Hoy deseo hablarles de El caso del señor Crump, un libro escrito por Ludwig Lewsohn y editado por Hermida Editores. En mi opinión, uno de los mayores alicientes de esta obra de ficción –publicada en París en 1924 y censurada en los Estados Unidos– es la eficacia con la que Ludwig Lewisohn (1882–1955) nos traslada a una realidad que, alejada de nosotros en el tiempo y en el espacio, nos descubre unos problemas que siguen siendo próximos y actuales.
La obra narra y analiza los conflictos de una familia cuyos miembros se mienten a sí mismos, aparentando falsas reconciliaciones y obligándose a representar escenas grotescas con la intención de transmitir la impresión de que están profundamente enamorados.
La realidad es que usan ese torpe teatro como un escudo ante los juicios familiares y sociales. El interesante relato constituye una invitación para que conozcamos las múltiples contradicciones en las que caen quienes, a pesar de no sintonizar con los modelos de vida de sus parejas, se engañan a sí mismos aparentando lo contrario de lo que piensan, sienten y viven.
Es una explicación clara, detallada –y, al mismo tiempo, profunda– gracias a los análisis psicológicos que, como es sabido, constituyen las herramientas narrativas tradicionales que están vigentes en la actualidad y que, además, gozan, de una aceptación generalizada entre los críticos y los lectores.
Los relatos de estos episodios, más que simples anécdotas, son exploraciones serias que, además de interesarnos, nos distraen, nos divierten y nos hacen pensar. Son análisis detallados de unas maneras opuestas de concebir y de vivir el tiempo, el espacio, el amor, la belleza, la verdad, la alegría, la salud, el trabajo, el ocio y la diversión.
Pero, a mi juicio, lo más valioso de estos relatos es la lucha baldía que libra el débil y sumiso protagonista, Herber, un exquisito compositor musical, contra su propia amargura al no poder superar situaciones angustiosas a pesar de sus permanentes esfuerzos por ignorar los ataques directos de la egoísta, desaprensiva y voraz Anne, una mujer mayor que él, “experimentada adicta al sexo”.
Valoro, sobre todo, el tino con el que Ludwig Lewisohn logra interesarnos, divertirnos y hacernos pensar, contrastando los opuestos modelos de mundo, las distintas concepciones de la vida y del bienestar humano. Resulta desoladora la conclusión a la que llega Herbert tras las continuas reflexiones sobre sus constantes renuncias, sus reiteradas derrotas y sus profundas humillaciones: “la irritación no arregla nada”.
Aunque había aprendido lentamente a no escuchar, a no permitir que sus emociones se despertaran con el fin de conservar, en cierta medida, la independencia de su vida interior, tuvo que aceptar que “era imposible mantener su mente cerrada”. Poco a poco, a medida en que su conocimiento se clarificaba, fue aumentando la vergüenza de que los demás se daban cuenta de que su destino era ridículo y absurdo.
A mi juicio, esta novela constituye no solo una guía orientadora para los escritores noveles, sino también una propuesta que proporciona pistas y pautas a los estudiosos, historiadores de las relaciones humanas, y a los críticos de los modelos aún vigentes de la bondad y del bienestar.
Los retratos de los personajes, los relatos de los episodios y las descripciones de los escenarios nos proporcionan claves para definir la filosofía de la vida que explica cada uno de los episodios y la interpretación de los principios y de los valores que definen al ser humano, a la familia y a la sociedad de entonces y de ahora.
La obra narra y analiza los conflictos de una familia cuyos miembros se mienten a sí mismos, aparentando falsas reconciliaciones y obligándose a representar escenas grotescas con la intención de transmitir la impresión de que están profundamente enamorados.
La realidad es que usan ese torpe teatro como un escudo ante los juicios familiares y sociales. El interesante relato constituye una invitación para que conozcamos las múltiples contradicciones en las que caen quienes, a pesar de no sintonizar con los modelos de vida de sus parejas, se engañan a sí mismos aparentando lo contrario de lo que piensan, sienten y viven.
Es una explicación clara, detallada –y, al mismo tiempo, profunda– gracias a los análisis psicológicos que, como es sabido, constituyen las herramientas narrativas tradicionales que están vigentes en la actualidad y que, además, gozan, de una aceptación generalizada entre los críticos y los lectores.
Los relatos de estos episodios, más que simples anécdotas, son exploraciones serias que, además de interesarnos, nos distraen, nos divierten y nos hacen pensar. Son análisis detallados de unas maneras opuestas de concebir y de vivir el tiempo, el espacio, el amor, la belleza, la verdad, la alegría, la salud, el trabajo, el ocio y la diversión.
Pero, a mi juicio, lo más valioso de estos relatos es la lucha baldía que libra el débil y sumiso protagonista, Herber, un exquisito compositor musical, contra su propia amargura al no poder superar situaciones angustiosas a pesar de sus permanentes esfuerzos por ignorar los ataques directos de la egoísta, desaprensiva y voraz Anne, una mujer mayor que él, “experimentada adicta al sexo”.
Valoro, sobre todo, el tino con el que Ludwig Lewisohn logra interesarnos, divertirnos y hacernos pensar, contrastando los opuestos modelos de mundo, las distintas concepciones de la vida y del bienestar humano. Resulta desoladora la conclusión a la que llega Herbert tras las continuas reflexiones sobre sus constantes renuncias, sus reiteradas derrotas y sus profundas humillaciones: “la irritación no arregla nada”.
Aunque había aprendido lentamente a no escuchar, a no permitir que sus emociones se despertaran con el fin de conservar, en cierta medida, la independencia de su vida interior, tuvo que aceptar que “era imposible mantener su mente cerrada”. Poco a poco, a medida en que su conocimiento se clarificaba, fue aumentando la vergüenza de que los demás se daban cuenta de que su destino era ridículo y absurdo.
A mi juicio, esta novela constituye no solo una guía orientadora para los escritores noveles, sino también una propuesta que proporciona pistas y pautas a los estudiosos, historiadores de las relaciones humanas, y a los críticos de los modelos aún vigentes de la bondad y del bienestar.
Los retratos de los personajes, los relatos de los episodios y las descripciones de los escenarios nos proporcionan claves para definir la filosofía de la vida que explica cada uno de los episodios y la interpretación de los principios y de los valores que definen al ser humano, a la familia y a la sociedad de entonces y de ahora.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO