Enero lo tenemos casi vencido hasta tal punto que no nos acordamos ya de la Navidad. Quizás nos la evoquen los juguetes que los pequeños dejan esparcidos por la casa. Siendo algo quisquilloso, quizás nos la recuerde lo flaca que pudo quedar la cartera. Un año más hemos intentado reunirnos con la familia.
Hasta no hace mucho, era una fiesta familiar y digo "era" porque, entre otras razones, los distintos miembros de una familia no vivían muy lejos unos de otros. Pero eso cambió con la modernidad. Por diversos avatares nos hicimos –nos obligaron a hacernos– ciudadanos del mundo. Ahora es más difícil celebrar fiestas en familia, dado que muchos miembros viven en lugares a veces lejanos.
Durante las fiestas en general y sobre todo en Navidades, sale al escenario el tema y la preocupación por la soledad de las personas mayores y llamamos la atención sobre su vida solitaria. Gente de buen corazón organizan una cena para estas personas, pero ¿y el resto de días y meses? Nos enfrentamos a un problema de cierta gravedad.
Paradójicamente vivimos en un mundo interconectado por un clic del móvil desde donde mandamos bromas, chistes, fotos de familiares, consignas políticas, falsedades... Añadan los calificativos que quieran y puedan parecer más importantes.
¿La soledad, en el sentido más pernicioso, es una cuestión sólo de Navidad? Sabemos que no. Para quien o quienes vivan inmersos en la soledad no es un problema puntual, es una lacra de larga duración. Estamos ante un conflicto que, según los entendidos, es una epidemia, “un mal o daño que se expande de forma intensa e indiscriminada” (sic) y afecta cada día más a parte de la población de mayores.
Es posible que dicha soledad sea –o ya ha llegado a ser– la “epidemia que poco a poco se extiende y va afectando a parte de la población occidental”. Matizo el tema y para ello parto y me apoyo en el diccionario.
La soledad se entiende como “carencia voluntaria o involuntaria de compañía” (sic). Esta definición ofrece dos caras contrapuestas. Vamos con la primera cara. “Carencia voluntaria de compañía” que aunque, desde fuera, la clasifiquemos “como privación de algo o alguien” (sic) queda claro que la persona inserta en dicha fase actúa por absoluta libertad, lo que no quita que esté a solas consigo misma y con sus pasatiempos (hobby).
El hobby se entiende como “actividad que, como afición o pasatiempo favorito, se practica habitualmente en los ratos de ocio” (sic). Como pasatiempos podemos citar la lectura o la escritura, amén de pintar, esculpir, determinado deporte, montañismo… y un largo etcétera que puede llenar dicho impasse voluntario.
Este tipo de soledad preferida permite conectarse con uno mismo para indagar en lo más interior del yo personal; permite conocerse mejor, permite crear y mejorar con lo que se pueda estar haciendo. Permite retomar el rumbo de nuestra vida.
Por ejemplo, la lectura llama a la soledad así como la escritura requiere pensar aislado. Ambas labores necesitan el vivir solitario “retirado, que ama la soledad o vive de ella”. ¿Razón? En ese tiempo, el sujeto busca la riqueza personal en cuanto a conocimientos que le interesa indagar para poseerlos.
Si se busca el bienestar físico, psicológico y personal, la soledad puede ayudar a conseguirlo. Esta actitud parece un absoluto acto de egoísmo, pero solo se trata de un tiempo para organizarse, descansar, perfilar por dónde continuar el camino. Habría que añadir que “más vale solo que mal acompañado”, es decir, es preferible la soledad a una molesta compañía.
Indudablemente ello requiere cierta independencia o facilidad económica para no tener que depender del trabajo diario. Disfrutar de soledad a veces no es fácil por estar atados, enganchados en mil quehaceres y ser dependientes. La soledad puede resultar positiva en la vida de las personas siempre y cuando sea escogida por el sujeto por ejemplo para reorganizarse.
El psiquiatra Carl Jung nos deja claro que “la soledad es peligrosa. Es adictiva. Una vez que te das cuenta de cuanta paz hay en ella, no quieres lidiar con la gente”. La otra cara que pinta la definición se refiere a “la carencia involuntaria de compañía”.
Ciertamente, en este frente, el sujeto está solo o, mejor, lo han dejado solo. Aquí la soledad es una pesada carga que acompaña al humano en la mayoría de casos. Sin lugar a dudas, la soledad puede traernos tristeza y sufrimiento. Quizás éste sea el lado más amargo de dicho encierro.
Siguiendo el camino marcado por el diccionario, en la tercera definición explicita mejor el término "soledad", que supone “pesar y melancolía que se siente por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo” (sic). En estas circunstancias, el sujeto sufre, añora, echa de menos la pérdida irreparable de un ser querido. Incidente que, se supone, lo aliviará el paso del tiempo.
En el caso de las personas mayores, la soledad es un mal que se debe tener muy presente y tratar de contrarrestarlo. La soledad aumenta el riesgo de muerte prematura en los mayores. Parece que las personas mayores que viven acompañadas o que tienen vínculos sociales satisfactorios, ya sea con familiares o amistades, desarrollan una mejor capacidad de recuperación para sobrellevar las adversidades y gestionar las tensiones del día a día. Aunque suene mal, “no basta con preocuparnos de los viejos solitarios solo en Navidad”.
Los humanos somos sociales por naturaleza, lo cual hace que busquemos necesariamente la compañía de otros humanos. Con la vejez se incrementa la soledad. Se deja el trabajo (la jubilación es necesaria y buena pero no siempre beneficia), los familiares tienen sus propias obligaciones, están lejos, aumenta la incapacidad ante determinados asuntos. Todo ello incrementa la tristeza de sentirse solo.
El cuerpo funciona con más dificultad, con lo cual, estamos más propensos a dolencias, dada las deficiencias inmunitarias. Es frecuente la aparición de enfermedades varias (cáncer, dolores musculares, problemas respiratorios…) a lo que habría que añadir una gama de malos hábitos alimenticios. El estrés se apodera del vivir.
En resumen, el avance de la edad supone en muchos casos un aumento de la soledad y la mala salud. En la actualidad llegar a mayor supone incluso un abandono familiar, dato que contribuye a empeorar la situación tanto en salud como en soledad.
Nuestra sociedad vive muy de prisa y la vejez anda muy despacio. ¿Un dilema? No, en esta frase quiero resumir con la mayor brevedad lo grave del tema. Con el paso de la edad andamos cada día más torpes. Elemental…
A lo largo de la vida de una persona los tipos y/o momentos de soledad pueden ser variados y dependen de múltiples circunstancias. Soledad puntual por cambio de trabajo y lugar de vivienda; soledad transitoria por estar pasando un mal momento que impide comunicarnos con los demás; soledad crónica porque nos hemos cerrado en nuestro rincón. La soledad puede ser autoimpuesta pero también nos la pueden imponer por determinadas circunstancias personales o familiares.
A la vista de lo dicho podemos confirmar que la soledad es una moneda de dos caras: ante todo somos seres sociales y ello hace que busquemos compañía; también somos huraños o, mejor, lobos solitarios. Por ello, sí que podemos hablar de la soledad como epidemia que afecta temporal o definitivamente a gran parte de los humanos y no deja de ser un problema que puede resultar grave. De hecho, se sabe que va de la mano con otros conflictos.
La soledad como tal no es mala. Es algo necesario para reponernos y energizarnos. Lo que daña a la persona es sentirse sola (vendría a ser algo así como dejados de lado con toda la intención). Verdadero o falso, es otro cantar. A veces el propio sujeto se aleja sin quererlo de los demás y cuando siente el escozor ya es tarde para reventar el grano.
Ojo a la soledad interior. Este sentimiento surge cuando centramos la atención en el propio ego: nadie me acompaña, nadie me escucha, nadie me quiere, nadie me ayuda, nadie me sonríe. Este amargo sinsabor genera frustración y solo desaparece cuando trasladamos el centro de nuestro yo al nosotros. Nos sentimos solos cuando nos empeñamos en separarnos de todos y de todo.
Voy a cerrar estas líneas con un pensamiento cargado de negatividad. A pesar de las posibilidades de comunicación que nos ofrecen los medios, parece que la soledad aumenta a gran velocidad. Según los entendidos, es una epidemia que se expande silenciosa afectando a buena parte de la población.
Dato importantísimo. La soledad lleva a muchos de los afectados al suicidio, dato del cual se habla poco o nada. Las noticias hablan por sí solas. “Unas 4.000 personas se suicidan en nuestro país cada año”. “El suicidio duplica las muertes por accidente de tráfico y es la principal causa de muerte de españoles entre 15 y 29 años de edad”. El número es considerable y tan importante como para no echarlo en el olvido.
Como dijo Gustavo Adolfo Bécquer, “la soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo”.
Hasta no hace mucho, era una fiesta familiar y digo "era" porque, entre otras razones, los distintos miembros de una familia no vivían muy lejos unos de otros. Pero eso cambió con la modernidad. Por diversos avatares nos hicimos –nos obligaron a hacernos– ciudadanos del mundo. Ahora es más difícil celebrar fiestas en familia, dado que muchos miembros viven en lugares a veces lejanos.
Durante las fiestas en general y sobre todo en Navidades, sale al escenario el tema y la preocupación por la soledad de las personas mayores y llamamos la atención sobre su vida solitaria. Gente de buen corazón organizan una cena para estas personas, pero ¿y el resto de días y meses? Nos enfrentamos a un problema de cierta gravedad.
Paradójicamente vivimos en un mundo interconectado por un clic del móvil desde donde mandamos bromas, chistes, fotos de familiares, consignas políticas, falsedades... Añadan los calificativos que quieran y puedan parecer más importantes.
¿La soledad, en el sentido más pernicioso, es una cuestión sólo de Navidad? Sabemos que no. Para quien o quienes vivan inmersos en la soledad no es un problema puntual, es una lacra de larga duración. Estamos ante un conflicto que, según los entendidos, es una epidemia, “un mal o daño que se expande de forma intensa e indiscriminada” (sic) y afecta cada día más a parte de la población de mayores.
Es posible que dicha soledad sea –o ya ha llegado a ser– la “epidemia que poco a poco se extiende y va afectando a parte de la población occidental”. Matizo el tema y para ello parto y me apoyo en el diccionario.
La soledad se entiende como “carencia voluntaria o involuntaria de compañía” (sic). Esta definición ofrece dos caras contrapuestas. Vamos con la primera cara. “Carencia voluntaria de compañía” que aunque, desde fuera, la clasifiquemos “como privación de algo o alguien” (sic) queda claro que la persona inserta en dicha fase actúa por absoluta libertad, lo que no quita que esté a solas consigo misma y con sus pasatiempos (hobby).
El hobby se entiende como “actividad que, como afición o pasatiempo favorito, se practica habitualmente en los ratos de ocio” (sic). Como pasatiempos podemos citar la lectura o la escritura, amén de pintar, esculpir, determinado deporte, montañismo… y un largo etcétera que puede llenar dicho impasse voluntario.
Este tipo de soledad preferida permite conectarse con uno mismo para indagar en lo más interior del yo personal; permite conocerse mejor, permite crear y mejorar con lo que se pueda estar haciendo. Permite retomar el rumbo de nuestra vida.
Por ejemplo, la lectura llama a la soledad así como la escritura requiere pensar aislado. Ambas labores necesitan el vivir solitario “retirado, que ama la soledad o vive de ella”. ¿Razón? En ese tiempo, el sujeto busca la riqueza personal en cuanto a conocimientos que le interesa indagar para poseerlos.
Si se busca el bienestar físico, psicológico y personal, la soledad puede ayudar a conseguirlo. Esta actitud parece un absoluto acto de egoísmo, pero solo se trata de un tiempo para organizarse, descansar, perfilar por dónde continuar el camino. Habría que añadir que “más vale solo que mal acompañado”, es decir, es preferible la soledad a una molesta compañía.
Indudablemente ello requiere cierta independencia o facilidad económica para no tener que depender del trabajo diario. Disfrutar de soledad a veces no es fácil por estar atados, enganchados en mil quehaceres y ser dependientes. La soledad puede resultar positiva en la vida de las personas siempre y cuando sea escogida por el sujeto por ejemplo para reorganizarse.
El psiquiatra Carl Jung nos deja claro que “la soledad es peligrosa. Es adictiva. Una vez que te das cuenta de cuanta paz hay en ella, no quieres lidiar con la gente”. La otra cara que pinta la definición se refiere a “la carencia involuntaria de compañía”.
Ciertamente, en este frente, el sujeto está solo o, mejor, lo han dejado solo. Aquí la soledad es una pesada carga que acompaña al humano en la mayoría de casos. Sin lugar a dudas, la soledad puede traernos tristeza y sufrimiento. Quizás éste sea el lado más amargo de dicho encierro.
Siguiendo el camino marcado por el diccionario, en la tercera definición explicita mejor el término "soledad", que supone “pesar y melancolía que se siente por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo” (sic). En estas circunstancias, el sujeto sufre, añora, echa de menos la pérdida irreparable de un ser querido. Incidente que, se supone, lo aliviará el paso del tiempo.
En el caso de las personas mayores, la soledad es un mal que se debe tener muy presente y tratar de contrarrestarlo. La soledad aumenta el riesgo de muerte prematura en los mayores. Parece que las personas mayores que viven acompañadas o que tienen vínculos sociales satisfactorios, ya sea con familiares o amistades, desarrollan una mejor capacidad de recuperación para sobrellevar las adversidades y gestionar las tensiones del día a día. Aunque suene mal, “no basta con preocuparnos de los viejos solitarios solo en Navidad”.
Los humanos somos sociales por naturaleza, lo cual hace que busquemos necesariamente la compañía de otros humanos. Con la vejez se incrementa la soledad. Se deja el trabajo (la jubilación es necesaria y buena pero no siempre beneficia), los familiares tienen sus propias obligaciones, están lejos, aumenta la incapacidad ante determinados asuntos. Todo ello incrementa la tristeza de sentirse solo.
El cuerpo funciona con más dificultad, con lo cual, estamos más propensos a dolencias, dada las deficiencias inmunitarias. Es frecuente la aparición de enfermedades varias (cáncer, dolores musculares, problemas respiratorios…) a lo que habría que añadir una gama de malos hábitos alimenticios. El estrés se apodera del vivir.
En resumen, el avance de la edad supone en muchos casos un aumento de la soledad y la mala salud. En la actualidad llegar a mayor supone incluso un abandono familiar, dato que contribuye a empeorar la situación tanto en salud como en soledad.
Nuestra sociedad vive muy de prisa y la vejez anda muy despacio. ¿Un dilema? No, en esta frase quiero resumir con la mayor brevedad lo grave del tema. Con el paso de la edad andamos cada día más torpes. Elemental…
A lo largo de la vida de una persona los tipos y/o momentos de soledad pueden ser variados y dependen de múltiples circunstancias. Soledad puntual por cambio de trabajo y lugar de vivienda; soledad transitoria por estar pasando un mal momento que impide comunicarnos con los demás; soledad crónica porque nos hemos cerrado en nuestro rincón. La soledad puede ser autoimpuesta pero también nos la pueden imponer por determinadas circunstancias personales o familiares.
A la vista de lo dicho podemos confirmar que la soledad es una moneda de dos caras: ante todo somos seres sociales y ello hace que busquemos compañía; también somos huraños o, mejor, lobos solitarios. Por ello, sí que podemos hablar de la soledad como epidemia que afecta temporal o definitivamente a gran parte de los humanos y no deja de ser un problema que puede resultar grave. De hecho, se sabe que va de la mano con otros conflictos.
La soledad como tal no es mala. Es algo necesario para reponernos y energizarnos. Lo que daña a la persona es sentirse sola (vendría a ser algo así como dejados de lado con toda la intención). Verdadero o falso, es otro cantar. A veces el propio sujeto se aleja sin quererlo de los demás y cuando siente el escozor ya es tarde para reventar el grano.
Ojo a la soledad interior. Este sentimiento surge cuando centramos la atención en el propio ego: nadie me acompaña, nadie me escucha, nadie me quiere, nadie me ayuda, nadie me sonríe. Este amargo sinsabor genera frustración y solo desaparece cuando trasladamos el centro de nuestro yo al nosotros. Nos sentimos solos cuando nos empeñamos en separarnos de todos y de todo.
Voy a cerrar estas líneas con un pensamiento cargado de negatividad. A pesar de las posibilidades de comunicación que nos ofrecen los medios, parece que la soledad aumenta a gran velocidad. Según los entendidos, es una epidemia que se expande silenciosa afectando a buena parte de la población.
Dato importantísimo. La soledad lleva a muchos de los afectados al suicidio, dato del cual se habla poco o nada. Las noticias hablan por sí solas. “Unas 4.000 personas se suicidan en nuestro país cada año”. “El suicidio duplica las muertes por accidente de tráfico y es la principal causa de muerte de españoles entre 15 y 29 años de edad”. El número es considerable y tan importante como para no echarlo en el olvido.
Como dijo Gustavo Adolfo Bécquer, “la soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo”.
PEPE CANTILLO