Ellos y nosotros, nosotros y ellos… los que hablan distinto, los que parecen distintos… los otros. Los que nos ponen nerviosos, los que nos asustan, esos que no son de los nuestros.
Nosotros, los que fruncimos el ceño, los que agitamos las manos y gritamos indignados… los que tememos por nuestra integridad, por la inestabilidad de nuestro modo de vida, los que hablamos alto, con vehemencia, con rabia…
Ellos y nosotros; nosotros y ellos.
Ellos, los que sufren, los que temen, los que sienten el dolor, la desesperanza y el terror de una vida que no lo es. Los que aprietan los dientes cada momento para poder sobrevivir. Los que claman por una oportunidad, por un futuro… por una vida. Los que no tienen derecho a la dignidad.
Nosotros, los de los brazos abiertos, los solidarios, los del alma arañada.
Nosotros, los que claman justicia desde el bar o la terraza. Los que juzgan desde un sofá. Los que se dejan embaucar por los “sin alma”.
Nosotros, los buenos… ellos, los malos.
¿Quién nos ha empujado a ver la vida en esa odiosa dicotomía? ¿Quién nos ha robado la humanidad y la ha cambiado por odio y rabia? ¿Cuándo nos volvimos seres tan inmundos y odiosos?
¿Ellos y nosotros? ¿Pero de qué va todo esto, de colores, de razas, de mejores y peores?
Sinceramente, si la vida va de eso, para, que me bajo.
No puedo entender cómo, ante la vergüenza internacional que estamos viviendo en Ceuta (ahora, será en otro sitio más adelante), haya quien se centre en ver razas o colores.
Afortunadamente, mi devenir profesional, me ha permitido enfrentarme a situaciones de una crudeza y sufrimiento extremos, capaces de poner a prueba al más pertrechado ser humano. Por ello, tengo claro que, cuando una madre prefiere lanzar al mar a un hijo suyo antes que mantenerlo a su lado, sinceramente, algo no funciona, más aún cuando esa madre sabe que es más que probable que le esté lanzando a una muerte casi evidente.
No hace muchos años, tuve la oportunidad de compartir una tarde de reflexiones y café con un chico llegado de la zona subsahariana. Me ahorraré el crudo relato de su periplo de más de 7 años perdido en el desierto, rodeado de mafias y miles de sufrimientos, pero sí que os puedo asegurar, que alma se me oscureció mucho desde ese día.
Sinceramente, me duele escuchar esos discursos que olvidan que somos personas, todos, que esto sólo va de eso, de personas que intentan sobrevivir en un mundo que les es hostil y que, si no asumimos esa perspectiva comunitaria del mundo, esto no tiene mucho sentido.
No hay frase más estúpida que ese “ellos… nosotros”, pues todos somos nosotros. La vida no es vida para nadie (o al menos no debería serlo) cuando hay seres humanos a los que se les ha negado simplemente la posibilidad de pensar en tenerla.
Razas, religiones, credos…todo no son más que lerdas justificaciones para que pueda tolerarse lo que nunca debería pasar: el odio, la discriminación y la insensibilidad al dolor ajeno.
Ellos y nosotros…nosotros y ellos…no podemos seguir entendiendo el mundo de un modo tan excluyente.