Me toca estar confinada en mi casa unos días, sin poder salir, sin dar paseos, sin relacionarme apenas con nadie –mi compañera de piso está prácticamente viviendo en casa de su novia–. Mi mente activa no para de repetir: “¿Qué voy a hacer aquí todo el día?”. Porque una cosa es quedarse en casa porque una quiere y, otra muy distinta, hacerlo por obligación. Aunque ahora más que una obligación es un acto de generosidad y de responsabilidad hacia los demás.
Estos días anda un virus con corona desbocado, se mueve de manera silenciosa entre la gente, saltando de unos a otros y haciendo daño a los más débiles. No hay cuerda que lo atrape por ahora: solo nos queda no ser su vehículo, no dejar que nos utilice para propagarse y hacer daño a esas personas que tanto nos han querido y cuidado. Solo así podemos frenarlo.
Y claro está, una cosa es mi conciencia social, que es enorme, y otra hacer frente a la idea del aislamiento. Y por eso estoy aquí escribiendo. Porque cuando escribo veo más cosas, se abren otros caminos y los problemas pueden tener soluciones.
¿Qué hacer estos días aparte de estudiar? Creo que sería bueno tener una rutina, mezclada con ratitos para el descanso y el placer. Podría levantarme, desayunar tranquilamente escuchando algún programa de humor en la radio, quitarme el pijama y ponerme algo cómodo, pero sin renunciar a verme guapa en el espejo.
Unos pantalones y una camiseta bonita podría ser la solución. Recogerme el pelo, echarme mis cremas matutinas, un poquito de colonia fresquita y seleccionar una música que me acompañe en mis deberes sin trastocarme, podría ser James Taylor, Stacey Kent, Debussy o elegir una de esas listas del Spotify para la paz o la calma, con suave bossa nova o cantos tibetanos.
Sentarme, cerrar los ojos, hacer siete respiraciones profundas para parar un momento y empezar de cero, como un reseteo. Estudiar hasta las diez y media. Hacer un descanso para el desayuno de media mañana: bocadillito de jamón y una manzana, quizás acompañados de una infusión. Higiene bucal y vuelta a la tarea, sería bueno escoger de nuevo la música… Otra hora y media y paseíto por la casa, algún estiramiento o algún baile liberador de la tensión muscular. A las tres la comida y el reposo pos almuerzo.
Y ahora surge una pregunta de mi mente hacendosa: “¿Cómo rellenar la tarde?”. Y la voz inteligente responde: “¿Por qué hay que rellenar la tarde? ¿Por qué no hacer cosas agradables que te guste?”. Hablo de aquellas tardes en las que no tenga tareas pendientes.
Hace tiempo que tengo libros esperándome en cajones, estanterías o mesitas, que están allí despechados por el tiempo que dedico a las redes y a las tecnologías. Este sería un buen momento para volver a retomar nuestra amistad: Sé amable contigo misma, de Kristin Neff; cualquier título de Chaves Nogales; El oficio de contar, de María Isabel Cintas Guillén o tantos otros que me han ido regalando y que mis amigas han ido escogiendo para mí como quien elige la flor perfecta para regalar. Me conocen y saben que dentro de mi eclecticismo hay unas pautas, unas luces que me gustan más que otras.
También andan por ahí películas y series interesantes, documentales, reportajes y tantas cosas grabadas por mí que he ido acumulando en baúl que, al final, con las prisas diarias, nunca abro. ¿Cuánto hace que no canto a grito “pelao”? No soy buena cantante, pero ponerte algún disco de Radio Futura y cantar hasta que me quede sin aire, me gusta. Y más que me gusta, me encanta.
Tampoco estaría mal abrir el cajón de los millones de recibos guardados y hacer un espulgo. En fin, que hay cosas que hacer. Que hacer y que disfrutar aquí en mi casa y siempre me quedan las conversaciones telefónicas y las videollamadas para conectar con otros humanos también confinados.
Me ha venido una sonrisa a la cara y es que me he acordado de lo que me decía una vecina de mi abuela cuando me quejaba de aburrimiento: “Hoy tenéis muchas tonterías, antes solo pensábamos en taparnos la boca y el culo”. ¡Qué razón tenía Mariana! Habiendo comida y estando vestida, ¿de qué te vas a quejar?
Estos días anda un virus con corona desbocado, se mueve de manera silenciosa entre la gente, saltando de unos a otros y haciendo daño a los más débiles. No hay cuerda que lo atrape por ahora: solo nos queda no ser su vehículo, no dejar que nos utilice para propagarse y hacer daño a esas personas que tanto nos han querido y cuidado. Solo así podemos frenarlo.
Y claro está, una cosa es mi conciencia social, que es enorme, y otra hacer frente a la idea del aislamiento. Y por eso estoy aquí escribiendo. Porque cuando escribo veo más cosas, se abren otros caminos y los problemas pueden tener soluciones.
¿Qué hacer estos días aparte de estudiar? Creo que sería bueno tener una rutina, mezclada con ratitos para el descanso y el placer. Podría levantarme, desayunar tranquilamente escuchando algún programa de humor en la radio, quitarme el pijama y ponerme algo cómodo, pero sin renunciar a verme guapa en el espejo.
Unos pantalones y una camiseta bonita podría ser la solución. Recogerme el pelo, echarme mis cremas matutinas, un poquito de colonia fresquita y seleccionar una música que me acompañe en mis deberes sin trastocarme, podría ser James Taylor, Stacey Kent, Debussy o elegir una de esas listas del Spotify para la paz o la calma, con suave bossa nova o cantos tibetanos.
Sentarme, cerrar los ojos, hacer siete respiraciones profundas para parar un momento y empezar de cero, como un reseteo. Estudiar hasta las diez y media. Hacer un descanso para el desayuno de media mañana: bocadillito de jamón y una manzana, quizás acompañados de una infusión. Higiene bucal y vuelta a la tarea, sería bueno escoger de nuevo la música… Otra hora y media y paseíto por la casa, algún estiramiento o algún baile liberador de la tensión muscular. A las tres la comida y el reposo pos almuerzo.
Y ahora surge una pregunta de mi mente hacendosa: “¿Cómo rellenar la tarde?”. Y la voz inteligente responde: “¿Por qué hay que rellenar la tarde? ¿Por qué no hacer cosas agradables que te guste?”. Hablo de aquellas tardes en las que no tenga tareas pendientes.
Hace tiempo que tengo libros esperándome en cajones, estanterías o mesitas, que están allí despechados por el tiempo que dedico a las redes y a las tecnologías. Este sería un buen momento para volver a retomar nuestra amistad: Sé amable contigo misma, de Kristin Neff; cualquier título de Chaves Nogales; El oficio de contar, de María Isabel Cintas Guillén o tantos otros que me han ido regalando y que mis amigas han ido escogiendo para mí como quien elige la flor perfecta para regalar. Me conocen y saben que dentro de mi eclecticismo hay unas pautas, unas luces que me gustan más que otras.
También andan por ahí películas y series interesantes, documentales, reportajes y tantas cosas grabadas por mí que he ido acumulando en baúl que, al final, con las prisas diarias, nunca abro. ¿Cuánto hace que no canto a grito “pelao”? No soy buena cantante, pero ponerte algún disco de Radio Futura y cantar hasta que me quede sin aire, me gusta. Y más que me gusta, me encanta.
Tampoco estaría mal abrir el cajón de los millones de recibos guardados y hacer un espulgo. En fin, que hay cosas que hacer. Que hacer y que disfrutar aquí en mi casa y siempre me quedan las conversaciones telefónicas y las videollamadas para conectar con otros humanos también confinados.
Me ha venido una sonrisa a la cara y es que me he acordado de lo que me decía una vecina de mi abuela cuando me quejaba de aburrimiento: “Hoy tenéis muchas tonterías, antes solo pensábamos en taparnos la boca y el culo”. ¡Qué razón tenía Mariana! Habiendo comida y estando vestida, ¿de qué te vas a quejar?
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ