Para celebrar el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, el CEIP La Canal de Vícar invitó a una de sus ilustres vecinas, Vicky Schwarzer, una científica, una de las mejores botánicas del país, directora del Jardín Botánico El Albardinal de Rodaquilar en el Cabo de Gata.
Su elección no fue fruto del azar, o chovinismo, sino porque su patio, su seña de identidad, su frontera, su pulmón, ha sido deforestado, talado de forma indiscriminada, a traición, sin negociación ni promesas de curar sus heridas y recuperar el ecosistema perdido.
La excusa es la seguridad de los niños, ya que los fuertes vientos de noviembre derribaron un falso pimentero, y para prevenir futuros problemas cortaron por lo sano varios ficus y pinos. Cuando se construyó el centro, hace 30 años, se plantaron para embellecerlo, suavizar las temperaturas en un clima árido, y crear un ambiente agradable que favoreciese el aprendizaje.
La verdadera razón es que las raíces, atraídas por el agua y el aliño orgánico e inorgánico, habían entrado en el invernadero del vecino, además de la sombra que le generaban a los cultivos y que algunos pajarillos juguetones y curiosos que anidaban entre sus ramas, se colaban en la “casa verde” a picotear sus frutos. Y hasta ahí podíamos llegar.
Un ejemplo de cómo funciona el mundo, donde la economía, la rentabilidad de unos pocos, está por encima del bienestar de las personas, de la salud del planeta y de la educación a las generaciones futuras, porque eso es lo que le quedará a muchos de ellos: que las bonitas palabras y buenas intenciones de sus maestras son solo un engañabobos, un placebo para sobrevivir a la desesperanza, para apaciguar nuestra mala conciencia por devorar la naturaleza.
En los últimos años, gracias a su radio escolar, Radio La Canal, habían trabajado la importancia de la Sierra de Gádor, la necesidad de reforestarla para regenerar los acuíferos que nos sustentan y a conservar cualquier planta por pequeña que sea para proteger el equilibrio del bosque, el de los iguales.
Habían colocado cajas nido para luego poder observar las creaciones de sus habilidosos ocupantes, que además de ser grandes constructores son muy charlatanes y se les cuelan a diario en sus clases, grabaciones y podcast.
Este año pensaban dedicarlo a reconocer las especies de su precioso patio, donde, a pesar de los árboles caídos, tienen un almendro que en esta época no debería estar en flor, unos granados que necesitan un poquito de cariño y agua, varios acebuches que les tiñen los dedos de púrpura, algunas retamas cuyas semillas le suenan a cascabeles, y un gran algarrobo con vainas que saben a chocolate y semillas que valen su peso en oro. Pero las circunstancias han cambiado sus objetivos.
Ahora, para sobreponerse a la incertidumbre, aprovechar la oportunidad no deseada y darle sentido a la palabra educación, junto a los tocones que recuerdan el arboricidio, han imaginado el pequeño Jardín botánico Canalero, con plantas aromáticas que llenen, el mustio patio que les han dejado, de color, aroma, belleza, e insectos que ayuden a la insensible industria del vecino a luchar contra sus plagas y que atraigan de nuevo a los pajarillos para deleitarse con sus cantos.
Sueñan con poner el alambique para extraer sus esencias, hacer ambientadores de lavanda que ahuyenten las polillas, aceite de romero para tonificar sus músculos, colonias de salvia para aromatizar sus clases e infusiones de menta o manzanilla para apaciguar sus dolores de estómago.
Vicky, mientras a lo lejos ardía de nuevo la Sierra de Gádor, les dio las razones para querer hacerlo, les prometió su ayuda para diseñar el jardín y enseñarles a cuidarlo. Pero necesitan las plantas, el abono y las herramientas; que les arreglen el bordillo que las máquinas rompieron para intentar sacar las raíces de un pino; que les garanticen que nadie vendrá a destrozar su jardín con excusas baratas; que los adultos le demostremos que queremos dejarle un mundo mejor; que los invernaderos no son los enemigos, ni las escuelas guarderías sino motores de cambio y que trabajando juntos somos más fuertes, casi, invencibles.
Es el momento de actuar, de darles ejemplo, recoger el mensaje que lanzaron en una botella, y echarles una mano para no dejar que su colegio quede como una isla deforestada en mitad del mar de plástico, sino que sea el jardín, el refugio, el puerto, el faro y su segundo hogar. Ese lugar a donde volver, cuando se sientan desfallecidos, perdidos, náufragos ante las tormentas, para recomponerse, recuperar las fuerzas, el ánimo, el aliento, los recuerdos y, grabadas en Radio La Canal, las voces de su infancia.
Su elección no fue fruto del azar, o chovinismo, sino porque su patio, su seña de identidad, su frontera, su pulmón, ha sido deforestado, talado de forma indiscriminada, a traición, sin negociación ni promesas de curar sus heridas y recuperar el ecosistema perdido.
La excusa es la seguridad de los niños, ya que los fuertes vientos de noviembre derribaron un falso pimentero, y para prevenir futuros problemas cortaron por lo sano varios ficus y pinos. Cuando se construyó el centro, hace 30 años, se plantaron para embellecerlo, suavizar las temperaturas en un clima árido, y crear un ambiente agradable que favoreciese el aprendizaje.
La verdadera razón es que las raíces, atraídas por el agua y el aliño orgánico e inorgánico, habían entrado en el invernadero del vecino, además de la sombra que le generaban a los cultivos y que algunos pajarillos juguetones y curiosos que anidaban entre sus ramas, se colaban en la “casa verde” a picotear sus frutos. Y hasta ahí podíamos llegar.
Un ejemplo de cómo funciona el mundo, donde la economía, la rentabilidad de unos pocos, está por encima del bienestar de las personas, de la salud del planeta y de la educación a las generaciones futuras, porque eso es lo que le quedará a muchos de ellos: que las bonitas palabras y buenas intenciones de sus maestras son solo un engañabobos, un placebo para sobrevivir a la desesperanza, para apaciguar nuestra mala conciencia por devorar la naturaleza.
En los últimos años, gracias a su radio escolar, Radio La Canal, habían trabajado la importancia de la Sierra de Gádor, la necesidad de reforestarla para regenerar los acuíferos que nos sustentan y a conservar cualquier planta por pequeña que sea para proteger el equilibrio del bosque, el de los iguales.
Habían colocado cajas nido para luego poder observar las creaciones de sus habilidosos ocupantes, que además de ser grandes constructores son muy charlatanes y se les cuelan a diario en sus clases, grabaciones y podcast.
Este año pensaban dedicarlo a reconocer las especies de su precioso patio, donde, a pesar de los árboles caídos, tienen un almendro que en esta época no debería estar en flor, unos granados que necesitan un poquito de cariño y agua, varios acebuches que les tiñen los dedos de púrpura, algunas retamas cuyas semillas le suenan a cascabeles, y un gran algarrobo con vainas que saben a chocolate y semillas que valen su peso en oro. Pero las circunstancias han cambiado sus objetivos.
Ahora, para sobreponerse a la incertidumbre, aprovechar la oportunidad no deseada y darle sentido a la palabra educación, junto a los tocones que recuerdan el arboricidio, han imaginado el pequeño Jardín botánico Canalero, con plantas aromáticas que llenen, el mustio patio que les han dejado, de color, aroma, belleza, e insectos que ayuden a la insensible industria del vecino a luchar contra sus plagas y que atraigan de nuevo a los pajarillos para deleitarse con sus cantos.
Sueñan con poner el alambique para extraer sus esencias, hacer ambientadores de lavanda que ahuyenten las polillas, aceite de romero para tonificar sus músculos, colonias de salvia para aromatizar sus clases e infusiones de menta o manzanilla para apaciguar sus dolores de estómago.
Vicky, mientras a lo lejos ardía de nuevo la Sierra de Gádor, les dio las razones para querer hacerlo, les prometió su ayuda para diseñar el jardín y enseñarles a cuidarlo. Pero necesitan las plantas, el abono y las herramientas; que les arreglen el bordillo que las máquinas rompieron para intentar sacar las raíces de un pino; que les garanticen que nadie vendrá a destrozar su jardín con excusas baratas; que los adultos le demostremos que queremos dejarle un mundo mejor; que los invernaderos no son los enemigos, ni las escuelas guarderías sino motores de cambio y que trabajando juntos somos más fuertes, casi, invencibles.
Es el momento de actuar, de darles ejemplo, recoger el mensaje que lanzaron en una botella, y echarles una mano para no dejar que su colegio quede como una isla deforestada en mitad del mar de plástico, sino que sea el jardín, el refugio, el puerto, el faro y su segundo hogar. Ese lugar a donde volver, cuando se sientan desfallecidos, perdidos, náufragos ante las tormentas, para recomponerse, recuperar las fuerzas, el ánimo, el aliento, los recuerdos y, grabadas en Radio La Canal, las voces de su infancia.
MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: MOI PALMERO