Mis creencias siempre han parecido inquebrantables e irrefutables. Los años me van dando la sabiduría que me permite concluir que mi tranquilidad iPad no llega si me agarro siempre a las mismas ideas preconcebidas. La familia y la escuela tratan de esculpirnos como estatuas de mármol y nos cuesta tiempo descubrir que somos solo barro húmedo perfectamente amoldable a las circunstancias. No se trata de ser plastilina. No somos una mera sustancia que puede cambiar su forma porque otros la toquen o por los golpes de la vida.
Creo que existe algo que podríamos llamar "esencia", que nos acompaña durante todo nuestro paso por este mundo. Hay cualidades innatas, no hablo de eso. Yo lo que quiero decirte es que esas ideas rígidas, cuadradas y con bordes fijos no me ayudan a caminar.
Me he plantado en los treinta y tantos con un catálogo de “debería ser” que me impide avanzar. Ni la amistad ni el amor son “como deberían ser”. ¿Quién ha escrito el libro de la verdad inamovible? He visto cómo en estos años se me han caído mitos; cómo he ido aprendiendo a que no siempre reacciono en función del modelo perfecto que me hecho de mí misma. Un modelo que me esclaviza y me impide respirar.
No soy perfecta, ni santa, ni servil, ni modosita, ni poseo ninguna de esas características que, según las monjas, deberíamos tener para ser “buenas mujeres”. Soy humana, con subidas y bajadas, con carácter, con gritos contra las injusticias y los favoritismos. Yo siempre me identifiqué con el personaje de Robert de Niro en la película La Misión: para ayudar al prójimo, a veces, hay que luchar.
Pero he ido engrasando mis rigideces y trato de aceptar que la vida no es justa, y que no pasa nada. No todos los días lo consigo, pero trato de aplicarme el lema: “¿Quieres ser feliz o tener razón?”. Yo ahora quiero ser feliz porque sé que no se puede convencer a una mente cerrada y porque nadie va a cambiar por unas palabras. Voy conociendo las guerras en las que voy a perder.
De nuevo quiero ser una palmera alta y bien agarrada que se mueve con el viento, sin resistirse en ningún momento. Como diría un maestro zen: “Abrazar lo inevitable”.
Creo que existe algo que podríamos llamar "esencia", que nos acompaña durante todo nuestro paso por este mundo. Hay cualidades innatas, no hablo de eso. Yo lo que quiero decirte es que esas ideas rígidas, cuadradas y con bordes fijos no me ayudan a caminar.
Me he plantado en los treinta y tantos con un catálogo de “debería ser” que me impide avanzar. Ni la amistad ni el amor son “como deberían ser”. ¿Quién ha escrito el libro de la verdad inamovible? He visto cómo en estos años se me han caído mitos; cómo he ido aprendiendo a que no siempre reacciono en función del modelo perfecto que me hecho de mí misma. Un modelo que me esclaviza y me impide respirar.
No soy perfecta, ni santa, ni servil, ni modosita, ni poseo ninguna de esas características que, según las monjas, deberíamos tener para ser “buenas mujeres”. Soy humana, con subidas y bajadas, con carácter, con gritos contra las injusticias y los favoritismos. Yo siempre me identifiqué con el personaje de Robert de Niro en la película La Misión: para ayudar al prójimo, a veces, hay que luchar.
Pero he ido engrasando mis rigideces y trato de aceptar que la vida no es justa, y que no pasa nada. No todos los días lo consigo, pero trato de aplicarme el lema: “¿Quieres ser feliz o tener razón?”. Yo ahora quiero ser feliz porque sé que no se puede convencer a una mente cerrada y porque nadie va a cambiar por unas palabras. Voy conociendo las guerras en las que voy a perder.
De nuevo quiero ser una palmera alta y bien agarrada que se mueve con el viento, sin resistirse en ningún momento. Como diría un maestro zen: “Abrazar lo inevitable”.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ