Goya no lo pudo representar mejor. La reunión de brujos modernos –y brujas–, absortos en su ritual del pasado domingo 19 de mayo, en la antigua plaza de toros de Vistalegre de Madrid, ante la figura del último macho cabrío al que veneran –o león, como gusta compararse–, es lo más parecido al óleo El Aquelarre del genial pintor de Fuendetodos.
Poniéndole rostros actuales, las figuras y actitudes que recoge el cuadro de Francisco de Goya bien podrían ilustrar “lo sublime terrible” del evento que convocó Vox para mostrar a los incrédulos mortales el poder hipnótico que poseen los adoradores de la ultraderecha antidemocrática en esta parte occidental del mundo.
Allí consumaron los brujos contemporáneos, bajo los focos de un estadio –en vez de bajo la luna en un prado–, su ritual de hechizos y hachazos verbales, embelesados con el oficiante que figuró como protagonista, Javier Milei, el último bufón aventajado del gran satán de cabellos de oro, boca mentirosa y estafador empedernido, conocido como Trump, quien prepara su retorno triunfal en cuanto devore a la Justicia de su país como hizo con la convivencia y está a punto de hacer con la democracia norteamericana.
Y es que a la brujería ultra no se le puede negar el poder de atracción y encanto que despierta entre la población crédula e ignorante, decepcionada por la lentitud, cuando no el incumplimiento, de tantas promesas electorales. Hartos de que la realidad no consiga mejorar su situación y condiciones de vida, los incautos acaban creyendo que las brujas –y brujos– con sus escobas podrán barrer los obstáculos que impiden que se satisfagan sus demandas de prosperidad y bienestar.
Caen –podemos caer– atrapados por el fascismo del que nos prevenía Bertrand Russell cuando señaló que “primero, fascinan a los tontos. Luego, amordazan a los inteligentes”. Porque eso es, exactamente, lo que persiguen estos practicantes de brujería: poder extender sus hechizos y pócimas mágicas por doquier.
Con tal finalidad se organizó el aquelarre de Madrid que congregó a los brujos ultras más destacados del momento. Están prestos a sodomizar Europa el próximo 9 de junio si consiguen, entre todos, convertirse en la tercera fuerza del Europarlamento.
Las derechas ya están dispuestas a gobernar con ellos, como acaban de reconocer Ursula Von der Leyen y Alberto Núñez Feijóo, sin escrúpulos por blanquear a unos ultras que solo buscan entrar en las instituciones europeas para aniquilar el proyecto europeo o, al menos, bloquearlo.
Por ello, alrededor del despeinado cabrito –o león– argentino, en la bacanal de ultrajes a la verdad y al respeto, se juntaron los nuevos discípulos de la brujería que hoy encandilan a una legión de hechizados seguidores. Fueron convocados por Abascal, el taumaturgo que asusta por nuestros lares, a un mes justo de las elecciones europeas, a fin de unir fuerzas, mensajes y estrategias, consiguiendo la participación de las nigromantes de Francia e Italia, Le Pen y Meloni, los adivinos de Polonia y Hungría, Morawieck y Orban, los embaucadores de Chile e Israel, el pinochetista Kast y el sionista Chikli, además del novísimo brujo de Portugal, André Ventura.
Todos ellos, juntos y revueltos, participaron en una orgía de insultos, mentiras y espumarajos de odio que alegraban el oído de cuantos desdeñan la justicia social, la lucha contra el cambio climático, el feminismo, la igualdad de oportunidades, el papel regulador del Estado, la solidaridad y las libertades. Y todos tan estrafalarios, exagerados y manipuladores como sus predecesores en pasados rituales de idéntica extravagancia, como fueron Trump, Bolsonaro, Salvini y otros estrambóticos personajes que cultivan la brujería.
Sin despeinarse ni un pelo (es un decir), los brujos del aquelarre madrileño enarbolaron la bandera del “patriotismo” y la lucha por la “libertad” para posicionarse en contra de la Agenda 2030 o la inmigración, en especial la islámica y musulmana, en su cruzada por “recuperar el control de nuestras vidas”. Y no dejaron de aludir a la familia, la cristiandad, la tradición y a la sacrosanta propiedad privada, palabras fetiches de sus pociones mágicas, al tiempo que advertían de que “abrir la puerta al socialismo es invitar a la muerte”.
Como era de esperar, se mostraron fieles a las mañas con las que los brujos pretenden inocularnos la xenofobia, el miedo al “otro”, el supremacismo blanco, el patriarcado, la misoginia, el neoliberalismo radical y demás obsesiones de la ultraderecha del Viejo y del Nuevo Continente.
No dejaron de despotricar también, cómo no, contra el aborto, las medidas contra la violencia machista, los derechos de las personas LGTBI, los sindicatos, la igualdad entre hombres y mujeres, las leyes que regulan el mercado, las ayudas a parados y desfavorecidos, la cultura para todos y sin censuras, el Estado autonómico y la Unión Europea como proyectos políticos de integración de las particulares nacionales y continentales.
Y fueron faltones y maleducados, como suelen los brujos cuando sucumben al éxtasis en sus aquelarres, insultando en esta ocasión al presidente del Gobierno del país anfitrión, a quien el gran macho cabrío calificó como “calaña de gente atornillada al poder, aun cuando tenga la mujer corrupta, se ensucia y se tome cinco días para pensarlo”.
Se comportó, pues, como un fanático hasta para insultar, como ya hiciera en campaña electoral contra el mismísimo Papa de Roma, al que tachó de “imbécil” y de “representante del maligno en la Tierra”. Es decir, hizo lo que sabe, que no es más que exhibir el característico estilo de oratoria paranoica de un anarcocapitalista iluminado y desaprensivo, al que no se le conoce ningún currículo académico o de gestión.
Un individuo que no vacila en cargar contra los trabajadores y la democracia con tal de imponer el ideario reaccionario de la ultraderecha: el anti-Estado o, lo que es lo mismo, el Capitalismo sin Estado, cuando eso es una entelequia que ningún economista discute, excepto estos brujos, cuya agenda común es un Estado sin gastos.
De ahí que propongan desmantelar el Estado del bienestar, quitar “paguitas”, reducir al mínimo la fiscalidad (especialmente para ricos y empresas), puesto que “los impuestos son un robo”, eliminar derechos sociales e individuales, implantar la censura y poner límites a las libertades, moldear una sociedad homogénea de “puros” raciales, sin pluralidad ni diversidad, cerrada a los inmigrantes, desentenderse de las pensiones y demás prestaciones estatales, etc. En definitiva, un Estado reducido y escuálido, limitado solo a funciones de seguridad y defensa.
Eso es a lo que conduce la soflama a la “libertad” que añoran los brujos de la ultraderecha sin complejos: a un Estado en el que campee por sus respetos, sin freno ni regulación, el capitalismo más desalmado. Por eso no hablan de educación, sanidad, pensiones, igualdad, becas, paridad, dependencia, etc. Para ellos, esas preocupaciones significan, simplemente, gastos inútiles promovidos por “la izquierda hegemónica” o socialista, contra la que se han conjurado combatir con denuedo. Y con tal fin celebraron en Madrid su aquelarre más vistoso y sonoro, hasta la fecha, como si estuvieran brindando al grito de "¡viva la brujería!". Lo dicho: Goya no pudo representarlos mejor.
Poniéndole rostros actuales, las figuras y actitudes que recoge el cuadro de Francisco de Goya bien podrían ilustrar “lo sublime terrible” del evento que convocó Vox para mostrar a los incrédulos mortales el poder hipnótico que poseen los adoradores de la ultraderecha antidemocrática en esta parte occidental del mundo.
Allí consumaron los brujos contemporáneos, bajo los focos de un estadio –en vez de bajo la luna en un prado–, su ritual de hechizos y hachazos verbales, embelesados con el oficiante que figuró como protagonista, Javier Milei, el último bufón aventajado del gran satán de cabellos de oro, boca mentirosa y estafador empedernido, conocido como Trump, quien prepara su retorno triunfal en cuanto devore a la Justicia de su país como hizo con la convivencia y está a punto de hacer con la democracia norteamericana.
Y es que a la brujería ultra no se le puede negar el poder de atracción y encanto que despierta entre la población crédula e ignorante, decepcionada por la lentitud, cuando no el incumplimiento, de tantas promesas electorales. Hartos de que la realidad no consiga mejorar su situación y condiciones de vida, los incautos acaban creyendo que las brujas –y brujos– con sus escobas podrán barrer los obstáculos que impiden que se satisfagan sus demandas de prosperidad y bienestar.
Caen –podemos caer– atrapados por el fascismo del que nos prevenía Bertrand Russell cuando señaló que “primero, fascinan a los tontos. Luego, amordazan a los inteligentes”. Porque eso es, exactamente, lo que persiguen estos practicantes de brujería: poder extender sus hechizos y pócimas mágicas por doquier.
Con tal finalidad se organizó el aquelarre de Madrid que congregó a los brujos ultras más destacados del momento. Están prestos a sodomizar Europa el próximo 9 de junio si consiguen, entre todos, convertirse en la tercera fuerza del Europarlamento.
Las derechas ya están dispuestas a gobernar con ellos, como acaban de reconocer Ursula Von der Leyen y Alberto Núñez Feijóo, sin escrúpulos por blanquear a unos ultras que solo buscan entrar en las instituciones europeas para aniquilar el proyecto europeo o, al menos, bloquearlo.
Por ello, alrededor del despeinado cabrito –o león– argentino, en la bacanal de ultrajes a la verdad y al respeto, se juntaron los nuevos discípulos de la brujería que hoy encandilan a una legión de hechizados seguidores. Fueron convocados por Abascal, el taumaturgo que asusta por nuestros lares, a un mes justo de las elecciones europeas, a fin de unir fuerzas, mensajes y estrategias, consiguiendo la participación de las nigromantes de Francia e Italia, Le Pen y Meloni, los adivinos de Polonia y Hungría, Morawieck y Orban, los embaucadores de Chile e Israel, el pinochetista Kast y el sionista Chikli, además del novísimo brujo de Portugal, André Ventura.
Todos ellos, juntos y revueltos, participaron en una orgía de insultos, mentiras y espumarajos de odio que alegraban el oído de cuantos desdeñan la justicia social, la lucha contra el cambio climático, el feminismo, la igualdad de oportunidades, el papel regulador del Estado, la solidaridad y las libertades. Y todos tan estrafalarios, exagerados y manipuladores como sus predecesores en pasados rituales de idéntica extravagancia, como fueron Trump, Bolsonaro, Salvini y otros estrambóticos personajes que cultivan la brujería.
Sin despeinarse ni un pelo (es un decir), los brujos del aquelarre madrileño enarbolaron la bandera del “patriotismo” y la lucha por la “libertad” para posicionarse en contra de la Agenda 2030 o la inmigración, en especial la islámica y musulmana, en su cruzada por “recuperar el control de nuestras vidas”. Y no dejaron de aludir a la familia, la cristiandad, la tradición y a la sacrosanta propiedad privada, palabras fetiches de sus pociones mágicas, al tiempo que advertían de que “abrir la puerta al socialismo es invitar a la muerte”.
Como era de esperar, se mostraron fieles a las mañas con las que los brujos pretenden inocularnos la xenofobia, el miedo al “otro”, el supremacismo blanco, el patriarcado, la misoginia, el neoliberalismo radical y demás obsesiones de la ultraderecha del Viejo y del Nuevo Continente.
No dejaron de despotricar también, cómo no, contra el aborto, las medidas contra la violencia machista, los derechos de las personas LGTBI, los sindicatos, la igualdad entre hombres y mujeres, las leyes que regulan el mercado, las ayudas a parados y desfavorecidos, la cultura para todos y sin censuras, el Estado autonómico y la Unión Europea como proyectos políticos de integración de las particulares nacionales y continentales.
Y fueron faltones y maleducados, como suelen los brujos cuando sucumben al éxtasis en sus aquelarres, insultando en esta ocasión al presidente del Gobierno del país anfitrión, a quien el gran macho cabrío calificó como “calaña de gente atornillada al poder, aun cuando tenga la mujer corrupta, se ensucia y se tome cinco días para pensarlo”.
Se comportó, pues, como un fanático hasta para insultar, como ya hiciera en campaña electoral contra el mismísimo Papa de Roma, al que tachó de “imbécil” y de “representante del maligno en la Tierra”. Es decir, hizo lo que sabe, que no es más que exhibir el característico estilo de oratoria paranoica de un anarcocapitalista iluminado y desaprensivo, al que no se le conoce ningún currículo académico o de gestión.
Un individuo que no vacila en cargar contra los trabajadores y la democracia con tal de imponer el ideario reaccionario de la ultraderecha: el anti-Estado o, lo que es lo mismo, el Capitalismo sin Estado, cuando eso es una entelequia que ningún economista discute, excepto estos brujos, cuya agenda común es un Estado sin gastos.
De ahí que propongan desmantelar el Estado del bienestar, quitar “paguitas”, reducir al mínimo la fiscalidad (especialmente para ricos y empresas), puesto que “los impuestos son un robo”, eliminar derechos sociales e individuales, implantar la censura y poner límites a las libertades, moldear una sociedad homogénea de “puros” raciales, sin pluralidad ni diversidad, cerrada a los inmigrantes, desentenderse de las pensiones y demás prestaciones estatales, etc. En definitiva, un Estado reducido y escuálido, limitado solo a funciones de seguridad y defensa.
Eso es a lo que conduce la soflama a la “libertad” que añoran los brujos de la ultraderecha sin complejos: a un Estado en el que campee por sus respetos, sin freno ni regulación, el capitalismo más desalmado. Por eso no hablan de educación, sanidad, pensiones, igualdad, becas, paridad, dependencia, etc. Para ellos, esas preocupaciones significan, simplemente, gastos inútiles promovidos por “la izquierda hegemónica” o socialista, contra la que se han conjurado combatir con denuedo. Y con tal fin celebraron en Madrid su aquelarre más vistoso y sonoro, hasta la fecha, como si estuvieran brindando al grito de "¡viva la brujería!". Lo dicho: Goya no pudo representarlos mejor.
DANIEL GUERRERO