Hay un conocido dicho popular que dice “La cara es el espejo del alma”. Con ello esta frase nos viene a manifestar que a través del rostro no solo expresamos nuestras emociones, que pueden ser entendibles por los gestos, sino también la personalidad de cada uno de nosotros.
Hemos de comprender, sin embargo, que estas formas de sabiduría popular no pueden entrar en matizaciones, por lo que acudo a Castilla del Pino para indicar que la cara es la parte del cuerpo especializada en la expresión, convirtiéndose en un medio privilegiado de comunicación extraverbal; aunque este autor, de manera acertada, explica la diferencia que, según él, se da entre cara y rostro.
Así, en su obra Conductas y actitudes, nos indica que la cara “se define por los rasgos que posee: redonda, labios gruesos, cejas espesas, nariz ancha, etcétera, y esos rasgos se mantienen con pocas variantes a lo largo de tiempo. [No obstante] sobre esa cara con sus rasgos de relativa permanencia aparece el rostro”. A lo que añade: “El rostro, en cambio, se hace para cada situación, para cada interacción con algún otro, por lo que se dice coloquialmente que para cada situación ponemos una cara distinta. En realidad, la cara es la misma, pero hemos hecho y ofrecido rostros distintos”.
Las líneas anteriores se podrían sintetizar en la idea de que la cara se define por sus rasgos físicos, visibles, y su estabilidad; en cambio, el rostro lo definimos por los gestos que habitualmente manifestamos en nuestras interacciones con los demás. Estas ideas iniciales vienen bien para dar continuidad al estudio iniciado sobre el dibujo de las emociones, al tiempo que explicar el significado del que he seleccionado para la portada.
En este caso, el alumno quiso manifestar que la propia cara sirve para crear gestos que acaben engañando al otro que nos mira. Así, con la cara se puede ofrecer un rostro amable y sonriente que, en el fondo, oculta lo que interiormente siente el sujeto. Para ello ha acudido a dibujar la parte que faltaba con un color azul intenso y agresivo, que para nada corresponde con la sonrisa que muestra en la foto que se realizó y que fotocopió en blanco y negro para realizar el trabajo en la clase.
Como bien sabemos, el mundo de los sentimientos o pasiones es verdaderamente complejo. Y si ahora entramos en las emociones negativas, por fuerza, tenemos que citar una de ellas que forma parte de la estructura emocional de todos nosotros, al igual que de todas las especies animales. Me estoy refiriendo al miedo, emoción en la que deseo detenerme esta vez, ya que, aparte de sus aspectos individuales, tiene unas dimensiones colectivas o sociales, tal como estamos comprobando desde unos años para acá.
Quizás, este sea uno de los sentimientos negativos más estudiados en el campo de la psicología de las emociones. Así, sobre los miedos innatos, el psicólogo Arthur T. Jersild nos indica que, entre los temores primigenios que se manifiestan en la infancia, se encuentran el miedo a la oscuridad, a los extraños, a la soledad, a los ruidos y a la falta de apoyo físico, o miedo a caer. A medida que se crece irán apareciendo otros miedos como los relacionados con ciertos animales, a las criaturas imaginarias, al daño físico y a la muerte, cuando se comienza a saber que la vida tiene un límite que no podemos negar.
A estos miedos básicos, se sumarán otros de tipo psicológico: miedo al fracaso, al ridículo o a ser diferentes (física, social o intelectualmente). Y si ya nos ubicamos en la adultez, no podemos dejar fuera miedos sociales como son, por ejemplo, el relacionado con las enfermedades contagiosas (como hemos vivido con el covid) o a la pérdida del trabajo (o no ser capaces de encontrarlo), ya que esto último se ha convertido en uno de los problemas endémicos más extendidos en la actualidad.
Con lo expuesto, podemos comprender que las expresiones faciales del miedo son muy diversas: desde la controlada emocionalmente, manifestada por la seriedad del gesto, pasando por aquella en la que aparecen la contracción y la rigidez de las facciones del rostro, con mirada encogida, los labios muy pegados, y mirando hacia aquello que lo provoca, tal como intentó hacerlo la alumna autora de uno de los dibujos anteriores.
En ocasiones, al miedo se une el gesto de sorpresa, especialmente cuando percibimos un acontecimiento inesperado que lo entendemos como una amenaza física a nuestra integridad. Esta unión de emoción, asombro y temor queda reflejada en el dibujo del alumno que acudió a los rotuladores para completar la mitad de su rostro.
Otro de los autores al que podemos acudir para comprender la estructura emocional del miedo es el profesor y escritor José Antonio Marina, quien, en su excelente obra Anatomía del miedo, nos dice lo siguiente: “Un sujeto experimenta miedo cuando la presencia de un peligro le provoca un sentimiento desagradable, aversivo, inquieto, con activación del sistema nervioso autónomo, sensibilidad molesta en el sistema digestivo, respiratorio o cardiovascular, sentimiento de falta de control y puesta en práctica de alguno de los cuatro programas de afrontamiento: huida, lucha, inmovilidad, sumisión”.
Me parece de interés esta explicación, puesto que apunta a cuatro respuestas que podemos dar y que las compartimos con las demás especies animales. Así, por ejemplo, un animal como la gacela echa a correr ante el aviso de un peligro; el toro, por el contrario, embiste; otros, como el avestruz, se inmovilizan escondiendo la cabeza creyendo ahuyentar el peligro; finalmente, los lobos realizan gestos de sumisión ante el macho dominante.
Estas distintas respuestas -huida, lucha, inmovilidad o sumisión- aparecen en las distintas especies animales cuando atisban el peligro. En el ser humano, que posee una psicología mucho más compleja que la animal, los miedos acaban en reacciones de tipo psicológico, traduciéndose en ansiedad, agobios, sentimientos de culpa, disminución de la autoestima, depresiones…, ya que, a fin de cuentas, somos seres sociales.
Tendría gran interés (aunque desbordaría la extensión de este artículo) el análisis del uso que en la actualidad se hace del miedo en un mundo globalizado y virtual como una de las grandes herramientas que se utiliza para lograr la sumisión de sectores de la población para que acepten determinadas condiciones sociales o para que apoyen determinadas posiciones políticas o ideológicas.
Como es necesario ir cerrando, no me extendiendo más en este espacio que, lógicamente, debe ser breve. Solo quisiera apuntar que el miedo tiene grados, que va de lo que llamamos temor, que suele ser algo muy próximo y cotidiano, a los estados de pánico, más excepcionales, que los sufren aquellos sujetos que por sus caracteres o por los acontecimientos se sienten desbordados. A fin de cuentas, es lo que desearon manifestar las alumnas de los dos trabajos precedentes, que se dibujaron con gestos aterrados para dejar plasmados en sus rostros el miedo como terror amenazante.
Hemos de comprender, sin embargo, que estas formas de sabiduría popular no pueden entrar en matizaciones, por lo que acudo a Castilla del Pino para indicar que la cara es la parte del cuerpo especializada en la expresión, convirtiéndose en un medio privilegiado de comunicación extraverbal; aunque este autor, de manera acertada, explica la diferencia que, según él, se da entre cara y rostro.
Así, en su obra Conductas y actitudes, nos indica que la cara “se define por los rasgos que posee: redonda, labios gruesos, cejas espesas, nariz ancha, etcétera, y esos rasgos se mantienen con pocas variantes a lo largo de tiempo. [No obstante] sobre esa cara con sus rasgos de relativa permanencia aparece el rostro”. A lo que añade: “El rostro, en cambio, se hace para cada situación, para cada interacción con algún otro, por lo que se dice coloquialmente que para cada situación ponemos una cara distinta. En realidad, la cara es la misma, pero hemos hecho y ofrecido rostros distintos”.
Las líneas anteriores se podrían sintetizar en la idea de que la cara se define por sus rasgos físicos, visibles, y su estabilidad; en cambio, el rostro lo definimos por los gestos que habitualmente manifestamos en nuestras interacciones con los demás. Estas ideas iniciales vienen bien para dar continuidad al estudio iniciado sobre el dibujo de las emociones, al tiempo que explicar el significado del que he seleccionado para la portada.
En este caso, el alumno quiso manifestar que la propia cara sirve para crear gestos que acaben engañando al otro que nos mira. Así, con la cara se puede ofrecer un rostro amable y sonriente que, en el fondo, oculta lo que interiormente siente el sujeto. Para ello ha acudido a dibujar la parte que faltaba con un color azul intenso y agresivo, que para nada corresponde con la sonrisa que muestra en la foto que se realizó y que fotocopió en blanco y negro para realizar el trabajo en la clase.
Como bien sabemos, el mundo de los sentimientos o pasiones es verdaderamente complejo. Y si ahora entramos en las emociones negativas, por fuerza, tenemos que citar una de ellas que forma parte de la estructura emocional de todos nosotros, al igual que de todas las especies animales. Me estoy refiriendo al miedo, emoción en la que deseo detenerme esta vez, ya que, aparte de sus aspectos individuales, tiene unas dimensiones colectivas o sociales, tal como estamos comprobando desde unos años para acá.
Quizás, este sea uno de los sentimientos negativos más estudiados en el campo de la psicología de las emociones. Así, sobre los miedos innatos, el psicólogo Arthur T. Jersild nos indica que, entre los temores primigenios que se manifiestan en la infancia, se encuentran el miedo a la oscuridad, a los extraños, a la soledad, a los ruidos y a la falta de apoyo físico, o miedo a caer. A medida que se crece irán apareciendo otros miedos como los relacionados con ciertos animales, a las criaturas imaginarias, al daño físico y a la muerte, cuando se comienza a saber que la vida tiene un límite que no podemos negar.
A estos miedos básicos, se sumarán otros de tipo psicológico: miedo al fracaso, al ridículo o a ser diferentes (física, social o intelectualmente). Y si ya nos ubicamos en la adultez, no podemos dejar fuera miedos sociales como son, por ejemplo, el relacionado con las enfermedades contagiosas (como hemos vivido con el covid) o a la pérdida del trabajo (o no ser capaces de encontrarlo), ya que esto último se ha convertido en uno de los problemas endémicos más extendidos en la actualidad.
Con lo expuesto, podemos comprender que las expresiones faciales del miedo son muy diversas: desde la controlada emocionalmente, manifestada por la seriedad del gesto, pasando por aquella en la que aparecen la contracción y la rigidez de las facciones del rostro, con mirada encogida, los labios muy pegados, y mirando hacia aquello que lo provoca, tal como intentó hacerlo la alumna autora de uno de los dibujos anteriores.
En ocasiones, al miedo se une el gesto de sorpresa, especialmente cuando percibimos un acontecimiento inesperado que lo entendemos como una amenaza física a nuestra integridad. Esta unión de emoción, asombro y temor queda reflejada en el dibujo del alumno que acudió a los rotuladores para completar la mitad de su rostro.
Otro de los autores al que podemos acudir para comprender la estructura emocional del miedo es el profesor y escritor José Antonio Marina, quien, en su excelente obra Anatomía del miedo, nos dice lo siguiente: “Un sujeto experimenta miedo cuando la presencia de un peligro le provoca un sentimiento desagradable, aversivo, inquieto, con activación del sistema nervioso autónomo, sensibilidad molesta en el sistema digestivo, respiratorio o cardiovascular, sentimiento de falta de control y puesta en práctica de alguno de los cuatro programas de afrontamiento: huida, lucha, inmovilidad, sumisión”.
Me parece de interés esta explicación, puesto que apunta a cuatro respuestas que podemos dar y que las compartimos con las demás especies animales. Así, por ejemplo, un animal como la gacela echa a correr ante el aviso de un peligro; el toro, por el contrario, embiste; otros, como el avestruz, se inmovilizan escondiendo la cabeza creyendo ahuyentar el peligro; finalmente, los lobos realizan gestos de sumisión ante el macho dominante.
Estas distintas respuestas -huida, lucha, inmovilidad o sumisión- aparecen en las distintas especies animales cuando atisban el peligro. En el ser humano, que posee una psicología mucho más compleja que la animal, los miedos acaban en reacciones de tipo psicológico, traduciéndose en ansiedad, agobios, sentimientos de culpa, disminución de la autoestima, depresiones…, ya que, a fin de cuentas, somos seres sociales.
Tendría gran interés (aunque desbordaría la extensión de este artículo) el análisis del uso que en la actualidad se hace del miedo en un mundo globalizado y virtual como una de las grandes herramientas que se utiliza para lograr la sumisión de sectores de la población para que acepten determinadas condiciones sociales o para que apoyen determinadas posiciones políticas o ideológicas.
Como es necesario ir cerrando, no me extendiendo más en este espacio que, lógicamente, debe ser breve. Solo quisiera apuntar que el miedo tiene grados, que va de lo que llamamos temor, que suele ser algo muy próximo y cotidiano, a los estados de pánico, más excepcionales, que los sufren aquellos sujetos que por sus caracteres o por los acontecimientos se sienten desbordados. A fin de cuentas, es lo que desearon manifestar las alumnas de los dos trabajos precedentes, que se dibujaron con gestos aterrados para dejar plasmados en sus rostros el miedo como terror amenazante.
AURELIANO SÁINZ