Como todas las semanas, en el periodismo deportivo, que vive cada jornada el partido o derbi del siglo, pareciera –o, al menos, nos hacen vivir la sensación, falsa la mayoría de las ocasiones– de asistir a un choque inédito y extraordinario. Igual que en la actualidad política se recalca como perorata redundante que estos son tiempos históricos.
Vivimos –se nos dice, cinematográficamente hablando– momentos fascinantes, lo que da qué pensar, al menos para los que nos abonamos a la filosofía de la sospecha. Más aún cuando en el espacio mediático proliferan discursos apocalípticos a lo Roland Emmerich que, como el maltusianismo, piensa una solución final reciclada ante el colapso del capitalismo.
Por ello es más fácil imaginar el fin del mundo que trascender el orden reinante. La caja de imágenes decadentistas del blockbuster que nos invade es lo que Trump a la política: una comunicación paralizante, pero con gran poder de sugestión. Tiempos, en fin, de fascinación, de fascio o de falo, como gusten.
Añádase a ello el horizonte Marvel Disney para niños y la ideología supremacista de la vida sigue igual cantada por Julio Iglesias y tenemos el cuadro completo de una narrativa del paroxismo, alegoría de la catástrofe como horizonte de futuro contra el principio esperanza.
Un romanticismo reaccionario cuyo imaginario a lo Griffith es deudora de la retórica del capitalismo excedentario, pues la imaginación del desastre (Sontag dixit) impone el moralismo de un orden imposible en lugar de hacer posible lo que se niega.
Y en este punto estamos, parafraseando a Marx, en el que lo animal se convierte en lo humano y lo humano, en animal. Y si de bestiario se trata, en la piel de toro estamos a la vanguardia. Cada jornada política queda más claro que el orden mediático nacional es fascinante, o del fascio.
De la fábrica de sueños a las nuevas fantasías electrónicas, el modus operandi de la industria cultural patria cumple los sueños húmedos de Ford en su voluntad de tener simios amaestrados por trabajadores. En eso andamos. Y la globalización que nos proponen los cosmopaletos facinerosos de VOX resulta cuando menos inquietante.
Pero no diga el lector que no está advertido. Algo debería intuir a juzgar por nombres como Amazon o Alibaba. Estos tecnócratas corporativos son unos linces para los nombres. Y mientras admiramos el rótulo luminoso, fascinados, la luz de gas de neón ciega toda oportunidad de vida y de proyecto colectivo, salvo predicar el sambenito del mercado, aquel en el que, si te descuidas, te roban los datos y la cartera.
Ya nos lo cantaron los salseros: "camarón que se duerme, se lo lleva la corriente". Así que atentos a las fantasías fascinantes que los reflejos del fetichismo de la mercancía nos circundan. Manden a la verga tal lógica si no queremos acabar siendo colaboracionistas de la solución final para el planeta. He dicho.
Vivimos –se nos dice, cinematográficamente hablando– momentos fascinantes, lo que da qué pensar, al menos para los que nos abonamos a la filosofía de la sospecha. Más aún cuando en el espacio mediático proliferan discursos apocalípticos a lo Roland Emmerich que, como el maltusianismo, piensa una solución final reciclada ante el colapso del capitalismo.
Por ello es más fácil imaginar el fin del mundo que trascender el orden reinante. La caja de imágenes decadentistas del blockbuster que nos invade es lo que Trump a la política: una comunicación paralizante, pero con gran poder de sugestión. Tiempos, en fin, de fascinación, de fascio o de falo, como gusten.
Añádase a ello el horizonte Marvel Disney para niños y la ideología supremacista de la vida sigue igual cantada por Julio Iglesias y tenemos el cuadro completo de una narrativa del paroxismo, alegoría de la catástrofe como horizonte de futuro contra el principio esperanza.
Un romanticismo reaccionario cuyo imaginario a lo Griffith es deudora de la retórica del capitalismo excedentario, pues la imaginación del desastre (Sontag dixit) impone el moralismo de un orden imposible en lugar de hacer posible lo que se niega.
Y en este punto estamos, parafraseando a Marx, en el que lo animal se convierte en lo humano y lo humano, en animal. Y si de bestiario se trata, en la piel de toro estamos a la vanguardia. Cada jornada política queda más claro que el orden mediático nacional es fascinante, o del fascio.
De la fábrica de sueños a las nuevas fantasías electrónicas, el modus operandi de la industria cultural patria cumple los sueños húmedos de Ford en su voluntad de tener simios amaestrados por trabajadores. En eso andamos. Y la globalización que nos proponen los cosmopaletos facinerosos de VOX resulta cuando menos inquietante.
Pero no diga el lector que no está advertido. Algo debería intuir a juzgar por nombres como Amazon o Alibaba. Estos tecnócratas corporativos son unos linces para los nombres. Y mientras admiramos el rótulo luminoso, fascinados, la luz de gas de neón ciega toda oportunidad de vida y de proyecto colectivo, salvo predicar el sambenito del mercado, aquel en el que, si te descuidas, te roban los datos y la cartera.
Ya nos lo cantaron los salseros: "camarón que se duerme, se lo lleva la corriente". Así que atentos a las fantasías fascinantes que los reflejos del fetichismo de la mercancía nos circundan. Manden a la verga tal lógica si no queremos acabar siendo colaboracionistas de la solución final para el planeta. He dicho.
FRANCISCO SIERRA CABALLERO