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Eric Vuillard: “Un libro es un equilibrio”

El escritor francés Eric Vuillard (Lyon, 1968) cuenta en 14 de Julio la toma de la Bastilla, pero en el relato no aparecen aquellos personajes que nunca estuvieron allí. Sus auténticos protagonistas son el pueblo, gentes anónimas impulsadas por el hambre y la miseria, individuos sin derechos que convulsionaron un régimen arcaico para dar un nuevo sentido a la Historia. Narra también cómo se vivía entonces en la corte de Versalles y descifra el trasfondo económico y social que provocó el levantamiento.



El libro sorprende al lector, está bien escrito, es breve y de estructura perfecta. Un libro que para nada es novela histórica, sino relato donde Historia y Literatura se funden. Vuillard escribe desde el presente. Dice que la Historia se puede escribir de dos maneras. Como algo que ocurrió y se concluyó. Pero también como hechos que no están cerrados. Y para él el 14 de Julio no lo está. Se prolonga, por ejemplo, con los chalecos amarillos. Para él, el París del siglo XIX y principios del XX representa el tumulto, la gran capital del mundo.

No tiene nada contra la ficción, pero considera que en una época en que la libertad retrocede y la desigualdad avanza abriendo una brecha inquebrantable, no es ese el camino más certero. Excepto para fotografiarse, anda por la vida enfundado en un fular, viste de oscuro, habla con entusiasmo de su obra y es generoso en su discurso oral, pero muy escueto en sus libros, que los lima hasta la perfección.

En España, solo se han traducidos dos novelas más: El orden del día, con la que obtuvo el Premio Goncourt 2017, y Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill. Dos libros de imprescindible lectura. Ha publicado, además, Congo (2012), Conquistadors (2009) o La bataille d’Occident (2013).

—En su libro no hay grandes personajes. Sus protagonistas son la gente anónima, el pueblo, impulsada por el hambre y la miseria.

—Creo que la historia de la literatura, cuando gira hacia la realidad, aparece que la realidad somos muchos y no solamente un pequeño grupo de individuos que quisieron ocultar unos eventos. Y uno de los objetivos es intentar cómo contar una historia colectiva. Es lo que yo pretendía.

—Dice usted que relatar la Historia es una manera de mirar el presente. ¿Cómo ve el presente?

—Yo diría casi lo contrario. Yo creo que es el presente el que nos permite comprender el pasado. Cosas que han ocurrido desde 2008, una asociación de movimientos populares en Grecia, en Francia, en el mundo árabe o en Estados Unidos, permiten desleer el pasado de otra forma. Por ejemplo, la deuda, que es un tema muy importante en España, es la base. Y del porqué la crisis española y del levantamiento de parte del pueblo, este problema de la deuda lo encontramos el 14 de Julio.

Hay deuda. Y esta deuda de España o de otros estados nos permite ver el pasado de otra manera, y vemos esa deuda del 14 de Julio, y antes de la Revolución, y eso nos hace ver más allá. Lo que vemos es que en el nacimiento de la democracia está el tema de la deuda nacional. El nacimiento de la democracia es el borrado de la deuda nacional.

—Ahora los más ricos ya no necesitan al pueblo. Viven en barrios apartados. Dice usted que este hecho afectará al trabajo del escritor porque ya no frecuentaremos a esas clases pudientes. Tendrá que nacer otro Marcel Proust.

—Bueno, siempre hay renegados. Hay una bella expresión que dice que hay porquería en todas las clases. Lo que, en cierta manera, el regalo de Proust, que proviene de un medio que es judío en un ambiente de aristócratas desfasado, y luego está esa burguesía enriquecida y digamos está doblemente extranjero de este ambiente. Es quizás una forma y una parte de esa mirada que puede tener. Por lo tanto, como Proust, deberíamos buscarnos un renegado o encontrar otra relación, como intentar aprender cosas sobre esos grupos que están tan cerrados.

De alguna forma, podemos decir que la Historia hoy en día es un recurso. Ya no puedo frecuentar a los grandes comerciantes, los grandes industriales, los banqueros, los hombres políticos de hoy en día, ya que vivo en un medio y en un ambiente normal y muy alejado de mí, pues si miro en la Historia, puedo ver que el pasado me da un cierto acceso, una presencia, y vemos el cinismo de ese mundo.

—Dice usted que los movimientos de los indignados y la 'Nuit Debout' contienen sentimientos parecidos a los de la Revolución Francesa. En el sentido de que resurge el sentimiento colectivo y se vuelven a tomar las plazas.

—Sí. En el fondo, los historiadores insisten en la diferencia. Cada historiador es especialista de la Comuna de París o de la Guerra Civil española, y demás. Insisten sobre la diferencia, ya que la conocen. También podemos considerar que existe una secuencia histórica de largo recorrido y que, en el fondo, acerca de esta cosa, no es fácil cuando la desigualdad de las sociedades a veces son diferentes, pero como estructura la desigualdad es perenne.

Y el descontento tiene relación con escribir la Historia y la Historia se puede escribir de dos formas. Como algo que ocurrió y se terminó. La historia de la Guerra Civil como algo que pasó. Se puede escribir la historia del 14 de Julio como algo que ha ocurrido. Pero se puede contar también una historia como que no estuviera terminada. Y la historia del 14 de Julio no es una historia terminada. El tema de la emancipación de los hombres sigue.

—Su intención con este libro era deconstruir la toma de la Bastilla petrificada como fiesta nacional y mostrarla como una insurrección popular. ¿Se estaba deteriorando su perfil, su significado?

—Es que, de la manera como se citó en el pasado, se hizo con objetivos particulares. El contexto político era diferente. No hay historia neutra. Las historias del historiador Jules Michelet eran historia republicana, como antiguamente se decía, porque él quiere que la república se establezca, y daba mucha importancia a las embajadas burguesas, que siguen después del 14 de Julio, porque jugaron incluso un papel contrarrevolucionario el 14 de Julio.



A mí me parece que hoy en día, en el presente que nos ocupa, esa presencia del pueblo que se busca nos obliga a ver la cosa de manera diferente y nos permite ver el aspecto heterogéneo del gentío y vemos las cosas de otra manera y, sobre todo, la importancia que Michelet le había dado a la burguesía para no ver la realidad: que el 14 de Julio era únicamente ese hecho no solamente popular.

—La Revolución Francesa fue ante todo parisina. París es la ciudad que siempre todos quisieron conquistar o quemar. Incluso Hitler.

—Es que París ha sido al final del siglo XVIII una de las ciudades más importantes del mundo. La ciudad es, en ese momento, un fenómeno capital. Las ciudades poco a poco van a acoger a los campesinos, gente de la zona rural. Y las ciudades se convierten en un lugar de gran heterogeneidad de orígenes. Se oyen idiomas y lenguas diferentes. Son los idiomas del mundo entero y construyen una subjetividad diferente. Las ciudades enormes que aparecen en esa época construyen otra forma de amar, de frecuentar amigos, de trabajar, de andar por la calle, y construyen un anonimato que es otra forma nueva de libertad. Y de alguna forma, París inventa la Revolución Francesa. Hace posible la Revolución Francesa.

Esa subjetividad exige unas nuevas relaciones y es por ello, pienso, que París es un personaje que sigue en el siglo XIX y XX. Ha sido centro de muchos desafíos y por ello París es un personaje de novela que atraviesa todas las grandes obras noveladas del siglo XIX y principios del XX. París es el gran personaje colectivo, democrático, del siglo XIX y principios del XX. Eso es lo que representa París. Representa el tumulto.

—La mayoría de los pobres han sido expulsados del centro de París, pero el extrarradio de la ciudad puede arder cualquier día. ¿Lo ve así?

—Sí. Sin duda. Son pobres casi enteramente. Todavía el norte-este aún es muy popular, pero es verdad que han sido exiliados fuera del centro de la ciudad y, sobre todo, el norte-este se ve a menudo como el extrarradio francés. Digamos que algo sale ardiendo y donde la policía actúa o mata a un joven es precisamente en la periferia.

Y lo que podemos desear quizás es que algún día, tras no sé qué operación policial de importancia, el pueblo pueda de nuevo ocupar París y el centro. Hoy en día es un poco lo que puede ocurrir. Cuando vemos los chalecos amarillos desfilando por París, de pronto un sábado o un domingo, se ve cómo la ciudad está a su favor cuando ellos desfilan.

—Los personajes aparecen con sus nombres. No quiso escribir esta historia desde el cielo, sino fundido con la multitud. No era posible otro punto de vista.

—Yo creo que no. Mi libro no es una contrahistoria. No se puede decir de 14 de Julio que no es una historia popular, porque el pueblo es la componente esencial en su historia. Porque el 14 de Julio no hay otra historia popular.

—La multitud, cuando asalta la Bastilla, es consciente de que lo que quiere es tomar el poder. Se apodera de fusiles y de pólvora. Pero también las élites entendieron, aunque tarde, qué pasaba.

—Sí entendieron lo que pasaba. Conspiraron todo el día para evitar la caída de la Bastilla. Pero la masa era tan determinante. Y es lo que intento poner en escena en el libro, por una razón muy simple. El libro empieza contando una revuelta menos conocida que se llama revuelta de Réveillon, que tuvo lugar a finales de abril y que tuvo 300 muertos. Eso no fue una represión real. El Ejército del Rey mató a 300 personas y fueron tiradas en las catacumbas de París. Claro, que todo el pueblo sabe lo que ocurrió y lo tiene en su memoria. Y amenaza antes del 14 de Julio.

Parece que el ejército está presionando y yo creo que la conciencia del pueblo de París recuerda esa matanza, y el pueblo se organiza. Ya no puede permitirse perder. Y luego también, en la guardia francesa, una de las componentes del ejército del rey, va a cambiar. Antes dispararon contra el pueblo y se le ha reprochado mucho. Porque esa gente vive en torno a la Bastilla. Y esos militares van a irse de allí. Y eso abre la posibilidad del 14 de Julio precisamente.

—Dice usted que la historia de la emancipación de la humanidad no ha concluido. ¿Los chalecos amarillos es una prolongación de esta historia interminable?

—Sin duda. Como cada vez que se producen eventos de esa naturaleza. Forman parte de esa historia de la emancipación. Y cuando yo digo que esa historia no está terminada es que me ha parecido, escribiendo mi libro, que yo entiendo la cosa así. Por eso escribo y me dedico a ello. Es que escribiendo el libro he tenido cada vez más el sentimiento de escribir como si la historia estuviera terminada. Y me ha parecido que ese momento se puede escribir de otra manera, que otros libros se escribían también como si la Historia hubiera estado terminada.

En realidad, es un punto de vista político en el que en el instante sí se considera que la historia de la emancipación no está terminada. Al igual que el de las desigualdades no se ha terminado. Se escribe de otra manera. Y la escritura compromete el estilo, la forma del libro, porque compromete al lector personalmente si la historia no está terminada. Significa que el lector está escribiendo y forma parte de esa historia.

—Dice usted que “vivimos una época en que el pueblo se busca as sí mismo”. Pero parece que anda un poco perdido. Porque la ultraderecha triunfa en toda Europa, en América.

—Yo creo que significa sobre todo que el procedimiento democrático tiene fallos, porque finalmente el pueblo responde a las preguntas que se le plantean.

—Su libro es historia y literatura. Una relación muy antigua. Al igual que ocurre con el periodismo. Imagino que no le gustará que digan que se trata de novela histórica. Porque es otra cosa.

—Sí. Es diferente. Tengo un reflejo esnob contra la novela histórica, pero de alguna forma me parece que, después del siglo XIX, hemos podido distinguir novelas muy interesantes pero que cuentan una aventura siempre con un fondo de amor y una decoración, mientras que Noventa y Tres de Víctor Hugo es una novela que va a jugar un papel político en su momento. Es una novela que va a revaluar el terror. Es una novela donde Víctor Hugo va a modificar profundamente la relación que podemos tener con la Revolución Francesa, de forma general, y con la realidad. Va a hacer de Robespierre, Marat, Danton, personajes que no solo son antipáticos, les va a dar una dimensión política. Y vemos ahí que aparece otra posibilidad de novela. Trata de la Historia.



Y lo que yo hago aquí es totalmente diferente, pero no creo que se pueda calificar de relato histórico. Yo personalmente prefiero, más que considerar que puede ser un género aparte, aunque el título del relato que le doy está más bien ahí para decir que es un género aparte, pero en el fondo quiero decir que es una relación con la realidad más importante. Esta me parece que la tiene la literatura con el paso del tiempo.

—Trabaja con libros breves. Como Modiano, Echenoz y otros muchos. ¿La 'nouvelle'  es el género perfecto donde encontrar una estructura y una cadencia idóneas?

—Para mí, está ligado más bien al hecho sin que yo pensara todo de forma espontánea. Un libro es un equilibrio. Luego, pensando sobre el 14 de Julio, contar una revuelta, cómo hacerlo con 400 páginas. La revuelta exige también una cadencia. Y la brevedad me parece ahí una forma necesaria y también porque me parecía raro hablar del pueblo en una novela y que la gente que está trabajando no la pueda leer porque es enorme ese libro.

—Escribe en presente de indicativo. ¿Para tratar el pasado como presente? ¿Para acercarlo al lector?

—Por las dos cosas en realidad. En cierto modo, incluso utilizo el pasado compuesto. Pero escribo desde el presente. Yo creo que, de todas maneras los historiadores pueden a veces reprochar a los escritores ser anacrónicos. Pero yo creo que toda nuestra prosa es anacrónica. Cuando se escribe del pasado, estamos en una prosa que es fija en el presente, es una síntesis del presente. Debemos hacerlo así pero, en el fondo, contrariamente a rechazar ese anacronismo, hay que hacer algo de ello, producir algo.

El presente produce unos conocimientos sobre el pasado y, además, el tiempo es real, es también un medio de estar en relación con lo que yo estaba diciendo antes, con el hecho de que cuando escribimos una historia en el presente consideramos que no está terminada y yo sé que me comprometo con la Historia. El lector, también. Y forma parte de ello. En este caso, el presente es una forma de hacerlo sacar y de ser algo más vivo.

—Como lector, se siente cada vez más ávido de realidad. Como escritor, rechaza la ficción. Dice que puede ser engañosa.

—No tengo nada contra la ficción en sí. Sé que es un tema de conjuntura. Yo, como lector, leo mucha novela. La tendencia, en el contexto contemporáneo, es que yo prefiero, por ejemplo, un ensayo, un relato que habla del pasado, pero quien me dice una verdad del pasado, que es una relación real, más que una ficción que me hablaría del presente.

—La libertad retrocede en nombre de la seguridad. La crisis económica trajo más desigualdad. ¿Hacia dónde vamos?

—No lo sé. No puedo leer el futuro, pero estoy de acuerdo con lo que dice en su diagnóstico. Me parece que, adentro de las dos coordenadas que acaba de dar, es ahí donde la relación con la realidad es necesaria, ¿ve? En una época donde la libertad retrocede y donde la desigualdad es cada vez más importante, no deberíamos irnos por la ficción. Eso sería terrible.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍAS: ELISA ARROYO
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