El deporte, además de favorecer el cuerpo y la mente, nos proporciona un sinfín de experiencias vitales, de valores, de emociones y de sentimientos que no se olvidan jamás, que te ayudan a evolucionar, en tu crecimiento personal y colectivo: el esfuerzo, la superación, la constancia, el compañerismo, la amistad, el respeto, la igualdad, aprender a gestionar las victorias, las derrotas, la rivalidad y el ego, por destacar algunos.
Sin embargo, esos valores quedan difuminados –o pasan a un segundo plano– en el deporte de elite, donde prima la parte económica, donde lo importante es ganar, ganar y volver a ganar, como decía Luis Aragonés. Aunque pensándolo mejor, el dinero, los focos, la fama son algo superfluo, anecdótico, que termina empañando –a veces, hasta alcanzar el absurdo– la ilusión de todos los que alguna vez, de niños, hemos soñado con alcanzar grandes triunfos.
Cada uno saca lecciones o interpretaciones diferentes de lo que ocurre a su alrededor, y consciente o inconscientemente, las va incorporando a su forma de vivir con los demás, de relacionarse en sociedad. En estos últimos días, por no buscar ejemplos pasados, que los hay miles para todos los gustos e intereses, estas son algunas lecciones extradeportivas que han quedado flotando en mi pensamiento y que nos llevarían a horas de debates y discusiones.
La nacionalización de Brown, a pesar del gran Eurobasket, para mí no solo es innecesaria, sino injusta y humillante para esos jugadores que participan en las ventanas FIBA, que parten con la idea de que harán el trabajo sucio para que las estrellas, los buenos, jueguen los grandes torneos.
Esa gran familia, como los llamamos, le ha dicho a algunos de sus jugadores que no cuenta con ellos, que prefieren apostar por alguien que nunca ha jugado en su equipo, a los que se han dejado la piel en la pista, con mayor o menor fortuna y talento, para que España pueda participar en la fase final.
El deporte ya está demasiado pervertido, desigualado y contaminado por el dinero, por el interés, y a las selecciones deberían ir jugadores nacionales, o con alguna relación con ese país. Nada tengo contra Brown: la ley lo permite, son las normas de la FIBA, y él es un profesional y, una vez que en su país nunca ha sido seleccionado, le da igual jugar con Croacia que con España.
Esa nacionalización por carta de naturaleza también es ofensiva para todos aquellos inmigrantes que han venido a trabajar a nuestro país y que, para conseguir la nacionalización, deben pasar al menos un año aquí, demostrar que saben hablar español y pasar un pequeño examen para señalar, al menos, dónde estamos en el mapa. No todos somos iguales, pero esta vez ha quedado muy claro.
Otro tema es el de las jugadoras de la Selección de Fútbol Femenino, que han renunciado a jugar mientras se mantenga al entrenador. Comparto que se han extralimitado en sus funciones –no son las primeras–, que no son nadie para exigir el cese de Vilda o las decisiones de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), pero me ha gustado que se nieguen a jugar, que vayan hasta el final con sus ideas.
A ver si aguantan, porque no debe ser fácil renunciar a ir a un Mundial, a sus sueños, y eso es algo que no todo el mundo haría, y suficiente motivo para que la RFEF se plantee por qué lo hacen. Mis respetos por ellas, ante todo, por ser consecuentes con lo que se dice.
Otro tema controvertido es que la Fiscalía de Madrid abra diligencias para investigar los cantos racistas a Vinicius. Me parece muy bien, son bonitos mensajes a la población, pero si van contra el público del Atlético, deberían ir contra quien lo promueve en televisión, porque todo esto se origina por el desafortunado comentario, que le salió del alma, de un representante de futbolistas que ahora hace de comentarista en El Chiringuito, y que, en alusión al jugador merengue, dijo: "Si quieres bailar samba, te vas al Sambódromo a Brasil. Aquí lo que tienes que hacer es respetar a tus compañeros de profesión y dejar de hacer el mono". Luego pidió perdón, pero la llama ya estaba encendida.
La Fiscalía debería perseguir todos esos comentarios que encienden a las masas y si, como denuncia un youtuber, luego ese mismo programa amenazó al jugador para que no sacase un vídeo contra el racismo –algo que desmintió tajantemente Josep Pedrerol–, la decisión de echar a un puñado de atléticos del campo o de ponerle una multa al club de poco servirá, si desde una plataforma de máxima audiencia se continúan lanzando mensajes incendiarios.
Horas y horas para debatir, argumentos para todos los gustos, y no nos pondríamos nunca de acuerdo. En lo que coincidimos todos es que el deporte es maravilloso, y que hay deportistas como Nadal y Federer que nos han dado una lección. Y que, a pesar de todo lo que han ganado, de su rivalidad en la pista, representan lo que debe ser el deporte: una sana y justa competición para convertirnos en mejores personas.
Sin embargo, esos valores quedan difuminados –o pasan a un segundo plano– en el deporte de elite, donde prima la parte económica, donde lo importante es ganar, ganar y volver a ganar, como decía Luis Aragonés. Aunque pensándolo mejor, el dinero, los focos, la fama son algo superfluo, anecdótico, que termina empañando –a veces, hasta alcanzar el absurdo– la ilusión de todos los que alguna vez, de niños, hemos soñado con alcanzar grandes triunfos.
Cada uno saca lecciones o interpretaciones diferentes de lo que ocurre a su alrededor, y consciente o inconscientemente, las va incorporando a su forma de vivir con los demás, de relacionarse en sociedad. En estos últimos días, por no buscar ejemplos pasados, que los hay miles para todos los gustos e intereses, estas son algunas lecciones extradeportivas que han quedado flotando en mi pensamiento y que nos llevarían a horas de debates y discusiones.
La nacionalización de Brown, a pesar del gran Eurobasket, para mí no solo es innecesaria, sino injusta y humillante para esos jugadores que participan en las ventanas FIBA, que parten con la idea de que harán el trabajo sucio para que las estrellas, los buenos, jueguen los grandes torneos.
Esa gran familia, como los llamamos, le ha dicho a algunos de sus jugadores que no cuenta con ellos, que prefieren apostar por alguien que nunca ha jugado en su equipo, a los que se han dejado la piel en la pista, con mayor o menor fortuna y talento, para que España pueda participar en la fase final.
El deporte ya está demasiado pervertido, desigualado y contaminado por el dinero, por el interés, y a las selecciones deberían ir jugadores nacionales, o con alguna relación con ese país. Nada tengo contra Brown: la ley lo permite, son las normas de la FIBA, y él es un profesional y, una vez que en su país nunca ha sido seleccionado, le da igual jugar con Croacia que con España.
Esa nacionalización por carta de naturaleza también es ofensiva para todos aquellos inmigrantes que han venido a trabajar a nuestro país y que, para conseguir la nacionalización, deben pasar al menos un año aquí, demostrar que saben hablar español y pasar un pequeño examen para señalar, al menos, dónde estamos en el mapa. No todos somos iguales, pero esta vez ha quedado muy claro.
Otro tema es el de las jugadoras de la Selección de Fútbol Femenino, que han renunciado a jugar mientras se mantenga al entrenador. Comparto que se han extralimitado en sus funciones –no son las primeras–, que no son nadie para exigir el cese de Vilda o las decisiones de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), pero me ha gustado que se nieguen a jugar, que vayan hasta el final con sus ideas.
A ver si aguantan, porque no debe ser fácil renunciar a ir a un Mundial, a sus sueños, y eso es algo que no todo el mundo haría, y suficiente motivo para que la RFEF se plantee por qué lo hacen. Mis respetos por ellas, ante todo, por ser consecuentes con lo que se dice.
Otro tema controvertido es que la Fiscalía de Madrid abra diligencias para investigar los cantos racistas a Vinicius. Me parece muy bien, son bonitos mensajes a la población, pero si van contra el público del Atlético, deberían ir contra quien lo promueve en televisión, porque todo esto se origina por el desafortunado comentario, que le salió del alma, de un representante de futbolistas que ahora hace de comentarista en El Chiringuito, y que, en alusión al jugador merengue, dijo: "Si quieres bailar samba, te vas al Sambódromo a Brasil. Aquí lo que tienes que hacer es respetar a tus compañeros de profesión y dejar de hacer el mono". Luego pidió perdón, pero la llama ya estaba encendida.
La Fiscalía debería perseguir todos esos comentarios que encienden a las masas y si, como denuncia un youtuber, luego ese mismo programa amenazó al jugador para que no sacase un vídeo contra el racismo –algo que desmintió tajantemente Josep Pedrerol–, la decisión de echar a un puñado de atléticos del campo o de ponerle una multa al club de poco servirá, si desde una plataforma de máxima audiencia se continúan lanzando mensajes incendiarios.
Horas y horas para debatir, argumentos para todos los gustos, y no nos pondríamos nunca de acuerdo. En lo que coincidimos todos es que el deporte es maravilloso, y que hay deportistas como Nadal y Federer que nos han dado una lección. Y que, a pesar de todo lo que han ganado, de su rivalidad en la pista, representan lo que debe ser el deporte: una sana y justa competición para convertirnos en mejores personas.
MOI PALMERO