Quienes son amantes de la lectura, y de modo especial quienes siguen las obras de Luis Landero, ese maestro de la fabulación, ya saben que recientemente le ha sido concedido el Premio Nacional de las Letras Españolas, reconocimiento que, de manera ininterrumpida desde 1984, viene otorgando el Ministerio de Cultura.
Para que se entienda la importancia de este galardón, quisiera apuntar que lo han recibido autores tan relevantes como Julio Caro Baroja (1985), Gabriel Celaya (1986), Miguel Delibes (1991), Carmen Martín Gaite (1994), Francisco Umbral (1997), Ana María Matute (2007) o Rosa Montero (2017), por citar algunos dentro de los treinta y nueve autores nominados. A ello tendría que indicar que once de los premiados también lo fueron con el Premio Cervantes, que es el reconocimiento más grande que se puede obtener por las Academias de la Lengua de los países hispanohablantes.
No descubro nada si digo que Luis Landero es uno de los grandes narradores en la historia de literatura de nuestro país, por el que siento una enorme admiración y sobre el que hablé en este medio cuando publicó El huerto de Emerson, relato de autoficción, que venía a completar El balcón en invierno, en el que se mezclaban sus recuerdos, mayoritariamente de la infancia, con ficciones nacidas de una prodigiosa mente que sigue la estela de los mundos fabulados que en su día marcó Miguel de Cervantes.
En aquel artículo indicaba que conozco a Luis Landero desde que éramos unos críos, puesto que habíamos nacido en el mismo año (1948), en la misma calle (Calzada) del mismo pueblo extremeño: Alburquerque (Badajoz).
Bien es cierto que siendo un adolescente se trasladó con su familia a Madrid, por lo que le perdí la pista hasta que salió su primera novela, Juegos de la edad tardía, publicada en 1989. Esta obra fue un auténtico aldabonazo en el campo de la ficción, ya que al año siguiente recibió el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica por este trabajo.
Al igual que otros que lo leyeron por entonces, yo quedé fascinado con esta novela. A partir de ella le he ido siguiendo de manera regular en las obras que publicaba. Así, por estas fechas, y aunque había visto la luz con anterioridad en 2013, yo terminaba de leer un estudio con el título de Luis Landero, publicado por la Universidad suiza de Neuchȃtel, en el que distintos autores analizaban la mayor parte de las obras que habían salido de una mente hecha para construir relatos fabulados.
El contacto más reciente que he tenido con este amigo de la infancia se ha producido hace pocos días, cuando le pedí que, si le era posible, grabara un breve vídeo para que fuera proyectado durante el homenaje que se le iba a hacer a Antonio López Hidalgo, periodista y catedrático de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, que falleció de forma súbita el pasado mes de mayo.
Esta petición provenía de los organizadores de este homenaje, que también me pidieron otra grabación personal, dada la amistad que me unía con este gran periodista y escritor, al tiempo que me solicitaban que me pusiera en contacto con Luis Landero, ya que sabían que ambos somos de Alburquerque y que Antonio López Hidalgo lo había acompañado en las presentaciones de sus libros en Sevilla. Puntualmente, y de forma cordial, como es su carácter, Luis me remitió ese vídeo que también se vio el miércoles pasado en el salón de actos de la Facultad de Comunicación.
No me quiero extender más, pues corro el peligro de alargarme en demasía; lo que sí deseo apuntar es que el premio citado ha coincidido temporalmente con el cierre de la lectura que yo llevaba de su última novela, Una historia ridícula, en la que Landero continúa con esa forma tan cervantina de construir unos relatos en los que se mezclan situaciones y personajes que se nos antojan en tanto absurdos, lo que, por otro lado, acaba enlazando con el mundo del escritor checo Franz Kafka, al que él tanto admira.
Desde estas líneas, quisiera felicitar a este gran escritor por este reconocimiento, que viene a confirmar de manera inequívoca que forma parte de los más relevantes nombres de la literatura contemporánea de nuestro país, por lo que no viene mal que quienes no lo conozcan se asomen a algunos de sus libros, que, a buen seguro, quedarán deslumbrados por su forma de narrar.
Para que se entienda la importancia de este galardón, quisiera apuntar que lo han recibido autores tan relevantes como Julio Caro Baroja (1985), Gabriel Celaya (1986), Miguel Delibes (1991), Carmen Martín Gaite (1994), Francisco Umbral (1997), Ana María Matute (2007) o Rosa Montero (2017), por citar algunos dentro de los treinta y nueve autores nominados. A ello tendría que indicar que once de los premiados también lo fueron con el Premio Cervantes, que es el reconocimiento más grande que se puede obtener por las Academias de la Lengua de los países hispanohablantes.
No descubro nada si digo que Luis Landero es uno de los grandes narradores en la historia de literatura de nuestro país, por el que siento una enorme admiración y sobre el que hablé en este medio cuando publicó El huerto de Emerson, relato de autoficción, que venía a completar El balcón en invierno, en el que se mezclaban sus recuerdos, mayoritariamente de la infancia, con ficciones nacidas de una prodigiosa mente que sigue la estela de los mundos fabulados que en su día marcó Miguel de Cervantes.
En aquel artículo indicaba que conozco a Luis Landero desde que éramos unos críos, puesto que habíamos nacido en el mismo año (1948), en la misma calle (Calzada) del mismo pueblo extremeño: Alburquerque (Badajoz).
Bien es cierto que siendo un adolescente se trasladó con su familia a Madrid, por lo que le perdí la pista hasta que salió su primera novela, Juegos de la edad tardía, publicada en 1989. Esta obra fue un auténtico aldabonazo en el campo de la ficción, ya que al año siguiente recibió el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica por este trabajo.
Al igual que otros que lo leyeron por entonces, yo quedé fascinado con esta novela. A partir de ella le he ido siguiendo de manera regular en las obras que publicaba. Así, por estas fechas, y aunque había visto la luz con anterioridad en 2013, yo terminaba de leer un estudio con el título de Luis Landero, publicado por la Universidad suiza de Neuchȃtel, en el que distintos autores analizaban la mayor parte de las obras que habían salido de una mente hecha para construir relatos fabulados.
El contacto más reciente que he tenido con este amigo de la infancia se ha producido hace pocos días, cuando le pedí que, si le era posible, grabara un breve vídeo para que fuera proyectado durante el homenaje que se le iba a hacer a Antonio López Hidalgo, periodista y catedrático de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, que falleció de forma súbita el pasado mes de mayo.
Esta petición provenía de los organizadores de este homenaje, que también me pidieron otra grabación personal, dada la amistad que me unía con este gran periodista y escritor, al tiempo que me solicitaban que me pusiera en contacto con Luis Landero, ya que sabían que ambos somos de Alburquerque y que Antonio López Hidalgo lo había acompañado en las presentaciones de sus libros en Sevilla. Puntualmente, y de forma cordial, como es su carácter, Luis me remitió ese vídeo que también se vio el miércoles pasado en el salón de actos de la Facultad de Comunicación.
No me quiero extender más, pues corro el peligro de alargarme en demasía; lo que sí deseo apuntar es que el premio citado ha coincidido temporalmente con el cierre de la lectura que yo llevaba de su última novela, Una historia ridícula, en la que Landero continúa con esa forma tan cervantina de construir unos relatos en los que se mezclan situaciones y personajes que se nos antojan en tanto absurdos, lo que, por otro lado, acaba enlazando con el mundo del escritor checo Franz Kafka, al que él tanto admira.
Desde estas líneas, quisiera felicitar a este gran escritor por este reconocimiento, que viene a confirmar de manera inequívoca que forma parte de los más relevantes nombres de la literatura contemporánea de nuestro país, por lo que no viene mal que quienes no lo conozcan se asomen a algunos de sus libros, que, a buen seguro, quedarán deslumbrados por su forma de narrar.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO