La Navidad es la fiesta de la proximidad. La conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazaret es una amable invitación para que, reconociendo la peculiaridad del mensaje cristiano, nos decidamos a acortar las distancias, para que nos acerquemos los unos a los otros, para que suprimamos las desigualdades, los escalones y las barreras arquitectónicas, económicas y sociales.
La Navidad es una llamada cordial para que colaboremos y dialoguemos, para que nos despojemos de las insignias, de los escudos y de los emblemas que nos distancian y nos enfrentan, para que descendamos de los sitiales, de los tronos, de las sedes, de las cátedras y de los sitiales y poltronas que nos separan. Recordemos que la palabra “prójimo” es la misma que “próximo” y significa eso: “semejante”, “cercano” o “vecino”.
Pero el acercamiento, para que sea verdadero, ha de ser físico y real. Los gestos simbólicos, rituales y litúrgicos, cuando no van acompañados de comportamientos acordes, resultan vacíos, cómicos y contraproducentes: son aspavientos decorativos que, en vez de acercarnos, nos generan risas, bromas y, a veces, indignación.
Vestirse con chaqueta de pana en los mítines, montarse durante unos minutos en un autobús, prescindir de la sotana o del hábito religioso o lucir vaqueros rasgados son guiños que, si no van acompañados de un compromiso social, en vez de acercamiento, pueden ser interpretados como expresiones de frivolidad, como inmaduras actitudes provocativas, como interesadas llamadas publicitarias o, simplemente, como mero seguimiento de la moda.
La Navidad es una llamada cordial para que colaboremos y dialoguemos, para que nos despojemos de las insignias, de los escudos y de los emblemas que nos distancian y nos enfrentan, para que descendamos de los sitiales, de los tronos, de las sedes, de las cátedras y de los sitiales y poltronas que nos separan. Recordemos que la palabra “prójimo” es la misma que “próximo” y significa eso: “semejante”, “cercano” o “vecino”.
Pero el acercamiento, para que sea verdadero, ha de ser físico y real. Los gestos simbólicos, rituales y litúrgicos, cuando no van acompañados de comportamientos acordes, resultan vacíos, cómicos y contraproducentes: son aspavientos decorativos que, en vez de acercarnos, nos generan risas, bromas y, a veces, indignación.
Vestirse con chaqueta de pana en los mítines, montarse durante unos minutos en un autobús, prescindir de la sotana o del hábito religioso o lucir vaqueros rasgados son guiños que, si no van acompañados de un compromiso social, en vez de acercamiento, pueden ser interpretados como expresiones de frivolidad, como inmaduras actitudes provocativas, como interesadas llamadas publicitarias o, simplemente, como mero seguimiento de la moda.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO