Uno no deja de asombrarse del modo en el que las noticias destacadas son seleccionadas por los medios de comunicación. Ya sabemos que los grandes medios están controlados por potentes grupos o consorcios que orientan sus programas e informaciones según sus criterios mercantiles e ideológicos, decidiendo lo que es importante y lo que no lo es, así como lo que debe aparecer en portada (o prime time, según la terminología audiovisual) y la forma en cómo presentarlo.
Hago esta pequeña reflexión porque me ha sorprendido que un hecho acontecido en Chile, a mi modo de ver de gran relevancia, no haya sido comentado por los medios televisivos y apenas citado por los impresos. Claro está que no es un acontecimiento espectacular ni calamitoso de esos que tanto gustan mostrar en los medios para impactar emocionalmente a la audiencia o a los espectadores, dado que nos encontramos en la denominada “sociedad del espectáculo”, tal como premonitoriamente vaticinaba el pensador francés Guy Debord décadas atrás.
Se trata de algo tan sencillo como que el pueblo chileno fue llamado a las urnas el domingo día 16 de mayo. Pero esta llamada a las urnas tuvo un significado muy especial, diferente a todas las convocatorias que habíamos conocido hasta ahora.
Era un llamamiento para votar por los 155 representantes que formarían la Convención Constituyente que, de modo paritario (77 mujeres y 78 hombres), redactarían la nueva Constitución chilena que sustituirá a la del dictador Augusto Pinochet que seguía vigente, aunque había sufrido ciertas reformas. El proyecto de Constitución que salga de esos representantes elegidos en las urnas tendrá que ser refrendado en el 2022 por la ciudadanía chilena.
Esta convocatoria contiene todos los especiales ingredientes para que fuera conocida en nuestro país, al ser la primera vez que en una democracia se le da directamente la voz al pueblo para que, a través de una amplia representación popular, debata y redacte un proyecto de Constitución, de modo que una vez elaborada vuelva de nuevo a la ciudadanía para que la refrende, de modo favorable o desfavorable, en una consulta. ¡Magnífica lección de democracia participativa de la que todos tendríamos que aprender!
Recordemos que la Constitución Española aprobada en 1978, tras la agonizante dictadura franquista, fue redactada por tan solo siete ponentes (todos hombres) a los que con cierto aire de solemnidad se les denominó ‘Padres de la Constitución’, como si fuera un texto cuasi sagrado al que habría que citarlo con reverencia, ya que parecía que se escribiera con el fin de que fuera eterno (lo cierto es que, tras más de cincuenta años, prácticamente, no se ha tocado).
Pero quisiera que volviéramos la mirada hacia el pueblo chileno, ya que este acto profundamente democrático no ha caído llovido del cielo; aunque no me voy a remitir a la historia de este país, ni a la memoria del inolvidable Salvador Allende, puesto que sirven acontecimientos recientes para que entendamos cómo las luchas populares marcan también el rumbo de los acontecimientos políticos.
Basta echar una mirada a casi dos años atrás. Si hacemos memoria y nos situamos en octubre del 2019, podemos recordar las grandes movilizaciones que se iniciaron en las calles del país andino, inicialmente, como respuesta a la subida de los precios de los medios de transportes públicos de la capital.
Hemos de tener en cuenta que estos medios son vitales en las vidas de los trabajadores. La postura del Gobierno no se hizo esperar: desproporcionada, brutal y despiadada, ya que, aparte de los miles de civiles que tuvieron que ser hospitalizados, murieron 32 personas por munición de las fuerzas del orden público.
Como respuesta a la dura represión de los carabineros, para el 25 de octubre se convocó una concentración que alcanzaría rango histórico, ya que la memorable “Marcha del millón”, solo en Santiago, la capital chilena, llegó a convocar 1.200.000 manifestantes.
Si tenemos en cuenta que Chile cuenta con cerca de 19 millones de habitantes, podemos entender que esta marcha pacífica fue el grito de rabia y de rebeldía de un pueblo que no soportaba más por el modo en que era gobernado por el actual presidente Santiago Piñera.
Como suele ser habitual en las grandes movilizaciones, aparecen frases que se convierten en símbolos de lucha y resistencia. En la chilena surgió “Nos costó tanto encontrarnos. No nos soltemos”, lema que se coreaba por los miles y miles de asistentes.
Ciertamente, tras tantos años de frío y duro neoliberalismo, ideología y política económica que predica que cada cual vaya a lo suyo, la gente que lo sufría de nuevo se encontraba, se reunía, se veían las caras, por lo que era preciso imaginarse unidos, sentir que todos formaban un cuerpo social que no debe desmembrarse.
Conviene recordar que este fue también el lema que utilizó el movimiento de las mujeres chilenas que, agrupadas bajo el nombre de “Las Tesis”, llegó a darse a conocer internacionalmente cuando crearon una performance en la que cantaban “Un violador en tu camino”. Era también una imaginativa expresión de rabia y de dolor para manifestar que cinco de cada seis mujeres habían sufrido violencia sexual y de género a lo largo de sus vidas.
Pues bien, estas luchas, estos movimientos sociales, no quedaron en el vacío. Confluyeron y se plasmaron, tal como he apuntado, en un acto profundamente democrático cuando se abrieron las urnas para que pudiera llevarse a cabo una experiencia inédita como es la de elaborar una nueva Constitución con la participación de todos los ciudadanos.
Una vez que fueron conocidos los resultados, los candidatos elegidos fueron los siguientes: la derecha oficialista de Santiago Piñera, que estaba acompañada del Partido Republicano (la extrema derecha chilena) obtuvo 37 representantes; la lista ‘Apruebo’ de centroizquierda logró 25 escaños; la de ‘Apruebo Dignidad’, la izquierda formada por el Partido Comunista y el Frente Amplio alcanzó 28 candidatos; quienes se presentaban como independientes lograron 48; finalmente, se reservaban 17 escaños fijos para los pueblos indígenas (mapuche, aimara, quechua, rapanui...).
La lista del partido gobernante no alcanzó siquiera la cuarta parte de los 155 escaños, lo que implicaba un rechazo de la mayoría de la población. Por otro lado, hay que tener en consideración el alto número de elegidos como independientes que habían participado en los movimientos sociales, con lo que se reconocía la importancia que tienen no solo los partidos políticos sino también esos movimientos sociales que habían empujado a la sociedad chilena hacia este cambio profundo.
Para cerrar, quisiera apuntar que, coincidiendo con las elecciones por quienes elaborarían el proyecto de un nueva Constitución, también se celebraban elecciones municipales.
A diferencia de lo que acontece en Europa donde asistimos al resurgir de los nuevos fascismos, o de las extremas derechas, en Chile se mira hacia los defensores de los derechos del pueblo. No es de extrañar, pues, que para la propia capital fuera elegida como alcaldesa la muy joven Irací Hassler, ingeniera comercial, o que fuera renovada la alcaldía de la ciudad de Recoleta en Oscar Daniel Jadue, arquitecto y sociólogo, ambos militantes del Partido Comunista de Chile.
En medio de la confusión y del desconcierto en el que vivimos, la ejemplar experiencia chilena se nos muestra como un faro de esperanza en el sentido de que es posible confiar en una profundización de la democracia como horizonte ante la desconfianza que suscitan en los distintos sectores sociales las innumerables injusticias y atropellos que se dan en un mundo que parece caminar sin rumbo.
Antes de concluir, me gustaría indicar que las fotografías que acompañan al artículo me han sido proporcionadas por la profesora chilena Rosa Cristina Gaete, quien, cordialmente, me ha facilitado algunas de las informaciones relevantes para su elaboración.
Hago esta pequeña reflexión porque me ha sorprendido que un hecho acontecido en Chile, a mi modo de ver de gran relevancia, no haya sido comentado por los medios televisivos y apenas citado por los impresos. Claro está que no es un acontecimiento espectacular ni calamitoso de esos que tanto gustan mostrar en los medios para impactar emocionalmente a la audiencia o a los espectadores, dado que nos encontramos en la denominada “sociedad del espectáculo”, tal como premonitoriamente vaticinaba el pensador francés Guy Debord décadas atrás.
Se trata de algo tan sencillo como que el pueblo chileno fue llamado a las urnas el domingo día 16 de mayo. Pero esta llamada a las urnas tuvo un significado muy especial, diferente a todas las convocatorias que habíamos conocido hasta ahora.
Era un llamamiento para votar por los 155 representantes que formarían la Convención Constituyente que, de modo paritario (77 mujeres y 78 hombres), redactarían la nueva Constitución chilena que sustituirá a la del dictador Augusto Pinochet que seguía vigente, aunque había sufrido ciertas reformas. El proyecto de Constitución que salga de esos representantes elegidos en las urnas tendrá que ser refrendado en el 2022 por la ciudadanía chilena.
Esta convocatoria contiene todos los especiales ingredientes para que fuera conocida en nuestro país, al ser la primera vez que en una democracia se le da directamente la voz al pueblo para que, a través de una amplia representación popular, debata y redacte un proyecto de Constitución, de modo que una vez elaborada vuelva de nuevo a la ciudadanía para que la refrende, de modo favorable o desfavorable, en una consulta. ¡Magnífica lección de democracia participativa de la que todos tendríamos que aprender!
Recordemos que la Constitución Española aprobada en 1978, tras la agonizante dictadura franquista, fue redactada por tan solo siete ponentes (todos hombres) a los que con cierto aire de solemnidad se les denominó ‘Padres de la Constitución’, como si fuera un texto cuasi sagrado al que habría que citarlo con reverencia, ya que parecía que se escribiera con el fin de que fuera eterno (lo cierto es que, tras más de cincuenta años, prácticamente, no se ha tocado).
Pero quisiera que volviéramos la mirada hacia el pueblo chileno, ya que este acto profundamente democrático no ha caído llovido del cielo; aunque no me voy a remitir a la historia de este país, ni a la memoria del inolvidable Salvador Allende, puesto que sirven acontecimientos recientes para que entendamos cómo las luchas populares marcan también el rumbo de los acontecimientos políticos.
Basta echar una mirada a casi dos años atrás. Si hacemos memoria y nos situamos en octubre del 2019, podemos recordar las grandes movilizaciones que se iniciaron en las calles del país andino, inicialmente, como respuesta a la subida de los precios de los medios de transportes públicos de la capital.
Hemos de tener en cuenta que estos medios son vitales en las vidas de los trabajadores. La postura del Gobierno no se hizo esperar: desproporcionada, brutal y despiadada, ya que, aparte de los miles de civiles que tuvieron que ser hospitalizados, murieron 32 personas por munición de las fuerzas del orden público.
Como respuesta a la dura represión de los carabineros, para el 25 de octubre se convocó una concentración que alcanzaría rango histórico, ya que la memorable “Marcha del millón”, solo en Santiago, la capital chilena, llegó a convocar 1.200.000 manifestantes.
Si tenemos en cuenta que Chile cuenta con cerca de 19 millones de habitantes, podemos entender que esta marcha pacífica fue el grito de rabia y de rebeldía de un pueblo que no soportaba más por el modo en que era gobernado por el actual presidente Santiago Piñera.
Como suele ser habitual en las grandes movilizaciones, aparecen frases que se convierten en símbolos de lucha y resistencia. En la chilena surgió “Nos costó tanto encontrarnos. No nos soltemos”, lema que se coreaba por los miles y miles de asistentes.
Ciertamente, tras tantos años de frío y duro neoliberalismo, ideología y política económica que predica que cada cual vaya a lo suyo, la gente que lo sufría de nuevo se encontraba, se reunía, se veían las caras, por lo que era preciso imaginarse unidos, sentir que todos formaban un cuerpo social que no debe desmembrarse.
Conviene recordar que este fue también el lema que utilizó el movimiento de las mujeres chilenas que, agrupadas bajo el nombre de “Las Tesis”, llegó a darse a conocer internacionalmente cuando crearon una performance en la que cantaban “Un violador en tu camino”. Era también una imaginativa expresión de rabia y de dolor para manifestar que cinco de cada seis mujeres habían sufrido violencia sexual y de género a lo largo de sus vidas.
Pues bien, estas luchas, estos movimientos sociales, no quedaron en el vacío. Confluyeron y se plasmaron, tal como he apuntado, en un acto profundamente democrático cuando se abrieron las urnas para que pudiera llevarse a cabo una experiencia inédita como es la de elaborar una nueva Constitución con la participación de todos los ciudadanos.
Una vez que fueron conocidos los resultados, los candidatos elegidos fueron los siguientes: la derecha oficialista de Santiago Piñera, que estaba acompañada del Partido Republicano (la extrema derecha chilena) obtuvo 37 representantes; la lista ‘Apruebo’ de centroizquierda logró 25 escaños; la de ‘Apruebo Dignidad’, la izquierda formada por el Partido Comunista y el Frente Amplio alcanzó 28 candidatos; quienes se presentaban como independientes lograron 48; finalmente, se reservaban 17 escaños fijos para los pueblos indígenas (mapuche, aimara, quechua, rapanui...).
La lista del partido gobernante no alcanzó siquiera la cuarta parte de los 155 escaños, lo que implicaba un rechazo de la mayoría de la población. Por otro lado, hay que tener en consideración el alto número de elegidos como independientes que habían participado en los movimientos sociales, con lo que se reconocía la importancia que tienen no solo los partidos políticos sino también esos movimientos sociales que habían empujado a la sociedad chilena hacia este cambio profundo.
Para cerrar, quisiera apuntar que, coincidiendo con las elecciones por quienes elaborarían el proyecto de un nueva Constitución, también se celebraban elecciones municipales.
A diferencia de lo que acontece en Europa donde asistimos al resurgir de los nuevos fascismos, o de las extremas derechas, en Chile se mira hacia los defensores de los derechos del pueblo. No es de extrañar, pues, que para la propia capital fuera elegida como alcaldesa la muy joven Irací Hassler, ingeniera comercial, o que fuera renovada la alcaldía de la ciudad de Recoleta en Oscar Daniel Jadue, arquitecto y sociólogo, ambos militantes del Partido Comunista de Chile.
En medio de la confusión y del desconcierto en el que vivimos, la ejemplar experiencia chilena se nos muestra como un faro de esperanza en el sentido de que es posible confiar en una profundización de la democracia como horizonte ante la desconfianza que suscitan en los distintos sectores sociales las innumerables injusticias y atropellos que se dan en un mundo que parece caminar sin rumbo.
Antes de concluir, me gustaría indicar que las fotografías que acompañan al artículo me han sido proporcionadas por la profesora chilena Rosa Cristina Gaete, quien, cordialmente, me ha facilitado algunas de las informaciones relevantes para su elaboración.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: ROSA CRISTINA GAETE