La publicidad, como no podía ser de otra manera, rápidamente ha enlazado los anuncios a la situación que estamos viviendo. En la primera etapa, resumida en la cita "cuarentena", insistía en la reclusión en el ambiente familiar. Jugar mayores con los hijos para hacerles la situación más llevadera; cocinar buscando lo más agradable para todos, etcétera. Todos los anuncios iban inscritos en dicho ambiente y contaban con la comprensión, con la iniciativa del producto en venta. "Quédate en casa"; "juntos venceremos al virus"; "aplaude en el minuto fijado"...
Digamos que nos ofrecieron el día a día organizado de cara al exterior; digamos que aplaudir en un determinado momento del día, antes de que se esconda el sol, era un aliciente para quedarse algo tranquilo, para ventilar la cabeza cansada de ordenador o de móvil donde los “guasap” recorrían el cerebro como meandros disponiendo el camino y calmando nuestro deseo de volar por los vericuetos del día a día y, de paso, ventilábamos la casa al abrir ventanas para que dichos aplausos refrescaran el ambiente, que era una de las ideas alimentadoras de tal acción.
Era algo bonito en la medida que se agradecía la noble y generosa entrega de todo un conjunto de profesionales. Por otros vericuetos, por desgracia, se deslizaban los muertos que el “bichito” se había llevado en su último suspiro sin poder decirle adiós a la vida y a la familia. Todo se realiza desde el corazón y, en definitiva, la generosidad de los profesionales hace que podamos salir adelante.
La solidaridad juega a favor de todos nosotros, reforzando los mensajes oficiales de unos y otros. Pero siempre hay alguien que “mea fuera del tiesto”, sobre todo en el ámbito político. Pero eso es otro cantar que, de momento, es preferible dejarlo de lado. Vale más el esfuerzo de los profesionales.
El miedo que se ha infiltrado en el cuerpo a todo el personal es algo serio: el encierro es más coercitivo de lo que parecía, hasta el punto de silenciar los gritos que la fobia a la reclusión emitía nuestra conciencia –o nuestro deseo, si lo preferimos–.
Curiosidad para no perder de vista: al levantar el retiro y hacer el aislamiento algo más suave suspiramos pensando que ya no pasaba nada. Pero el ansia de salir, en muchos de los casos, vencía hasta cierto punto el posible equilibrio del sentido común. Pero…
El deporte gana terreno en todas partes. Por doquier surgen corredores exagerados que, necesitados de desentumecer la adormilada musculatura, van destilando arrobas de sudor. Las bicicletas y patinetes inundan espacios públicos a toda velocidad. Es lógico aunque no sea recomendable.
Deporte, gimnasia, actividad física, predominan por doquier. Las normas higiénicas prescritas contra el virus, poco a poco se van relegando. Mascarillas, guantes, distancia de seguridad se desvanecen por momentos. La alegría de volar cuasi libres emborracha nuestro organismo.
¡Viva la libertad…! Solo que estamos ante una libertad controlada, estamos ante un rato –“espacio de tiempo, especialmente cuando es corto” (sic)– que de por sí es fugaz y aún se nos hará más breve, dejándonos con el sabor a flor de piel. Diría que en lugar de sosegar ha potenciado aun más nuestra necesidad de correr, de saltar...
Vivo a muy corta distancia del cauce del río Turia, en Valencia, convertido desde hace tiempo en un entorno ajardinado y desde luego muy utilizado por el personal. En esos días de asueto, de preapertura, dicho cauce ha sido desbordado por una gran afluencia de personas.
Hasta aquí nada que decir, salvo que como espacio para la actividad deportiva y lúdica es muy valioso. Pero parece que la mayoría nos hemos desmelenado deportivamente. Deporte (correr, bicicleta, patinetes) y el helicóptero de Tráfico, auxiliado por drones, se ve obligado a dar vueltas por la zona, recordando por los altavoces que hay unas normas para esos momentos de expansión que son obligatorias para todos. Difícil cometido.
A veces el helicóptero se resiste a marchar y permanece casi quieto, colgado en el aire, avisando insistentemente en despejar el terreno y a la espera de que acuda un coche patrulla a la zona que intentará primero avisar y después multar. Que si quieres arroz… El personal remolonea como niños saturados de caprichos.
Esta perorata me lleva a recordar que amén del daño físico, económico, laboral en el que estamos metidos, se hace necesario educar a esos retoños que completan el grupo familiar. La escuela está cerrada pero la necesidad de educar, en el amplio sentido de la palabra, cobra valor dentro del hogar.
Dentro de casa –dicen– parece que en general hemos sido educadores atendiéndolos y enseñándoles cómo pueden divertirse; cómo compartir espacios y quehaceres; cómo organizar el tiempo. No deshagamos el trabajo realizado. Asumamos que la familia es –siempre lo ha sido– un pilar fundamental, la base primordial desde la que se puede ir creciendo como personas.
Si durante la cuarentena hemos educado compartiendo juegos, leyendo, ayudando en posibles deberes escolares, amén de colaborar al mantenimiento limpio y aseo del espacio familiar porque es parte de la responsabilidad personal lo que están haciendo…
Ahora que empezamos a salir del encierro se hace necesario continuar la labor y es ineludible dejar unas huellas relacionadas con algunos valores morales que les permitan crecer como personas respetuosas, generosas, colaboradoras, honradas, capaces de desechar la mentira que tanto daño genera.
¿Y los quinceañeros? Personalmente creo que han quedado en el “limbo de los justos”, es decir “sin enterarse de lo que ocurre” (sic). Me refiero a los jovencitos que son o deben ser responsables por ellos mismos frente a las razones del encierro, a posibles contagios.
Puede –no afirmo, insinúo– que son más propensos a escurrir el bulto a la hora de participar en las tareas hogareñas y desde luego, esto es un supuesto, más nerviosos y rebeldes ante la tardanza de libertad de movimientos. La posible clave de botellones y saraos varios celebrados en ciudades o pueblos son muestra clara de las ansias de volar y de la gravedad de dichos eventos. ¿Hay peligro? A mí no me llega.
Y nos propusieron –más bien sugirieron– los diversos lemas que adornaban la mesa de cada día con la publicidad adaptada al momento. Eran anuncios suaves y fáciles de captar: atended a los pequeños para que pudieran extraer de dicha situación todo el jugo posible.
Se crea así una infrautilización del virus, minimizando el miedo e intentando valorar el buen hacer sobre todo de los más pequeños, a pesar de lo amarga que es la situación. Resulta curioso cómo ellos nos dicen: "cuidado, papi o mami, no toques eso, lávate las manos, que el bichito no se ve pero sí está".
¿Había y hay peligro de contagio? No dudemos que sí. Cito textualmente dos lacónicos mensajes. Uno de Sanidad: “O nos separamos o volveremos juntos para atrás". Otro de una especialista de UCI: “Todavía no hemos vencido”.
Es decir, estamos rodeados por el virus que no ha desaparecido y puede contagiarnos en cualquier momento. De las barreras que pongamos cada uno de nosotros dependerá, en el mejor de los casos, chafarlo o caer en sus garras. La broma es facilona pero peligrosa. La actitud defensiva nos resguardará. Al menos, eso esperamos.
Cito una iniciativa sugerente e interesante alrededor de los pequeños y el confinamiento. Y es que los pediatras de Atención Primaria han publicado un cuento para implicar a los más pequeños en la lucha contra el malvado y feo Covid. El cuento, que se puede descargar en este enlace, termina con esta esperanzadora frase: “Los niños y la Pequepanda hemos salvado al mundo del malvado coronavirus”. Salgamos con sentido común.
Digamos que nos ofrecieron el día a día organizado de cara al exterior; digamos que aplaudir en un determinado momento del día, antes de que se esconda el sol, era un aliciente para quedarse algo tranquilo, para ventilar la cabeza cansada de ordenador o de móvil donde los “guasap” recorrían el cerebro como meandros disponiendo el camino y calmando nuestro deseo de volar por los vericuetos del día a día y, de paso, ventilábamos la casa al abrir ventanas para que dichos aplausos refrescaran el ambiente, que era una de las ideas alimentadoras de tal acción.
Era algo bonito en la medida que se agradecía la noble y generosa entrega de todo un conjunto de profesionales. Por otros vericuetos, por desgracia, se deslizaban los muertos que el “bichito” se había llevado en su último suspiro sin poder decirle adiós a la vida y a la familia. Todo se realiza desde el corazón y, en definitiva, la generosidad de los profesionales hace que podamos salir adelante.
La solidaridad juega a favor de todos nosotros, reforzando los mensajes oficiales de unos y otros. Pero siempre hay alguien que “mea fuera del tiesto”, sobre todo en el ámbito político. Pero eso es otro cantar que, de momento, es preferible dejarlo de lado. Vale más el esfuerzo de los profesionales.
El miedo que se ha infiltrado en el cuerpo a todo el personal es algo serio: el encierro es más coercitivo de lo que parecía, hasta el punto de silenciar los gritos que la fobia a la reclusión emitía nuestra conciencia –o nuestro deseo, si lo preferimos–.
Curiosidad para no perder de vista: al levantar el retiro y hacer el aislamiento algo más suave suspiramos pensando que ya no pasaba nada. Pero el ansia de salir, en muchos de los casos, vencía hasta cierto punto el posible equilibrio del sentido común. Pero…
El deporte gana terreno en todas partes. Por doquier surgen corredores exagerados que, necesitados de desentumecer la adormilada musculatura, van destilando arrobas de sudor. Las bicicletas y patinetes inundan espacios públicos a toda velocidad. Es lógico aunque no sea recomendable.
Deporte, gimnasia, actividad física, predominan por doquier. Las normas higiénicas prescritas contra el virus, poco a poco se van relegando. Mascarillas, guantes, distancia de seguridad se desvanecen por momentos. La alegría de volar cuasi libres emborracha nuestro organismo.
¡Viva la libertad…! Solo que estamos ante una libertad controlada, estamos ante un rato –“espacio de tiempo, especialmente cuando es corto” (sic)– que de por sí es fugaz y aún se nos hará más breve, dejándonos con el sabor a flor de piel. Diría que en lugar de sosegar ha potenciado aun más nuestra necesidad de correr, de saltar...
Vivo a muy corta distancia del cauce del río Turia, en Valencia, convertido desde hace tiempo en un entorno ajardinado y desde luego muy utilizado por el personal. En esos días de asueto, de preapertura, dicho cauce ha sido desbordado por una gran afluencia de personas.
Hasta aquí nada que decir, salvo que como espacio para la actividad deportiva y lúdica es muy valioso. Pero parece que la mayoría nos hemos desmelenado deportivamente. Deporte (correr, bicicleta, patinetes) y el helicóptero de Tráfico, auxiliado por drones, se ve obligado a dar vueltas por la zona, recordando por los altavoces que hay unas normas para esos momentos de expansión que son obligatorias para todos. Difícil cometido.
A veces el helicóptero se resiste a marchar y permanece casi quieto, colgado en el aire, avisando insistentemente en despejar el terreno y a la espera de que acuda un coche patrulla a la zona que intentará primero avisar y después multar. Que si quieres arroz… El personal remolonea como niños saturados de caprichos.
Esta perorata me lleva a recordar que amén del daño físico, económico, laboral en el que estamos metidos, se hace necesario educar a esos retoños que completan el grupo familiar. La escuela está cerrada pero la necesidad de educar, en el amplio sentido de la palabra, cobra valor dentro del hogar.
Dentro de casa –dicen– parece que en general hemos sido educadores atendiéndolos y enseñándoles cómo pueden divertirse; cómo compartir espacios y quehaceres; cómo organizar el tiempo. No deshagamos el trabajo realizado. Asumamos que la familia es –siempre lo ha sido– un pilar fundamental, la base primordial desde la que se puede ir creciendo como personas.
Si durante la cuarentena hemos educado compartiendo juegos, leyendo, ayudando en posibles deberes escolares, amén de colaborar al mantenimiento limpio y aseo del espacio familiar porque es parte de la responsabilidad personal lo que están haciendo…
Ahora que empezamos a salir del encierro se hace necesario continuar la labor y es ineludible dejar unas huellas relacionadas con algunos valores morales que les permitan crecer como personas respetuosas, generosas, colaboradoras, honradas, capaces de desechar la mentira que tanto daño genera.
¿Y los quinceañeros? Personalmente creo que han quedado en el “limbo de los justos”, es decir “sin enterarse de lo que ocurre” (sic). Me refiero a los jovencitos que son o deben ser responsables por ellos mismos frente a las razones del encierro, a posibles contagios.
Puede –no afirmo, insinúo– que son más propensos a escurrir el bulto a la hora de participar en las tareas hogareñas y desde luego, esto es un supuesto, más nerviosos y rebeldes ante la tardanza de libertad de movimientos. La posible clave de botellones y saraos varios celebrados en ciudades o pueblos son muestra clara de las ansias de volar y de la gravedad de dichos eventos. ¿Hay peligro? A mí no me llega.
Y nos propusieron –más bien sugirieron– los diversos lemas que adornaban la mesa de cada día con la publicidad adaptada al momento. Eran anuncios suaves y fáciles de captar: atended a los pequeños para que pudieran extraer de dicha situación todo el jugo posible.
Se crea así una infrautilización del virus, minimizando el miedo e intentando valorar el buen hacer sobre todo de los más pequeños, a pesar de lo amarga que es la situación. Resulta curioso cómo ellos nos dicen: "cuidado, papi o mami, no toques eso, lávate las manos, que el bichito no se ve pero sí está".
¿Había y hay peligro de contagio? No dudemos que sí. Cito textualmente dos lacónicos mensajes. Uno de Sanidad: “O nos separamos o volveremos juntos para atrás". Otro de una especialista de UCI: “Todavía no hemos vencido”.
Es decir, estamos rodeados por el virus que no ha desaparecido y puede contagiarnos en cualquier momento. De las barreras que pongamos cada uno de nosotros dependerá, en el mejor de los casos, chafarlo o caer en sus garras. La broma es facilona pero peligrosa. La actitud defensiva nos resguardará. Al menos, eso esperamos.
Cito una iniciativa sugerente e interesante alrededor de los pequeños y el confinamiento. Y es que los pediatras de Atención Primaria han publicado un cuento para implicar a los más pequeños en la lucha contra el malvado y feo Covid. El cuento, que se puede descargar en este enlace, termina con esta esperanzadora frase: “Los niños y la Pequepanda hemos salvado al mundo del malvado coronavirus”. Salgamos con sentido común.
PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR