Ya vimos que en el mapa de Babilonia no había ni rastro de Europa, pero ¿cuál era el conocimiento del exterior para los babilonios de esa época? Para ello podemos comparar dicho mapa con uno actual en el que aparecen los límites aproximados de la extensión del imperio neobabilónico (gobernado por una dinastía caldea) en ese mismo periodo, es decir, del siglo VII al VI antes de nuestra era (a.n.e.).
En la segunda imagen vemos la tablilla original dentro de la vitrina en que se expone en el British Museum (lamento la calidad de la fotografía, que tomé con un simple teléfono móvil). El anillo azulado del “río amargo” parece corresponder con los límites acuáticos del golfo Pérsico, mar Rojo y mar Mediterráneo y, seguramente, también tenían conocimiento de la existencia del mar Negro y del mar Caspio hacia el norte.
En el año 604 a.n.e. Nabucodonosor II el Grande asciende al trono de Babilonia y enseguida comienza una serie de campañas bélicas contra Siria y Palestina. A lo largo de su reinado, el imperio neobabilónico llega a su apogeo, extendiéndose desde el valle del Éufrates hasta la orilla oriental del Mediterráneo y Egipto.
Una de sus acciones más conocidas es la toma de Jerusalén en el año 587, llevándose a parte de sus habitantes como cautivos a Babilonia. Allí permanecieron setenta años, por lo que tuvieron tiempo de sobra para conocer la historia de Ut-Napishtim y el gran diluvio, contenida en el Gilgamesh, de la que ya hablamos en la entrega anterior.
El imperio neobabilónico fue la potencia hegemónica en el Oriente Próximo hasta el 539 a.n.e., año en el que Babilonia es conquistada por el persa Ciro el Grande, poniendo fin definitivo al reino de Babilonia. Por ello, es más que probable que los babilonios tuvieran un amplio conocimiento de las ciudades-estado griegas y sus colonias en la península de Anatolia y a lo largo del Mediterráneo.
Pero, a pesar de que en el siglo VI a. n. e. de comienzo la ciencia, la filosofía y las matemáticas griegas, no parece que esto impresione demasiado a los sabios de Babilonia. Al menos, no lo suficiente como para incluiros en sus mapas del mundo.
Ya en el siglo XI, un autor uigur llamado Mahmud al-Kashgari publica en Bagdad un tratado sobre las lenguas turcas y en el mismo incluye un mapamundi con la distribución de las tribus que hablaban esos idiomas.
Es un mapa bastante diferente de los hechos en Europa. Como era de esperar, el centro es ocupado por Balasagun una importante ciudad de la época situada en el actual Kirguizistán. A diferencia de los mapas europeos de la época, en los que el centro se sitúa en Jerusalén, en el mapa se utilizan claves de colores para significar accidentes geográficos: las líneas rojas indican cordilleras; las azules muestran los ríos; en verde, los mares y, en amarillo, las ciudades, los países y sus habitantes. El mapa está orientado con el este hacia arriba y en él se pueden distinguir China y Japón en el este, Cachemira y parte de la India en el sur, Iraq y Egipto en el oeste y el mar Caspio en el norte.
En la siguiente imagen se ha reorientado el mapa con el norte arriba y se ha dibujado de forma más esquemática
Una vez más, aparece un anillo circular que representa el mar que rodea el mundo terrestre. En su interior, bastantes lugares reconocibles: los desiertos al este del mar Caspio, Samarcanda, Rusia, Siria, Yemen, Egipto y, en el extremo occidental, Al Ándalus, cerca de una zona “inhabitable por el excesivo calor”.
Salvo la referencia a la islámica Al Ándalus, tampoco aquí encontramos la presencia de una realidad “europea”. Poca relevancia podía tener en la floreciente cultura islámica de la época la Europa de la “Edad Oscura”. Del 600 al 1000, ninguna nación de la zona podía compararse, en poder, ni con el Califato, ni con China o Japón. Carl Sagan escribe:
“Mientras en el mundo islámico florecía la medicina, en Europa se entró realmente en una edad oscura. Se perdió la mayor parte del conocimiento de anatomía y cirugía. Abundaba la confianza en la oración y las curaciones milagrosas. Desaparecieron los médicos seculares. Se usaban ampliamente cánticos, pociones, horóscopos y amuletos. Se restringieron o ilegalizaron las disecciones de cadáveres, lo que impedía que los que practicaban la medicina adquirieran conocimiento de primera mano del cuerpo humano. La investigación médica llegó a un punto muerto”.
En la segunda imagen vemos la tablilla original dentro de la vitrina en que se expone en el British Museum (lamento la calidad de la fotografía, que tomé con un simple teléfono móvil). El anillo azulado del “río amargo” parece corresponder con los límites acuáticos del golfo Pérsico, mar Rojo y mar Mediterráneo y, seguramente, también tenían conocimiento de la existencia del mar Negro y del mar Caspio hacia el norte.
En el año 604 a.n.e. Nabucodonosor II el Grande asciende al trono de Babilonia y enseguida comienza una serie de campañas bélicas contra Siria y Palestina. A lo largo de su reinado, el imperio neobabilónico llega a su apogeo, extendiéndose desde el valle del Éufrates hasta la orilla oriental del Mediterráneo y Egipto.
Una de sus acciones más conocidas es la toma de Jerusalén en el año 587, llevándose a parte de sus habitantes como cautivos a Babilonia. Allí permanecieron setenta años, por lo que tuvieron tiempo de sobra para conocer la historia de Ut-Napishtim y el gran diluvio, contenida en el Gilgamesh, de la que ya hablamos en la entrega anterior.
El imperio neobabilónico fue la potencia hegemónica en el Oriente Próximo hasta el 539 a.n.e., año en el que Babilonia es conquistada por el persa Ciro el Grande, poniendo fin definitivo al reino de Babilonia. Por ello, es más que probable que los babilonios tuvieran un amplio conocimiento de las ciudades-estado griegas y sus colonias en la península de Anatolia y a lo largo del Mediterráneo.
Pero, a pesar de que en el siglo VI a. n. e. de comienzo la ciencia, la filosofía y las matemáticas griegas, no parece que esto impresione demasiado a los sabios de Babilonia. Al menos, no lo suficiente como para incluiros en sus mapas del mundo.
Ya en el siglo XI, un autor uigur llamado Mahmud al-Kashgari publica en Bagdad un tratado sobre las lenguas turcas y en el mismo incluye un mapamundi con la distribución de las tribus que hablaban esos idiomas.
Es un mapa bastante diferente de los hechos en Europa. Como era de esperar, el centro es ocupado por Balasagun una importante ciudad de la época situada en el actual Kirguizistán. A diferencia de los mapas europeos de la época, en los que el centro se sitúa en Jerusalén, en el mapa se utilizan claves de colores para significar accidentes geográficos: las líneas rojas indican cordilleras; las azules muestran los ríos; en verde, los mares y, en amarillo, las ciudades, los países y sus habitantes. El mapa está orientado con el este hacia arriba y en él se pueden distinguir China y Japón en el este, Cachemira y parte de la India en el sur, Iraq y Egipto en el oeste y el mar Caspio en el norte.
En la siguiente imagen se ha reorientado el mapa con el norte arriba y se ha dibujado de forma más esquemática
Una vez más, aparece un anillo circular que representa el mar que rodea el mundo terrestre. En su interior, bastantes lugares reconocibles: los desiertos al este del mar Caspio, Samarcanda, Rusia, Siria, Yemen, Egipto y, en el extremo occidental, Al Ándalus, cerca de una zona “inhabitable por el excesivo calor”.
Salvo la referencia a la islámica Al Ándalus, tampoco aquí encontramos la presencia de una realidad “europea”. Poca relevancia podía tener en la floreciente cultura islámica de la época la Europa de la “Edad Oscura”. Del 600 al 1000, ninguna nación de la zona podía compararse, en poder, ni con el Califato, ni con China o Japón. Carl Sagan escribe:
“Mientras en el mundo islámico florecía la medicina, en Europa se entró realmente en una edad oscura. Se perdió la mayor parte del conocimiento de anatomía y cirugía. Abundaba la confianza en la oración y las curaciones milagrosas. Desaparecieron los médicos seculares. Se usaban ampliamente cánticos, pociones, horóscopos y amuletos. Se restringieron o ilegalizaron las disecciones de cadáveres, lo que impedía que los que practicaban la medicina adquirieran conocimiento de primera mano del cuerpo humano. La investigación médica llegó a un punto muerto”.
JES JIMÉNEZ