No todos son Salvini dirigiendo personalmente desahucios y expulsiones de inmigrantes en Italia; Trump amenazando con erigir muros, separar hijos de sus madres y blindar con militares la frontera con Méjico; Bolsonaro acusando a los inmigrantes de Brasil de delincuentes o Casado asegurando que hay millones de africanos a punto de invadirnos por el “efecto llamada” de la política humanitaria del Gobierno de España.
No todo es esa marea de políticos racistas que agitan el fantasma de la xenofobia para acrecentar el miedo de la gente ante peligros inexistentes, pero agobiados de problemas domésticos, para conseguir sus votos. Por mucho que cunda la estrategia del populismo ultranacionalista en diversos países del planeta para asaltar el poder e imponer sus recetas aislacionistas, excluyentes, proteccionistas y unilaterales, no todo el mundo les sigue la corriente, sino que les hace frente e intentan combatirlas sin demagogias y mediante argumentos racionales y no emocionales, basados en datos objetivos y anteponiendo los Derechos Humanos.
Porque de lo que se trata es de personas, no mercancías o circunstancias desfavorables para nuestro bienestar, que son víctimas y no causas de un fenómeno de alcance global. Así se ha contemplado y querido abordar en Marrakech, en el llamado Pacto Mundial por una Migración Segura, Ordenada y Regular, suscrito esta semana.
165 países, de los 193 que integran la ONU, se reunieron en esa ciudad de Marruecos, bajo los auspicios de Naciones Unidas, para materializar el primer esfuerzo multilateral por acordar medidas no vinculantes a la hora de actuar ante el fenómeno de la migración, desde un punto de vista integral, que contemple desafíos y oportunidades.
En un planeta que levanta muros culturales, étnicos, lingüísticos, religiosos o políticos, hay cerca de 300 millones de personas que intentan traspasar tales barreras, huyendo de guerras y calamidades, para tener alguna oportunidad de mejorar sus condiciones de vida o, simplemente, sobrevivir. Representan el 3,4 por ciento de la población mundial y su única culpa es haber nacido en áreas de muerte, opresión o miseria.
Pero son las naciones más afortunadas y prósperas del mundo las que tratan con denuedo de impedir la inmigración y las que consideran una amenaza para su identidad o seguridad la arribada de migrantes a sus puertas. Utilizando mensajes xenófobos, incitan el rechazo y hasta la agresión de la población al inmigrante, al calificar a este fenómeno como peligroso y a sus integrantes de delincuentes, sin atender la dimensión humana de personas concernidas por los Derechos Humanos y las Convenciones sobre asilo y refugio que todos estos países han suscrito.
El Pacto Mundial para la Migración ha querido poner el foco, precisamente, en los aspectos más hirientes a los inmigrantes, tales como su seguridad (salvar vidas), el acceso a servicios básicos (salud, centros de acogida, etc.), combatir el tráfico de personas (mafias y la trata), promover su integración y facilitar el regreso a sus países de origen.
Con ello se persigue minimizar los factores que obligan a estas personas a abandonar y huir de sus países, garantizándoles el respeto a sus derechos y su dignidad como personas. Se busca, en definitiva, contemplar la migración como una oportunidad para nuestras sociedades y no como una afrenta u obstáculo, a través de mecanismos de cooperación que permitan gestionar de un modo racional el fenómeno imparable de la migración.
Es decir, todo lo contrario de cómo lo presentan los populismos xenófobos que en la actualidad tienen éxito en algunos países del mundo desarrollado para obtener réditos políticos, obviando que ningún muro podrá detener nunca la migración ni la hará desaparecer. Y olvidando, además, que todos somos extranjeros de un mundo donde nacemos por casualidad, no por voluntad, en las naciones que lo forman.
Contra esta visión comprensiva del fenómeno de la migración, connatural al ser humano desde su aparición sobre la faz de la Tierra, figura Estados Unidos de América, en especial bajo la Administración de Donald Trump, quien se opuso desde el principio a que se llevara a cabo esta iniciativa de la ONU, negándose a participar en el foro y presionando a otros países para que no asistieran a la cumbre celebrada en Marrakech, cuyo proceso de elaboración ha exigido más de 18 meses de reuniones en seis rondas previas.
El pacto alcanzado en la conferencia intergubernamental se votará el próximo día 19 en la sede de la Asamblea General de Naciones Unidas, en Nueva York, con la intención de ofrecer al mundo un marco, no vinculante jurídicamente, pero sí moral, sobre la manera de abordar el fenómeno global migratorio desde la cooperación y el respeto de los Derechos Humanos, apoyado por la inmensa mayoría de los países miembros de la Organización Mundial.
Como era de esperar, otros países, en los que ha calado el mensaje xenófobo del populismo ultranacionalista, como Austria, Hungría, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria, Italia y Chile, entre otros, también se han opuesto a rubricar un documento que no es vinculante ni obliga a ningún estado a adoptar medidas sobre sus fronteras, pero que insta a reconsiderar el modo en que se aborda el problema migratorio, evitando políticas excluyentes e insolidarias.
Es, por tanto, motivo de esperanza esta preocupación mundial por los problemas derivados de la gente que se mueve en pos de seguridad, trabajo y dignidad, y que no se detiene frente a las barreras físicas o burocráticas que se hallen en el camino, ni frente a las manipulaciones con las que se les quiera instrumentalizar con fines electorales o partidistas.
Ya ha germinado una reacción, auspiciada por la ONU, para contrarrestar el discurso manipulador del nacionalismo xenófobo y excluyente que recorre Occidente y que, incluso, ha hecho mella en Andalucía, región caracterizada por ser hasta ahora crisol de culturas.
Y aunque el Pacto Global por la Migración es sólo el comienzo de un cambio de actitud, el acuerdo suscrito por la inmensa mayoría de los países miembros de la ONU es motivo suficiente para la satisfacción y la esperanza de un mundo mejor y más solidario. ¿Con qué cara se presentarán los populistas a inocular el miedo en sus países contra una migración defendida por Naciones Unidas?
No todo es esa marea de políticos racistas que agitan el fantasma de la xenofobia para acrecentar el miedo de la gente ante peligros inexistentes, pero agobiados de problemas domésticos, para conseguir sus votos. Por mucho que cunda la estrategia del populismo ultranacionalista en diversos países del planeta para asaltar el poder e imponer sus recetas aislacionistas, excluyentes, proteccionistas y unilaterales, no todo el mundo les sigue la corriente, sino que les hace frente e intentan combatirlas sin demagogias y mediante argumentos racionales y no emocionales, basados en datos objetivos y anteponiendo los Derechos Humanos.
Porque de lo que se trata es de personas, no mercancías o circunstancias desfavorables para nuestro bienestar, que son víctimas y no causas de un fenómeno de alcance global. Así se ha contemplado y querido abordar en Marrakech, en el llamado Pacto Mundial por una Migración Segura, Ordenada y Regular, suscrito esta semana.
165 países, de los 193 que integran la ONU, se reunieron en esa ciudad de Marruecos, bajo los auspicios de Naciones Unidas, para materializar el primer esfuerzo multilateral por acordar medidas no vinculantes a la hora de actuar ante el fenómeno de la migración, desde un punto de vista integral, que contemple desafíos y oportunidades.
En un planeta que levanta muros culturales, étnicos, lingüísticos, religiosos o políticos, hay cerca de 300 millones de personas que intentan traspasar tales barreras, huyendo de guerras y calamidades, para tener alguna oportunidad de mejorar sus condiciones de vida o, simplemente, sobrevivir. Representan el 3,4 por ciento de la población mundial y su única culpa es haber nacido en áreas de muerte, opresión o miseria.
Pero son las naciones más afortunadas y prósperas del mundo las que tratan con denuedo de impedir la inmigración y las que consideran una amenaza para su identidad o seguridad la arribada de migrantes a sus puertas. Utilizando mensajes xenófobos, incitan el rechazo y hasta la agresión de la población al inmigrante, al calificar a este fenómeno como peligroso y a sus integrantes de delincuentes, sin atender la dimensión humana de personas concernidas por los Derechos Humanos y las Convenciones sobre asilo y refugio que todos estos países han suscrito.
El Pacto Mundial para la Migración ha querido poner el foco, precisamente, en los aspectos más hirientes a los inmigrantes, tales como su seguridad (salvar vidas), el acceso a servicios básicos (salud, centros de acogida, etc.), combatir el tráfico de personas (mafias y la trata), promover su integración y facilitar el regreso a sus países de origen.
Con ello se persigue minimizar los factores que obligan a estas personas a abandonar y huir de sus países, garantizándoles el respeto a sus derechos y su dignidad como personas. Se busca, en definitiva, contemplar la migración como una oportunidad para nuestras sociedades y no como una afrenta u obstáculo, a través de mecanismos de cooperación que permitan gestionar de un modo racional el fenómeno imparable de la migración.
Es decir, todo lo contrario de cómo lo presentan los populismos xenófobos que en la actualidad tienen éxito en algunos países del mundo desarrollado para obtener réditos políticos, obviando que ningún muro podrá detener nunca la migración ni la hará desaparecer. Y olvidando, además, que todos somos extranjeros de un mundo donde nacemos por casualidad, no por voluntad, en las naciones que lo forman.
Contra esta visión comprensiva del fenómeno de la migración, connatural al ser humano desde su aparición sobre la faz de la Tierra, figura Estados Unidos de América, en especial bajo la Administración de Donald Trump, quien se opuso desde el principio a que se llevara a cabo esta iniciativa de la ONU, negándose a participar en el foro y presionando a otros países para que no asistieran a la cumbre celebrada en Marrakech, cuyo proceso de elaboración ha exigido más de 18 meses de reuniones en seis rondas previas.
El pacto alcanzado en la conferencia intergubernamental se votará el próximo día 19 en la sede de la Asamblea General de Naciones Unidas, en Nueva York, con la intención de ofrecer al mundo un marco, no vinculante jurídicamente, pero sí moral, sobre la manera de abordar el fenómeno global migratorio desde la cooperación y el respeto de los Derechos Humanos, apoyado por la inmensa mayoría de los países miembros de la Organización Mundial.
Como era de esperar, otros países, en los que ha calado el mensaje xenófobo del populismo ultranacionalista, como Austria, Hungría, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria, Italia y Chile, entre otros, también se han opuesto a rubricar un documento que no es vinculante ni obliga a ningún estado a adoptar medidas sobre sus fronteras, pero que insta a reconsiderar el modo en que se aborda el problema migratorio, evitando políticas excluyentes e insolidarias.
Es, por tanto, motivo de esperanza esta preocupación mundial por los problemas derivados de la gente que se mueve en pos de seguridad, trabajo y dignidad, y que no se detiene frente a las barreras físicas o burocráticas que se hallen en el camino, ni frente a las manipulaciones con las que se les quiera instrumentalizar con fines electorales o partidistas.
Ya ha germinado una reacción, auspiciada por la ONU, para contrarrestar el discurso manipulador del nacionalismo xenófobo y excluyente que recorre Occidente y que, incluso, ha hecho mella en Andalucía, región caracterizada por ser hasta ahora crisol de culturas.
Y aunque el Pacto Global por la Migración es sólo el comienzo de un cambio de actitud, el acuerdo suscrito por la inmensa mayoría de los países miembros de la ONU es motivo suficiente para la satisfacción y la esperanza de un mundo mejor y más solidario. ¿Con qué cara se presentarán los populistas a inocular el miedo en sus países contra una migración defendida por Naciones Unidas?
DANIEL GUERRERO