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Daniel Guerrero | Desfasado

Llevo unos años sintiéndome desfasado de los tiempos actuales, arrollado y superado por una realidad que cada vez me cuesta más trabajo comprender y asumir. Al parecer, estoy convirtiéndome en un ser anticuado, cuyas ideas y valores han quedado obsoletos al no ser idóneos ni útiles para conducirse en la vida hoy día.


Irremediablemente, me he ido incorporando a la banda de vejestorios que no paran de refunfuñar y cuestionar los usos y costumbres que imperan en la actualidad y que se dedican a contar “batallitas” antiguas y hacer comparaciones con hechos del pasado de los que fueron testigos. Tal es, al parecer, la ocupación postrera de una gran parte de los jubilados, entre la que me hallo. Porque todo cambia, menos uno.

Por eso atrae la atención a los ojos cansados de un pensionista la actitud incoherente de una parte de la juventud, forzada a la precariedad que le aguarda si quiere abrirse un camino autónomo en la vida. No se trata sólo de que asuma con resignación la inseguridad laboral o profesional que se le impone, sino que, encima, parece aceptar de buen grado un modelo económico que le perjudica y explota, votando a formaciones políticas que lo preconizan.

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Según las ideas trasnochadas de mentes arcaicas, como la mía, es una contradicción ser trabajador, máxime si no es cualificado, y considerar conveniente el modelo neoliberal que propugna la derecha. O pertenecer a sectores sociales dependientes de los servicios públicos y apoyar ideologías que se basan en la “libertad” de afrontar las propias necesidades básicas sin el socorro del Estado.

Es como si ahora no se entendiese que el destino de un proletario es sufrir una vida de sacrificios y estrecheces, sin más derechos que los que consiente el mercado. Sentados en un banco del parque, los jubilados percibimos con asombro que muchos jóvenes aceptan la desigualdad sin ánimo de combatirla, al menos electoralmente, ahora que se puede.

Otra cuestión incomprensible para un viejo es el afán por la tecnología en vez de por la emancipación que atrae a las nuevas generaciones. Es cierto que la vida actual es muy cara, pero en comparación con otras necesidades perentorias, como la vivienda, los caprichos tecnológicos lo son aún más.

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Ese es uno de los motivos que retrasa la independencia de los jóvenes, atrapados entre unas condiciones laborales indignas y unas exigencias cotidianas costosas, respecto de sus padres, aun cuando la actualidad sea mucho menos dura y perversa que antaño. Tales prioridades resultan extrañas para un abuelo apeado del mundo moderno.

Pero no se trata exclusivamente de un conflicto generacional, sino de convicciones. Me enerva la avaricia especulativa en todo tipo de negocios que no respeta el interés social y humano. Bienes de primera necesidad, como la luz, el agua, la alimentación o la vivienda están orientados a la búsqueda de beneficios y rentabilidad, a pesar de que cuenten con recursos públicos vía impuestos que contribuyen a su financiación.

Y lo triste, para un anciano que conoce los giros de la vida, es que muchos trabajadores, no sólo la derecha, son contrarios a esta red de protección social que podrían necesitar en cualquier momento de su vida laboral, considerándola un despilfarro injustificado.

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Desgraciadamente, existen demasiadas cuestiones que sobrepasan mi entendimiento y la lógica que me permitió transitar por la vida hasta alcanzar la dorada pasividad laboral de la jubilación, no la mental y racional. Tantas y a todo nivel que me hacen sentir un desfasado de los acelerados tiempos actuales, en los que prima lo efímero, lo espectacular y lo superficial.

Como un dinosaurio que confía en su experiencia y conocimientos, asisto al derrumbe de un mundo basado en valores y certezas que es sustituido por otro sustentado en medias verdades, intolerancia, bulos y mercantilismo en todos los aspectos sociales.

Un mundo donde la educación no está asegurada, las pensiones son insostenibles, el trabajo es una posibilidad y no una probabilidad, la vivienda es un lujo, el presente es convulso y el porvenir incierto. En mi banco del parque, observo una realidad que me hace sentir desfasado porque apenas la entiendo. Y lo que es más preocupante, que cada día me resulta más confusa e incomprensible. ¿Estaré chocheando?

DANIEL GUERRERO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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