Todo es posible con mucho valor y una pizca de suerte. Y, en España, con poco que tentemos la fortuna, podemos pasar inesperadamente del oxímoron que da título a esta columna a la realidad de la Tercera República. Uno, que es militante del principio esperanza, no renuncia al movimiento de la utopía de un buen gobierno y la vida buena, o buen vivir. Y creo que mi colega de bancada, Gerardo Pisarello, seguro que tampoco.
Por lo mismo cultiva la memoria de la Primera República y de las luchas y frentes culturales por venir. Recientemente, presentábamos en la Facultad de Geografía y Historia de la Universidad de Sevilla su último ensayo, agradeciendo a la editorial la apuesta firme por la memoria y por el pensamiento crítico.
Un editor, como magistralmente lo definiera Feltrinelli, es un mero vehículo del mensaje, una persona que lee y sin saber nada, debe conseguir que se sepa todo lo que sea útil y que ayude a cambiar el mundo en el que vivimos. Un editor, en definitiva, es un lugar de encuentro, de elaboración, recepción y transmisión.
Y la lectura que nos propone La república inesperada (Escritos Contextatarios, 2023) es justamente eso, una firme voluntad por desplegar el materialismo del encuentro en torno a la cultura republicana, en defensa de la libertad frente a las fuerzas retrógradas, rentistas, monárquicas y colonialistas, que aún hoy dominan España frente a todo proyecto de reformismo y regeneración democrática por lo común.
Rememorar el 11 de febrero de 1873 y la Primera República representa, en este sentido, una apuesta por las libertades públicas, la ilustración, el federalismo y la autonomía social que hoy de nuevo precisamos actualizar como proyecto para ensanchar los límites de lo posible que el sexenio democrático inauguró insuflando esperanza a las luchas de los sectores populares.
Frente al anhelo de democracia y de derechos, hoy volvemos a sufrir, como en el siglo XIX, una monarquía y una derecha patrimonialista, un rey felón y una suerte de reina capitalina, Díaz Ayuso, que es la política de lo peor y, en parte, la razón de una suerte de Pacto de Tortosa entre Cataluña, Aragón, Baleares y Valencia que flaco favor hace a la izquierda si, en verdad, de sumar y multiplicar la voluntad de cambio se trata.
Hace un año, mi amigo Sebastián Martín Recio propuso al Ateneo Republicano de Andalucía una apuesta por redactar las bases de una constitución política o principios fundamentales de lo que debería ser la Tercera República, siguiendo el camino andado por Xaudaró.
La idea, además de pertinente y original, entronca con la tradición de la internacional republicana de Fourier a Cádiz, de los ateneos libertarios a las cooperativas obreras, de la prensa y el teatro republicano, a las juntas locales que configuraron la argamasa con la que dar forma y construir un nuevo proyecto de país.
Recuperar la dinámica instituyente en la crisis de régimen que vivimos no solo es, de acuerdo a esta lógica, un mandato popular, sino la única vía de salida a la actual coyuntura histórica trascendiendo la tradicional disociación, que apuntara el bueno de Alfonso Ortí, entre la España oficial y la España real, entre el Parlamento y la vida pública, entre lo común y los representantes de los comunes.
De lo contrario, nos tememos que se impondrá la advertencia de Pi i Margall cuando en sus escritos, en una suerte de autocrítica, señalaba a sus compañeros que, fiando todo a las Cortes, “allí han visto muerta su esperanza por las locuras de la impaciencia y las preocupaciones del miedo. Mediten sobre si, dado el mismo caso, deberían ser en adelante menos escrupulosos sin faltar a los mandamientos de la conciencia (...) La dictadura que la justicia no levanta del suelo, la recoge con frecuencia la tiranía”.
O, como en las mismas páginas de La República inesperada, Pisarello cita de un texto anónimo del Club Republicano de Alicante: “si las reformas no vienen, vendrá el abatimiento, y el pueblo pronunciará aquellas terribles palabras: todos son iguales. Estas palabras serán el fúnebre preludio que anunciará su entrada en el más completo indiferentismo. Si esto sucede, ay de España entera, el látigo del tirano azotará por segunda vez nuestro cuerpo; la cadena del esclavo oprimirá nuestras cinturas; todo se habrá perdido para siempre”.
Cuando algunos afirmamos que tenemos una derecha ultramontana, estamos hablando de esto mismo: de una cultura política o sistema público decimonónico, con una oligarquía anclada en los privilegios del pasado y, lamentablemente, una izquierda excesivamente proclive a reeditar los errores del pasado, emulando dinámicas y formas de articulación que dieron al traste con la potencia transformadora de sus gentes y de sus pueblos.
En esta tesitura, lejos de afirmar como Figueras (“señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”), es hora de redefinir los contornos y espacios de la primera persona del plural y la tercera, la república, y la referida a quienes no participan en el juego político en escena, pero en cuyos corazones late el fuego de la libertad insumisa. Hora, pues, de abrir el campo de intervención y construcción colectiva. No por inesperada hemos de seguir los designios de la revolución pasiva en curso.
Por lo mismo cultiva la memoria de la Primera República y de las luchas y frentes culturales por venir. Recientemente, presentábamos en la Facultad de Geografía y Historia de la Universidad de Sevilla su último ensayo, agradeciendo a la editorial la apuesta firme por la memoria y por el pensamiento crítico.
Un editor, como magistralmente lo definiera Feltrinelli, es un mero vehículo del mensaje, una persona que lee y sin saber nada, debe conseguir que se sepa todo lo que sea útil y que ayude a cambiar el mundo en el que vivimos. Un editor, en definitiva, es un lugar de encuentro, de elaboración, recepción y transmisión.
Y la lectura que nos propone La república inesperada (Escritos Contextatarios, 2023) es justamente eso, una firme voluntad por desplegar el materialismo del encuentro en torno a la cultura republicana, en defensa de la libertad frente a las fuerzas retrógradas, rentistas, monárquicas y colonialistas, que aún hoy dominan España frente a todo proyecto de reformismo y regeneración democrática por lo común.
Rememorar el 11 de febrero de 1873 y la Primera República representa, en este sentido, una apuesta por las libertades públicas, la ilustración, el federalismo y la autonomía social que hoy de nuevo precisamos actualizar como proyecto para ensanchar los límites de lo posible que el sexenio democrático inauguró insuflando esperanza a las luchas de los sectores populares.
Frente al anhelo de democracia y de derechos, hoy volvemos a sufrir, como en el siglo XIX, una monarquía y una derecha patrimonialista, un rey felón y una suerte de reina capitalina, Díaz Ayuso, que es la política de lo peor y, en parte, la razón de una suerte de Pacto de Tortosa entre Cataluña, Aragón, Baleares y Valencia que flaco favor hace a la izquierda si, en verdad, de sumar y multiplicar la voluntad de cambio se trata.
Hace un año, mi amigo Sebastián Martín Recio propuso al Ateneo Republicano de Andalucía una apuesta por redactar las bases de una constitución política o principios fundamentales de lo que debería ser la Tercera República, siguiendo el camino andado por Xaudaró.
La idea, además de pertinente y original, entronca con la tradición de la internacional republicana de Fourier a Cádiz, de los ateneos libertarios a las cooperativas obreras, de la prensa y el teatro republicano, a las juntas locales que configuraron la argamasa con la que dar forma y construir un nuevo proyecto de país.
Recuperar la dinámica instituyente en la crisis de régimen que vivimos no solo es, de acuerdo a esta lógica, un mandato popular, sino la única vía de salida a la actual coyuntura histórica trascendiendo la tradicional disociación, que apuntara el bueno de Alfonso Ortí, entre la España oficial y la España real, entre el Parlamento y la vida pública, entre lo común y los representantes de los comunes.
De lo contrario, nos tememos que se impondrá la advertencia de Pi i Margall cuando en sus escritos, en una suerte de autocrítica, señalaba a sus compañeros que, fiando todo a las Cortes, “allí han visto muerta su esperanza por las locuras de la impaciencia y las preocupaciones del miedo. Mediten sobre si, dado el mismo caso, deberían ser en adelante menos escrupulosos sin faltar a los mandamientos de la conciencia (...) La dictadura que la justicia no levanta del suelo, la recoge con frecuencia la tiranía”.
O, como en las mismas páginas de La República inesperada, Pisarello cita de un texto anónimo del Club Republicano de Alicante: “si las reformas no vienen, vendrá el abatimiento, y el pueblo pronunciará aquellas terribles palabras: todos son iguales. Estas palabras serán el fúnebre preludio que anunciará su entrada en el más completo indiferentismo. Si esto sucede, ay de España entera, el látigo del tirano azotará por segunda vez nuestro cuerpo; la cadena del esclavo oprimirá nuestras cinturas; todo se habrá perdido para siempre”.
Cuando algunos afirmamos que tenemos una derecha ultramontana, estamos hablando de esto mismo: de una cultura política o sistema público decimonónico, con una oligarquía anclada en los privilegios del pasado y, lamentablemente, una izquierda excesivamente proclive a reeditar los errores del pasado, emulando dinámicas y formas de articulación que dieron al traste con la potencia transformadora de sus gentes y de sus pueblos.
En esta tesitura, lejos de afirmar como Figueras (“señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”), es hora de redefinir los contornos y espacios de la primera persona del plural y la tercera, la república, y la referida a quienes no participan en el juego político en escena, pero en cuyos corazones late el fuego de la libertad insumisa. Hora, pues, de abrir el campo de intervención y construcción colectiva. No por inesperada hemos de seguir los designios de la revolución pasiva en curso.
FRANCISCO SIERRA CABALLERO