Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) es autor de más de quince libros. Por Enterrar a los muertos, obtuvo los premios Rodolfo Walsh y Dulce Chacón. En Filek nos descubre al estafador que logró engañar a Franco y sigue el rastro de este personaje histórico por archivos y hemerotecas para centrarse en su etapa española, en la que un golpe del destino convierte brevemente en triunfador a este pícaro de la vieja escuela.
Testigo de algunos de los episodios más convulsos de la Europa del siglo pasado, Filek protagoniza una historia profundamente documentada, con dosis de humor y suspense, con un retrato de fondo de la España de los años treinta y cuarenta.
—Leyendo 'Filek', cualquier lector puede pensar si este hombre era demasiado avispado o suicida o si el régimen cobijaba a demasiados tipos como Filek.
—Bueno, este era el espabilado que se aprovechó de las chapuzas del régimen porque todo en el gobierno de la posguerra era muy zarrapastroso. La patente no existía, su empresa no existía, sin embargo, después de la guerra, salió en el BOE con la calificación de industria internacional y sí se aprovechó de lo chapucero que era el régimen de Franco.
—Leyendo la biografía sobre Franco de Paul Preston te llaman la atención unas líneas sobre este personaje y allí rompe tu curiosidad por él.
—Sí. Es como una nota a pie de página de la vida de Franco y, sin embargo, los novelistas a veces somos precisamente los que nos dedicamos a eso, ¿no?, a los personajes que no son muy importantes para la Historia con mayúsculas y que sin embargo tienen una historia lo bastante interesante como para poder contar, como fue la época que les tocó vivir.
—¿Te costó reconstruir el perfil de este delincuente de poca monta?
— Hay muchas sombras y bastantes luces y a través de esas luces consigo reconstruir la historia de éste que, en la realidad, es casi una historia picaresca, pero es un pícaro austriaco, no un pícaro español.
—Uno de los aspectos más curiosos de este personaje es esa capacidad de persuasión. ¿Convencía con sus recetas para conseguir gasolina sintética con el baño maría? Demasiado simple.
—(Ríe). Sí. Conseguía engañar a gente que no sabía pero también hay que comprender que en aquella época nadie sabía de hidrocarburos. Es como si ahora nos vienen a vender una startup o algo de lo que no hemos oído hablar. Sabemos que hay gente que se enriquece con eso, pero somos unos ignorantes al respecto. Es decir, que se aprovechaba de que realmente la ignorancia sobre los carburantes estaba generalizada. De un modo como ahora nosotros podríamos morder el anzuelo de una estafa de una criptomoneda, por ejemplo.
—¿Le favoreció en su carrera de estafador pasar tres años en cárceles republicanas?
—No solo le favoreció sino que le borró todo el pasado de estafador que tenía y le convirtió en una especie de mártir del nuevo régimen. Un excautivo era alguien que había demostrado con su sacrificio y sufrimiento la lealtad al nuevo régimen.
—Imagino que también le ayudaría su apellido germánico y venderse como antiguo miembro del Ejército austriaco.
—En aquel momento, realmente, lo germánico tenía mucho prestigio. Estamos hablando del año 39, o sea, justo cuando acaba de empezar la Segunda Guerra Mundial. Y, aparte también, su amistad con Serrano Suñer, con quien coincidió en la cárcel. Y después con otro cuñado, que era Felipe Polo, que fue uno de los grandes defensores de la gasolina de Filek. O sea, que fue una historia de cuñados.
—Ensayo y novela. Decidiste no inventar y documentar todo. Te impusiste las mismas reglas que Patrick Modiano en 'Dora Bruder', una novelita bellísima. ¿Seguiste las mismas pautas?
—Sí. Con la diferencia de que de Dora Bruder, que era una niña cuando desapareció en el París de la ocupación, no había mucho rastro en los archivos o en las hemerotecas. En cambio de este, luego que me puse a buscar, encontré muchas cosas. Entonces, claro, en vez de recrear el París de la ocupación como hizo Modiano, yo recreo otras épocas, pero además cuento muchas cosas de Filek porque, además, las he podido documentar.
—Filek nunca fue nazi, pero ¿tuvo simpatías fascistas?
—Sí. Tuvo amistades fascistas, tuvo simpatías por militares golpistas que intervinieron en el levantamiento. Lo que pasa es que, paradojas de la vida, lo convierten posteriormente en un nazi cuando el Gobierno de Franco tiene que llevarse bien con los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y lo mandan en un paquete de supuestos nazis que estaban en España, cuando él no lo era.
—Tú lo defines como un gran perdedor.
—En realidad, era un estafador de medio pelo y el único momento de gloria que tuvo en su vida le duró menos de un año, justo después de la Guerra Civil. Pero enseguida cayó en desgracia y, si hacemos un cálculo del tiempo que vivió en España, la mitad la pasó en la cárcel. O sea, que digamos que no le arriendo las ganancias.
—Franco fue uno más. Pero al primero que engañó fue a un tal Gonzalo Leyva Iglesias, con un procedimiento de soldadura para metales por medios químicos.
—Bueno, él inventaba cosas. Era todavía una época gloriosa de los inventores y había muchos otros inventores como él de una gasolina sintética como la suya. Lo curioso es que con alguno de ellos coincidió en la cárcel y en condiciones bastante trágicas porque uno de ellos, Suñén Beneded, acabó muerto en Paracuellos.
—Los estafadores nos suelen caer bien. En este caso concreto nos es más simpático porque intenta engañar a Franco.
— Lo intenta y lo consigue. Porque, aunque él sale en el BOE a finales de 39, en enero ya hay gente del régimen que ha descubierto el engaño. Pero hasta que Franco cree que efectivamente es un engaño, pasan todavía varios meses, casi medio año. Con lo cual, realmente, él tiene el mérito de haber conseguido engañar a Franco. Y, efectivamente, yo creo que es algo que a todos nos hace que nos resulte más simpático.
Testigo de algunos de los episodios más convulsos de la Europa del siglo pasado, Filek protagoniza una historia profundamente documentada, con dosis de humor y suspense, con un retrato de fondo de la España de los años treinta y cuarenta.
—Leyendo 'Filek', cualquier lector puede pensar si este hombre era demasiado avispado o suicida o si el régimen cobijaba a demasiados tipos como Filek.
—Bueno, este era el espabilado que se aprovechó de las chapuzas del régimen porque todo en el gobierno de la posguerra era muy zarrapastroso. La patente no existía, su empresa no existía, sin embargo, después de la guerra, salió en el BOE con la calificación de industria internacional y sí se aprovechó de lo chapucero que era el régimen de Franco.
—Leyendo la biografía sobre Franco de Paul Preston te llaman la atención unas líneas sobre este personaje y allí rompe tu curiosidad por él.
—Sí. Es como una nota a pie de página de la vida de Franco y, sin embargo, los novelistas a veces somos precisamente los que nos dedicamos a eso, ¿no?, a los personajes que no son muy importantes para la Historia con mayúsculas y que sin embargo tienen una historia lo bastante interesante como para poder contar, como fue la época que les tocó vivir.
—¿Te costó reconstruir el perfil de este delincuente de poca monta?
— Hay muchas sombras y bastantes luces y a través de esas luces consigo reconstruir la historia de éste que, en la realidad, es casi una historia picaresca, pero es un pícaro austriaco, no un pícaro español.
—Uno de los aspectos más curiosos de este personaje es esa capacidad de persuasión. ¿Convencía con sus recetas para conseguir gasolina sintética con el baño maría? Demasiado simple.
—(Ríe). Sí. Conseguía engañar a gente que no sabía pero también hay que comprender que en aquella época nadie sabía de hidrocarburos. Es como si ahora nos vienen a vender una startup o algo de lo que no hemos oído hablar. Sabemos que hay gente que se enriquece con eso, pero somos unos ignorantes al respecto. Es decir, que se aprovechaba de que realmente la ignorancia sobre los carburantes estaba generalizada. De un modo como ahora nosotros podríamos morder el anzuelo de una estafa de una criptomoneda, por ejemplo.
—¿Le favoreció en su carrera de estafador pasar tres años en cárceles republicanas?
—No solo le favoreció sino que le borró todo el pasado de estafador que tenía y le convirtió en una especie de mártir del nuevo régimen. Un excautivo era alguien que había demostrado con su sacrificio y sufrimiento la lealtad al nuevo régimen.
—Imagino que también le ayudaría su apellido germánico y venderse como antiguo miembro del Ejército austriaco.
—En aquel momento, realmente, lo germánico tenía mucho prestigio. Estamos hablando del año 39, o sea, justo cuando acaba de empezar la Segunda Guerra Mundial. Y, aparte también, su amistad con Serrano Suñer, con quien coincidió en la cárcel. Y después con otro cuñado, que era Felipe Polo, que fue uno de los grandes defensores de la gasolina de Filek. O sea, que fue una historia de cuñados.
—Ensayo y novela. Decidiste no inventar y documentar todo. Te impusiste las mismas reglas que Patrick Modiano en 'Dora Bruder', una novelita bellísima. ¿Seguiste las mismas pautas?
—Sí. Con la diferencia de que de Dora Bruder, que era una niña cuando desapareció en el París de la ocupación, no había mucho rastro en los archivos o en las hemerotecas. En cambio de este, luego que me puse a buscar, encontré muchas cosas. Entonces, claro, en vez de recrear el París de la ocupación como hizo Modiano, yo recreo otras épocas, pero además cuento muchas cosas de Filek porque, además, las he podido documentar.
—Filek nunca fue nazi, pero ¿tuvo simpatías fascistas?
—Sí. Tuvo amistades fascistas, tuvo simpatías por militares golpistas que intervinieron en el levantamiento. Lo que pasa es que, paradojas de la vida, lo convierten posteriormente en un nazi cuando el Gobierno de Franco tiene que llevarse bien con los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y lo mandan en un paquete de supuestos nazis que estaban en España, cuando él no lo era.
—Tú lo defines como un gran perdedor.
—En realidad, era un estafador de medio pelo y el único momento de gloria que tuvo en su vida le duró menos de un año, justo después de la Guerra Civil. Pero enseguida cayó en desgracia y, si hacemos un cálculo del tiempo que vivió en España, la mitad la pasó en la cárcel. O sea, que digamos que no le arriendo las ganancias.
—Franco fue uno más. Pero al primero que engañó fue a un tal Gonzalo Leyva Iglesias, con un procedimiento de soldadura para metales por medios químicos.
—Bueno, él inventaba cosas. Era todavía una época gloriosa de los inventores y había muchos otros inventores como él de una gasolina sintética como la suya. Lo curioso es que con alguno de ellos coincidió en la cárcel y en condiciones bastante trágicas porque uno de ellos, Suñén Beneded, acabó muerto en Paracuellos.
—Los estafadores nos suelen caer bien. En este caso concreto nos es más simpático porque intenta engañar a Franco.
— Lo intenta y lo consigue. Porque, aunque él sale en el BOE a finales de 39, en enero ya hay gente del régimen que ha descubierto el engaño. Pero hasta que Franco cree que efectivamente es un engaño, pasan todavía varios meses, casi medio año. Con lo cual, realmente, él tiene el mérito de haber conseguido engañar a Franco. Y, efectivamente, yo creo que es algo que a todos nos hace que nos resulte más simpático.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO