La soledad y el silencio a veces nos resultan molestos porque, simplemente, nos da miedo vernos por dentro a nosotros mismos. El mundo de hoy nos ha hecho más activos que contemplativos y hemos emprendido tal carrerilla hacia fuera que nos resulta difícil frenar para advertir que, por ejemplo, estamos envejeciendo.
En la actualidad, la mayoría de nosotros, a no ser que nos veamos sorprendidos por una enfermedad mortal o por un accidente trágico, nos encaminamos con relativa rapidez hacia una dilatada ancianidad. A mi juicio, debería ser normal que nos preguntáramos cómo estamos viviendo o cómo viviremos ese último recorrido que, si lo preparamos con habilidad, con esmero y con sabiduría, nos ofrece la oportunidad para que nos planteemos de manera razonable las cuestiones fundamentales de la vida humana como, por ejemplo, si deseamos vivir mucho tiempo o vivir de una manera razonable, intensa, generosa y provechosa.
Me permito invitarles a que intenten concebir la propia ancianidad y que cada uno ensaye sus fórmulas personales para vivirla de la manera más grata posible. En la actualidad, la vida de la mayoría de nosotros ha dejado de ser tan breve como el trayecto de un vehículo que pasa rápidamente. La esperanza de vida ha aumentado considerablemente, el recorrido es bastante más largo y, durante el mismo, podemos detenernos, bajarnos y volver a subirnos en cada una de sus diferentes paradas.
Ese último recorrido que, ya desde ahora, y si todos lo preparamos con habilidad, con esmero y con sabiduría, puede ser el tiempo adecuado para recuperar unas experiencias que, quizás, se nos hayan escapado, para aprender y para emprender los caminos para abrir puertas a lo desconocido, para escribir páginas aún en blanco, para extraer enseñanzas incluso de las dolencias y de las limitaciones físicas y, en resumen, para vivir y para celebrar lo que nos queda de vida.
En la actualidad, la mayoría de nosotros, a no ser que nos veamos sorprendidos por una enfermedad mortal o por un accidente trágico, nos encaminamos con relativa rapidez hacia una dilatada ancianidad. A mi juicio, debería ser normal que nos preguntáramos cómo estamos viviendo o cómo viviremos ese último recorrido que, si lo preparamos con habilidad, con esmero y con sabiduría, nos ofrece la oportunidad para que nos planteemos de manera razonable las cuestiones fundamentales de la vida humana como, por ejemplo, si deseamos vivir mucho tiempo o vivir de una manera razonable, intensa, generosa y provechosa.
Me permito invitarles a que intenten concebir la propia ancianidad y que cada uno ensaye sus fórmulas personales para vivirla de la manera más grata posible. En la actualidad, la vida de la mayoría de nosotros ha dejado de ser tan breve como el trayecto de un vehículo que pasa rápidamente. La esperanza de vida ha aumentado considerablemente, el recorrido es bastante más largo y, durante el mismo, podemos detenernos, bajarnos y volver a subirnos en cada una de sus diferentes paradas.
Ese último recorrido que, ya desde ahora, y si todos lo preparamos con habilidad, con esmero y con sabiduría, puede ser el tiempo adecuado para recuperar unas experiencias que, quizás, se nos hayan escapado, para aprender y para emprender los caminos para abrir puertas a lo desconocido, para escribir páginas aún en blanco, para extraer enseñanzas incluso de las dolencias y de las limitaciones físicas y, en resumen, para vivir y para celebrar lo que nos queda de vida.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO