La línea de trabajo que intento desmadejar alude a esa persona que cuida día tras día, sin abandonar la trinchera. Suele ser el caso de parejas ya mayores que están solas ante el peligro y uno de los dos entró en la jaula de la dependencia. Y, por lo general, sin hijos disponibles, si es que los hay. ¿Eso es posible? Lo es, aunque hay que bordear muchos muros y evitar socavones.
Me centraré en la persona que cuida y en algunos de los problemas que surgen a lo largo de dicha actividad y cuya labor abocará necesariamente a convertirse en el “cuidador”, figura que está recogida en el llamado “Síndrome del cuidador quemado”. El tema es amplio y da para mucho. Solo enhebraré unas líneas.
Cuidar personas dependientes está claro que no es un pasatiempo. Intentaré ofrecer los rasgos más sobresalientes de quien cuida y que, poco a poco, le transportan al referido síndrome. Entramos en el terreno de personas maniatadas física y psíquicamente como cuidadoras de un familiar.
¿Quién cuida? Por lo general –hasta ahora– quien cuidaba solía ser la mujer. Resalto que la mujer es mejor cuidadora pero ello no exime al hombre de dicha obligación. De entrada, el cuidador asea, viste, da de comer, sale a pasear –si ello es posible–, comparte lecho y se levanta cuando la persona cuidada necesita ir al baño.
Quien cuida pronto desfallece, no porque sea blando ni gandul sino porque cada paso que da, cada día que pasa, depende más de la persona dependiente. No estoy haciendo un juego de palabras: solo intento describir una realidad dura, agobiante, que por lo general no se ve desde fuera, según me dice Federico.
Daños o ampollas que van acumulando pus en el cuidador son el cansancio, la falta de sueño, el comer deprisa y corriendo, perder las relaciones sociales, soledad continuada, dejar de cuidarse a sí mismo. Esto último es una contradicción puesto que si el cuidador no está en condiciones sufrirán tanto él o ella como la persona dependiente.
El cuidador posiblemente sabe bien qué es lo que está haciendo, pero hay una serie de exigencias morales que impulsan hacia adelante, sobre todo cuando la relación con la persona que cuida es de primera línea. Es decir, cuando estamos frente a la esposa, el marido, un hijo…
El cuidador sabe que el sacrificio total carece de sentido pero el compromiso moral es más fuerte hasta el punto de que si se abandona dicho cometido y ocurre algo, el cuidador se sentirá culpable para el resto de su vida.
¿Salidas de dicha situación? Abandonar el tajo se hace imposible. ¿Pretende sentirse un héroe y que los demás le alaben? Creo que los tiros no van por ese derrotero. Es cierto que cuidar requiere cuidarse, pero el compromiso contraído con la persona afectada es tan fuerte que abandonar no entra en los principios de comportamiento personal libremente elegidos.
No es mi intención hacer una crítica negativa pero sí advierto que cuidar de otra persona es una proeza que a veces –con frecuencia– puede desbordar el río de la entrega y hasta ahogar la generosidad del cuidador. Llegará un determinado momento en que su labor le agobie, situación que se manifestará en un agotamiento que, a la larga, se hará crónico.
¿Quién cuida al cuidador? Esa es la pregunta del millón que trataré de abordar en otro momento. Dicha persona ¿necesita ser cuidada? No hay duda de que el cuidador se aísla y cambia su ritmo vital. Pierde interés por sus actividades, pierde apetito y cada día que pasa come menos, come mal y pierde peso.
La nueva rutina le aleja de actividades que le eran habituales, el agotamiento emocional o físico dan paso a la irritación que, a su vez, le enrabia y brota aun más una fuerte irritabilidad. Mal panorama presenta la situación pero no hay otra posible alternativa salvo el abandono, cuestión ésta que no acepta su fuero interno, es decir, el compromiso hecho consigo mismo.
El agotamiento va apareciendo conforme la rutina diaria empieza a ahogarle y si además está “solo ante el peligro” y no recibe la ayuda que necesita o si intenta hacer más de lo que puede, ya sea física o financieramente, entonces se incrementa aun más el malestar.
Al cuidador llegará un determinado momento en que su labor le agobie, situación que se manifestará en un agotamiento que, a la larga, se hará crónico. ¿Qué indicios avisan de que el cuidador está haciendo agua? “Hacer agua” viene a significar que alguien está fracasando en un determinado cometido (usar la expresión en plural indica orinar).
El pesimismo y la negatividad brotan a la menor contrariedad en la persona cuidada. Las lágrimas silenciosas se escurren por los vericuetos del rostro. Veinticuatro horas al pie del cañón día a día, mes a mes, año tras año, es un compromiso que deja huella física y psíquica en el cuidador.
El trabajo que realiza es digno de tener en cuenta pese a que se encuentra con muchos inconvenientes que poco a poco se convierten en serios obstáculos El cuidador de 24 horas pronto hace agua, tanto física como psíquicamente, por distintos frentes y los síntomas se manifiestan a buena velocidad.
Por lo general, la soledad y la frustración hacen que se hunda con rapidez. Digamos que el resto de la familia se despreocupa del tema, razón por la que el cuidador se sentirá aun más chafado. La frase crónica de familiares es siempre la misma: tú llama cuando nos necesites. El orgullo le tapará la boca.
La desgana brota poco a poco y llegará un momento en el que deseará que mañana no amanezca. Síntomas claros son el estrés y la depresión. El primero suele rellenar gran parte del día y la depresión va creciendo como mala hierba y a rachas.
Además hay que añadir otras señales más frecuentes como el agotamiento, tanto físico como emocional porque se encuentra indefenso, lo que dará paso a sentirse triste y con grandes dosis de malhumor. El motivo que perfila lo anteriormente citado es que no ve salida a la situación, cuestión que le puede provocar un imperioso deseo de poner fin a todo, tanto para él como para la persona cuidada. Quede claro que no lo verbalizará, aunque afloren algunas señales.
En definitiva, el cuidado del otro monopoliza a quien cuida y, sin que se dé cuenta, va perdiendo capacidades que le fuerzan más a no querer tirar la toalla. ¿Contradicción? Sí porque si pierde capacidad de cuidar y, además, no se cuida a sí mismo, mal podrá cuidar a la persona dependiente. Estamos ante “la pescadilla que se muerde la cola”.
¿Cómo ayudar a ese tipo de cuidador? Buena pregunta, pero cae en saco roto puesto que si el cuidador es alguien dispuesto a morir con las botas puestas, nada se puede hacer. Y si no hay fácil acceso a otro familiar poco cabe esperar para que cambie la situación. ¿Contratar a alguien? "Sería una solución, pero incluso pudiendo pagar a una persona externa, esta batalla es mía", aduce Federico.
Finalizo estas líneas de hoy con una frase solemne pero que viene a resumir toda la acción, todo el trabajo, todas las alegrías y frustraciones que puede sufrir la persona que cuida. La frase es lapidaria pero merece que la degustemos por el valor que encierra: “El mejor regalo que podemos hacer a alguien que amamos es nuestro tiempo; con él estaríamos dándole una parte de nuestra vida”.
Me centraré en la persona que cuida y en algunos de los problemas que surgen a lo largo de dicha actividad y cuya labor abocará necesariamente a convertirse en el “cuidador”, figura que está recogida en el llamado “Síndrome del cuidador quemado”. El tema es amplio y da para mucho. Solo enhebraré unas líneas.
Cuidar personas dependientes está claro que no es un pasatiempo. Intentaré ofrecer los rasgos más sobresalientes de quien cuida y que, poco a poco, le transportan al referido síndrome. Entramos en el terreno de personas maniatadas física y psíquicamente como cuidadoras de un familiar.
¿Quién cuida? Por lo general –hasta ahora– quien cuidaba solía ser la mujer. Resalto que la mujer es mejor cuidadora pero ello no exime al hombre de dicha obligación. De entrada, el cuidador asea, viste, da de comer, sale a pasear –si ello es posible–, comparte lecho y se levanta cuando la persona cuidada necesita ir al baño.
Quien cuida pronto desfallece, no porque sea blando ni gandul sino porque cada paso que da, cada día que pasa, depende más de la persona dependiente. No estoy haciendo un juego de palabras: solo intento describir una realidad dura, agobiante, que por lo general no se ve desde fuera, según me dice Federico.
Daños o ampollas que van acumulando pus en el cuidador son el cansancio, la falta de sueño, el comer deprisa y corriendo, perder las relaciones sociales, soledad continuada, dejar de cuidarse a sí mismo. Esto último es una contradicción puesto que si el cuidador no está en condiciones sufrirán tanto él o ella como la persona dependiente.
El cuidador posiblemente sabe bien qué es lo que está haciendo, pero hay una serie de exigencias morales que impulsan hacia adelante, sobre todo cuando la relación con la persona que cuida es de primera línea. Es decir, cuando estamos frente a la esposa, el marido, un hijo…
El cuidador sabe que el sacrificio total carece de sentido pero el compromiso moral es más fuerte hasta el punto de que si se abandona dicho cometido y ocurre algo, el cuidador se sentirá culpable para el resto de su vida.
¿Salidas de dicha situación? Abandonar el tajo se hace imposible. ¿Pretende sentirse un héroe y que los demás le alaben? Creo que los tiros no van por ese derrotero. Es cierto que cuidar requiere cuidarse, pero el compromiso contraído con la persona afectada es tan fuerte que abandonar no entra en los principios de comportamiento personal libremente elegidos.
No es mi intención hacer una crítica negativa pero sí advierto que cuidar de otra persona es una proeza que a veces –con frecuencia– puede desbordar el río de la entrega y hasta ahogar la generosidad del cuidador. Llegará un determinado momento en que su labor le agobie, situación que se manifestará en un agotamiento que, a la larga, se hará crónico.
¿Quién cuida al cuidador? Esa es la pregunta del millón que trataré de abordar en otro momento. Dicha persona ¿necesita ser cuidada? No hay duda de que el cuidador se aísla y cambia su ritmo vital. Pierde interés por sus actividades, pierde apetito y cada día que pasa come menos, come mal y pierde peso.
La nueva rutina le aleja de actividades que le eran habituales, el agotamiento emocional o físico dan paso a la irritación que, a su vez, le enrabia y brota aun más una fuerte irritabilidad. Mal panorama presenta la situación pero no hay otra posible alternativa salvo el abandono, cuestión ésta que no acepta su fuero interno, es decir, el compromiso hecho consigo mismo.
El agotamiento va apareciendo conforme la rutina diaria empieza a ahogarle y si además está “solo ante el peligro” y no recibe la ayuda que necesita o si intenta hacer más de lo que puede, ya sea física o financieramente, entonces se incrementa aun más el malestar.
Al cuidador llegará un determinado momento en que su labor le agobie, situación que se manifestará en un agotamiento que, a la larga, se hará crónico. ¿Qué indicios avisan de que el cuidador está haciendo agua? “Hacer agua” viene a significar que alguien está fracasando en un determinado cometido (usar la expresión en plural indica orinar).
El pesimismo y la negatividad brotan a la menor contrariedad en la persona cuidada. Las lágrimas silenciosas se escurren por los vericuetos del rostro. Veinticuatro horas al pie del cañón día a día, mes a mes, año tras año, es un compromiso que deja huella física y psíquica en el cuidador.
El trabajo que realiza es digno de tener en cuenta pese a que se encuentra con muchos inconvenientes que poco a poco se convierten en serios obstáculos El cuidador de 24 horas pronto hace agua, tanto física como psíquicamente, por distintos frentes y los síntomas se manifiestan a buena velocidad.
Por lo general, la soledad y la frustración hacen que se hunda con rapidez. Digamos que el resto de la familia se despreocupa del tema, razón por la que el cuidador se sentirá aun más chafado. La frase crónica de familiares es siempre la misma: tú llama cuando nos necesites. El orgullo le tapará la boca.
La desgana brota poco a poco y llegará un momento en el que deseará que mañana no amanezca. Síntomas claros son el estrés y la depresión. El primero suele rellenar gran parte del día y la depresión va creciendo como mala hierba y a rachas.
Además hay que añadir otras señales más frecuentes como el agotamiento, tanto físico como emocional porque se encuentra indefenso, lo que dará paso a sentirse triste y con grandes dosis de malhumor. El motivo que perfila lo anteriormente citado es que no ve salida a la situación, cuestión que le puede provocar un imperioso deseo de poner fin a todo, tanto para él como para la persona cuidada. Quede claro que no lo verbalizará, aunque afloren algunas señales.
En definitiva, el cuidado del otro monopoliza a quien cuida y, sin que se dé cuenta, va perdiendo capacidades que le fuerzan más a no querer tirar la toalla. ¿Contradicción? Sí porque si pierde capacidad de cuidar y, además, no se cuida a sí mismo, mal podrá cuidar a la persona dependiente. Estamos ante “la pescadilla que se muerde la cola”.
¿Cómo ayudar a ese tipo de cuidador? Buena pregunta, pero cae en saco roto puesto que si el cuidador es alguien dispuesto a morir con las botas puestas, nada se puede hacer. Y si no hay fácil acceso a otro familiar poco cabe esperar para que cambie la situación. ¿Contratar a alguien? "Sería una solución, pero incluso pudiendo pagar a una persona externa, esta batalla es mía", aduce Federico.
Finalizo estas líneas de hoy con una frase solemne pero que viene a resumir toda la acción, todo el trabajo, todas las alegrías y frustraciones que puede sufrir la persona que cuida. La frase es lapidaria pero merece que la degustemos por el valor que encierra: “El mejor regalo que podemos hacer a alguien que amamos es nuestro tiempo; con él estaríamos dándole una parte de nuestra vida”.
PEPE CANTILLO