Hay frases enigmáticas cuyo origen y razón desconocemos, pero que han guiado nuestras vidas de adolescentes y muchas noches de parranda. Tal vez la más exótica sea aquella que decía que el whisky sabe a chinches. La oí desde pequeño, cuando todavía no adivinaba que esta y otras bebidas espirituosas serían parte inalienable de nuestras vidas. Es cierto que el olor de las chinches se parece al del whisky. Y cualquiera se podría parar a pensar quién se ha puesto a oler chinches alguna vez o ha degustado un cóctel con la savia de estos insectos.
En aquellos días de la niñez, las chinches, las pulgas, los piojos y las garrapatas deambulaban a sus anchas en aquellas casas frías que sobrevivieron a la guerra y en las que crecimos con la conciencia de que aquellos pequeños insectos picaban, aunque no volaban. Habitaban los colchones rellenos con lanas de oveja y los asientos de sillas y mecedoras de enea –o anea–, planta cuyas hojas se empleaban también para hacer esteras. En aquel zoológico casero y compartido con aquellos seres minúsculos y molestos, cualquier día alguien inventó aquella frase encriptada que comparaba el sabor del whisky con el olor de las chinches.
Guillermo Jiménez Smerdou ha escrito que el whisky empezó a beberse en España hacia los años veinte, whisky procedente en su mayor parte de Escocia. Y fue ya en los años cincuenta, cuando el denominado segoviano, es decir, el Dyc, entró en nuestras fiestas para quedarse por siempre jamás. El Dyc empezó a elaborarse en Palazuelos de Eresma, un pueblo de la provincia de Segovia. La elección de este lugar no fue un capricho de sus creadores. Los expertos llegaron a la conclusión de que el agua más parecida a la de Escocia era la de este rincón segoviano, habitado entonces por solo un millar de habitantes.
Aquellos eran años de brandy, sobre todo. Pero en los muebles-bar de nuestras casas, sobrevivían de una Navidad a otra las mismas botellas de Licor 43, Cointreau, Peppermint, o sea menta, y Marie Brizard. Hasta que el rey de los guateques se impuso por derecho en el escenario de cualquier farándula. En todo caso, el whisky, cualquier whisky, e incluso el ron, hubieron de pasar todavía un tiempo en el limbo de las bebidas foráneas y extrañas hasta que los asumimos como la botella de cada día. Los cubatas eran combinados de ginebra y Coca-Cola. Algunos amigos todavía lo beben y no han conocido otra bebida larga, aun sabiendo que su origen se marida con el ron.
También Jiménez Smerdou escribe que los primeros catadores de la bebida decían que el whisky sabía a chinches. “Extraña comparación”, escribe, “salvo que el catador hubiera ingerido chinches en algún momento de su vida”. Conforme fuimos creciendo y conociendo la jerga que ayudaba a definir en el paladar los sabores infinitos de los whiskys y de los vinos, más extraña se nos antojaba su comparación con las chinches. Ya comenzaban a extenderse por nuestro país términos de moda para referirse a este mundo tan sorprendente y sorpresivo de los aromas y los sabores. Se hablaba ya de “piña”, “afrutado”, “madera”, “redondo en boca” y un larguísimo etcétera.
A. Fled advierte que explicar un sabor debe ser sencillo por comparación, pero a ver con qué lo comparamos, porque, añade, “mi abuela le decía a mi abuelo que el whisky sabía a chinches”. Y este, con su humor inglés, le respondía: “¿Tú has probado alguna vez las chinches?” Flez cuenta también que, en una cata de aceites, el entendido en el tema percibía en el paladar toques de acidez con reminiscencias de dulzor que no eran propios del óleo. A lo que el dueño de la marca dijo: “Tomate”. El entendido dijo: “Sí, en efecto, muy bien explicado, veo que es usted un especialista organoléptico”. Y de nuevo le replicó el dueño de la marca: “No, es que los olivos y las tomateras están plantados juntos”. Fled, con el humor inglés heredado tal vez del abuelo, escribe: “Quizá en esa línea nació el sabor a roble y el redondo en boca (puede que hasta el ‘a chinches’ de mi abuela) pero un crítico no debe ir a juzgar un plato o un restaurante, sino a ensalzarlo, a rescatar los sabores que se dejen y ponerlos frente al lector/comensal”.
En cualquier caso, en el léxico más exquisito de cualquier especialista que digne distinguirse como sumiller debe brillar la palabra chinche como una perla estilística que todavía vive su leyenda encriptada. Pero más al fondo de la cuestión, cabría preguntarse si a las chinches les gusta el whisky –y de ahí su olor– o si bien son alérgicas al mismo. En la web “Sinchinches.club” leo otra frase enigmática: “Alcohol para chinches: ¿Las chinches se mueren con alcohol?” Se explica en la misma que todos sabemos que rociar o frotar alcohol es tóxico. Al ser tóxico para los humanos, cabría deducir también, según esta página, que es “una de las primeras cosas que se nos viene a mente para intentar matar chinches de forma casera”. Y añado yo: Y si es con whisky, mejor.
Leo en la misma página web una serie de preguntas que nunca me he planteado en mi devenir espirituoso y que ahora se han vuelto imprescindibles y han cobrado un nuevo valor en mi conocimiento de este insecto tal vez etílico. Por ejemplo: ¿El alcohol mata las chinches de cama? ¿Pueden las chinches oler el alcohol? ¿Ahuyenta el alcohol a las chinches? Cómo usar el alcohol para matar chinches y sus huevos. ¿Cuánto tiempo funciona el alcohol isopropílico? Alternativas al alcohol isopropílico para las chinches. Y a todas estas preguntas embaucadoras cuyas respuestas son de la misma naturaleza, el lector puede hallar otras herramientas y utensilios para deshacerse de estos insectos. Eso sí, sin probabilidad alguna de provocar su extinción en la faz de la tierra. Tales como insecticidas y productos para fumigar y eliminar chinches, veneno para chinches y fundas antichinches. Todo un mundo nuevo para mí que me acerca sin remisión a los primeros años de mi vida.
Las chinches son insectos del género Cimex, de color marrón rojizo y presencia ovalada y plana, del tamaño de una semilla de manzana. Estos parásitos no vuelan, pero pican la piel de los seres humanos y de los animales y, como consecuencia, producen erupciones cutáneas, efectos psicológicos y síntomas alérgicos. Sus picaduras se pueden parecer a las de otros insectos, como mosquitos o niguas; sarpullidos, como eczemas o infecciones micóticas, e incluso urticaria. Los entendidos dicen también que algunas personas no reaccionan en absoluto a las picaduras de las chinches. Yo tengo mi propia teoría al respecto, aunque no demostrada, sobre estos seres humanos que son inmunes al picotazo de este insecto etílico. Y la razón es fácilmente deducible: son aquellos que beben whisky. Y tal vez de aquí se logre deducir el olor a esta bebida espirituosa que desprenden las chinches.
En todo caso, que el whisky sabe a chinches sigue siendo para mí la frase más enigmática que me ha perseguido en la vida y que he asumido como un axioma aun sin conocer su profundo significado ni de dónde proviene mi convencimiento más contumaz sobre este litigio retórico. Hay frases que nacen con un uno e insectos que mueren al paso de los años. Es cierto que hace décadas que ni he visto ni me ha picado una chinche. No sé nada de su existencia y ni si la humanidad sobrevivirá a su exterminio. Por el contrario, he investigado el mundo del whisky y su jerga metafórica que todo lo confunde como si fueran efluvios etílicos en la sangre. Entre todos esos términos, ripios e hipérboles que asumimos sin doblez, la chinche sigue ocupando por sí misma un lugar de privilegio en este lenguaje tan literario como fantasmal que aúna mundos tan dispares como excluyentes.
En aquellos días de la niñez, las chinches, las pulgas, los piojos y las garrapatas deambulaban a sus anchas en aquellas casas frías que sobrevivieron a la guerra y en las que crecimos con la conciencia de que aquellos pequeños insectos picaban, aunque no volaban. Habitaban los colchones rellenos con lanas de oveja y los asientos de sillas y mecedoras de enea –o anea–, planta cuyas hojas se empleaban también para hacer esteras. En aquel zoológico casero y compartido con aquellos seres minúsculos y molestos, cualquier día alguien inventó aquella frase encriptada que comparaba el sabor del whisky con el olor de las chinches.
Guillermo Jiménez Smerdou ha escrito que el whisky empezó a beberse en España hacia los años veinte, whisky procedente en su mayor parte de Escocia. Y fue ya en los años cincuenta, cuando el denominado segoviano, es decir, el Dyc, entró en nuestras fiestas para quedarse por siempre jamás. El Dyc empezó a elaborarse en Palazuelos de Eresma, un pueblo de la provincia de Segovia. La elección de este lugar no fue un capricho de sus creadores. Los expertos llegaron a la conclusión de que el agua más parecida a la de Escocia era la de este rincón segoviano, habitado entonces por solo un millar de habitantes.
Aquellos eran años de brandy, sobre todo. Pero en los muebles-bar de nuestras casas, sobrevivían de una Navidad a otra las mismas botellas de Licor 43, Cointreau, Peppermint, o sea menta, y Marie Brizard. Hasta que el rey de los guateques se impuso por derecho en el escenario de cualquier farándula. En todo caso, el whisky, cualquier whisky, e incluso el ron, hubieron de pasar todavía un tiempo en el limbo de las bebidas foráneas y extrañas hasta que los asumimos como la botella de cada día. Los cubatas eran combinados de ginebra y Coca-Cola. Algunos amigos todavía lo beben y no han conocido otra bebida larga, aun sabiendo que su origen se marida con el ron.
También Jiménez Smerdou escribe que los primeros catadores de la bebida decían que el whisky sabía a chinches. “Extraña comparación”, escribe, “salvo que el catador hubiera ingerido chinches en algún momento de su vida”. Conforme fuimos creciendo y conociendo la jerga que ayudaba a definir en el paladar los sabores infinitos de los whiskys y de los vinos, más extraña se nos antojaba su comparación con las chinches. Ya comenzaban a extenderse por nuestro país términos de moda para referirse a este mundo tan sorprendente y sorpresivo de los aromas y los sabores. Se hablaba ya de “piña”, “afrutado”, “madera”, “redondo en boca” y un larguísimo etcétera.
A. Fled advierte que explicar un sabor debe ser sencillo por comparación, pero a ver con qué lo comparamos, porque, añade, “mi abuela le decía a mi abuelo que el whisky sabía a chinches”. Y este, con su humor inglés, le respondía: “¿Tú has probado alguna vez las chinches?” Flez cuenta también que, en una cata de aceites, el entendido en el tema percibía en el paladar toques de acidez con reminiscencias de dulzor que no eran propios del óleo. A lo que el dueño de la marca dijo: “Tomate”. El entendido dijo: “Sí, en efecto, muy bien explicado, veo que es usted un especialista organoléptico”. Y de nuevo le replicó el dueño de la marca: “No, es que los olivos y las tomateras están plantados juntos”. Fled, con el humor inglés heredado tal vez del abuelo, escribe: “Quizá en esa línea nació el sabor a roble y el redondo en boca (puede que hasta el ‘a chinches’ de mi abuela) pero un crítico no debe ir a juzgar un plato o un restaurante, sino a ensalzarlo, a rescatar los sabores que se dejen y ponerlos frente al lector/comensal”.
En cualquier caso, en el léxico más exquisito de cualquier especialista que digne distinguirse como sumiller debe brillar la palabra chinche como una perla estilística que todavía vive su leyenda encriptada. Pero más al fondo de la cuestión, cabría preguntarse si a las chinches les gusta el whisky –y de ahí su olor– o si bien son alérgicas al mismo. En la web “Sinchinches.club” leo otra frase enigmática: “Alcohol para chinches: ¿Las chinches se mueren con alcohol?” Se explica en la misma que todos sabemos que rociar o frotar alcohol es tóxico. Al ser tóxico para los humanos, cabría deducir también, según esta página, que es “una de las primeras cosas que se nos viene a mente para intentar matar chinches de forma casera”. Y añado yo: Y si es con whisky, mejor.
Leo en la misma página web una serie de preguntas que nunca me he planteado en mi devenir espirituoso y que ahora se han vuelto imprescindibles y han cobrado un nuevo valor en mi conocimiento de este insecto tal vez etílico. Por ejemplo: ¿El alcohol mata las chinches de cama? ¿Pueden las chinches oler el alcohol? ¿Ahuyenta el alcohol a las chinches? Cómo usar el alcohol para matar chinches y sus huevos. ¿Cuánto tiempo funciona el alcohol isopropílico? Alternativas al alcohol isopropílico para las chinches. Y a todas estas preguntas embaucadoras cuyas respuestas son de la misma naturaleza, el lector puede hallar otras herramientas y utensilios para deshacerse de estos insectos. Eso sí, sin probabilidad alguna de provocar su extinción en la faz de la tierra. Tales como insecticidas y productos para fumigar y eliminar chinches, veneno para chinches y fundas antichinches. Todo un mundo nuevo para mí que me acerca sin remisión a los primeros años de mi vida.
Las chinches son insectos del género Cimex, de color marrón rojizo y presencia ovalada y plana, del tamaño de una semilla de manzana. Estos parásitos no vuelan, pero pican la piel de los seres humanos y de los animales y, como consecuencia, producen erupciones cutáneas, efectos psicológicos y síntomas alérgicos. Sus picaduras se pueden parecer a las de otros insectos, como mosquitos o niguas; sarpullidos, como eczemas o infecciones micóticas, e incluso urticaria. Los entendidos dicen también que algunas personas no reaccionan en absoluto a las picaduras de las chinches. Yo tengo mi propia teoría al respecto, aunque no demostrada, sobre estos seres humanos que son inmunes al picotazo de este insecto etílico. Y la razón es fácilmente deducible: son aquellos que beben whisky. Y tal vez de aquí se logre deducir el olor a esta bebida espirituosa que desprenden las chinches.
En todo caso, que el whisky sabe a chinches sigue siendo para mí la frase más enigmática que me ha perseguido en la vida y que he asumido como un axioma aun sin conocer su profundo significado ni de dónde proviene mi convencimiento más contumaz sobre este litigio retórico. Hay frases que nacen con un uno e insectos que mueren al paso de los años. Es cierto que hace décadas que ni he visto ni me ha picado una chinche. No sé nada de su existencia y ni si la humanidad sobrevivirá a su exterminio. Por el contrario, he investigado el mundo del whisky y su jerga metafórica que todo lo confunde como si fueran efluvios etílicos en la sangre. Entre todos esos términos, ripios e hipérboles que asumimos sin doblez, la chinche sigue ocupando por sí misma un lugar de privilegio en este lenguaje tan literario como fantasmal que aúna mundos tan dispares como excluyentes.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO