Todos conocemos los cómics, ese mundo gráfico que articula los textos con los dibujos. Me imagino que la mayoría de nosotros, de pequeños, estuvimos en contacto con ese medio apasionante que, en ciertos casos, condujo a que algunos acabáramos como habituales lectores.
En lo que a mí respecta, no voy a extenderme en este tema, pues me alargaría en demasía, más aún cuando la afición a aquellos primeros cómics ha acabado en la madurez con las novelas gráficas, en las que podemos encontrar verdaderas joyas narrativas que, a veces, superan a muy afamadas novelas.
Y para hablar de las novelas gráficas nada mejor que acudir a un joven amigo que es profesor de Historia y Geografía en el IES López Neyra de Córdoba. Me refiero a Raúl Quintana, quien posee la mayor colección de novelas graficas que yo conozco. Es un auténtico apasionado de este medio, por lo que le invité a que tuviéramos un encuentro para hablar de manera distendida. Aquí, pues, un resumen de esa extensa charla.
—Quisiera, Raúl, que comenzáramos esta charla de modo que nos indicaras si de pequeño eras aficionado a los tebeos o los cómics.
—La verdad es que de pequeño fui lector ocasional de estos formatos. Dado que era hijo único, fui estrenando biblioteca a partir de Astérix, Mortadelo, algún Tintín o Mafalda, sin considerarlos más allá del ocasional disfrute; más bien, yo era de copiar los dibujos que de leerlos. Mi verdadera afición por el género brota en la adolescencia, durante los años de instituto, cuando me aficiono a la revista El Jueves. Y luego, ya de adulto, me reengancho con las novelas y las series.
—¿Recuerdas cuál fue la primera novela gráfica que leíste?
—De adulto, más allá de las colecciones de El Jueves, no recuerdo haber leído ninguna novela propiamente dicha antes de Maus, que tomé prestada de la biblioteca de un instituto donde trabajaba. Inmediatamente, vino una catarata de lecturas de publicaciones de Antonio Altarriba como El arte de volar y El ala rota, o la adaptación sobre la obra de Paul Preston acerca de la Guerra Civil española.
—Ya que estás en la enseñanza, quisiera apuntarte que los profesores tenemos tendencia a hablarles a los alumnos de nuestras aficiones. ¿Lo haces tú con los tuyos?
—Sí, no puedo evitarlo, por “deformación profesional” y como apasionado al género. Creo que cuando se explica una materia, sean cuales sean las etapas, difundir potenciales recursos didácticos me parece cosa inherente al profesorado, ya que, como bien se dice, “cada cabra tira hacia su monte”. En sentido contrario, muchos alumnos te sorprenden en clase cuando te dicen: “Yo leo mangas y cómic de superhéroes” o “Mi padre tiene una colección como la tuya” o “Yo he visto algunos cómics que me han gustado, pero son muy caros…”. Estas observaciones dependen del contexto cultural y socioeconómico, variando las diferentes respuestas que te dan hasta la más absoluta indiferencia ante este tema.
—Es habitual que las aficiones las compartamos con otros que también las tienen. Ahí va ahora la pregunta: ¿la compartes con tus compañeros de trabajo o amigos?
—Por supuesto. He hecho amistades con compañeros de trabajo gracias a la misma. Pongo un caso, y aprovecho una recomendación a la visita de un blog divulgativo sobre cómic especialmente centrado en novela histórica, tebeoenclase, que coordina un colega profesor sevillano que fue compañero mío hace varios cursos en un centro de la provincia.
Desde que coincidimos, hace más de un lustro, casi no pasa día en que no charlemos privadamente sobre nuestras lecturas, compras, o descubrimientos “comicqueros”, e, incluso, sobre experiencias de trabajo con ellos en el aula. Si no fuese por el cómic, posiblemente hubiésemos pasado como meros compañeros pasajeros, perdiéndonos en el recuerdo de los años. Igualmente, aunque no con tanta intensidad, me escribo puntualmente con antiguos compañeros y compañeras profesoras que, entre sus lecturas, han incluido tal o cual título y me lo refieren generalmente con ilusión.
Así pues, puedo decir que el cómic me hace doblemente feliz: por un lado, al leerlo y al compartirlo con compañeros y amigos presentes y pasados; también, humana o afectivamente me resulta bonito constatar que alguien te tiene en cuenta cuando realiza una lectura e, inmediatamente, después de culminarla, te escribe para compartir sus impresiones o recomendártela, y viceversa. Básicamente, esto último es lo que el amigo Abel y yo venimos practicando en los últimos años.
—Pasemos a los tipos de novelas gráficas que se editan en nuestro país. Dada la enorme cantidad de títulos que se publican, ¿cómo las clasificarías?
—De entrada, lo haría en realismo y ficción, que sería como una bisectriz más o menos lógica. Dentro del campo de la narrativa realista, el paradigma siempre será Maus de Art Spiegelman, que fue Premio Pulitzer de novela en 1992.
En España, dentro del realismo, citaría la obra autobiográfica de Carlos Giménez concretada en Paracuellos y 1936-1939, o el díptico antes mencionado de Antonio Altarriba, Premio Nacional de Cómic, y las últimas obras de Paco Roca. Podríamos continuar con decenas de autores que en las últimas décadas, tanto a nivel nacional como internacional, han desarrollado centenares de títulos autobiográficos o de intrahistorias familiares, locales, de índole personal o psicológica.
Por otro lado, debo apuntar que soy muy malo para clasificar o poco metodológico cuando se trata de aficiones. De todos modos, inicialmente, clasifico mis cómics por nacionalidades de procedencia o por “escuelas” (si esto último existe): “europeo (franco-belga)”; “americano / anglosajón”; “clásico” (tiras de prensa o planchas esencialmente estadounidenses); “estatal”; “hispanoamericano” o el propio manga nipón… Y luego ya sí que lo hago por temas: Segunda Guerra Mundial, Oriente Próximo, una balda entera dedicada a cómics sobre Japón, China y Corea, al Western… Como verás, todo muy heterodoxo, pero dentro de mi “lógica”.
—Una vez que nos has descrito, a vuelapluma, las temáticas, quisiera que me indicaras cuáles son tus predilectas.
—Lógicamente, la de Historia, con todas sus “auxiliares” o “adyacentes”, como Geografía o Arte, nacidas a partir de mi pasión desde la adolescencia, mi formación universitaria y mi presente ejercicio profesional. Ten en cuenta que lo positivo de la Historia es que la puedes casar con todo lo que te parezca: desde los asuntos más trascendentales sociales, políticos o económicos, hasta con los más triviales. Y, aunque resulte increíble, el cómic está en un estado de forma en el que encuentras publicaciones sobre cualquiera de estas temáticas: hay publicadas recientes novelas gráficas sobre la historia de las Matemáticas, de las Ciencias Naturales o de la Filosofía, acompañadas de las bibliografías de sus personalidades.
—¿No hay un fondo tendencioso, propagandístico o manipulador en estas novelas gráficas con carácter histórico?
—Bueno, vamos a ver. Al final, el cómic en el siglo XX no ha dejado de ser, en algunas de sus vertientes, otro reflejo o arma más de propaganda oficial proyectada sobre la cultura de masas, aunque creo que es un aspecto del que actualmente anda suficientemente emancipado. También el fanzine y la contracultura, el underground o la autoedición caminaron en sentido contrario a la manipulación, ayudando en su respecto liberador. Actualmente caminamos hacia un hibrido poliédrico donde se percibe una convivencia de todas tradiciones.
—Cítame, entonces, algunos de esos ejemplos que denominas poliédricos…
—Por ejemplo, si nos acercamos a cualquier librería no especializada te puedes topar con cómics de investigación divulgadora como los firmados por Paul Preston sobre nuestra Guerra Civil, o lo de Ian Gibson sobre miembros de nuestras generaciones del 98 y del 27. Pero también con adaptaciones al cómic de obras de Cesar Vidal o de Eslava Galán que, a fin de cuentas, prosiguen sibilinamente con esa labor de historia oficial pautada desde los grandes lobbies editoriales, que de rigor histórico tienen lo que yo de Brad Pitt.
—Como me has dicho que “la cabra tira para su monte”, me interesa que me indiques tu monte o, lo que es lo mismo, tus dibujantes o autores favoritos.
—En España, Carlos Giménez y Paco Roca, aunque no puedo obviar aquí a viñetistas como Andrés Rábago (El Roto / OPS) o Forges. Conceptualmente, me son más cercanos que otros nombres más rimbombantes y artísticamente más sofisticados, pero, claro, habría que hablar de Windsor McCay, del que “copió” hasta Dalí, o en otro registro más subversivo de George Harriman, admirado abiertamente por Picasso. A partir de aquí surgen todas las ramificaciones imaginables. En Europa parece pecado no citar a Giraud / Moebius (impagable su Blueberry), pero yo soy más de autores “irregulares” o improvisadores como Hugo Pratt, el padre, entre otros, de Corto Maltés.
—Pasemos a otro tema. ¿Qué tipo de personas son las aficionadas a las novelas gráficas? ¿La gente joven o quienes ya tienen una edad avanzada?
—A día de hoy, generalmente, la franja de edad comprendida entre 30 y 40 años. Los grupos de edad por debajo, en su mayoría, sostienen a la industria del manga o cómic japonés. Por ejemplo, en Francia la venta de mangas supone uno de cada siete libros, lo que da la cifra de 48 millones de mangas vendidos en 2022.
Con respecto a España, sin cifras oficiales, sólo puedo basarme en lo que observo tanto en mis alumnos como cuando voy a las tiendas físicas a comprar cómics. Y si la intuición no me falla, puede que aquí esté sucediendo un fenómeno similar, lo que conduce a que el protagonismo del cómic se encuentre en los superhéroes, la novela gráfica o los géneros de línea clara más tradicionales, que se vienen reeditando de nuestras infancias. Estos, creo, que sólo los leen o compran la generación de los que ya son padres o abuelos.
—Ahora vivimos en la cultura digital, de modo que me asalta una duda. ¿Crees que las redes sociales favorecen o perjudican la lectura de las novelas gráficas?
—Ayudan, sin ningún género de duda, ya que Internet es un trampolín para vender cualquier cosa, por lo que sin esas plataformas muchas personas no sabrían de su existencia. El cómic y la cultura visual, además, son dobles beneficiarias como objetos de consumo rápido y como propia metáfora de la sociedad que elude el relato denso que exija un largo compromiso temporal leyendo.
—Pasemos a las preferencias personales. Si tuvieras que recomendar tres novelas gráficas en el plano internacional, ¿cuáles serían?
—Aquí me pones en un aprieto, ya que me resulta imposible ceñirme a tres títulos porque cambiaría de opinión según el momento en que se me pregunte. De todos modos, voy a arriesgarme. Tres clásicos que hay que conocer: Maus, de Art Spiegelman, posiblemente el más recomendado por su vitola de único ganador de un premio Pulitzer completamente merecido; Blueberry, de Jijé/Giraud, que es para mí la mejor saga o historia larga por capítulos que he enfrentado y Little Nemo de Windsor McCay, que es una exhibición de recursos plásticos sin parangón.
—¿Y dentro del panorama español?
—A nivel español citaré a tres autores con varias de sus obras. Por orden cronológico, comenzaría por Carlos Giménez en los citados Paracuellos y 1936-39. Malos Tiempos (indico que con alguna historia de este último he llegado a llorar, literalmente); Antonio Altarriba, con su díptico autobiográfico El Arte de Volar y El Ala Rota; y Paco Roca, tanto en cualquiera de sus obras de ficción, en Arrugas (realismo mágico) o La casa (otra para tener disponible el paquete de clínex), como las de investigación y memoria El abismo del olvido sobre la exhumación de los represaliados por el genocidio franquista, o Los surcos del Azar, homenaje a La Nueve, división integrada por españoles de la Resistencia, primera en incursionar en el París de la ocupación.
—Para cerrar, Raúl, si deseas comentar algo que consideres de interés y que no se encuentre entre las preguntas que te he realizado, indícalo.
—Nada más. Creo que me he explayado suficientemente. Solo deseo indicar que agradezco siempre que cuenten con uno para este tipo de proyectos, partiendo de la base de que soy un aficionado, y, sobre todo, te agradezco que se dé difusión a un género artístico tan determinante en la cultura de masas del siglo pasado y de este.
En lo que a mí respecta, no voy a extenderme en este tema, pues me alargaría en demasía, más aún cuando la afición a aquellos primeros cómics ha acabado en la madurez con las novelas gráficas, en las que podemos encontrar verdaderas joyas narrativas que, a veces, superan a muy afamadas novelas.
Y para hablar de las novelas gráficas nada mejor que acudir a un joven amigo que es profesor de Historia y Geografía en el IES López Neyra de Córdoba. Me refiero a Raúl Quintana, quien posee la mayor colección de novelas graficas que yo conozco. Es un auténtico apasionado de este medio, por lo que le invité a que tuviéramos un encuentro para hablar de manera distendida. Aquí, pues, un resumen de esa extensa charla.
—Quisiera, Raúl, que comenzáramos esta charla de modo que nos indicaras si de pequeño eras aficionado a los tebeos o los cómics.
—La verdad es que de pequeño fui lector ocasional de estos formatos. Dado que era hijo único, fui estrenando biblioteca a partir de Astérix, Mortadelo, algún Tintín o Mafalda, sin considerarlos más allá del ocasional disfrute; más bien, yo era de copiar los dibujos que de leerlos. Mi verdadera afición por el género brota en la adolescencia, durante los años de instituto, cuando me aficiono a la revista El Jueves. Y luego, ya de adulto, me reengancho con las novelas y las series.
—¿Recuerdas cuál fue la primera novela gráfica que leíste?
—De adulto, más allá de las colecciones de El Jueves, no recuerdo haber leído ninguna novela propiamente dicha antes de Maus, que tomé prestada de la biblioteca de un instituto donde trabajaba. Inmediatamente, vino una catarata de lecturas de publicaciones de Antonio Altarriba como El arte de volar y El ala rota, o la adaptación sobre la obra de Paul Preston acerca de la Guerra Civil española.
—Ya que estás en la enseñanza, quisiera apuntarte que los profesores tenemos tendencia a hablarles a los alumnos de nuestras aficiones. ¿Lo haces tú con los tuyos?
—Sí, no puedo evitarlo, por “deformación profesional” y como apasionado al género. Creo que cuando se explica una materia, sean cuales sean las etapas, difundir potenciales recursos didácticos me parece cosa inherente al profesorado, ya que, como bien se dice, “cada cabra tira hacia su monte”. En sentido contrario, muchos alumnos te sorprenden en clase cuando te dicen: “Yo leo mangas y cómic de superhéroes” o “Mi padre tiene una colección como la tuya” o “Yo he visto algunos cómics que me han gustado, pero son muy caros…”. Estas observaciones dependen del contexto cultural y socioeconómico, variando las diferentes respuestas que te dan hasta la más absoluta indiferencia ante este tema.
—Es habitual que las aficiones las compartamos con otros que también las tienen. Ahí va ahora la pregunta: ¿la compartes con tus compañeros de trabajo o amigos?
—Por supuesto. He hecho amistades con compañeros de trabajo gracias a la misma. Pongo un caso, y aprovecho una recomendación a la visita de un blog divulgativo sobre cómic especialmente centrado en novela histórica, tebeoenclase, que coordina un colega profesor sevillano que fue compañero mío hace varios cursos en un centro de la provincia.
Desde que coincidimos, hace más de un lustro, casi no pasa día en que no charlemos privadamente sobre nuestras lecturas, compras, o descubrimientos “comicqueros”, e, incluso, sobre experiencias de trabajo con ellos en el aula. Si no fuese por el cómic, posiblemente hubiésemos pasado como meros compañeros pasajeros, perdiéndonos en el recuerdo de los años. Igualmente, aunque no con tanta intensidad, me escribo puntualmente con antiguos compañeros y compañeras profesoras que, entre sus lecturas, han incluido tal o cual título y me lo refieren generalmente con ilusión.
Así pues, puedo decir que el cómic me hace doblemente feliz: por un lado, al leerlo y al compartirlo con compañeros y amigos presentes y pasados; también, humana o afectivamente me resulta bonito constatar que alguien te tiene en cuenta cuando realiza una lectura e, inmediatamente, después de culminarla, te escribe para compartir sus impresiones o recomendártela, y viceversa. Básicamente, esto último es lo que el amigo Abel y yo venimos practicando en los últimos años.
—Pasemos a los tipos de novelas gráficas que se editan en nuestro país. Dada la enorme cantidad de títulos que se publican, ¿cómo las clasificarías?
—De entrada, lo haría en realismo y ficción, que sería como una bisectriz más o menos lógica. Dentro del campo de la narrativa realista, el paradigma siempre será Maus de Art Spiegelman, que fue Premio Pulitzer de novela en 1992.
En España, dentro del realismo, citaría la obra autobiográfica de Carlos Giménez concretada en Paracuellos y 1936-1939, o el díptico antes mencionado de Antonio Altarriba, Premio Nacional de Cómic, y las últimas obras de Paco Roca. Podríamos continuar con decenas de autores que en las últimas décadas, tanto a nivel nacional como internacional, han desarrollado centenares de títulos autobiográficos o de intrahistorias familiares, locales, de índole personal o psicológica.
Por otro lado, debo apuntar que soy muy malo para clasificar o poco metodológico cuando se trata de aficiones. De todos modos, inicialmente, clasifico mis cómics por nacionalidades de procedencia o por “escuelas” (si esto último existe): “europeo (franco-belga)”; “americano / anglosajón”; “clásico” (tiras de prensa o planchas esencialmente estadounidenses); “estatal”; “hispanoamericano” o el propio manga nipón… Y luego ya sí que lo hago por temas: Segunda Guerra Mundial, Oriente Próximo, una balda entera dedicada a cómics sobre Japón, China y Corea, al Western… Como verás, todo muy heterodoxo, pero dentro de mi “lógica”.
—Una vez que nos has descrito, a vuelapluma, las temáticas, quisiera que me indicaras cuáles son tus predilectas.
—Lógicamente, la de Historia, con todas sus “auxiliares” o “adyacentes”, como Geografía o Arte, nacidas a partir de mi pasión desde la adolescencia, mi formación universitaria y mi presente ejercicio profesional. Ten en cuenta que lo positivo de la Historia es que la puedes casar con todo lo que te parezca: desde los asuntos más trascendentales sociales, políticos o económicos, hasta con los más triviales. Y, aunque resulte increíble, el cómic está en un estado de forma en el que encuentras publicaciones sobre cualquiera de estas temáticas: hay publicadas recientes novelas gráficas sobre la historia de las Matemáticas, de las Ciencias Naturales o de la Filosofía, acompañadas de las bibliografías de sus personalidades.
—¿No hay un fondo tendencioso, propagandístico o manipulador en estas novelas gráficas con carácter histórico?
—Bueno, vamos a ver. Al final, el cómic en el siglo XX no ha dejado de ser, en algunas de sus vertientes, otro reflejo o arma más de propaganda oficial proyectada sobre la cultura de masas, aunque creo que es un aspecto del que actualmente anda suficientemente emancipado. También el fanzine y la contracultura, el underground o la autoedición caminaron en sentido contrario a la manipulación, ayudando en su respecto liberador. Actualmente caminamos hacia un hibrido poliédrico donde se percibe una convivencia de todas tradiciones.
—Cítame, entonces, algunos de esos ejemplos que denominas poliédricos…
—Por ejemplo, si nos acercamos a cualquier librería no especializada te puedes topar con cómics de investigación divulgadora como los firmados por Paul Preston sobre nuestra Guerra Civil, o lo de Ian Gibson sobre miembros de nuestras generaciones del 98 y del 27. Pero también con adaptaciones al cómic de obras de Cesar Vidal o de Eslava Galán que, a fin de cuentas, prosiguen sibilinamente con esa labor de historia oficial pautada desde los grandes lobbies editoriales, que de rigor histórico tienen lo que yo de Brad Pitt.
—Como me has dicho que “la cabra tira para su monte”, me interesa que me indiques tu monte o, lo que es lo mismo, tus dibujantes o autores favoritos.
—En España, Carlos Giménez y Paco Roca, aunque no puedo obviar aquí a viñetistas como Andrés Rábago (El Roto / OPS) o Forges. Conceptualmente, me son más cercanos que otros nombres más rimbombantes y artísticamente más sofisticados, pero, claro, habría que hablar de Windsor McCay, del que “copió” hasta Dalí, o en otro registro más subversivo de George Harriman, admirado abiertamente por Picasso. A partir de aquí surgen todas las ramificaciones imaginables. En Europa parece pecado no citar a Giraud / Moebius (impagable su Blueberry), pero yo soy más de autores “irregulares” o improvisadores como Hugo Pratt, el padre, entre otros, de Corto Maltés.
—Pasemos a otro tema. ¿Qué tipo de personas son las aficionadas a las novelas gráficas? ¿La gente joven o quienes ya tienen una edad avanzada?
—A día de hoy, generalmente, la franja de edad comprendida entre 30 y 40 años. Los grupos de edad por debajo, en su mayoría, sostienen a la industria del manga o cómic japonés. Por ejemplo, en Francia la venta de mangas supone uno de cada siete libros, lo que da la cifra de 48 millones de mangas vendidos en 2022.
Con respecto a España, sin cifras oficiales, sólo puedo basarme en lo que observo tanto en mis alumnos como cuando voy a las tiendas físicas a comprar cómics. Y si la intuición no me falla, puede que aquí esté sucediendo un fenómeno similar, lo que conduce a que el protagonismo del cómic se encuentre en los superhéroes, la novela gráfica o los géneros de línea clara más tradicionales, que se vienen reeditando de nuestras infancias. Estos, creo, que sólo los leen o compran la generación de los que ya son padres o abuelos.
—Ahora vivimos en la cultura digital, de modo que me asalta una duda. ¿Crees que las redes sociales favorecen o perjudican la lectura de las novelas gráficas?
—Ayudan, sin ningún género de duda, ya que Internet es un trampolín para vender cualquier cosa, por lo que sin esas plataformas muchas personas no sabrían de su existencia. El cómic y la cultura visual, además, son dobles beneficiarias como objetos de consumo rápido y como propia metáfora de la sociedad que elude el relato denso que exija un largo compromiso temporal leyendo.
—Pasemos a las preferencias personales. Si tuvieras que recomendar tres novelas gráficas en el plano internacional, ¿cuáles serían?
—Aquí me pones en un aprieto, ya que me resulta imposible ceñirme a tres títulos porque cambiaría de opinión según el momento en que se me pregunte. De todos modos, voy a arriesgarme. Tres clásicos que hay que conocer: Maus, de Art Spiegelman, posiblemente el más recomendado por su vitola de único ganador de un premio Pulitzer completamente merecido; Blueberry, de Jijé/Giraud, que es para mí la mejor saga o historia larga por capítulos que he enfrentado y Little Nemo de Windsor McCay, que es una exhibición de recursos plásticos sin parangón.
—¿Y dentro del panorama español?
—A nivel español citaré a tres autores con varias de sus obras. Por orden cronológico, comenzaría por Carlos Giménez en los citados Paracuellos y 1936-39. Malos Tiempos (indico que con alguna historia de este último he llegado a llorar, literalmente); Antonio Altarriba, con su díptico autobiográfico El Arte de Volar y El Ala Rota; y Paco Roca, tanto en cualquiera de sus obras de ficción, en Arrugas (realismo mágico) o La casa (otra para tener disponible el paquete de clínex), como las de investigación y memoria El abismo del olvido sobre la exhumación de los represaliados por el genocidio franquista, o Los surcos del Azar, homenaje a La Nueve, división integrada por españoles de la Resistencia, primera en incursionar en el París de la ocupación.
—Para cerrar, Raúl, si deseas comentar algo que consideres de interés y que no se encuentre entre las preguntas que te he realizado, indícalo.
—Nada más. Creo que me he explayado suficientemente. Solo deseo indicar que agradezco siempre que cuenten con uno para este tipo de proyectos, partiendo de la base de que soy un aficionado, y, sobre todo, te agradezco que se dé difusión a un género artístico tan determinante en la cultura de masas del siglo pasado y de este.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: RAÚL QUINTANA
FOTOGRAFÍA: RAÚL QUINTANA