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Jes Jiménez | Lo individual y lo colectivo

En el artículo anterior señalaba el protagonismo individual de las imágenes que intentan representar la libertad. Pero la libertad que se propone en esas imágenes es algo que se ejerce individualmente, una potestad de cada sujeto único que se vive en forma separada de los otros.


Ese acento en lo individual frente a lo colectivo choca de alguna manera con la homogeneidad estilística de la mayoría de las imágenes que allí se veían. Apenas hay variabilidad. No parece que haya una gran libertad a la hora de simbolizar la “libertad”: más bien hay un encorsetamiento dentro de unos cuantos rasgos estereotipados.

¿Por qué no hay más diversidad en esas imágenes? Si son el resultado de creadores “individuales”, cabría esperar una mayor variedad de temas y tratamientos. No olvidemos que las imágenes de las que hablamos eran las que figuraban en los primeros lugares de búsqueda y, de alguna manera, indicaban las preferencias de los usuarios. Son las más compartidas.

El ser humano es, ante todo, un animal social que necesita imperiosamente compartir para sobrevivir como individuo y como especie. Goethe nos dice: «Sólo entre todos los hombres llega a ser vivido lo humano». La sociabilidad es nuestra principal diferencia como especie y, para desarrollarla plenamente, ha sido imprescindible el desarrollo de sistemas eficaces de compartir la información: palabras, gestos, imágenes, músicas...

Especialmente importante es compartir relatos e interpretaciones acerca de la realidad en la que vivimos inmersos: realidad natural y realidad social; observaciones sobre la Naturaleza y sobre nuestras relaciones con los otros; y compartir sueños, deseos, esperanzas…Relatos e interpretaciones tejidos con palabras y/o con representaciones visuales y destinados a un público colectivo y no a individuos aislados.

En las denominadas "culturas primitivas" parecen tener más valor estético las obras destinadas a un uso público que las reservadas para el disfrute personal individualizado. Los adornos personales tienen una función social, ya que están destinados a ser vistos por los otros. Incluso los objetos de uso cotidiano ricamente adornados, más que para un disfrute personal, tienen como objetivo la diferenciación social mediante la simbolización del prestigio y el poder.


Esta finalidad fundamentalmente pública de la obra visual tiene como correlato su uso como elemento definitorio de un determinado grupo social frente a otros grupos vecinos. Las imágenes generadas en el seno de una cultura específica se convierten en elementos de identidad diferencial con respecto a los otros, a los “extranjeros”. La máscara, el tótem, la bandera y otras imágenes son símbolo de identidad grupal (tribu o grupo de individuos).

El antropólogo Lévi-Strauss, en su obra sobre las máscaras, destaca el importante papel jugado por las artes como medio para que los grupos se definan con una identidad colectiva y para que los individuos mantengan su sentido de permanencia y solidaridad dentro del grupo. Básicamente, la producción artística tiene una función comunitaria y simbólica.

Las construcciones monumentales han estado generalmente asociadas a una demostración de poder y a prácticas religiosas. Pero, además, para desarrollar estos proyectos es imprescindible la colaboración de una parte muy importante del conjunto de la sociedad y esto implica un alto grado de cohesión social.

Lo colectivo, una vez más, está por encima de lo individual: no son creaciones de “autor” individual, sino del conjunto de la sociedad. Y aunque la iniciativa haya podido partir de un sujeto (rey, faraón, sumo sacerdote…), el diseño y la ejecución son colectivas.

Las más modestas construcciones de poblados y aldeas de distintas culturas tienen una funcionalidad práctica para cubrir necesidades vitales. No están concebidas ni ejecutadas como formas “artísticas”, pero frecuentemente tienen una gran belleza y están ornamentadas con elementos propios de la identidad cultural del grupo. Esta comunión visual ayuda, como ya he dicho, al sentido de pertenencia y a la participación colectiva en las labores de construcción.


Este predominio de lo colectivo sobre lo individual está también arraigado en las relaciones con lo sagrado. Las creencias del grupo son lo importante, la individualidad no cuenta. En las vivencias más profundas de la experiencia religiosa el yo se disuelve en una comunión con el todo.

Como consecuencia de todo ello, también la producción de imágenes tiene, en cierto modo, ese carácter colectivo de obra comunitaria. Cuanto más importante es el significado de la imagen, más insignificante (literalmente) se vuelve el autor de la misma.

Lo importante es la obra que, a su vez, es menos importante que lo representado en la misma. Y el “artista” es un simple mediador, con “poderes” especiales en cuanto a su capacidad de comunicar con lo sagrado y de transmitir sus “realidades”.

El artista tiene un protagonismo social dentro de su contexto cultural, sobre todo en función del contenido de la obra que realiza y mucho menos en función de su creatividad personal. Pero este tema merece un tratamiento más desarrollado que abordaré en la próxima entrega de Mirando lo invisible.

JES JIMÉNEZ
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