Advertimos hace tiempo que el desprecio deriva en fascismo. Y ahora prevenimos del siguiente estadio: la violencia. El fascismo y la frustración no tienen otro camino salvo que se corte a tiempo. No nos atrevemos a afirmar que volveremos a los tiempos de los pistoleros callejeros, pero la escalada de tensión es innegable.
El ascenso de la extrema derecha más rancia era previsible y no debe escandalizar a nadie, en el momento en que aceptamos que la extrema izquierda entrara en las instituciones y la aplicación suave del artículo 155 en unos organismos controlados por el supremacismo catalán. Quizá, lo más escandaloso haya sido la incapacidad de diferentes sectores sociales de llevar a cabo un análisis realista e, incluso, de encajar la situación.
Tan mal ha sentado el golpe que supone la irrupción de Vox, que proliferan datos estadísticos en las redes para ver qué ciudades, pueblos y barrios los han votado. Estos datos siempre se comparten en unas elecciones, pero ni siquiera con la aparición de Podemos hubo un interés semejante. Algunos los miran para interpretar y comprender. Otros para buscar culpables. “¿Cómo ha podido pasar esto?”, se escucha en las calles.
Por otro lado, es notable la respuesta antidemocrática de Podemos al resultado de unas elecciones libres. El partido que firmó en Vistalegre II su viraje hacia la extrema izquierda más descerebrada, lejos de aceptar los resultados y hacer autocrítica, tal y como propuso un Íñigo Errejón ignorado, ha movilizado a sus borregos más inconscientes para manifestarse contra los resultados de unas elecciones libres y democráticas. Todo ello, a la vez que pedía mesura y sentido común. Una coherencia debatible.
Errejón ha ido por la buena dirección al afirmar que “no hay 400.000 andaluces fascistas”. A nuestro entender, los andaluces han votado de forma mayoritaria en clave estatal y han lanzado dos mensajes clarísimos. En primer lugar, la abstención cuenta, pues no es solo la de aquellos que pasan de la política por dejadez, esperando que ‘alguien’ solucione sus problemas. La mayor parte de las abstenciones provienen de personas que han bajado los brazos y que se han arrinconado, esperando a que hagan con ellos lo que deseen. Son los que desprecian tanto a Vox como a Podemos, los que gritaron el “a por ellos” cuando la Guardia Civil se dirigió a Cataluña para poner orden. Son los que ya están hartos y no creen posible un cambio positivo.
Pero el mensaje más relevante, el que parece ser ignorado por todos, es la llamada al orden. Ha calado el mensaje de que “Vox no es un partido de extrema derecha, sino de extrema necesidad”. Y Santiago Abascal sabe mejor que nadie que la mayor necesidad de un país es el orden. Cosa difícil con el arribista que tenemos de presidente del Gobierno, las insensateces de Podemos y las posiciones del supremacismo catalán, cada vez más violento.
La extrema derecha es un giro al pasado ante la incertidumbre del presente y la falta de confianza en el futuro. España necesita la vuelta de un Partido Socialista renovado o un equivalente, que permita el progreso racional y moderado. El lugar que debió ocupar Podemos, en vez de convertirse en la versión 2.0 de Izquierda Unida.
Hay que volver al centro. Y Andalucía necesita un partido andaluz moderado que sea capaz de pactar con el empresariado andaluz y que sirva de llave para una nueva España. Es tiempo de reformistas, y solo contamos con advenedizos de medio pelo que nos empujan al populismo.
De lo que hay ahora, solo cabe esperar violencia. Es una afirmación dura. Pero es lo que hay. Es una cuestión de tiempo que los descerebrados de Vox y Podemos acaben a golpes en las calles, en las presentaciones de libros, en los edificios públicos… Si no son los supremacistas catalanes, que ya abogan por la violencia de manera inequívoca. Algo tiene que pasar. Será una minoría, por supuesto, pero es la minoría que se mueve y nos arrastra a todos. La suerte que tenemos es que no hay acceso fácil a armas.
Este año que viene tiene un claro carácter electoral. Y como ocurre siempre, la tensión aumentará entre partidos. Es previsible un fortalecimiento de Vox en las elecciones municipales que aumente sus ingresos. Y con el dinero, viene la influencia política. Será en las elecciones generales donde comprobaremos si los españoles están dispuestos a aprender de su propia historia y volver a la moderación. Con sinceridad, lo dudo.
El ascenso de la extrema derecha más rancia era previsible y no debe escandalizar a nadie, en el momento en que aceptamos que la extrema izquierda entrara en las instituciones y la aplicación suave del artículo 155 en unos organismos controlados por el supremacismo catalán. Quizá, lo más escandaloso haya sido la incapacidad de diferentes sectores sociales de llevar a cabo un análisis realista e, incluso, de encajar la situación.
Tan mal ha sentado el golpe que supone la irrupción de Vox, que proliferan datos estadísticos en las redes para ver qué ciudades, pueblos y barrios los han votado. Estos datos siempre se comparten en unas elecciones, pero ni siquiera con la aparición de Podemos hubo un interés semejante. Algunos los miran para interpretar y comprender. Otros para buscar culpables. “¿Cómo ha podido pasar esto?”, se escucha en las calles.
Por otro lado, es notable la respuesta antidemocrática de Podemos al resultado de unas elecciones libres. El partido que firmó en Vistalegre II su viraje hacia la extrema izquierda más descerebrada, lejos de aceptar los resultados y hacer autocrítica, tal y como propuso un Íñigo Errejón ignorado, ha movilizado a sus borregos más inconscientes para manifestarse contra los resultados de unas elecciones libres y democráticas. Todo ello, a la vez que pedía mesura y sentido común. Una coherencia debatible.
Errejón ha ido por la buena dirección al afirmar que “no hay 400.000 andaluces fascistas”. A nuestro entender, los andaluces han votado de forma mayoritaria en clave estatal y han lanzado dos mensajes clarísimos. En primer lugar, la abstención cuenta, pues no es solo la de aquellos que pasan de la política por dejadez, esperando que ‘alguien’ solucione sus problemas. La mayor parte de las abstenciones provienen de personas que han bajado los brazos y que se han arrinconado, esperando a que hagan con ellos lo que deseen. Son los que desprecian tanto a Vox como a Podemos, los que gritaron el “a por ellos” cuando la Guardia Civil se dirigió a Cataluña para poner orden. Son los que ya están hartos y no creen posible un cambio positivo.
Pero el mensaje más relevante, el que parece ser ignorado por todos, es la llamada al orden. Ha calado el mensaje de que “Vox no es un partido de extrema derecha, sino de extrema necesidad”. Y Santiago Abascal sabe mejor que nadie que la mayor necesidad de un país es el orden. Cosa difícil con el arribista que tenemos de presidente del Gobierno, las insensateces de Podemos y las posiciones del supremacismo catalán, cada vez más violento.
La extrema derecha es un giro al pasado ante la incertidumbre del presente y la falta de confianza en el futuro. España necesita la vuelta de un Partido Socialista renovado o un equivalente, que permita el progreso racional y moderado. El lugar que debió ocupar Podemos, en vez de convertirse en la versión 2.0 de Izquierda Unida.
Hay que volver al centro. Y Andalucía necesita un partido andaluz moderado que sea capaz de pactar con el empresariado andaluz y que sirva de llave para una nueva España. Es tiempo de reformistas, y solo contamos con advenedizos de medio pelo que nos empujan al populismo.
De lo que hay ahora, solo cabe esperar violencia. Es una afirmación dura. Pero es lo que hay. Es una cuestión de tiempo que los descerebrados de Vox y Podemos acaben a golpes en las calles, en las presentaciones de libros, en los edificios públicos… Si no son los supremacistas catalanes, que ya abogan por la violencia de manera inequívoca. Algo tiene que pasar. Será una minoría, por supuesto, pero es la minoría que se mueve y nos arrastra a todos. La suerte que tenemos es que no hay acceso fácil a armas.
Este año que viene tiene un claro carácter electoral. Y como ocurre siempre, la tensión aumentará entre partidos. Es previsible un fortalecimiento de Vox en las elecciones municipales que aumente sus ingresos. Y con el dinero, viene la influencia política. Será en las elecciones generales donde comprobaremos si los españoles están dispuestos a aprender de su propia historia y volver a la moderación. Con sinceridad, lo dudo.
RAFAEL SOTO