Inicio estas líneas con unos breves brochazos aclaratorios sobre determinados errores lingüísticos que van apareciendo con un intencionado uso del lenguaje. Feminizar el habla no hará que seamos más respetuosos con las personas, sean hombres o mujeres. Usar términos políticamente correctos tampoco, puesto que la realidad es la que es.
A “lo que es, existe o puede existir” según el diccionario de la Academia, se le llama "ente", es decir que tiene entidad. Si dicho concepto lo usamos como sufijo (-ente) es un participio activo que de ninguna manera permite “-enta”, por ejemplo “influyenta”, por más que se empeñen tozudas reformistas.
Podemos decir que una persona (hombre o mujer) es valiente pero no “valienta”. Al afirmar de una persona que es ignorante (no "ignoranta") nos referirnos a alguien “que ignora o desconoce algo” e incluso “que carece de cultura o conocimientos” (sic). ¿Esa es la justificación que podemos dar a “portavozas” como último cromo?
Jugar con el lenguaje solo conduce a que enredemos el campo léxico más de lo que ya está y, de paso, confundamos al personal, que puede pensar que si una persona “culta” e importante utiliza las palabras “miembra”, “jóvena”, “portavoza” es porque sabe lo que dice y hace. Me alejo un poco en la referencia para evitar un marcaje innecesario.
Quienes se empeñan en usar e incluir palabras con calzador para que aparezcan en género femenino están haciendo un flaco favor al personal. Quiero pensar que dichos modificantes o “modificantas” solo muestran, en el mejor de los casos, un lapsus mental, o lo que es más grave, pretenden enredar “a troche y moche” porque hay que pasar de un “patriarcalismo” a un “matriarcalismo" total. No creo que dicho enredo sea motivado por una falta de cultura.
Un pequeño toque de culturilla. ¿De dónde viene la expresión a troche y moche? Parece ser que su origen está relacionado con los leñadores cuando talaban “a tajo hecho”, es decir sin pensar qué arboles talar y cuáles no. Ya ven, estamos ante una vieja expresión que se salta la ecología a la torera.
Si se dispara desde el poder y con la complicidad de la prensa, la justificación podría ser una sutil triquiñuela para que el personal deje de pensar en los múltiples problemas que nos cercan y piense en otras cosas, por ejemplo en las “musarañas” y así no interfiere en cuestiones más importantes o más graves. Por cierto, la musaraña es un pequeñísimo mamífero parecido a los ratones y que suele encontrarse en el campo.
Cuando la balanza se escora a un lado en detrimento del otro, viene el desequilibrio haciendo tanto o más daño que antes al usar un lenguaje supuestamente confuso, poco diferenciador en cuanto al género de las palabras.
Desde un supuesto igualitarismo saltamos a otra planta donde al sufrido ciudadano se le confunde aún más, ya que no recibe la ayuda de una Ariadna capaz de proporcionarle un hilo salvador que le permita salir del laberinto, previa muerte del Minotauro. ¡Pobre Teseo! Cuenta el mito que Ariadna, enamorada de Teseo, lo salva de una muerte segura pues, aunque matar al Minotauro no le costaría nada, sí que tendría graves problemas para poder salir del laberinto.
Con feminizar un quintal de palabras o todo el diccionario, no conseguiremos, por desgracia, poner en valor el más elemental respeto a los demás. En esta carrera por borrar palabras políticamente incorrectas surge una confusión grotesca. ¡Ojo! Un desliz involuntario podría hacernos decir “confusionismo”, concepto que no tiene nada que ver con confusión.
En este juego por cubrir realidades cambiando vocablos, abundan las personas tontas, fatuas, que piensan que si revisten una palabra han conseguido cambiar la realidad. Burda mentira. Lo único seguro es que desvían el foco de nuestra atención fuera de los problemas acuciantes.
Descendamos a ejemplos concretos abarcando dicha inclusión a la que sumaremos el lenguaje políticamente correcto. Ofrezco algunas muestras que empiezan a revolotear como impertinentes y dañinos mosquitos pero que, en muchos de los casos, son reales y, en otros, ni existen en el catálogo de voces del diccionario oficial.
Desde dicha corrección política nos venden que hay que desechar palabras humillantes como "maricón", "negro", "moro", "ciego", "gitano"… y en su lugar usar "gay", "personas de color", "subsahariano", "invidente", "discapacitado", "zíngaro". ¿Hemos conseguido cambiar la realidad que subyace en dichos nombres? Creo que no. A propósito, si no está bien decir ciego, la ONCE tendrá que cambiar sus siglas.
Es cierto que algunas palabras se pueden forrar con un léxico lleno de respeto y bondad. "Homosexual", por ejemplo, ha perdido la dureza original. La llamada “corrección política” es un camelo para predicar desde la tribuna politiquera que nos adiestra para mantener una doble realidad: lo que decimos en público y lo que pensamos en privado.
Estudiante ("estudianta") se dice para masculino y femenino; paciente igual, residente va por el mismo sendero, periodista no tiene palabra diferente. Y un largo chorreo. En estos casos será el artículo “el o la” el que matice la diferencia para ambos géneros.
Así podríamos continuar con muchas voces que comparten género para masculino y femenino. Quiero recordar que son las palabras las que tienen género masculino o femenino. Cuando encaja una palabra en femenino es cuestión de cambiarla. Recientemente, "jueza" y "fiscala" han sido situadas en su lugar como femenino de "juez".
Las palabras "pacienta", "residenta", "diferenta", " periodisto", "gilipollo", "estudianta" y otras muchas más no entran en el juego, simple y llanamente porque no existen por más que nos empeñemos en darles entidad.
Aunque no estaría mal que, por ejemplo, con el conjunto de el cargo público que “tiene carácter electivo o de confianza” y hace referencia a dignidad en masculino o femenino, pudiéramos decir “cargas públicas” (resuena a peso, a gravamen) usando, cómo no, la feminización para nombrar a sus señorías.
Si señoría la masculinizamos (no es igual "señoría" que "señorío") lo único que hacemos es cambiar de significado la palabra que se pretende masculinizar. "Señorío" hace referencia al “territorio perteneciente al señor/señora” (sic). "Señoría" es el “tratamiento que se le da a jueces o parlamentarios. Olvidaba que no se trata de masculinizar la lengua sino de feminizarla siempre que ello sea posible. El diccionario tiene muchos agujeros aun.
Me asombra que personas supuestamente cultas, incluidos periodistas y “periodistos” se lancen al agua estancada de un lenguaje inclusivo que previamente no ha sido acotado y remozado. Topamos con lacayos que se empecinan en dar vida a palabras de momento incorrectas.
De la invasión de anglicismos (no tiene nada que ver con "anglicanismo") ¿para qué hablar? En una lucha por un supuesto lenguaje políticamente correcto, día sí y día no nos están introduciendo palabros en inglés que parece suena mejor que los originales del español. ¿Ganas de lucirse? ¿Esnobismo? Por supuesto, también se usan palabras de otros rincones del mapamundi.
Aduzco dos ejemplos que son muy significativos. “Escrache” es una voz argentina y los políticos la usan porque suena más elegante y fina que "acoso". Acosar es “apremiar de forma insistente a alguien con molestias o requerimientos” (sic). ¿A que queda más fino "escrache"? Lo mismo ocurre con la palabra italiana “sorpasso” que suena mejor que sobrepasar, adelantar a alguien. También puede ser una forma de marcarse faroles.
El mal uso de la lengua se hace por motivos ideológicos cargados de ignorancia. Con un lenguaje “inclusista”, término que tampoco existe de momento, salvo que lo saquemos de la inclusa y entonces será un expósito. "Inclusivo" o "inclusiva" sí que tienen capacidad para incluir como consta por su significado.
Termino. El empoderamiento de la mujer no se conseguirá jugando al “veo, veo” con los vocablos ni con la paridad en los ministerios o en las juntas directivas de empresas. Dicha igualdad es algo más importante y profundo que un encalar la fachada y desde luego no se trata de un “sorpasso” (no se refiere a una monja “sor passo”) como si participáramos en la vuelta ciclista a Francia. Hay que empoderar a la mujer. ¿Verdad que dicho así suena algo mal?
A “lo que es, existe o puede existir” según el diccionario de la Academia, se le llama "ente", es decir que tiene entidad. Si dicho concepto lo usamos como sufijo (-ente) es un participio activo que de ninguna manera permite “-enta”, por ejemplo “influyenta”, por más que se empeñen tozudas reformistas.
Podemos decir que una persona (hombre o mujer) es valiente pero no “valienta”. Al afirmar de una persona que es ignorante (no "ignoranta") nos referirnos a alguien “que ignora o desconoce algo” e incluso “que carece de cultura o conocimientos” (sic). ¿Esa es la justificación que podemos dar a “portavozas” como último cromo?
Jugar con el lenguaje solo conduce a que enredemos el campo léxico más de lo que ya está y, de paso, confundamos al personal, que puede pensar que si una persona “culta” e importante utiliza las palabras “miembra”, “jóvena”, “portavoza” es porque sabe lo que dice y hace. Me alejo un poco en la referencia para evitar un marcaje innecesario.
Quienes se empeñan en usar e incluir palabras con calzador para que aparezcan en género femenino están haciendo un flaco favor al personal. Quiero pensar que dichos modificantes o “modificantas” solo muestran, en el mejor de los casos, un lapsus mental, o lo que es más grave, pretenden enredar “a troche y moche” porque hay que pasar de un “patriarcalismo” a un “matriarcalismo" total. No creo que dicho enredo sea motivado por una falta de cultura.
Un pequeño toque de culturilla. ¿De dónde viene la expresión a troche y moche? Parece ser que su origen está relacionado con los leñadores cuando talaban “a tajo hecho”, es decir sin pensar qué arboles talar y cuáles no. Ya ven, estamos ante una vieja expresión que se salta la ecología a la torera.
Si se dispara desde el poder y con la complicidad de la prensa, la justificación podría ser una sutil triquiñuela para que el personal deje de pensar en los múltiples problemas que nos cercan y piense en otras cosas, por ejemplo en las “musarañas” y así no interfiere en cuestiones más importantes o más graves. Por cierto, la musaraña es un pequeñísimo mamífero parecido a los ratones y que suele encontrarse en el campo.
Cuando la balanza se escora a un lado en detrimento del otro, viene el desequilibrio haciendo tanto o más daño que antes al usar un lenguaje supuestamente confuso, poco diferenciador en cuanto al género de las palabras.
Desde un supuesto igualitarismo saltamos a otra planta donde al sufrido ciudadano se le confunde aún más, ya que no recibe la ayuda de una Ariadna capaz de proporcionarle un hilo salvador que le permita salir del laberinto, previa muerte del Minotauro. ¡Pobre Teseo! Cuenta el mito que Ariadna, enamorada de Teseo, lo salva de una muerte segura pues, aunque matar al Minotauro no le costaría nada, sí que tendría graves problemas para poder salir del laberinto.
Con feminizar un quintal de palabras o todo el diccionario, no conseguiremos, por desgracia, poner en valor el más elemental respeto a los demás. En esta carrera por borrar palabras políticamente incorrectas surge una confusión grotesca. ¡Ojo! Un desliz involuntario podría hacernos decir “confusionismo”, concepto que no tiene nada que ver con confusión.
En este juego por cubrir realidades cambiando vocablos, abundan las personas tontas, fatuas, que piensan que si revisten una palabra han conseguido cambiar la realidad. Burda mentira. Lo único seguro es que desvían el foco de nuestra atención fuera de los problemas acuciantes.
Descendamos a ejemplos concretos abarcando dicha inclusión a la que sumaremos el lenguaje políticamente correcto. Ofrezco algunas muestras que empiezan a revolotear como impertinentes y dañinos mosquitos pero que, en muchos de los casos, son reales y, en otros, ni existen en el catálogo de voces del diccionario oficial.
Desde dicha corrección política nos venden que hay que desechar palabras humillantes como "maricón", "negro", "moro", "ciego", "gitano"… y en su lugar usar "gay", "personas de color", "subsahariano", "invidente", "discapacitado", "zíngaro". ¿Hemos conseguido cambiar la realidad que subyace en dichos nombres? Creo que no. A propósito, si no está bien decir ciego, la ONCE tendrá que cambiar sus siglas.
Es cierto que algunas palabras se pueden forrar con un léxico lleno de respeto y bondad. "Homosexual", por ejemplo, ha perdido la dureza original. La llamada “corrección política” es un camelo para predicar desde la tribuna politiquera que nos adiestra para mantener una doble realidad: lo que decimos en público y lo que pensamos en privado.
Estudiante ("estudianta") se dice para masculino y femenino; paciente igual, residente va por el mismo sendero, periodista no tiene palabra diferente. Y un largo chorreo. En estos casos será el artículo “el o la” el que matice la diferencia para ambos géneros.
Así podríamos continuar con muchas voces que comparten género para masculino y femenino. Quiero recordar que son las palabras las que tienen género masculino o femenino. Cuando encaja una palabra en femenino es cuestión de cambiarla. Recientemente, "jueza" y "fiscala" han sido situadas en su lugar como femenino de "juez".
Las palabras "pacienta", "residenta", "diferenta", " periodisto", "gilipollo", "estudianta" y otras muchas más no entran en el juego, simple y llanamente porque no existen por más que nos empeñemos en darles entidad.
Aunque no estaría mal que, por ejemplo, con el conjunto de el cargo público que “tiene carácter electivo o de confianza” y hace referencia a dignidad en masculino o femenino, pudiéramos decir “cargas públicas” (resuena a peso, a gravamen) usando, cómo no, la feminización para nombrar a sus señorías.
Si señoría la masculinizamos (no es igual "señoría" que "señorío") lo único que hacemos es cambiar de significado la palabra que se pretende masculinizar. "Señorío" hace referencia al “territorio perteneciente al señor/señora” (sic). "Señoría" es el “tratamiento que se le da a jueces o parlamentarios. Olvidaba que no se trata de masculinizar la lengua sino de feminizarla siempre que ello sea posible. El diccionario tiene muchos agujeros aun.
Me asombra que personas supuestamente cultas, incluidos periodistas y “periodistos” se lancen al agua estancada de un lenguaje inclusivo que previamente no ha sido acotado y remozado. Topamos con lacayos que se empecinan en dar vida a palabras de momento incorrectas.
De la invasión de anglicismos (no tiene nada que ver con "anglicanismo") ¿para qué hablar? En una lucha por un supuesto lenguaje políticamente correcto, día sí y día no nos están introduciendo palabros en inglés que parece suena mejor que los originales del español. ¿Ganas de lucirse? ¿Esnobismo? Por supuesto, también se usan palabras de otros rincones del mapamundi.
Aduzco dos ejemplos que son muy significativos. “Escrache” es una voz argentina y los políticos la usan porque suena más elegante y fina que "acoso". Acosar es “apremiar de forma insistente a alguien con molestias o requerimientos” (sic). ¿A que queda más fino "escrache"? Lo mismo ocurre con la palabra italiana “sorpasso” que suena mejor que sobrepasar, adelantar a alguien. También puede ser una forma de marcarse faroles.
El mal uso de la lengua se hace por motivos ideológicos cargados de ignorancia. Con un lenguaje “inclusista”, término que tampoco existe de momento, salvo que lo saquemos de la inclusa y entonces será un expósito. "Inclusivo" o "inclusiva" sí que tienen capacidad para incluir como consta por su significado.
Termino. El empoderamiento de la mujer no se conseguirá jugando al “veo, veo” con los vocablos ni con la paridad en los ministerios o en las juntas directivas de empresas. Dicha igualdad es algo más importante y profundo que un encalar la fachada y desde luego no se trata de un “sorpasso” (no se refiere a una monja “sor passo”) como si participáramos en la vuelta ciclista a Francia. Hay que empoderar a la mujer. ¿Verdad que dicho así suena algo mal?
PEPE CANTILLO