces empezó a contarme que ella no guardaba los teléfonos por nombre, sobre todo los de los hombres que iba conociendo. El 'No llamar cuando estoy borracha' era un impresentable al que solo llamaba cuando estaba desesperada, triste y había bebido más de la cuenta. El problema venía a la mañana siguiente, cuando se levantaba con él y tenía que salir corriendo antes de que él abriera los ojos y tuviese que aguantar alguna de sus absurdas gilipolleces del tipo: "¿A que te ha gustado?". Otro de los números era 'No llamar nunca'.
"¿Y por qué no lo borras?", le pregunté. "Porque si él me llama, quiero saber quién es, para no cogerlo", me dijo. También tenía otros nombres relacionados con sus atributos físicos: 'Pichacorta', 'Grande pero no sirve para nada'… O su lugar de residencia: 'Cordobés gracioso'… Curioso lo de la residencia. "Es para cuando viajo", me contestó.
Era lo que se podía decir una mujer práctica. ¿Para qué utilizar la memoria cuando puedes describir en pocas palabras cómo es el dueño de ese número de teléfono? Ojalá yo hubiera sido así. Esta mañana me ha llamado uno que dice que anoche le propuse un fin de semana romántico garantizado ante notario, preguntándome que qué tal me venía el siguiente… ¿De verdad que he sido capaz de decir en voz alta lo que tantas veces he pensado? Maldito Bailey’s y maldita Bego, que me enredó llevándome a un after... Eso sí, pasada una hora, ella despareció. ¿Llamaría al impresentable?
Era la primera vez que veía a esta chica, Bego. Eran las 5.00 de la mañana cuando se empezó a despejar el local y llegaba el momento de recoger todo, incluidos a los borrachos del suelo. La gente se iba yendo y Bego me preguntó si me apuntaba después de cerrar a un café. "A un café no, pero a una infusión me apunto".
Cada uno hizo su parte y, al echar el cierre, ya empezaba a clarear. Decidimos andar por las calles vacías de Madrid, donde solo algunos madrugadores se atrevían a correr o a pasear a sus mascotas. Entramos en un café que había cerca de la Plaza Mayor, lleno de mesas redondas de madera.
Nos sentamos cerca de las amplias cristaleras que hacían de muros. Esto me ha quedado de París: sentarme cerca de una ventana mientras la bolsita de la infusión suelta su sabor en el agua y observar cómo las personas pasean o corren. Porque, en Madrid, la gente solo corre.
Y entonces empezó a contarme que ella no guardaba los teléfonos por nombre, sobre todo los de los hombres que iba conociendo. El 'No llamar cuando estoy borracha' era un impresentable al que solo llamaba cuando estaba desesperada, triste y había bebido más de la cuenta. El problema venía a la mañana siguiente, cuando se levantaba con él y tenía que salir corriendo antes de que él abriera los ojos y tuviese que aguantar alguna de sus absurdas gilipolleces del tipo: "¿A que te ha gustado?". Otro de los números era 'No llamar nunca'.
"¿Y por qué no lo borras?", le pregunté. "Porque si él me llama, quiero saber quién es, para no cogerlo", me dijo. También tenía otros nombres relacionados con sus atributos físicos: 'Pichacorta', 'Grande pero no sirve para nada'… O su lugar de residencia: 'Cordobés gracioso'… Curioso lo de la residencia. "Es para cuando viajo", me contestó.
Era lo que se podía decir una mujer práctica. ¿Para qué utilizar la memoria cuando puedes describir en pocas palabras cómo es el dueño de ese número de teléfono? Ojalá yo hubiera sido así. Esta mañana me ha llamado uno que dice que anoche le propuse un fin de semana romántico garantizado ante notario, preguntándome que qué tal me venía el siguiente… ¿De verdad que he sido capaz de decir en voz alta lo que tantas veces he pensado? Maldito Bailey’s y maldita Bego, que me enredó llevándome a un after... Eso sí, pasada una hora, ella despareció. ¿Llamaría al impresentable?
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ