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Rafael Soto | Una última oportunidad

En septiembre de 1944, Albert Camus defendió en la publicación Le Combat la necesidad de plantear una conciliación entre la libertad y la justicia social, de modo que la vida fuera libre para cada uno y justa para todos. Una necesidad que hoy cobra plena vigencia. Con todos sus defectos y sus virtudes, la renovación de la Unión Europea es la última oportunidad realista para satisfacer esa necesidad. Hemos perdido tantas ocasiones...


Más allá de la inevitable factura económica y social, aprovechar este instante requerirá la determinación de todos para asumir a diario tres intangibles imposibles en los cínicos tiempos de la Posmodernidad: fe en las personas, valentía para desechar las trincheras y, sobre todo, generosidad para una convivencia duradera.

En pocos años hemos vivido una tormenta que parece no querer cesar: la crisis de 2008, la pandemia de la covid-19, desastres naturales localizados... Una crisis detrás de otra que no sabemos orientar en nuestro beneficio como sociedad. Una matrioshka que no deja de ofrecer más muñecas rusas multicolor.

EE.UU. se quita del medio: estamos solos. Muchos toman conciencia de que no viven en un mundo ajeno a la guerra. Su seguridad depende de la misma pandilla de mediocres irresponsables que gestionaron las crisis anteriores. La inflación se desboca. Se producen dificultades para acceder a ciertos productos. La imagen de la bomba nuclear aterra a las almas y conmueve el continente. La invasión de Ucrania lleva la angustia individual y social a un estadio superior.

Las prioridades del individuo siguen descendiendo en la pirámide de Maslow. Ya no hablamos de autorrealización, de trabajo o salud, sino de supervivencia global. Todo es posible en este mundo inestable. Si bien, esta última afirmación también puede aplicarse en lo que puede ser beneficioso.

Si las bombas nos lo permiten, y debemos de pensar que sí, tenemos una última oportunidad. No hay que ser iluso: no hay espacio para la utopía. Ahora, más que nunca, estamos en conciencia y posición para recorrer el sendero que nos lleve a la soberanía europea, la transición energética, al Estado del Bienestar y a un nuevo contrato social.

Sí, es cierto. Volvemos a debates propios de la Posguerra. No hay alternativa al capitalismo, buena parte del Periodismo está podrida, y no nos espera un camino fácil. Sin embargo, es más necesario que nunca tomar conciencia de que el tribalismo identitario, el narcisismo grupal y sus males solo pueden conducir al desastre.

Es esencial definir y defender unos valores que refuercen a la Unión, así como desarrollar el concepto de ‘soberanía europea’ –la denominada ‘brújula europea’ (Strategic compass) puede ser un buen punto de partida–. No es razonable basar las relaciones entre socios europeos en las dependencias económicas o en una cultura judeocristiana que ya nos parece apolillada. La reunión de Versalles bien puede convertirse en un hito fundacional para esa nueva Europa.

De la transición ecológica, ¿qué se puede decir? ¿Acaso es debatible la necesidad de romper las dependencias energéticas con Rusia? A estas alturas, ¿alguien está en posición de defender el uso de las denominadas ‘energías fósiles’ en el largo plazo?

Tampoco podemos permitirnos el mantenimiento del discurso de la recuperación. Cualquier análisis serio puede demostrar que se trata de una idea conservadora con disfraz progresista. Pongo en duda que sea deseable un retorno al mundo anterior a 2008. Tenemos una última oportunidad para ofrecer un discurso progresista y creativo que redefina y consolide el Estado del Bienestar.

Tenemos una última ocasión para acercarnos a esa libertad para cada cual, y a esa justicia para todos, que Camus defendió en la Posguerra. Y si no es posible, que al menos nos quede la buena conciencia de haberlo intentado.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO
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