Cuando las desigualdades sociales y la inequidad en la distribución de la riqueza surgen como consecuencia de la actividad económica es que el modelo se ha agotado y es imprescindible modificarlo. Ya no se trata de valorar que otra economía sea posible, como proclaman los soñadores, sino que hay que acometerla de manera inexorable, como reclaman los realistas, antes que el colapso de la economía condene a todos a la miseria.
En un mundo globalizado, en el que rige el sistema capitalista de forma hegemónica pero que aboca a graves problemas de concentración de la riqueza y peligrosas brechas o fracturas en la sociedad, se hace obligatorio reorientar el desarrollo económico y regular con mayor equidad la actividad productiva, de tal manera que el fruto de la economía, sin renunciar al capitalismo, reporte beneficios no solo económicos o financieros, sino también sociales y ambientales.
Es decir, una economía que haga posible una mejor y más eficiente distribución de la riqueza que sirva para amortiguar o disminuir las desigualdades que afloran entre países o en el seno de cada sociedad. Es por ello que es inevitable otra economía. Es perentoria.
Y, también, es factible, en tanto en cuanto la economía no es una ciencia exacta, sino una ciencia social que ha de adaptarse a las circunstancias de cada época y a las necesidades de la población, a la que procura ofrecer un modelo válido para la producción, distribución, comercio y consumo de bienes y servicios.
Si un modelo de economía falla, hay que cambiarlo, como se pide en la actualidad. De hecho, existen sesudos estudios que abordan la emergencia de las desigualdades a causa de procesos de acumulación del patrimonio y una distribución de los ingresos y la riqueza profundamente desequilibrados, por no decir injustos para el interés general.
No seré yo, profano en la materia, pero preocupado por lo que me afecta, quien determine la veracidad o lo errado de unos análisis que, como los de Thomas Piketty, economista e investigador de la Escuela de Economía de París, vienen a incidir en esta denuncia.
Y es que es evidente para cualquiera que las brechas sociales se multiplican y ahondan, favorecidas por un modelo económico que, en vez de repartir bienestar, genera desigualdad y conflictos sociales. La España despoblada –"vaciada", se dice ahora– y los falsos autónomos son síntomas indiscutibles de esas desigualdades que provocan una economía que tiende no solo a la concentración de la riqueza sino a la concentración urbana y a la explotación laboral.
Dejado a su arbitrio, un sistema económico que se basa en la propiedad privada de los medios de producción y en el mercado como mecanismo de asignación de recursos, por definición, no dejará de perseguir la obtención del máximo beneficio o rentabilidad al menor coste, estableciendo el lucro como única divisa.
Sin embargo, el interés general y la democracia deben controlar y regular su funcionamiento para que las contradicciones lógicas del sistema capitalista no socaven su propia viabilidad para la creación de riqueza, procurando nuevas normas de gobernanza de la economía que permitan una distribución de la riqueza con mayor equidad.
Los detentadores del capital y las empresas, como propietarios de los medios de producción, además de atender a los requerimientos del lucro, deberán responder a obligaciones sociales y ambientales, de manera que el crecimiento sea equilibrado y sostenible.
Toda inversión, en esa otra economía inevitable, ha de buscar no solo el beneficio financiero sino también social y ambiental. Entre otros motivos, porque con el aumento de las desigualdades, la extensión de la pobreza, la deforestación y la contaminación del medio ambiente y la persistencia de las brechas sociales, el actual sistema económico se vuelve ineficaz e insostenible para el futuro inmediato de cualquier sociedad y del mundo.
Como dice Piketty, “el asunto de la distribución de la riqueza es demasiado importante como para dejarlo solo en manos de los economistas”. Y la verdad es que a todos nos atañe… aunque sea en el bolsillo. Ya que, por nuestro desinterés e ignorancia, pasan estas cosas que nos venden por economía financiera: un vídeo colgado por Ramón Lobo en InfoLibre. Más que risa, causa indignación.
En un mundo globalizado, en el que rige el sistema capitalista de forma hegemónica pero que aboca a graves problemas de concentración de la riqueza y peligrosas brechas o fracturas en la sociedad, se hace obligatorio reorientar el desarrollo económico y regular con mayor equidad la actividad productiva, de tal manera que el fruto de la economía, sin renunciar al capitalismo, reporte beneficios no solo económicos o financieros, sino también sociales y ambientales.
Es decir, una economía que haga posible una mejor y más eficiente distribución de la riqueza que sirva para amortiguar o disminuir las desigualdades que afloran entre países o en el seno de cada sociedad. Es por ello que es inevitable otra economía. Es perentoria.
Y, también, es factible, en tanto en cuanto la economía no es una ciencia exacta, sino una ciencia social que ha de adaptarse a las circunstancias de cada época y a las necesidades de la población, a la que procura ofrecer un modelo válido para la producción, distribución, comercio y consumo de bienes y servicios.
Si un modelo de economía falla, hay que cambiarlo, como se pide en la actualidad. De hecho, existen sesudos estudios que abordan la emergencia de las desigualdades a causa de procesos de acumulación del patrimonio y una distribución de los ingresos y la riqueza profundamente desequilibrados, por no decir injustos para el interés general.
No seré yo, profano en la materia, pero preocupado por lo que me afecta, quien determine la veracidad o lo errado de unos análisis que, como los de Thomas Piketty, economista e investigador de la Escuela de Economía de París, vienen a incidir en esta denuncia.
Y es que es evidente para cualquiera que las brechas sociales se multiplican y ahondan, favorecidas por un modelo económico que, en vez de repartir bienestar, genera desigualdad y conflictos sociales. La España despoblada –"vaciada", se dice ahora– y los falsos autónomos son síntomas indiscutibles de esas desigualdades que provocan una economía que tiende no solo a la concentración de la riqueza sino a la concentración urbana y a la explotación laboral.
Dejado a su arbitrio, un sistema económico que se basa en la propiedad privada de los medios de producción y en el mercado como mecanismo de asignación de recursos, por definición, no dejará de perseguir la obtención del máximo beneficio o rentabilidad al menor coste, estableciendo el lucro como única divisa.
Sin embargo, el interés general y la democracia deben controlar y regular su funcionamiento para que las contradicciones lógicas del sistema capitalista no socaven su propia viabilidad para la creación de riqueza, procurando nuevas normas de gobernanza de la economía que permitan una distribución de la riqueza con mayor equidad.
Los detentadores del capital y las empresas, como propietarios de los medios de producción, además de atender a los requerimientos del lucro, deberán responder a obligaciones sociales y ambientales, de manera que el crecimiento sea equilibrado y sostenible.
Toda inversión, en esa otra economía inevitable, ha de buscar no solo el beneficio financiero sino también social y ambiental. Entre otros motivos, porque con el aumento de las desigualdades, la extensión de la pobreza, la deforestación y la contaminación del medio ambiente y la persistencia de las brechas sociales, el actual sistema económico se vuelve ineficaz e insostenible para el futuro inmediato de cualquier sociedad y del mundo.
Como dice Piketty, “el asunto de la distribución de la riqueza es demasiado importante como para dejarlo solo en manos de los economistas”. Y la verdad es que a todos nos atañe… aunque sea en el bolsillo. Ya que, por nuestro desinterés e ignorancia, pasan estas cosas que nos venden por economía financiera: un vídeo colgado por Ramón Lobo en InfoLibre. Más que risa, causa indignación.
DANIEL GUERRERO