Me gustan los abrazos de verdad, esos en los que te dejas caer. Me gustan las sonrisas cómplices de amor entregado; las flores moradas cuya presencia me hipnotiza. Me gustan los encuentros inesperados que te hablan de cambios. Me gusta pasear por los colores de los puestos de la plaza de abastos; me gusta mirar al cielo y ser capaz de verlo. Hoy me gusta vivir. De esto hace siete años...
Me he levantado con rigideces. Mi cuerpo pedía reposo, pero la luz de sol se coló en mi cerebro y tiró de mí como tira de los girasoles en verano. Sin darme cuenta, estaba montada en el bus camino del monasterio de La Cartuja. Llegué y encontré mi sitio debajo de un árbol. Las voces de mi cabeza seguían inquietas y entonces empezó la jazz session... Tres notas y se encendió la calma: la reconocí. El saxofonista tocaba In a sentimal mood, de John Coltrane. Saqué mi libro y me dejé mecer por las olas que Virginia Woolf creaba con frases cortas y eternas, y tuve que dar las gracias a la madre creadora por este momento de paz y felicidad. Cinco años hace que lo escribí.
Cristales sucios, casas que corren, pinos al borde de la vía, oscuridad dentro de la montaña, Camino del Rey, presa con agua, gente que habla, una chica que observa... yo. Movimiento que acuna, vías anchas y antiguas, tiempo que corre, el mar que se acerca, nubes que esconden, sol que espera, alma que se expande, cuerpo que busca, calma que se encuentra. Viaje en tren. Cuatro años.
Recién duchada, oliendo a serenidad, con la niña que fui en brazos, prometiéndole cuidarla cada día. Diluida en mi sofá descubriendo que la vida tiene que ser otra cosa, vislumbrando un camino de paz y dejando en una piedra el latido sordo que me vuelve campana. Hoy la noche me susurra que el cambio es posible... Hace tres años.
Me gusta leer mis viejos escritos: me llevan a momentos felices y a otros de desasosiego. Todos reflejan mis pasos en la cuerda de la vida, por algo soy equilibrista y tú, mi diario.
Me he levantado con rigideces. Mi cuerpo pedía reposo, pero la luz de sol se coló en mi cerebro y tiró de mí como tira de los girasoles en verano. Sin darme cuenta, estaba montada en el bus camino del monasterio de La Cartuja. Llegué y encontré mi sitio debajo de un árbol. Las voces de mi cabeza seguían inquietas y entonces empezó la jazz session... Tres notas y se encendió la calma: la reconocí. El saxofonista tocaba In a sentimal mood, de John Coltrane. Saqué mi libro y me dejé mecer por las olas que Virginia Woolf creaba con frases cortas y eternas, y tuve que dar las gracias a la madre creadora por este momento de paz y felicidad. Cinco años hace que lo escribí.
Cristales sucios, casas que corren, pinos al borde de la vía, oscuridad dentro de la montaña, Camino del Rey, presa con agua, gente que habla, una chica que observa... yo. Movimiento que acuna, vías anchas y antiguas, tiempo que corre, el mar que se acerca, nubes que esconden, sol que espera, alma que se expande, cuerpo que busca, calma que se encuentra. Viaje en tren. Cuatro años.
Recién duchada, oliendo a serenidad, con la niña que fui en brazos, prometiéndole cuidarla cada día. Diluida en mi sofá descubriendo que la vida tiene que ser otra cosa, vislumbrando un camino de paz y dejando en una piedra el latido sordo que me vuelve campana. Hoy la noche me susurra que el cambio es posible... Hace tres años.
Me gusta leer mis viejos escritos: me llevan a momentos felices y a otros de desasosiego. Todos reflejan mis pasos en la cuerda de la vida, por algo soy equilibrista y tú, mi diario.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ