Sentada en el poyete que separa el paseo marítimo de la arena, una lluvia fina procedente del mar vino a despertarme. Me vio perdida en mis pensamientos y me trajo al ahora. Sentí su roce sobre mis mejillas y mis ojos tuvieron que volverse a mirar aquellas blancas olas que se elevaban sobre la noche oscura, mientras un pescador valiente echaba su cebo contra la furia del agua.
Fuerza y belleza. Todo un espectáculo. Las olas parecían amenazar al hombre para que no se llevara ninguno de los tesoros que viven dentro del agua salada. De nuevo el viento increpaba al mar para que se elevara y cayese en picado contra la orilla, dejando una alfombra volátil blanca que sonaba a refresco con gas y hacía cosquillas en los pies. Al fondo se recortaba una montaña velada por la niebla en la que miles de luces parecían decir “no estás sola: hay mucha gente aquí”.
Me sentí feliz. Hay noches llenas de anhelos de brazos ajenos, pero esta noche no fue de esas. No quería nada, no necesitaba nada: solo la caricia de un viento perfumado de blanca espuma. Me embrujó la fuerza de la madre naturaleza, esa que te atrae y temes... como el amor.
Olas saltando para ver cuál llega más alto... y cae más rápido. Un grupo de rock comienza tocar y con solo una frase del cantante peludo, sabía que iba a vivir un momento mágico. "Mi dulce niña" y mi cerebro dijo: "Seguro que es 'Sweet child of mine' de Guns & Roses". Y así era. Esta canción nunca deja de emocionarme. No sé por qué, ni me interesa saberlo...
Encogí mis piernas, las puse sobre el muro, las abracé y empecé a balancearme mientras el mar rugía y la voz aguda del cantante competían por mi atención. Fui capaz de tener dos amantes a la vez. Terminó la balada y quedé maravillada por ese momento de felicidad consciente, en el que todo era como tenía que ser y no había expectativas que nublaran el resplandor del momento. ¡Cuántas cosas me pierdo a menudo por no estar presente!
Fuerza y belleza. Todo un espectáculo. Las olas parecían amenazar al hombre para que no se llevara ninguno de los tesoros que viven dentro del agua salada. De nuevo el viento increpaba al mar para que se elevara y cayese en picado contra la orilla, dejando una alfombra volátil blanca que sonaba a refresco con gas y hacía cosquillas en los pies. Al fondo se recortaba una montaña velada por la niebla en la que miles de luces parecían decir “no estás sola: hay mucha gente aquí”.
Me sentí feliz. Hay noches llenas de anhelos de brazos ajenos, pero esta noche no fue de esas. No quería nada, no necesitaba nada: solo la caricia de un viento perfumado de blanca espuma. Me embrujó la fuerza de la madre naturaleza, esa que te atrae y temes... como el amor.
Olas saltando para ver cuál llega más alto... y cae más rápido. Un grupo de rock comienza tocar y con solo una frase del cantante peludo, sabía que iba a vivir un momento mágico. "Mi dulce niña" y mi cerebro dijo: "Seguro que es 'Sweet child of mine' de Guns & Roses". Y así era. Esta canción nunca deja de emocionarme. No sé por qué, ni me interesa saberlo...
Encogí mis piernas, las puse sobre el muro, las abracé y empecé a balancearme mientras el mar rugía y la voz aguda del cantante competían por mi atención. Fui capaz de tener dos amantes a la vez. Terminó la balada y quedé maravillada por ese momento de felicidad consciente, en el que todo era como tenía que ser y no había expectativas que nublaran el resplandor del momento. ¡Cuántas cosas me pierdo a menudo por no estar presente!
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ